El 68 y el esplendor de la industria editorial

1968 fue un año clave para la publicación de libros en México: la historia de tres casas editoriales sirve para dibujar un ambiente cultural combativo y una apuesta general por títulos arriesgados e ideas subversivas.
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En La edición sin editores André Schiffrin afirma que la edición de libros representa siempre un microcosmos de la so- ciedad de la que forma parte: refleja sus grandes tendencias y da cuenta de las ideas imperantes en cierta época. Además de su importancia social y política, 1968 marcó un hito de la industria editorial en México, pues en aquel año aparecieron varios títulos que renovaron la literatura accesible en el país y en particular el pensamiento político. Si bien las décadas de los sesenta y setenta estuvieron marcadas en su conjunto por la aparición de importantes títulos en español, 1968 destaca por la conjunción entre la publicación de libros trascendentales para las ideas políticas de izquierda y las acciones que una buena parte de la población emprendió mediante las protestas políticas.

En 1968 la industria editorial mexicana llegó a un momento de consolidación y difusión de títulos importantes en materia cultural y política, que puso a disposición del gran público información que estaba en sintonía con la exigencia de cambio y también con la idea de compromiso político. Por otra parte, el florecimiento de las editoriales mexicanas mostraba la transformación que la edición en español estaba experimentando a mediados del siglo pasado: un desplazamiento geográfico relacionado con las condiciones políticas de los países que se habían erigido como los centros editoriales de la lengua (España, Argentina y México).

Mientras la industria editorial española sufría la censura de Francisco Franco, la mexicana y argentina habían crecido considerablemente gracias a nuevas editoriales que marcarían la cultura de los sesenta. En México, tres sellos icónicos, fundados en los sesenta, ilustran el momento que estaba viviendo el sector en el país: Editorial Era (1960, hoy Ediciones Era), Joaquín Mortiz (1962) y Siglo XXI Editores (1965). Los tres presentaron desde sus primeros años libros relevantes para su acervo y contaban con una muy definida identidad editorial para 1968.

Ese año, estos tres sellos dieron a conocer títulos significativos tanto para la literatura como para el pensamiento crítico. Joaquín Mortiz puso en circulación El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada de Herbert Marcuse, en traducción de Juan García Ponce, y Siglo XXI publicó El diario del Che en Bolivia. Editorial Era a su vez dio a conocer un folleto de Carlos Fuentes, París. La revolución de mayo, que describía los acontecimientos del mayo parisino. Los tres textos, desde un inicio, fueron éxito de ventas: el diario de Ernesto Guevara vendió 35,000 ejemplares en apenas un año, el folleto de Era tuvo un tiraje de 15,000 ejemplares entre julio y agosto y Marcuse vendió 16,000 ejemplares en diez meses.

La historia individual de cada una de estas tres casas editoriales es un claro ejemplo de cómo el sector se configuró tras el exilio español republicano y las interconexiones que existían en el mundo editorial latinoamericano. En el caso de Era, la empresa fue creada por cinco socios, todos ellos exiliados españoles republicanos, relacionados a la industria del libro, ya fuera por el lado de la comercialización –como los hermanos Neus, Jorge y Francisco Espresate– o el diseño gráfico –como Vicente Rojo y José Azorín–. Su propósito, al fundar la editorial, era promover la creación literaria, las ciencias sociales, el arte gráfico de buena calidad y dar a conocer ciertos sucesos políticos de aquel momento. Era quedó fuertemente marcada por lo acontecido en 1968, al grado de que supo integrar los hechos de ese año en su catálogo editorial.

Por su parte, Joaquín Mortiz fue creada por el exiliado español Joaquín Diez-Canedo, quien había desarrollado una notable carrera como editor en el Fondo de Cultura Económica (FCE), en especial en la sección de literatura, de ahí que no resultara extraño el papel que después jugaría su nueva editorial, particularmente su serie “El Volador”, en la configuración de la literatura mexicana. En el plano político, el sello tuvo una función decisiva en la divulgación de ciertas ideas en México: la edición en español de algunos de los principales textos de Marcuse –por ejemplo: Eros y civilización, El hombre unidimensional, Un ensayo sobre la liberación y Contrarrevolución y revuelta– sirvió para renovar el pensamiento de izquierda en el país. En uno de sus textos más emblemáticos, El hombre unidimensional, Marcuse plantea que los mecanismos totalitarios de las sociedades industriales avanzadas crean falsas necesidades y vuelven al individuo un simple eslabón en la cadena productiva. En tanto convierte al ser humano en una persona que no puede criticar y confrontar al sistema, la cultura capitalista contiene y borra el desacuerdo. Sin embargo, a juicio de Marcuse, existen mecanismos estructurales en la sociedad industrial que pueden romperse. La función del individuo, entonces, es esencial para lograr el cambio en la sociedad: el hombre puede enfrentar de forma personal al sistema, en un primer momento, y después organizar a la sociedad en contra de la brutalidad y la explotación humanas.

Siglo XXI Editores nació a su vez como una sociedad anónima, en la que más de cuatrocientos intelectuales mostraron su apoyo al editor argentino Arnaldo Orfila Reynal, despedido del FCE en 1965. Bajo su dirección, el FCE había publicado títulos que tendían a la izquierda y tomaban posición en la Guerra Fría cultural. En particular, dos libros irritaron a cierta parte de la intelectualidad mexicana y provocaron la destitución. Los hijos de Sánchez (1964), del antropólogo estadounidense Oscar Lewis, mostró las condiciones de pobreza que se vivían en México en un momento en que el discurso oficial era que la revolución de 1910 había terminado con la miseria en el país. El libro indignó principalmente a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Por otro lado, Escucha, yanqui, del sociólogo estadounidense C. Wright Mills, ya había sido publicado en español en 1961, pero se rumoraba que el gobierno cubano había financiado una de las reimpresiones. Después de su despido del fce, Orfila Reynal, a sus 68 años, comenzó un nuevo proyecto editorial especializado en ciencias sociales y literatura.

En aquellos años, la industria editorial en español vivía una revolución tanto comercial como de edición. En primer lugar, existía un público lector en buena parte conformado por estudiantes universitarios, interesados en transformar la realidad que vivían. En segundo lugar, el libro ocupaba un lugar primordial en el ambiente intelectual de la época: los suplementos culturales otorgaban un espacio preponderante a las reseñas y sugerencias de lecturas, existían por primera vez en México librerías de estantes abiertos que permitían hojear las publicaciones y la gente se reunía en cafés literarios para discutir sus lecturas. Otro aspecto significativo para el desarrollo de la historia editorial fue el llamado boom latinoamericano, un apogeo comercial de la literatura de la región que permitió dar a conocer a nivel internacional la situación política de América Latina. En ese mismo periodo, se dio un proceso de politización de los intelectuales, ya que la mayoría de ellos se posicionó de un lado u otro de la Guerra Fría cultural.

La figura del intelectual comprometido ante los sucesos de su tiempo era típica de los sesenta, la militancia desde la cultura se asociaba a nombres como Jean-Paul Sartre, Bertrand Russell y Edward Palmer Thompson. El compromiso político se expresaba no solo a través de los libros sino mediante intervenciones en la prensa, organización de protestas y el interés por generar debates que influyeran en las decisiones políticas. Desde la izquierda, el papel del intelectual como divulgador del pensamiento crítico fue crucial en la cultura de aquellos años. Tal era el interés por generar una discusión pública de la función de la cultura que, en enero de 1968, tuvo lugar en La Habana un congreso que sirvió para debatir las diferentes formas en que la intelligentsia de izquierda podía intervenir en la esfera pública internacional.

Entre las primeras obras que aparecieron en México sobre los acontecimientos del mayo francés de 1968 se encuentra el folleto de Carlos Fuentes, con fotografías en blanco y negro de Antonio Gálvez, que en 31 páginas daba cuenta de la lucha política en París (Fuentes se encontraba en ese momento en la ciudad, aunque hay evidencia de que había llegado después de los días clave). El folleto tiene probablemente su origen en la correspondencia que Fuentes mantenía con el editor de Siglo XXI en México, entre mayo y junio de ese año, pues Orfila Reynal le comenta, en una carta, a Fuentes que existe cierta urgencia por preparar un volumen no muy extenso con artículos, notas, manifiestos y testimonios que ofrecieran un panorama del movimiento en Francia. Sin embargo, el artículo que en un primer momento había sido pensado como parte del suplemento La Cultura en México y como prólogo de un volumen para Siglo XXI terminó publicado por Era, con una dedicatoria para Orfila Reynal y su esposa Laurette Séjourné.

Una parte del texto –presentado como crónica-reportaje– apareció en el suplemento La Cultura en México de la revista Siempre! el 31 de julio de 1968, con la misma portada del folleto de Era. Es interesante observar que Era reimprimió el folleto en el inicio del movimiento estudiantil mexicano, en julio y agosto, pero dejó de hacerlo hacia mediados de este mes. En Los procesos de México 68. Acusaciones y defensa –que recopila materiales diversos alrededor de los procesos que llevaron a la cárcel a varios integrantes del movimiento estudiantil– aparece una denuncia de que el texto de Fuentes había promovido la rebelión en contra del Estado mexicano. Puede apreciarse un indicio de que la editorial estaba tomando precauciones si se observa que la cuarta reimpresión se dio hasta marzo de 1969 y que los voceros de diarios habían provocado ciertos problemas en la distribución del folleto. Aunque nunca existió una afrenta directa y explícita contra París. La revolución de mayo, sí había la percepción de que el texto estaba incitando a los estudiantes a manifestarse.

Por su parte, Siglo XXI Editores publicó en 1968 algunas obras importantes para la izquierda como El capital monopolista, de los economistas Paul A. Baran y Paul M. Sweezy; Teoría y política del desarrollo económico, de Celso Furtado; la recopilación Polémica sobre marxismo y humanismo, El fin de la utopía de Marcuse y el ya mencionado Diario del Che. De entre todos los títulos este último es de una especial relevancia porque Ernesto Guevara había fallecido en la sierra de Bolivia un año antes y su diario había sido recuperado de forma clandestina. La edición a cargo de Siglo XXI se dio de manera privilegiada, ya que Orfila Reynal había conocido al Che en la Ciudad de México a mediados de los años cincuenta cuando todavía fungía como director del FCE (de hecho, Orfila Reynal le había regalado al Che la edición del Fondo de El capital de Karl Marx). A pesar de que El diario del Che en Bolivia apareció en otros sellos editoriales –como Ruedo Ibérico o Editorial Sandino, de Uruguay–, la edición de Siglo XXI tuvo una muy amplia difusión. Tanto era el interés de publicar el título en México que se dio un fuerte disgusto entre Editorial Era y la comunidad en la isla encargada de gestionar los derechos del libro: en una carta, Orfila Reynal argumenta que su interés es la difusión de la obra más que obtener ganancias para la empresa que había creado.

El capital cultural y la reputación que Siglo XXI había acumulado hacia 1968 queda patente si se piensa que existió una efímera editorial Siglo XXXII, cuyo único objetivo fue difundir la carta en la que Helena Paz Garro le recriminaba a su padre Octavio Paz haber dejado la embajada de México en la India a manera de protesta frente a la matanza del 2 de octubre. El folleto de 31 páginas llevaba el título de Lettre à Octavio Paz, ancien ambassadeur du Mexique à l’Inde y, al parecer, la Secretaría de Gobernación pagó a la empresa Morales Hermanos la impresión de 30,000 ejemplares del texto que se distribuyó a nivel internacional en diferentes embajadas y en el que se tergiversaba el nombre de una de las editoriales en las que Octavio Paz había publicado.

La relación que se dio entre la publicación de las editoriales y los movimientos políticos de aquel año es notable al considerar que existía un corpus de libros editados por los sellos aquí mencionados que contribuyó a configurar una atmósfera de crítica y análisis social. Además, existió un genuino entusiasmo personal por parte de algunos editores en el movimiento de 1968. Por ejemplo, la editora de Era, Neus Espresate, asistió a varias manifestaciones y vivió el 2 de octubre en la plaza de Tlatelolco, una experiencia que la marcó de por vida. Aunque Emmanuel Carballo afirmaba que muchos editores e intelectuales se sentían ajenos al movimiento conformado mayoritariamente por jóvenes, el interés por observar, vivir y participar en la manifestación permitió que pocos años después de sucedidos los acontecimientos se publicaran títulos que abordaban el tema por primera vez en México.

La industria editorial mexicana de los sesenta se fortaleció en los años siguientes gracias al cobijo que dio a los intelectuales latinoamericanos en el exilio. Esto se vería con mayor claridad hacia los años setenta con la publicación de la revista Cuadernos Políticos que editaba Era y la colección “Biblioteca del pensamiento socialista” de Siglo XXI. De hecho, la colaboración de estos grupos culturales latinoamericanos en diferentes sellos puede rastrearse a finales de los sesenta e inicio de los setenta. El filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría comenzó a participar con Siglo XXI Editores en 1968, cuando compiló y tradujo, junto a Carlos Castro, Sartre, los intelectuales y la política y, a partir de 1974, colaboraría con Editorial Era como traductor y editor. Por su parte, hacia 1970 el cordobés José Aricó comenzaba a acercarse a Siglo XXI Argentina para configurar lo que después sería un trabajo editorial que dejó una huella profunda en la biblioteca en español de la izquierda.

Como intenté mostrar en el presente artículo, editoriales como Era, Joaquín Mortiz y Siglo XXI pueden verse como parte de un proyecto editorial y político que refleja de manera clara algunos de los intereses intelectuales de aquellos años. Las editoriales pueden concebirse como un sujeto histórico-social, pues permiten no solo la expresión de ideas sino que mantienen un diálogo y discusión con su contexto, a nivel nacional e internacional. Considerar y analizar a las editoriales de esta manera permite ampliar la mirada respecto a los actores que crearon un contexto cultural, político e intelectual para los movimientos políticos de la segunda mitad del siglo XX. Las casas editoriales pueden estudiarse como un intelectual comprometido colectivo que, además de participar de manera directa en la esfera pública, se posiciona frente a los acontecimientos de su tiempo mediante la difusión de temas específicos. Su función también está relacionada con ayudar a conservar la memoria histórica de eventos concretos, como en el caso del movimiento de 1968. Realizar y rescatar estas historias permiten asociar en un mismo proyecto el estudio de la producción, la transmisión y las diferentes funciones de los textos abriéndose un campo historiográfico amplio e interdisciplinario. ~

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es maestro en historia internacional por el CIDE y especialista en el mundo editorial de los sesenta y setenta en español


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