Tanto van los Alcántara a la fuente

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La nostalgia no consiste en ver lo que veíamos hace años con su blanco y negro y su canesú, sino en ver su sucedáneo coloreado de la actualidad. Nostalgia no es ver Crónicas de un pueblo con el maestro, viejo pero fiel a los principios fundamentales del Movimiento, recitando con entusiasmo el Fuero de los españoles ante una atentísima clase de niños (sólo varones), sino ver Cuéntame, donde todos los españoles nos hemos convertido, por arte de la magia del colegio Hogwarts, en protoclasemedia protodemocrática, con lágrimas en los ojos.
     Nostalgia no es ver la reposición del programa en el que Tony Ronald o Miki o Elsa Baeza nos atufaban con sus canciones de éxito, con su chico de la armónica, con la misa campesina, sino poder nominar (y echar) al Tony Ronald actual, más viejo, más gordo, más patético aún, a Miki o a Elsa Baeza de Vivo cantando, un programa de variedades lamentable.
     Nostalgia no es disfrutar con la película de Cine de barrio, sino solazarse con los invitados a la tertulia de José Manuel Parada: comprobar que los galanes de esas películas castizas y exitosas de otros tiempos son ahora tipos anónimos, tan calvos y tan gordos como yo, y las bellezas esculturales que completaban el reparto son tipas anónimas, tan gordas y permanentadas como yo. La nostalgia es la democracia de la historia.
     Nostalgia es descubrir el peluquín de Iñigo en El show de Flo y reírte un poco, para comprender un instante después las razones por las que Iñigo tiene que llevar peluquín y arrepentirte por haberte reído con el peluquín de Iñigo.
     Nostalgia es que el cura de Cuéntame sea un poco rojo y haga cineforums con películas de Ingmar Bergman, que el público de la parroquia cree que son películas suecas de desnudos y de follar. Disfrutar con la ignorancia forma parte de la nostalgia. Nostalgia es que, también en Cuéntame, todos nos veamos bien fingiendo haber sido levemente antifranquistas (antifranquistas de zapatillas de felpa, de misa, de estufa de butano, de Un, dos, tres, responda otra vez, de tu abuelo estuvo en la Guerra Civil, de represión sexual, de represión asociativa, de represión intelectual, de represión política, de represión moral, de represión lingüística, de cierre de fronteras, de Caudillo de España por la gracia de Dios).
     Tito Fernández, uno de los directores de Cuéntame, afirmaba en una entrevista en El País que era un gran mentiroso, pero que sólo mentía en lo esencial. “Mentir en lo esencial” sería un lema perfecto para Cuéntame. Creo que todavía no se podría hacer una serie como Cuéntame ambientada en la Alemania de Hitler.
     George Orwell sabía lo difícil que era recordar: recordar las cosas elementales, por ejemplo si vivíamos mejor o peor o si en una pared estaba escrita una frase así o asá. Escribió sobre el asunto en Rebelión en la granja (versión para niños o para lectores con poco tiempo) y en 1984 (versión para adultos o para niños que hayan superado con éxito la etapa J.K. Rowling). George Orwell no paró de escribir sobre lo fácil que es mentir respecto al pasado, sobre lo fácil que es cambiar el pasado, sobre lo sencillo que es falsificar el pasado, sobre la impunidad de que disfrutan quienes falsifican el pasado. Nadie lee a George Orwell por miles de razones (porque era anticomunista, porque era un cenizo, porque ya no estamos en 1984, porque no me gusta la ciencia ficción, porque sus libros son para niños, porque era homófobo), y este año la excusa para no leer a George Orwell es que se celebra su centenario. George Orwell recibió una paliza de mentiras por tratar de recordar el orden de los acontecimientos (y se salvó de milagro de la muerte en la Barcelona de la Guerra Civil).
     Perseguir la verdad es lo opuesto a echar de menos el pasado. La democracia es lo contrario del franquismo aunque Cuéntame nos explique que todo viene a ser lo mismo, pero sin votaciones pesadas. ¿Qué cambia de la vida de los Alcántara de los sesenta-setenta a la vida de los Alcántara del siglo XXI? Facturas, hijos pesados, suegras, trabajo espantoso, bares con moscas, intentos de vacaciones en playas horrorosas, promotores inmobiliarios que siguen haciendo de las suyas, patronos que son unos cabrones, etcétera. La única diferencia es la brasa de la democracia (y esto se cuenta en una suerte de elipsis, porque los guionistas de la serie ya sabían que España acababa en monarquía parlamentaria).
     La palabra nostalgia no entró en la lengua castellana hasta mediados del siglo XIX, como una suerte de arpón romántico fuera de tiempo (Joan Corominas lo explica en su Diccionario etimológico). En la segunda mitad del siglo XIX se produjo un espectacular avance de la “historiografía científica”. Quizá estas dos afirmaciones enfrentadas encierren algún tipo de paradoja, o al menos de moraleja, pero a lo mejor es cierto que merece la pena mentir sólo en los asuntos esenciales. ~

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(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.


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