Leyendo K., el ensayo-novela de Roberto Calasso que acaba de publicar Anagrama y leyendo la inspirada reseña que Mercedes Monmany ha escrito acerca de este importante libro sobre Kafka, me he acordado del famoso Edmund Wilson, el crítico más temido del mundo occidental en los años cuarenta del siglo pasado. Había nacido Wilson en Nueva Jersey, en 1895. Sus opiniones literarias fueron durante mucho tiempo lo más alto de la crítica mundial. Hoy vemos, casi con estupor, que escribió con auténtica ceguera intelectual sobre Kafka y que eso le trajo la ruina a su prestigio futuro. Y es que basta una crítica para arruinar a un libro, pero también a un crítico.
Escribió el vanidoso Wilson un texto (Una opinión disidente sobre Kafka) que él creía muy inteligente y agudo y en realidad no era más que una colección de gansadas monumentales sobre Kafka que aún hoy no se han olvidado. Precisamente porque no se han olvidado, esas sandeces han terminado por cavarle una profunda tumba de olvido a su antaño reputado prestigio. Creyendo que iba a mostrarse penetrante y original, Wilson dijo en sus notas que el escritor de Praga estaba siendo bárbaramente sobrevalorado cuando en realidad se trataba de un autor ridículamente infantil: “Esas dos novelas, El proceso y El castillo, que se han convertido en algo así como textos sagrados, son más bien abruptas aventuras, nunca terminadas y realmente nunca trabajadas del todo […] Lo que nos dejó fue un jadeo a medio expresar de un alma insegura y atropellada. Lo que no comprendo es cómo puede ser posible tomarlo por un gran artista”.
Como se ve, el agudo Wilson, al leer a Kafka con veloz superficialidad, delató agujeros en su sistema crítico y cavó su propio descrédito. Es cierto que no hay dos personas que lean el mismo libro, pero Wilson, con su escasa perspicacia ante Kafka, nos recuerda hoy a Woody Allen cuando dijo: “He hecho un curso de lectura veloz y he leído Guerra y paz en veinte minutos. Habla de Rusia.”
Y hablando, por cierto, de Rusia, la célebre y agria polémica de Wilson con Nabokov acerca de la traducción al inglés de Eugène Oneguin de Pushkin, también, con el tiempo, ha acabado volviéndose en contra de Wilson. Habrá que empezar a preguntarse si no será que hay una visión crítica norteamericana diametralmente opuesta a la inteligencia crítica europea. Quizá existan hoy más que nunca distancias profundas e insalvables y eso explique en parte el egocentrismo del mercado literario anglosajón. A Nabokov le veo siempre muy por encima de Wilson cuando pienso, por ejemplo, que escribió una novela tan profundamente norteamericana como Lolita para a continuación montar un texto tan endiabladamente intelectual, europeo y laberíntico como Pálido fuego.
Que la distancia europea con el discurso crítico norteamericano es profunda lo demuestra hoy en día la existencia, por ejemplo, del insufrible crítico Harold Bloom, que lleva tiempo pontificando sobre el canon occidental con una frivolidad pasmosa y encumbrando a autores que no ha leído. No pasaría nada, sino fuera porque, al igual que a Wilson, sólo una cosa le parece cierta: que ningún otro escritor sobrepasará jamás a Shakespeare. ¿Tiene esto forzosamente que ser cierto? Aunque es una opinión que, como se dice hoy en día, parece muy respetable, la verdad es que habría que preguntarse qué sucederá en 2064 con el aniversario de Shakespeare. Como hizo en su momento George Steiner, podríamos ahora preguntarnos si habrá un espectáculo pirotécnico que transportará las campanas de Stratford a todas las estaciones espaciales o bien un silencio universal, debido a que Shakespeare habrá quedado reducido a mera cita textual de eruditos.
¿Qué será de Shakespeare en 2064? ¿Es realmente tan insuperable? Hay autores que han perdido la vida por delicadeza, por tener una delicadeza con Shakespeare, tal vez porque decidieron que había que actuar con lealtad a los supuestos límites de la inteligencia y creatividad humanas. ¿Y si hasta ahora esa lealtad a los límites ha sido el noble motor que nos ha impedido ir más allá de Shakespeare? Tal vez aún no hemos leído bien a Kafka, que fue más allá de los límites sin moverse del centro de Praga. “Qué motivo podría haberme arrastrado hacia esta tierra desolada, sino el deseo de permanecer aquí”, puede leerse en El castillo, la novela que con mayor profundidad comenta Calasso en su libro.
¿Actuó Kafka con lealtad a los límites? Tal vez se siga leyendo a Shakespeare, pero el mundo se vuelve si no se ha vuelto ya kafkiano. No sabemos qué sucederá en 2083 con el aniversario de Kafka, pero la verdad es que en K., la novela-ensayo de Calasso, se entrevé un tipo de pensamiento crítico irreconciliable con ciertas visiones literarias que nos llegan de América. Y del mismo modo que ningún imperio como ningún crítico dura siempre, no sería extraño que las campanas para todas las estaciones espaciales procedieran también de Praga. De ocurrir eso, estaríamos en el fondo ante una buena noticia. Desde la vieja Europa un nuevo y superior talento de orden kafkiano estaría demostrando que hicimos bien al no guardar tanta lealtad a los supuestos límites de la inteligencia y creatividad humanas, que hicimos bien al no habernos impedido a nosotros mismos ir más allá de Shakespeare. –
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