El sitio web de Librerías Gandhi ofrece una lista de “autores más vendidos”. Aquí la lista:
Mi principal conflicto no tiene que ver con la obvia ausencia de criterios estéticos del mercado –¿cómo alguien preferiría comprar el Manual para no morir de amor de Walter Riso antes que Los enamoramientos de Javier Marías?–, sino con la obvia ausencia de criterios literarios del librero, es decir, con el hecho de que Anónimo aparece como un autor y en el cuarto lugar de la lista.
Según la lógica de esto, por supuesto que Anónimo ha vendido mucho más que Javier Marías por la simple razón de que ha creado obras de todo tipo desde antes de que Marías existiera, como se comprueba en este elocuente artículo dedicado al personaje en la Frikipedia; de hecho, pensándolo mejor, me sorprende que su lugar sea el cuarto y no el primero, como cualquiera podría suponer debido a la innegable capacidad productiva de este pariente de otro prolífico autor: Dominio Popular.
En su conferencia “¿Qué es un autor?”, Michael Foucault lo definió como una categoría literaria con funciones textuales muy diferentes a la del escritor real y al narrador ficticio, por ejemplo, la de instauración de una discursividad dentro de un más vasto grupo de obras. Un autor, en este sentido, es mucho más que un nombre y un apellido, es un elemento más de la convergencia de discursos que intervienen en la creación de una obra. Pero como para el mercado los debates teóricos pasan a segunda o tercera instancia, la pregunta entonces tendría que ser: ¿Qué significa la aparición de Anónimo en la lista de los autores más vendidos?
La idea de best-seller nubla todas las clasificaciones salvo la mercantil: un best-seller es un libro que vende bien. Sin embargo, el sintagma se ha lexicalizado y ahora define también una enorme cantidad de libros “malos” que le gustan a la mayoría de la gente que todavía va a librerías, pero que no satisfacen los estándares del público especializado. Al lado de esta concepción está la idea de escritor que la cultura popular refleja y que se basa en dos estereotipos: el escritor exitoso y el escritor atormentado, junto con todas las combinaciones entres éstos. Que esta concepción también vende lo demuestran todas las películas cuyo protagonista es un escritor exitoso o atormentado, o videojuegos como Gabriel Knight o más recientemente Alan Wake.
Cuánto influye la biografía de un escritor en la venta de sus libros es algo que corresponde a leyes del mercado inabarcables para mí. Sin embargo, no se necesita una maestría en mercadotecnia para saber que los infortunios que J. K. Rowling padeció antes de escribir Harry Potter son rentables. Cuando yo compré y leí Harry Potter no estaba comprando a Rowling, como sí hago, por ejemplo, con cada libro de Marías que aparece. La diferencia es la siguiente: si fueran medicinas, Rowling sería un genérico –como lo son Dan Brown, Paulo Coelho, Henning Mankel, Hanuki Murakami, Stephenie Meyer– mientras que Marías sería un medicamento de patente. Sin embargo, a diferencia de lo que pasa en el mundo de los enfermos, el efecto que ambos producen puede o no ser el mismo, dependiendo de las expectativas con las que uno inicia la lectura.
Aquí comienza la discriminación, en el sentido de seleccionar excluyendo. En El placer del texto, Roland Barthes escribió que “el texto que usted escribe debe probarme que me desea. Esa prueba existe: es la escritura. La escritura es esto: la ciencia de los goces del lenguaje, su kamasutra (de esta ciencia no hay más que un tratado: la escritura misma)”. Desde este punto de vista, un best-seller siempre se preocupa por mostrarle al público que lo desea, aunque sea como cliente; así lo demuestra la estrategia de ventas, pero también así lo muestran los elementos que intervienen en la composición del texto, cuya última meta es la de crear rápidamente un vínculo empático con el lector, bajo el cual éste último obtenga el mayor placer del mínimo esfuerzo de descodificación. Por el contrario, la actitud opuesta es similar a la visión vanguardista que trató de restringir el público mediante una codificación mucho más encriptada.
Por eso también se piensa en literatura fácil cuando se habla de best-sellers, y de allí vienen clasificaciones que superan el criterio mercantil: literatura de masas, literatura basura, novelas de aeropuerto, libros de playa, lectura de amas de casa y otros prejuicios que aparecen de manera muy clara en el “Decálogo imperfecto de literatura basura”, un blog que en clave irónica se dedica al análisis de este tipo de textos.
A pesar de todo, también existen buenos libros malos y placeres culpables que cada lector especializado atesora en un rincón de su biblioteca. Poco a poco, ese ente amorfo llamado crítica literaria encuentra equilibrios que reconcilien el análisis y los juicios con la ventas. Un ejemplo de esto es este artículo publicado en el Sunday Book Review el 5 de agosto pasado, en el cual se hace una revisión del estado de la literatura sobre zombies –claro ejemplo de literatura de masas– además de hacer clara publicidad al incluir precios por los que cada ejemplar puede comprarse.
La inclusión de Anónimo en la lista de los más vendidos, sin embargo, es un ejemplo de la poca reflexión que todavía existe en las estrategias de venta, pues no singularizan algo que merece al menos reflexiones mínimas para no confundir libros con camionetas. Esa misma actitud lleva a escritores que han roto récords de ventas a publicar, como en su día lo hizo el chileno Hernán Rivera Letelier, su intención de convertirse en el “mejor escritor del mundo”, como si tal cosa fuera susceptible de medirse o estimarse.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.