Ilustraciรณn: Lola Abenza

Roy Spivey

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Me he sentado dos veces al lado de un hombre famoso en un aviรณn. El primero fue Jason Kidd, de los Nets de Nueva Jersey. Le preguntรฉ por quรฉ no volaba en primera clase y me dijo que era porque su primo trabajaba para United.

–¿No serรญa esa mayor razรณn para que te pongan en primera?

–Estรก bien asรญ –me dijo estirando las piernas en el pasillo.

Ya no insistรญ porque ¿quรฉ sรฉ yo de los pormenores que conlleva ser una celebridad deportiva? No volvimos a hablar durante el resto del vuelo.

No puedo darles el nombre de la segunda persona famosa, pero les dirรฉque es un galรกn de Hollywood que estรก casado con una joven estrella. Ademรกs, su nombre incluye la letra “V”. Es todo. No puedo decir nada mรกs. Una pista: espรญas. Bueno, basta, de verdad es todo. Lo llamarรฉ Roy Spivey, que es casi un anagrama de su nombre.

Si yo fuera una persona mรกs segura de mรญ misma no me hubiera propuesto para ceder mi asiento en un vuelo atestado, no me hubieran pasado a primera clase y no me hubieran sentado junto a รฉl. Fue el premio a mi falta de voluntad. Durmiรณ durante la primera hora y era sobrecogedor ver esa cara tan famosa parecer vulnerable y vacรญa. ร‰l tenรญa ventanilla y yo pasillo, y sentรญa como si estuviera cuidรกndolo, protegiรฉndolo de los destellos y los paparazzi. Duerme, pequeรฑo espรญa, duerme. En realidad no es pequeรฑo, pero todos somos niรฑos mientras dormimos. Por esta razรณn, siempre dejo que los hombres me vean dormida desde el principio de nuestra relaciรณn. Les hace darse cuenta de que, aunque mido 1.80, soy frรกgil y necesito que me cuiden. Un hombre que puede percibir la debilidad de un gigante sabe que es, en efecto, un hombre. Pronto, las mujeres pequeรฑas lo hacen sentir casi amanerado y, he aquรญ, ahora le gustan las mujeres altas.

Roy Spivey se moviรณ en su asiento, empezando a despertar. Rรกpidamente, cerrรฉ los ojos y luego los abrรญ lentamente, como si yo tambiรฉn hubiera estado durmiendo. Ay, pero รฉl todavรญa no acababa de abrir los suyos. Cerrรฉ los mรญos otra vez e inmediatamente los abrรญ, lentamente, y รฉl abriรณ los suyos lentamente y nuestras miradas se encontraron y parecรญa como si hubiรฉramos despertado de un solo sueรฑo, el sueรฑo de toda nuestra vida. Yo, una mujer alta y sin embargo ordinaria; รฉl, un extraordinario espรญa, pero no de verdad, solo un actor, pero no de verdad, solo un hombre, quizรกs incluso solo un niรฑo. Ese es el otro efecto que tiene mi altura en los hombres, el mรกs comรบn: me convierto en su madre.

Hablamos incesantemente durante las siguientes dos horas, con ese tipo de conversaciรณn que trata especรญficamente de todo. Me contรณ detalles de su esposa, la bellรญsima M. ¿Quiรฉn hubiese pensado que era tan atormentada?

–Claro, todo lo que sale en los tabloides es verdad.

–¿Ah, sรญ?

–Sรญ, especialmente lo de sus problemas con la comida.

–¿Y lo de las infidelidades?

–No, no lo de las infidelidades, claro que no. No puedes creer lo que lees en los bloides.

–¿Bloides?

–Los llamamos bloides. O tabs.

Cuando sirvieron la comida fue como si estuviรฉramos desayunando juntos en la cama y cuando me levantรฉ para ir al baรฑo bromeรณ: “¡Me abandonas!”

Y yo dije: “¡Volverรฉ!”

Mientras caminaba por el pasillo, muchos de los pasajeros me miraban fijamente, especialmente las mujeres. Los rumores se expandรญan con rapidez en este pequeรฑo pueblo volador. Quizรก hasta habรญa algunos reporteros de los bloides en el vuelo. Habรญa lectores de bloides, eso seguro. ¿Habรญamos hablado demasiado alto? A mรญ me habrรญa parecido que susurrรกbamos.Sentada en la taza, me mirรฉ en el espejo preguntรกndome si serรญa yo la persona mรกs insulsa con la que รฉl habรญa hablado. Me quitรฉ la blusa y tratรฉ de lavarme debajo de los brazos, algo que realmente no es posible en un baรฑo tan pequeรฑo. Me echรฉ agua conlas manos en las axilas y acabรณ sobre mi falda. Estaba hecha de esa tela que se vuelve mucho mรกs oscura al mojarse. Vaya lรญo en que me habรญa metido. Reaccionรฉ rรกpidamente: me quitรฉ la falda, la empapรฉ en el lavabo, la exprimรญ y volvรญ a ponรฉrmela. La alisรฉ con las manos. Listo. Habรญa quedado toda entera en un tono mรกs oscuro. Caminรฉ de vuelta por el pasillo, teniendo cuidado de no rozar a nadie con mi falda oscura.

Cuando Roy Spivey me vio, gritรณ: “¡Has vuelto!”

Me reรญ, y dijo: “¿Quรฉ le ha pasado a tu falda?”

Me sentรฉ y le expliquรฉ toda la historia, empezando con lo de las axilas. Me escuchรณ atentamente hasta que terminรฉ.

–Bueno, y al final, ¿te pudiste lavar las axilas?

–No.

–¿Te huelen?

–Creo que sรญ.

–Puedo olerlas y decirte.

–No.

–No hay problema, asรญ es en el mundo del espectรกculo.

–¿En serio?

–Sรญ, a ver…

Se inclinรณ hacia mรญ y puso su nariz contra mi blusa.

–Huele mal.

–Ah. Bueno, tratรฉ de lavarla.

Pero ahora ya estaba de pie, habรญa pasado por encima de mรญ hasta el pasillo y revolvรญa el compartimento superior. Volviรณ a su asiento, dramรกticamente, con una botella con atomizador en la mano.

–Es Febreze.

–Ah sรญ, habรญa oรญdo hablar de รฉl.

–Se seca en segundos, eliminando los olores. Levanta los brazos.

Levantรฉ los brazos y รฉl con mucha concentraciรณn aplicรณ tres chisguetes de Febreze bajo cada manga.

–Es mejor si mantienes los brazos extendidos mientras se seca.

Los mantuve extendidos. Un brazo abierto hacia el pasillo y el otro cruzรกndole el pecho, con la mano apoyada contra la ventana. De esta manera quedรณ en evidencia lo alta que era. Solo una mujer muy alta podrรญa asumir tal envergadura. Contemplรณ durante un momento mi brazo frente a su pecho, luego gruรฑรณ y lo mordiรณ. Entonces se riรณ. Yo me reรญ tambiรฉn, pero no entendรญ de quรฉ se trataba esto de morderme el brazo.

–¿Y eso quรฉ fue?

–Eso quiere decir que me caes bien.

–De acuerdo.

–¿Quieres morderme?

–No.

–¿No te caigo bien?

–Sรญ, claro.

–¿Es porque soy famoso?

–No.

–El hecho de ser famoso no significa que no necesite lo que todos los demรกs necesitan. Anda, muรฉrdeme donde sea. Muรฉrdeme el hombro.

Deslizรณ un poco su chaqueta, desabrochรณ los primeros botones de su camisa y la echรณ hacia atrรกs, dejando expuesto su gran hombro bronceado. Me inclinรฉ hacia รฉl y muy rรกpidamente lo mordรญ apenas, y entonces cogรญ mi catรกlogo SkyMall y empecรฉ a leerlo. Un minuto despuรฉs volviรณ a vestirse y lentamente cogiรณ su ejemplar de SkyMall. Estuvimos leyendo asรญ durante una media hora.

Durante ese tiempo tuve cuidado de no pensar en mi vida. Mi vida estaba muy por debajo de nosotros, en un  conjunto de apartamentos de un estuco rosa-naranjilla, y me parecรญa ahora como si no tuviera que volver nunca a ella. Sentรญa el cosquilleo de la sal de su hombro en la punta de mi lengua. Quizรก nunca mรกs me quedarรญa inmรณvil en medio de mi sala preguntรกndome quรฉ hacer. Algunas veces lleguรฉ a quedarme ahรญ parada hasta dos horas, incapaz de generar suficiente energรญa como para comer, salir, limpiar o dormir. Es poco probable que alguien que acababa de morder a una celebridad y ser mordida por ella tuviera este tipo de problemas.

Leรญ sobre aspiradoras diseรฑadas para succionar insectos en el aire. Examinรฉ toalleros que se calientan solos y rocas falsas que pueden esconder una llave. Empezรกbamos el descenso. Ajustamos nuestros respaldos y bandejas. Inesperadamente, Roy Spivey se volviรณ hacia mรญ y dijo: “Hola.”

–Hola –dije.

–Oye, lo pasรฉ muy bien contigo.

–Tambiรฉn yo.

–Voy a escribirte un nรบmero y quiero que lo protejas con tu vida.

–Bueno.

–Si este nรบmero cae en manos equivocadas, tendrรฉ que pedir a alguien que lo cambie y eso serรก un problemรณn.

–Bueno.

Escribiรณ el nรบmero en una hoja del catรกlogo SkyMall, la arrancรณ y la puso en mi mano presionรกndola contra mi palma.

–Este es el nรบmero personal de la niรฑera de mis hijos. Las รบnicas personas que llaman a este nรบmero son su novio y su hijo. Asรญ que siempre responderรก. Siempre podrรกs contactarla. Y ella sabrรก en dรณnde estoy.

Mirรฉ el nรบmero.

–Le falta un dรญgito.

–Lo sรฉ, ese รบltimo nรบmero quiero que solo lo memorices, ¿de acuerdo?

–Bueno.

–Es el cuatro.

 

 

Giramos la cara hacia el frente del aviรณn y Roy Spivey cogiรณ delicadamente mi mano. Todavรญa sostenรญa la hoja con el nรบmero en ella, asรญ que la sostuvo conmigo. Fue una sensaciรณn cรกlida y sencilla. Nada malo podrรญa pasarme mientras estuviรฉramos cogidos de la mano, y cuando me soltara tendrรญa el nรบmero que terminaba en cuatro. Habรญa querido un nรบmero como este toda mi vida. El aviรณn aterrizรณ graciosamente, como una lรญnea que se dibuja fรกcilmente. Me ayudรณ a bajar mi maleta del compartimento; me pareciรณ algo obscenamente cotidiano.

–Mi gente estarรก esperรกndome afuera, asรญ que no podrรฉ despedirme como se debe.

–Lo sรฉ. No importa.

–Sรญ, de verdad importa. Es una farsa.

–Pero lo entiendo.

–Mira, esto es lo que voy a hacer. Justo antes de que salgas del aeropuerto irรฉ hacia ti y te dirรฉ: “¿Trabaja aquรญ?”

–No, estรก bien. De verdad lo entiendo.

–No, esto es importante para mรญ. Te dirรฉ: “¿Trabaja aquรญ?” Y entonces dices tu parte.

–¿Cuรกl es mi parte?

–Dices “No”.

–Bueno.

–Y sabrรฉ lo que quieres decir. Sabremos el significado secreto.

–Bueno.

Nos miramos a los ojos de una manera que significaba que nada importaba tanto como nosotros dos. Me preguntรฉ si matarรญa a mis padres para salvarlo, una pregunta que he venido haciรฉndome desde que tenรญa quince aรฑos. La respuesta solรญa ser siempre sรญ. Pero con el tiempo todos aquellos chicos se habรญan desvanecido y mis padres seguรญan ahรญ. Ahora estaba cada vez menos dispuesta a matarlos por cualquiera; de hecho, me preocupaba su salud. Sin embargo, en este caso, tendrรญa que decir que sรญ. Sรญ lo harรญa.

Descendimos por el tรบnel entre el aviรณn y la vida real, y entonces, sin ni siquiera una mirada, se alejรณ de mรญ.

Intentรฉ no buscarlo en el รกrea de entrega de equipaje. ร‰l me encontrarรญa antes de irse. Fui al baรฑo. Recogรญ mi maleta. Bebรญ agua de la fuente. Vi cรณmo se peleaban unos niรฑos. Por รบltimo, arrastrรฉ la mirada sobre la multitud. Todos y cada uno de ellos eran otro, ninguno รฉl. Pero todos sabรญan su nombre. Los que tenรญan talento para el dibujo podrรญan haberlo dibujado de memoria, y el resto podrรญa ciertamente describirlo, si tuvieran que hacerlo para, digamos, una persona ciega. El ciego serรญa la รบnica persona que no sabrรญa cรณmo era. E incluso el ciego sabrรญa el nombre de su esposa, y algunos de ellos sabrรญan el nombre de la boutique en la que ella habรญa comprado esa camiseta color lavanda con mini-shorts a juego. Roy Spivey estaba en todas partes y en ninguna. Alguien me tocรณ en el hombro.

–Perdone, ¿trabaja aquรญ?

Era รฉl. Excepto que no era รฉl, porque no habรญa voz en sus ojos; sus ojos estaban mudos. Actuaba. Dije mi frase.

–No.

Una empleada del aeropuerto bastante joven apareciรณ a mi lado:

Yo trabajo aquรญ. Yo puedo ayudarlo –dijo entusiasta.

Durante una fracciรณn de segundo, รฉl hizo una pausa y luego dijo: “Estupendo.”Esperรฉ a ver quรฉ se le ocurrรญa ahora, pero la empleada me fulminรณ con la mirada, como si estuviera entrometiรฉndome, y luego torciรณlos ojos con fastidio, como si estuviera protegiรฉndolo de gente como yo. Querรญa gritar “¡Era una clave, tenรญa un significado secreto!”Pero sabรญa lo que parecerรญa, asรญque me hice a un lado.

 

 

Esa noche me encontrรฉ inmรณvil en medio de la sala. Habรญa hecho la cena y me la habรญa comido, y entonces se me ocurriรณ una idea: quizรก podรญa limpiar la casa. Iba por la escoba y me detuve de repente, coqueteando con el vacรญo en el centro de la habitaciรณn. Querรญa saber si podรญa empezar de nuevo. Pero, por supuesto, conocรญa la respuesta. Cuanto mรกs tiempo me quedara allรญ, mรกs tiempo tendrรญa que quedarme. Era intricado y exponencial. Parecรญa que no estaba haciendo nada, pero en realidad estaba tan ocupada como un fรญsico o un polรญtico. Planeaba estratรฉgicamente mi prรณximo movimiento. Que mi prรณximo movimiento fuera siempre no moverme no facilitaba las cosas.

Renunciรฉ a la idea de limpiar y espere solo poder acostarme a una hora razonable. Pensรฉ en Roy Spivey en la cama con M. Y entonces recordรฉ el nรบmero. Lo saquรฉ de mi bolsillo. Lo habรญa escrito encima de una foto de cortinas rosadas. Estaban hechas de una tela diseรฑada originalmente para los transbordadores espaciales; cambiaban de densidad en reacciรณn a las fluctuaciones de la luz y el calor. Vocalicรฉ en silencio todos los nรบmeros y entonces dije el รบltimo en voz alta. “Cuatro.” Me pareciรณ arriesgado e ilรญcito. Gritรฉ: “¡CUATRO!” Y caminรฉ con facilidad hacia la habitaciรณn. Me puse el camisรณn, me lavรฉ los dientes y me fui a la cama.

 

 

En el transcurso de mi vida he usado ese nรบmero muchas veces. No el nรบmero de telรฉfono, solo el cuatro. Cuando acababa de conocer a mi esposo, solรญa susurrar “cuatro” mientras tenรญamos relaciones, porque me dolรญa mucho. Entonces supe de una pequeรฑa operaciรณn que podรญa hacer para ampliarme. Susurrรฉ “cuatro” cuando mi padre muriรณ de cรกncer de pulmรณn. Cuando mi hija se metiรณ en problemas haciendo solo Dios sabe quรฉ en Mรฉxico, me dije “cuatro” mientras le daba el nรบmero de mi tarjeta de crรฉdito por telรฉfono. Era algo confuso pensar en un nรบmero y decir otro. Mi esposo se burla de mi nรบmero de la suerte, pero nunca le he contado de Roy. No debe subestimarse la capacidad de un hombre para sentirse amenazado. No hace falta ser una belleza para que los hombres acaben peleรกndose por ti. En mi reuniรณn de exalumnos del bachillerato le seรฑalรฉ a un profesor que me gustaba, y al final de la noche ya estaban peleรกndose en el estacionamiento del hotel. Mi esposo dijo que habรญa sido por un tema de racismo, pero yo lo tenรญa claro. Es mejor no decir algunas cosas.

Esta maรฑana estaba limpiando mi joyero cuando encontrรฉ una hojita de papel con una foto de cortinas rosadas. Pensรฉ que la habรญa perdido hacรญa mucho, pero no, ahรญ estaba, doblada debajo de un clavel seco y  algunos brazaletes de tan pesados poco prรกcticos. No habรญa susurrado “cuatro” en aรฑos. Ahora, el concepto de suerte me fastidiaba un poco, como Navidad cuando no se estรก de humor.

De pie junto a la ventana, examinรฉ la escritura de Roy Spivey a la luz. Ahora era mรกs viejo –todos lo รฉramos– pero seguรญa trabajando. Tenรญa su propio programa en la tele. Ya no era un espรญa; hacรญa de padre de doce niรฑos traviesos. Se me ocurriรณ que no habรญa entendido nada. ร‰l habรญa querido que lo llamara. Mirรฉ hacรญa afuera por la ventana; mi esposo estaba en la entrada, aspirando a fondo el coche. Me sentรฉ en la cama con el nรบmero en mi regazo y el telรฉfono en las manos. Marquรฉ todos los nรบmeros, incluyendo el invisible que me habรญa guiado a travรฉs de mi vida adulta. Ya no estaba disponible. Claro que no. Era absurdo por mi parte haber pensado que seguirรญa siendo el nรบmero privado de su niรฑera. Los hijos de Roy Spivey habรญan crecido desde entonces. La niรฑera probablemente trabajaba para alguien mรกs, o quizรก le habรญa ido bien y se habรญa pagado la escuela de enfermerรญa o negocios. Bien por ella. Volvรญ a mirar el nรบmero y me invadiรณ una gran oleada de pรฉrdida. Ya era demasiado tarde, habรญa dejado pasar mucho tiempo.

Escuchรฉ el ruido de los tapetes del coche que mi esposo sacudรญa contra el suelo. Nuestro vetusto gato se restregรณ contra mis piernas, pidiendo comida. Pero no era capaz de levantarme. Pasaron minutos, casi una hora. Estaba empezando a oscurecer. Mi esposo estaba abajo preparando un trago y yo estaba a punto de levantarme. Los grillos chirriaban en el jardรญn y yo estaba a punto de levantarme. ~

 

Traducciรณn de Daniela Franco

© Todos los derechos reservados de esta primera traducciรณn al castellano.

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(Barre, Vermont, 1974) es artista, escritora y cineasta.


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