Mejor hubiera sido
compartir el espanto de las oficinistas
cuando algún ratoncito se cuela en sus papeles.
Una a otra despeinan sus cabezas,
cuelgan de las clavículas,
juntando bien los puños hacen cuatro escalones.
Es un pavor tremendo, un terror al ratón
que busca un orificio,
baten sayas, se agitan,
juran que la colita les roza todo el cuerpo.
Su terror de oficina es también primer llanto
de la adulta,
es también su bautismo,
se nace a la mujer, a las mujeres,
se está sobre una mesa con ese cuerpo inmenso, delicado,
con la inmensa cartera.
Un miedo de epidermis que si va a lo profundo
salta como cortezas.
Basta actuarlo una vez, un cierto día,
en la hora por siempre señalada
ante un espectador, ante sus brazos.
Ay de lo que te aguarda, ay de lo que te elige,
ay de aquello que espantes,
si a ti no te fue dado,
si no jugaste nunca ese miedo al ratón
y sus múltiples poses. ~