Tengo un amigo que sobreviviรณ la caรญda de un aviรณn. Durante meses, su vida estuvo triangulada entre el hospital, el consultorio del psiquiatra y su casa. Hoy le quedan algunos clavos en la espalda y un terrible recuerdo que de vez en cuando lo tortura en sueรฑos.
Le tomรณ aรฑos volver a viajar en aviรณn. Lo que se resumiรณ como “el accidente” reorganizรณ las conexiones de su cerebro. Los doctores le explicaron de la formaciรณn de nuevas conexiones neuronales en su circuito cerebral, por lo que el mentado estrรฉs postraumรกtico requiriรณ de diversas estrategias para desmaraรฑar el cableado sinรกptico que producรญa miedo.
Hace apenas unos aรฑos que a mรญ me da miedo volar. Por un lado, dicen que con la edad, diferentes ansiedades se confunden, se arremolinan y se desahogan en un solo momento, mรกs o menos suceptible para hacerlo. Por otro lado, escuchรฉ tantas veces los recuerdos fragmentados de mi amigo, que es probable que mi cerebro replicara a un nivel menos mortificante esos nuevos conocimientos: variedades del sufrimiento, emociones tan intensas que se me implantaron eficazmente y quedaron disponibles ante un detalle que se relacione, aunque sea remotamente, con las alturas.
Ahora, cuando el ruido de los motores del aviรณn casi nos ensordece mientras la cola del enorme aparato se desprende de la pista, padezco un miedo que mi amigo consiguiรณ superar a punta de confrontaciones psicoanalรญticas y que yo al parecer heredรฉ. Me retuerce al mismo tiempo un instante de profunda soledad por no tener a quรฉ o a quiรฉn encomendarme; a diferencia de otros pasajeros que van, digamos, acompaรฑados, porque ellos sรญ tienen a quien despachar el miedo.
En sus memorias, Christopher Hitchens, el polรฉmico antiteista britรกnico, escribiรณ que le molestaba la idea de un plan divino para cada uno de nosotros, que uno sea parte de un proyecto universal. Y sรญ, me parece mucha responsabilidad. Tambiรฉn a mi amigo, a quien no pararon de decirle que gracias a dios estaba vivo, que dios le habรญa concedido una segunda oportunidad.
Sin embargo, me pregunto si realmente podemos o mรกs bien si yo puedo escapar a la fe, pues a pesar de la pavorosa certeza de que algunos aviones se caen, queda algo entre el sentimiento y el hecho, entre el miedo y el trayecto, una grieta por la que se abre paso una ilusiรณn de protecciรณn, un amparo imaginario, pero un amparo al fin. Sospecho que es eso, cierta confianza injustificada, la que me permite negociar con los nervios, pese a que en mi mente no se desbarate la narrativa espantosa del accidente de mi amigo.
Asรญ que con los dientes apretados, encogida en el asiento, me resisto a persignarme como el hombre a mi derecha, pero tan pronto como aterrizamos agradezco a _______ con rigor casi religioso, para mis adentros.
Ciudad de Mรฉxico