Toros, ciudadanía y cultura

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Reacción, al fin. Tras la inmovilidad del mundo taurino ante la amenaza de prohibición de la fiesta que ya comentamos antes, parece que no sólo los toreros, sino filósofos, periodistas, artistas e intelectuales han alzado la voz ante el ánimo prohibicionista del independentismo catalán. Fueron diversos artistas e intelectuales catalanes los que firmaron un primer manifiesto, el de la Merced, contra el fin de las corridas de toros en Cataluña. Suscribieron este manifiesto personas como Arcadi Espada, Pere Gimferrer, el filósofo Víctor Gómez Pin o el director Mario Gas, y en él, se recordaba a la clase política que “no es sólo la realidad cultural, festiva, tradicional, económica y social de los toros lo que está en juego: es la misma libertad, es una fracción más de libertad, de la libertad de todos, que con su voto pueden borrar o no de nuestro entorno, y que todos nosotros aquí y ahora podemos perder.”

Tras el manifiesto, silencio, y el recuerdo de las palabras del ex torero Joselito: “El ser del torero es solitario y ama tanto la melancolía como la libertad.” Prevalecía ese sentimiento entre todo el mundo taurino, y el silencio ha durado hasta hace pocas semanas, cuando Pedro J. Ramírez, director del periódico El Mundo, convocaba el 1er Foro Taurino del grupo. Allí se dieron cita la ex ministra de cultura Carmen Calvo, Fernando Sánchez Dragó y una larga lista de personalidades relacionadas con el mundo del toro. El mismo día, otro acto en Sevilla reunía al cineasta Agustín Díaz Yanes, a los del Río y a otras personalidades que firmaron un manifiesto a favor de los toros que se encargó de leer el filósofo Fernando Savater. Unos días antes, otro filósofo, el francés Martin Wolff, presentaba su libro Cincuenta Razones para Defender las Corridas.

Ante la inminencia de la votación, el mutismo inicial se ha convertido en clamor del mundo de la cultura, al que no han sido ajenos los toreros. El Juli ha confesado en el programa radiofónico esToros que le importa más el futuro de la fiesta que el suyo propio, mientras que el citado Joselito ha estado en el parlamento catalán defendiendo la fiesta, no sin dificultades. Con un “bienvenido a nuestro país”, pronunciado en catalán, le recibían los diputados independentistas, cuya negativa a hablar en español, unida a una serie de errores técnicos con el sistema de traducción simultánea, han impedido al ex torero comprender las preguntas que le dirigían. Los problemas técnicos se han resuelto cuando los parlamentarios lanzaban sus preguntas a los invitados franceses, y al dirigirse a la escritora antitaurina Espido Freire, los diputados no han tenido problemas en utilizar el español.

Freire, notoria coleccionista de bolsos de piel, representa el otro lado, el de intelectuales contra la fiesta. Pertenece también a este grupo de escritores prohibicionistas Lucía Etxebarría (también Blasco Ibáñez en su día), aunque el colectivo es minoritario. Frente a ellos, al apoyo de los Savater, Gimferrer, Boadella, Arrabal o Dragó hay que unir el peso de las manifestaciones artísticas que diversos escritores y pintores han dedicado a los toros: Hemingway, Ortega y Gasset, Miguel Hernández, Goya o Picasso son los primeros que vienen a la mente. Orson Welles y Ava Gardner también asistían a la plaza de Las Ventas cuando se encontraban en Madrid, previo paso por el bar Chicote. Eran otros tiempos, que evocó Natalia Molero, escritora, en el parlamento catalán: “no me obliguen a ir a Francia a ver los toros, tal como mis padres hacían para ver cine”.

Los animalistas, que siguen sin plantearse la prohibición del correbous, han equiparado en el parlamento la fiesta con la guerra y hasta con el holocausto. Sus argumentos van en la línea de humanizar al animal, hablando de “derechos” y denunciando el estrés que sufre el toro. Este razonamiento sigue la tendencia que ha popularizado PETA, organización ecologista (considerada terrorista en Estados Unidos por sus ataques a laboratorios) célebre por sus fuertes campañas a favor de los derechos de los animales, y que han generado controversia por comparar imágenes de gallinas en un corral y judíos en un campo de exterminio. Tan marcada es esta propensión, que el anti taurino Norbert Bilbeny ha justificado su postura autodenominándose humanista.

“El único insulto para el toro es la compasión,” decía José Bergamín. El buenismo imperante lucha por esconder o suavizar aquello que incomoda: las chabolas se alejan de la ciudad, la comida se denomina orgánica y la madre tierra no permite inundaciones, sino que “reacciona ante la agresión del hombre”. La lucha entre la vida y la muerte, entre la inteligencia y la bravura, no se entiende, y desagrada por incomprensible lo que Foxá llamaba “el espectáculo de un pueblo religioso acostumbrado por su sangre a pasearse con toda naturalidad entre el más acá y el Más Allá”. No es coincidencia entonces que sean los artistas quienes se enfrentan a los burócratas, ante la indiferencia de demasiados ganaderos y empresarios. Otros ya se han pronunciado, y claman contra la desaparición del toro de lidia, haciendo suyas las palabras de Miguel Hernández:

“Alza, toro de España: levántate, despierta.

Despiértate del todo, toro de negra espuma,

que respiras la luz y rezumas la sombra,

y concentras los mares bajo tu piel cerrada.”

– Alejandro García Ingrisano

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