Aborrezco la semana santa, esa mezcla de misticismo y celulitis. En nuestros tiempos los rituales religiosos huelen a aceite de coco. La semana santa propicia despliegues de teatralidad insulsa, tan cara al alma mexicana y a sus conflictos esenciales: la madre gime porque su hijo está en problemas, y los hijos sangran porque los abandonó su padre. Prefiero, definitivamente, las semanas laicas.
Es muy curiosa la forma en que una sociedad tan autoproclamadamente jacobina se entrega al psicodrama colectivo, una gestalt tumultuaria en la que se brinca, de un día para otro, de posar desnudos para el fotógrafo gringo a disfrazarse de romanos y judíos y hablar en vosotros. Espadas de cartón y pelucas de fibracel para apóstoles de pacotilla, últimas cenas de ocasión, sanedrines al uso, jesucristos prêt-à-porter.
En la prensa saldrán las fotos de rigor: el obispo gordito que le soba la cabeza a un niñito disfrazado de judas, la gorda que logró retacarse en un bikini, los capirotes en Taxco. El cura que declara que si los partidos políticos pagaran impuestos, la Iglesia también lo haría (impuesto al bautizo agregado, derecho de defunción). La prensa “progresista” se pone piadosa de pronto: “En el sufrimiento del obrero y el campesino se actualiza el de Cristo”. En la tele comercial pasan, como todos los años, El mártir del Calvario: un Cristo ceceante de sexualidad dudosa que camina en ralentí. En la tele culta, en cambio, Cristo es comunistón, habla italiano y tiene una ceja estilo Frida Kahlo. La vía cursis.
Una computadora inglesa hizo una cara de Cristo con base en no sé qué estudios: parece un plomero esperando que le despachen un cople. Los noticieros brincan del Papa lavando pies de pobres a miles de nalgas de la clase media tostándose en la playa, casi siempre en parejas. A la gente en México obviamente le gusta sangrar en público, azotarse, pedir perdón clamorosamente. Es una pena, pero no una que sufra la gente. El Che Guevara solemne pregona: “pocos países han hecho tanto por los derechos humanos como lo ha hecho Cuba”. Nadie dice: “En el sufrimiento del disidente o el homosexual cubano se actualiza el de Cristo”.
Y para terminar, Iztapalapa. El uso y costumbre como conducta inducida. Los caballos que montarán los son de la policía local, ascendida a centurión. Sesenta caballos para atrapar a Dimas y a Gestas. El costo en sonido, iluminación, seguridad, música se paga con los impuestos, gracias a la generosidad del Jefe de Gobierno, un comecuras que de pronto se convierte en Pedro el Ermitaño. ¿Por qué el gobierno capitalino utiliza impuestos para subvencionar fanatismo religioso? Porque es “popular”, la palabra que justifica todo. La gente de Iztapalapa no tiene para comprar libros (por ejemplo de Marx, que explica el fanatismo religioso y otros usos y costumbres) pero sí para hacer la versión pozole de Cecil B. de Mille, ese enajenador. Lo bueno es que, a pesar del linchamiento público de un nazareno, el saldo siempre es blanco.
Otra imagen ritual: miles de personas como albóndigas en el caldo de un balneario popular o en una marceloplaya. Y otra: la fotos del vacío Paseo de la Reforma y el pie de foto que reza “¡Si siempre fuera así…!”. Y las cofradías de penitentes que recorren las calles de Taxco flagelándose, arrastrando melodramáticas cadenas, cargando espinas purgantes. No me explico cómo no los arrestan. Terrorismo visual, masoquismo en vía pública, distribución ilegal de hemoglobina. Y los ricachones que van todos fashion a comulgar con daiquiris y a visitar las siete discos, y… Constitución mía, ¿por qué me has abandonado?
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.