La especulación es la madre de las teorías conspirativas, pero no siempre las alcanza a parir. Por ejemplo, en Argentina se especula a placer, pero no siempre se teorizan conspiraciones. Al igual que el tango y el fútbol, la política no se entiende sin el arte de la finta. Cada movida en el tablero político: un anuncio de la presidenta, un enroque en el gabinete, etcétera, genera una oleada de especulaciones sobre la dirección e intenciones de la jugada principal. Se entiende que en política siempre se intenta despistar antes de abrir el juego, pero no hay duda de que el juego queda expuesto al final.
En México, sin embargo, la especulación generalmente lleva su embarazo a término y como resultado llevamos ya un rato viviendo en una explosión de teorías conspirativas. Tenemos un contexto histórico para ello. Vivimos durante décadas en un sistema político opaco cuyos procesos eran legibles solo para los involucrados y por esa razón hicimos de la especulación un arte. Juntábamos los pedazos de información que alcanzaban a llegar a la superficie y tratábamos de inferir sus significados profundos. El clímax de ese ejercicio era el rito sexenal del destape presidencial. En mis recuerdos de la niñez, la temporada del destape era precedida por interminables tardes domingueras en las que la familia entera trataba de armar el escenario político con los jirones de datos que traía el tío que era chofer en Hacienda, la prima que salía con el sobrino de la secretaria del coordinador distrital del PRI y demás insiders.
Nuestra clase política no ha dejado de considerar a los ciudadanos como menores de edad para procesar toda la información sobre el manejo de los asuntos públicos y sigue operando con las persianas cerradas. La ciudadanía, en respuesta, no tiene más remedio que seguir especulando. Lo terrible del asunto es que buena parte de la prensa, en especial el diario y el semanario más identificados con la izquierda, lejos de elevar el nivel de la exposición y análisis de los asuntos que la clase política no quiere ventilar, descendió al nivel de la especulación dominguera. He ahí los ingredientes para el boom actual de teorías conspirativas: opacidad oficial, tradición especuladora y falta de rigurosidad informativa y oficio periodístico en los medios.
El exponencial crecimiento de las redes sociales ha democratizado la elaboración de teorías conspirativas de modo que ahora todo mundo puede crearlas y difundirlas en tiempo real. La elección presidencial, la lucha contra el narco, la aprobación de políticas públicas y, con mucha mayor razón, los accidentes y crímenes que involucran a la clase política, todos tienen explicaciones a través de teorías conspirativas de mayor o menor rango. Por esta razón, este espacio ofrece al lector cuatro sencillos tips para discernir la verosimilitud de una determinada teoría conspirativa y elaborar teorías propias con un mínimo de rigor y coherencia:
1. Tener un momento de humildad y determinar si con la información y las fuentes que se tienen a la mano es posible teorizar con un mínimo de solidez. Recuerdo que al inicio de la huelga de la UNAM, en 1999, un amigo tuvo a bien alertarme:
-Beto, me dicen mis contactos en el Ejército que la huelga es un pretexto para crear problemas en el DF e imponer a Roberto Madrazo como candidato en el PRI. Luego los van a reprimir y habrá muchos desaparecidos para que los estudiantes no puedan organizarse.
-Sale, gracias, ¿dónde están tus contactos?
-Es el primo de mi vecina, es soldado en un cuartel de Hidalgo.
2. Realizar un análisis costo-beneficio para determinar si el objetivo final no era más fácil de alcanzar sin la conspiración. Esto viene al caso porque tras la lamentable pérdida de vidas en la torre de PEMEX y mientras seguimos a la espera de una versión oficial sobre las causas de la tragedia, las redes sociales e incluso algunos analistas se han dado vuelo con teorías cada vez más descabelladas, entre ellas, una que raya en lo obsceno: la explosión es parte de la misma campaña que busca privatizar a PEMEX justificando la medida por la falta de seguridad en la empresa. Si pensamos que los conspiradores son por naturaleza “fríos y calculadores”, veremos que el costo de planear, llevar a cabo y luego encubrir un atentado de esta magnitud sobrepasaría infinitamente el costo de sumar los votos en el Congreso para aprobar lo que sea que dichos “privatizadores” tengan en mente. Eso sin mencionar que si se quisiera privatizar con el pretexto de la seguridad, el historial de PEMEX ya da para venderla veinte veces.
3. Aplicar el principio de la navaja de Ockham. Esto puede parecer una paradoja, porque dicho principio (“la explicación más sencilla suele ser la correcta”) descartaría de inicio la necesidad de recurrir a teorías conspirativas para explicar algo. Sin embargo, si ya se ha iniciado el descenso en la resbaladilla, todavía vale la pena mantener un mínimo de parsimonia. Una buena teoría conspirativa tiene pocas variables y el objetivo es claro. Por ejemplo, si pensamos que la elección de Peña Nieto fue una farsa en la que el IFE estuvo a cargo de enterrar toda evidencia del gasto excesivo de campaña, ¿por qué querría el mismo IFE mantener viva la polémica -luego de exonerar a Peña Nieto- multando a la coalición de AMLO? ¿No habría sido más fácil darle carpetazo al asunto? Incluir la multa contra AMLO en la conspiración original la diluye.
4. Estar consciente del efecto “Pedro y el Lobo”. Esta se explica por sí misma. El efecto principal de la proliferación de teorías conspirativas es el colapso de toda forma de validación de la información y del discurso público. Esto es particularmente grave para la izquierda que busca construir un discurso alternativo cuya base debiera ser su coherencia interna y verosimilitud. Cuando la izquierda se hace eco de las teorías conspirativas más salvajes renuncia a su vocación crítica; se vuelve simplemente criticona. Y luego ya nadie le creerá.
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.