Un solitario solidario / IV

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Publicado en 1951, cuando el totalitarismo fascista ha sido vencido y destruido, pero queda en gran parte del mundo el totalitarismo sovietico, L’hommme revolté (El hombre en revuelta, título que propongo en lugar de El hombre rebelde, adoptado generalmente para las ediciones del libro en español), es el libro en que Camus, prolongando sus reflexiones de El mito de Sisifo y llevándolas al plano de la historia política, se interroga sobre el problema central del siglo XX exponiendo cómo unos hombres, en nombre de de alguna ideología y justificando alguna razón de Estado, han legitimado los totalitarismos asesinos. “Heatcliff, en Cumbres borrascosas aniquilaría a la Tierra entera por poseer a Cathie—dice el autor en las primeras líneas de la introducción y refiriéndose a los protagonistas de la poderosa novela de Emily Brontë—, pero no se le ocurriría decir que ese crimen es razonable o que es justificable por un sistema. Lo cumpliría, y allí concluye toda su creencia. (…) Pero a partir del momento en que, por falta de carácter, uno asume una doctrina, desde el instante en que se razona el crimen, éste toma todas las formas del silogismo” y conduce a los sistemas totalitarios, a “los campos de esclavos bajo la bandera de la libertad, a las matanzas justificadas por el amor al hombre o por el gusto de la superhumanidad”.

L’homme revolté reflexiona sobre la historia de la revuelta. Desde la Biblia y el pensamiento y la mitología de los griegos hasta los revolucionarios de los siglos XIX y XX, Camus interroga a algunas figuras tomadas de la religión, la filosofía, la literatura y la historia y sus movimientos políticos. Para Camus la revuelta histórica y política, que opone los hombres a quien los oprimen, es la consecuencia lógica de la revuelta metafísica. La literatura, desde los pensadores libertinos del siglo XVIII y desde Sade ha reivindicado la “negación absoluta” en forma de egoísta, frenética e ilimitada libertad del individuo; algunos dandis intelectuales y literarios surgidos del romanticismo han erigido una justificación de diversos estilos de satanismo; Ivan Karamazov desde la visionaria novela de Dostoyevski, y en revuelta metafísica llevada hacia la revuelta traducida en acto criminal, no justifica a un Dios que permite el dolor de los niños; desde el siglo XIX los nihilistas y los líderes revolucionarios de finales del siglo legitiman la razón esencial de su revuelta: sustituir el reino de Dios por el de la Justicia social, y, en consecuencia, los líderes políticos erigen a su vez, bajo ese explícita o implícita razón de actuar, alguna manera de Estado totalitario: el régimen fascista y el régimen soviético. El terrorismo de Estado elige la irracionalidad como en el Estado nazi, o la racionalidad, como en el socialista Estado soviético, y los dos sistemas ideológicamente contrapuestos se materializan en el horror de los campos de concentración y del exterminio metódico de disidentes o de la masa de sirientes reacios. O de o meros resistentes o de seres racialemente “inferiores”. Los dos sistemas de feroz capitalismo estatal a final de cuentas, ejercen una misma opresión y un parecido terror sobre los hombres concretos…aunque lo hacen para bien de los hombres futuros, es decir abstractos. Y Sísifo, trastocado en Prometeo y razonando y justificando su revuelta, se levanta hacia el poder, se vuelve César y legitima otro poder, el cual, como los anteriores, esclaviza y aterroriza y mata a los hombres prometiéndoles un futuro luminoso constantemente pospuesto… porque antes hay que cumplir con los deberes exigidos por la Historia erguida como sustituto del Dios desechado.

La publicación en 1951 de L’homme revolté, obra filosófica apasionada pero serena, provocó violentas polémicas más políticas más que filosóficas, la principal de las cuales comenzó desde la revista de Jean-Paul Sartre, maestro del pensar, jefe de conciencia de la intelectualidad comunista y procomunista, director de los paladines del “socialismo real” en la revista Les temps modernes y líder intelectual del marxismo dizque puesto al día, y, en torno a ellos, los escritores engagés, los comprometidos con el marxismo-leninismo correcto, más las legiones de militantes y simpatizantes (los llamados “compañeros de ruta” y los que Lenin llamaba los “tontos necesarios”), no podían admitir que se condenara a la correcta ideología “científica” y su dizque realización histórica en la Unión Soviética y en los países satélites. Mientras Sartre servía a la ruta ineludible de la Historia hacia la meta del happy end, Camus “irresponsablemente” decía No y se salía de esa ruta arguyendo que era demasiado dura para los hombres realmente existentes. Y la campaña de un tono militante y casi militar en contra del inquietante cuestionador de la razón de ser del paraíso “socialista”, es decir en contra del desmentidor de la esperanza radiante de la humanidad soñada, se desencadenó en un modo montonero y notoriamente innoble.

(Continuará)

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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