Hay numerosos ejemplos en la historia de lenguas “artificiales”: vocabularios y reglas sintรกcticas y de escritura concebidos a priori en lugar de ser producto de la evoluciรณn del habla de una comunidad a lo largo de mucho tiempo. Los mรกs reconocidos son los idiomas creados explรญcitamente para facilitar la comunicaciรณn internacional, como el esperanto, el volapรผk o la interlingua, pero estos, fuera de las propias comunidades que llegan a adoptarlos, no suelen mencionarse sin agregar el comentario irรณnico de que nunca han logrado interesar a grandes poblaciones ni, por consiguiente, facilitar de ningรบn modo el entendimiento de la humanidad. En Amรฉrica Latina, un solo artรญculo de Jorge Luis Borges que comenta otros intentos de llegar a una lengua universal –“El idioma analรญtico de John Wilkins”, recogido en Otras inquisiciones– debe ser mรกs cรฉlebre que todos los idiomas que critica.
Las lenguas inventadas mรกs interesantes del รบltimo siglo, por otra parte, no son las que se han propuesto para ser aprendidas y utilizadas cotidianamente, sino las que forman parte de los mundos narrados de novelas y otras obras literarias. Y entre ellas, las mรกs sorprendentes deben ser los idiomas de la Tierra Media, el universo ficcional creado por el escritor britรกnico J. R. R. Tolkien (1892-1973).
Lo que hace especiales a esas lenguas es su complejidad, su consistencia y, sobre todo, su origen. No provienen de las necesidades un argumento literario ni de la construcciรณn de un mundo narrado. A veces se olvida que Tolkien no fue un autor de “fantasรญa รฉpica” –como se dice ahora– simplemente porque esa etiqueta no existรญa cuando รฉl escribiรณ su obra: porque la inventaron, despuรฉs, las editoriales y los escritores que buscan hasta hoy “replicar” la experiencia de leer El seรฑor de los Anillos o El hobbit. De hecho, Tolkien no se consideraba siquiera un novelista: era, por encima de todo, un filรณlogo, y las lenguas que inventรณ no son un detalle mรกs de su creaciรณn literaria sino su columna vertebral y su primer estรญmulo creativo: aparecieron antes que sus hablantes y que sus historias.
Biografรญas como la de Humphrey Carpenter (Tolkien, 1977) documentan el interรฉs de Tolkien por los idiomas desde su infancia, cuando descubriรณ el galรฉs leyendo letreros y nombres pintados en los trenes que pasaban cerca de la casa de su madre en Birmingham. Posteriormente se adentrรณ en el inglรฉs antiguo, o anglosajรณn, y en el inglรฉs medio, a partir de la lectura del Beowulf y de Sir Gawain y el Caballero Verde. Y mรกs allรก de esos textos, que eran parte de las lecturas obligatorias para los escolares de la generaciรณn de Tolkien, este continuรณ su bรบsqueda. En su adolescencia ya estudiaba noruego, ahorrรณ para comprar tratados de filologรญa (en alemรกn) y pensaba en un proyecto mรกs laborioso que los juegos de palabras a los que era aficionado con amistades y parientes: la creaciรณn de un idioma completo, siguiendo un procedimiento similar al de la creaciรณn del esperanto –entonces famoso– pero no para difundirlo por el mundo, sino solamente para sรญ mismo: un capricho, un experimento de lingรผรญstica recreativa.
Su primer intento fue un derivado del espaรฑol –otra lengua que le habรญa interesado– al que llamรณ naffarin y que no retomรณ para su trabajo literario, pues fue seguido por otros experimentos, a medida que descubrรญa otros idiomas como el godo. Luego vino el finlandรฉs, que terminรณ por ser su favorito y al que lo llevรณ el Kalevala, otra de sus grandes fuentes de inspiraciรณn. El interรฉs de Tolkien estaba en la etimologรญa y, sobre todo, en la fonologรญa de los idiomas: la forma en la que estos funcionan en la conciencia de sus hablantes, y que varรญa mรกs allรก de las circunstancias fรญsicas de la enunciaciรณn y del sistema abstracto de la sintaxis. Poco despuรฉs de ingresar en la Universidad de Oxford, en 1911, ya pensaba en un idioma con fonemas cercanos a los del finlandรฉs para evocar su eufonรญa y el sabor –los detalles precisos y a veces intransferibles de la percepciรณn– de la poesรญa compuesta en esa lengua. Tambiรฉn imaginรณ este juego: atribuir su idioma inventado a personajes tradicionales –como los de las narraciones folclรณricas– y volverlo parte de una tradiciรณn que ahora llamarรญamos “virtual”: un cuerpo de obras que pudieran representar el cauce del inglรฉs antiguo de haber sobrevivido y evolucionado sin influencias externas hasta el siglo XX.
Hay que repetir: la idea de la lengua vino antes que su propรณsito. Y la realizaciรณn de al menos parte de ese propรณsito exigiรณ seis dรฉcadas: el trabajo de Tolkien en la lengua imaginada que con el tiempo se llamรณ quenya –y se atribuyรณ a la versiรณn de Tolkien de los antiguos elfos de la tradiciรณn inglesa– ocupรณ el resto de su vida. Antes de que comenzara con sus obras mรกs famosas ya se figuraba no solo las particularidades del quenya, incluyendo un amplio vocabulario y descripciones completas de inflexiones y pronunciaciรณn, sino sus posibles descendientes y acompaรฑantes: el sindarin, un segundo idioma รฉlfico que era al primero lo que el latรญn vulgar, o acaso el italiano mรกs antiguo, al latรญn culto, seguido de otras variaciones como el noldorin, el telerin y mรกs aรบn; varias lenguas humanas influidas por las lenguas รฉlficas; otras para enanos, orcos y otras criaturas mรกgicas… Los documentos que sientan las bases de cada una, y el mayor o menor grado de detalle que Tolkien pudo darles, han sido extraรญdos de las notas y la correspondencia del autor, que siguiรณ modificando sus invenciones hasta su muerte. Se pueden diferenciar quince lenguas con sintaxis tan bien establecida y vocabulario lo suficientemente amplio para ser aprendidas y habladas. Solo el quenya tiene alrededor de 25,000 palabras registradas y catalogadas.
Nadie ha repetido la experiencia creadora –obsesiva, tremenda– de Tolkien, y la mayorรญa de sus propios sucesores literarios le hace poco favor al limitarse a combinar sรญlabas de forma mรกs o menos arbitraria para dar con nombres “raros” que casi nunca lo son de verdad, pues no van mรกs allรก de recombinar los fonemas del inglรฉs contemporรกneo. Aรบn mรกs cรญnicamente, hay los que simplemente se despreocupan de ese aspecto de la creaciรณn de sus mundos narrados y amontonan palabras actuales con otras de procedencias “exรณticas” y una sintaxis y vocabulario tan aproximados como es posible a los de los medios masivos de comunicaciรณn. (Por ejemplo, en algรบn momento de la larga serie Canciรณn de hielo y fuego de George R. R. Martin un personaje en un entorno medieval dice a otro que debe mantener un bajo perfil –“keep a low profile”– en un anacronismo ridรญculo.)
La gran narradora Ursula K. LeGuin hace un homenaje mucho mejor, y mรกs sutil, a la base imaginativa, lingรผรญstica e incluso moral que Tolkien dejรณ a sus lectores. En su novela Un mago de Terramar (1968), abiertamente deudora de las fantasรญas de la Tierra Media, un personaje intenta enseรฑar a otro la responsabilidad de la magia, que se basa en el uso de las palabras, y en un momento levanta un guijarro y dice:
Esto es una piedra, tolk, en la lengua verdadera (…) Un pedazo de la roca de que estรก hecha [esta tierra] en la que viven los hombres. Es ella misma. Es una parte del mundo.
El nombre de Tolkien, por supuesto, estรก escondido en esa piedra: en la base de ese mundo, y de muchos otros, de la imaginaciรณn fantรกstica.
(1970) es autor de Cartas para Lluvia, Los atacantes, La torre y el jardรญn, Los esclavos y Gente del mundo, entre otros. Por su libro Manda fuego (2013) ganรณ el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima para obra publicada.