Desde que tengo memoria lo recuerdo hablar de sus propuestas ciudadanas. Pensaba en cรญrculos concรฉntricos, de dentro hacia fuera: cรณmo mejorar su cuadra, su junta vecinal, su delegaciรณn, su distrito electoral, su ciudad, su paรญs. Sus cartas, muy formales siempre y dirigidas al “Ciudadano Fulano de Tal”, no contenรญan exhortos retรณricos ni “rollos”: eran propuestas prรกcticas sobre aspectos diversos de la administraciรณn pรบblica como salubridad, vialidad, diseรฑo urbano, educaciรณn cรญvica, prรกcticas electorales y una que viene a cuento en el momento actual: el establecimiento del policรญa de la cuadra o de la vecindad.
Habรญan pasado los aรฑos en que uno podรญa pedirle al gendarme de la esquina el favor de apagar su linternita para el paso del amor. Tambiรฉn los tiempos bucรณlicos de Pedro Infante y Luis Aguilar en A toda mรกquina. Y hasta la bonita costumbre de premiar a los policรญas de trรกnsito, dejando regalos cada 22 de noviembre, se estaba perdiendo tambiรฉn. Sin embargo, el crimen estaba acotado y los policรญas eran -hasta cierto punto- policรญas. Por eso me parecรญa extraรฑa, ociosa y por supuesto utรณpica su idea de adaptar a Mรฉxico (con modificaciones sesudas, que no recuerdo) la tradiciรณn de la policรญa britรกnica. No digo que sea factible adoptarla hoy: sรณlo me llama la atenciรณn que hace treinta aรฑos รฉl se hubiera ocupado de esas cosas.
El personaje estaba jugando ante mis propios ojos un papel invisible para mรญ: el de ciudadano. Para mรญ la ciudadanรญa tenรญa que ver sobre todo con el aliento a la democracia electoral y los valores republicanos, pero no veรญa que esos valores sรณlo comienzan con el ejercicio del voto el primer domingo de julio cada seis aรฑos. Se continรบan con el acto de participar los 365 dรญas del aรฑo en actos menos espectaculares pero igualmente importantes: ocuparse, presionando a las autoridades o por la vรญa puramente privada y solidaria, de la limpieza de la acera, de los รกrboles de la cuadra, del orden en la vecindad, de la seguridad en la zona, de las alcantarillas. Mi personaje, que habรญa estudiado un aรฑo de ingenierรญa, diseรฑรณ, por ejemplo, un procedimiento de lavado de tinacos porque hizo la cuenta del costo estratosfรฉrico (econรณmico y sanitario) de las ratas en nuestra ciudad. Un dรญa, en los aรฑos sesenta, me enseรฑรณ con mucho orgullo su proyecto sobre la ampliaciรณn del Paseo de la Reforma. Aducรญa sus razones histรณricas y el sentido urbano de la nueva traza. Cuando finalmente se realizรณ recordรฉ el precedente, pero ni siquiera entonces lo tomรฉ en serio. El colmo fue cuando se puso a reescribir por completo el Himno Nacional, cambiando la palabra “guerra” por “paz”. Aunque escribรญa con cierta correcciรณn, los versos me parecieron (por decir lo menos) desafortunados. Me alarmรฉ aรบn mรกs cuando -rompiendo su costumbre- los publicรณ en algรบn diario. A los pocos dรญas me llevรฉ una buena lecciรณn cuando leรญ que a Gabriel Zaid la idea le parecรญa buena.
Era un ciudadano. No un habitante ni un inquilino ni un turista de Mรฉxico. Un ciudadano. Una persona preocupada por el bienestar del entorno que eligiรณ (o lo eligiรณ) para vivir. No se veรญa a sรญ mismo como un filรกntropo y no lo era. Daba su tiempo y, de haber tenido dinero (que no lo ha tenido nunca), lo habrรญa dado tambiรฉn, a manos llenas. Pero entendรญa que la filantropรญa, siendo tan necesaria, es una vertiente de la acciรณn social distinta de la ciudadanรญa. Aquรฉlla puede “comprar” buena conciencia en un segundo. รsta requiere dedicaciรณn: no se compra con nada ni compra nada: es gasto personal e inversiรณn en la sociedad, es anรณnima y sรณlo busca ser eficaz. El ciudadano, por definiciรณn, se conforma con trabajar en una escala pequeรฑa y manejable. No busca mรกs porque sabe que quizรก no pueda mรกs. No quiere alcanzar puestos polรญticos sino hacer mรกs habitable, mรกs humano su entorno inmediato. El ciudadano opina, se manifiesta, escribe, exclama, marcha, pero tiene la madurez de saber que no basta con protestar, hay que traducir las buenas intenciones en actos concretos. El ciudadano, en una palabra, se siente responsable del espacio que comparte con los demรกs.
Hace un par de aรฑos me llamรณ con suma urgencia. “Sรณlo te quitarรฉ un minuto”. Habรญa cumplido los 87 aรฑos y sintiรณ llegado el momento de hacer acopio de sus proyectos. Lo hizo con diligencia, en fotocopias divididas en carpetas y sobres de papel manila, con grandes letreros (escribรญa a mano), y los metiรณ en un viejo maletรญn Samsonite. Los trajo a mi oficina y me los “heredรณ”. Tras revisarlos someramente con ternura y una absurda indulgencia, los guardรฉ, hasta que hace unas semanas los volvรญ a ver, y no sรณlo los encontrรฉ juiciosos sino ejemplares.
Desde hace muchos aรฑos vive solo. Su estudio tiene un orden que รบnicamente รฉl conoce. Lo presiden estatuillas y grabados del Quijote. Despuรฉs de darme el maletรญn comenzรณ a entrar en un limbo, y hoy es el ciudadano errante de su conciencia y su inconsciencia. Pero sus hijas me dicen que hace poco, al comenzar a hojear las revistas de su peluquerรญa, comenzรณ a animarse y hablar de la ciudad. Ciudadanos asรญ es lo que necesitamos. ยฟQuiรฉn me lo iba a decir? Tenรญas razรณn, tรญo Josรฉ.
– Enrique Krauze
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.