Agua ingrƔvida, puerta de gis, preceptora de la ceguera, nube colapsada, laberinto flotante, polvo de espejo: niebla. Se bebe, se corta con cuchillo; es capa y es mortaja, la niebla; se va a la cama y se levanta y anda y se lleva y nos lleva.
Hay consenso en la simbologĆa: en todas las culturas, en todos los tiempos, la niebla es la puerta del enigma, alegorĆa imperativa del trĆ”nsito entre las certidumbres y las vacilaciones. En los relatos, el teatro y el cine, es utilerĆa esencial del suspenso, una aduana que devora individuos, barcos o aviones y los regurgita en un mundo paralelo. El linaje es inabarcable, pero quizĆ”s su modelo moderno venga de un relato de Poe, “A tale of the Ragged Mountains”, cuyo protagonista, Augustus Bedloe, se pierde en un banco de niebla en un bosque de Virginia en 1827. Divertido primero y luego aterrado, cuando la niebla se deshilacha en bruma Bedloe estĆ” en Calcuta en 1780. Perder el contorno de las cosas lleva a pĆ©rdidas mĆ”s severas: el espacio y el tiempo flaquean y la frĆ”gil frontera entre la vida y la muerte se desbarata en vaho. La niebla es un signo de interrogaciĆ³n habitable.
Me topĆ© con un breve relato de Paz que experimenta ese estar fronterizo. Figura en una carta de 1944 a quien entonces era su esposa, Elena Garro. Una tarde de otoƱo, Paz viaja en autobĆŗs rumbo a su cuarto en Berkeley. Viene de Ross, pueblito en el lado occidental de la bahĆa de San Francisco, donde ha visitado a una cuƱada, Estrella. El paso de Sausalito a San Francisco lo sube al Golden Gate, que ademĆ”s de puente entre dos orillas suele ser tĆŗnel entre la niebla. Durante el viaje, Paz tiene esta alucinaciĆ³n que le narra a su esposa al llegar a su cuarto de huĆ©spedes:
El regreso fue bastante melancĆ³lico: soplaba mucho viento y los Ć”rboles inclinados y casi tocando la tierra, los que estĆ”n en lo alto de las colinas, parecĆan animales erizados. El camiĆ³n era bastante fantasmal: el chofer, un soldado y atrĆ”s un hombre extraƱo, que parecĆa de paja, y yo. Nos fuimos por un camino distinto, seguramente el mismo que tĆŗ hiciste aquella noche. Abajo estaba la bahĆa, Sausalito ardiendo con las luces de los astilleros y, en la niebla, al otro lado, la gran luminaria de Richmond. El hombre que iba en el otro asiento me empezĆ³ a inquietar. Pensaba en ti, en todo lo que me contaste aquella noche, de tus sensaciones al correr entre la niebla y como, al entrar al Golden Gate, sentiste que entrabas al “otro lado”, al otro reino de la niebla. Pero el hombre aquel, con su cuello duro, su cara rojiza, sus ojos de vidrio, su puro, su normalidad, ¿estaba vivo? Pasamos un tĆŗnel, luego unas colinas desoladas y entramos al Golden Gate. Me preguntĆ©, ¿saldremos? Pues bien podĆa ser que este fuera otro Golden Gate, y este, otro camiĆ³n, y este, otro pasajero. PodĆan estar todos muertos y yo haber tomado por equivocaciĆ³n el camiĆ³n de los muertos (que se habĆa estrellado hace muchos aƱos con sus dos Ćŗnicos pasajeros) y que desde entonces estaba condenado a hacer eternamente el trayecto y nadie lo veĆa, nadie lo sabĆa, porque era invisible, excepto yo, que por equivocaciĆ³n lo habĆa tomado. O muy bien podĆa ser lo contrario: yo estaba muerto y nadie me veĆa, nadie sospechaba mi presencia y el pobre seƱor con facha de manequĆ que a mĆ me parecĆa el aduanero de la muerte estaba vivo y hubiera sentido frĆo al saber que yo, el fantasma, lo iba viendo. Con estos pensamientos atravesĆ© el Golden Gate (eran mĆ”s siniestros, pero no los recuerdo bien) y me puse de pronto a pensar que todo eso te lo contarĆa en una larga carta, muy bien escrita, muy fiel, para que tĆŗ pudieras sentir todo lo que yo habĆa sentido, y de pronto lleguĆ© a San Francisco y me di cuenta que todo lo que sentĆa era soledad y que realmente todos estaban muertos para mĆ, porque no podĆa hablar con nadie; o, mejor dicho, que yo estaba muerto para todos porque nadie me conocĆa, nadie sabĆa que yo existĆa, nadie me esperaba y a nadie le podĆa contar mis alucinaciones en un camiĆ³n solitario un anochecer de niebla.
Es un escrito al vapor (“todo esto es bastante estĆŗpido”, dice al cerrar el relato), pero tiene parentesco con muchos poemas en los que Paz se siente fugitivo, o expulsado: el vertiginoso colapso en la sensaciĆ³n de no estar ni vivo ni muerto que lo abrumĆ³ durante los aƱos de su desamor. La alucinaciĆ³n anuncia tambiĆ©n las prosas-relatos-poemas en prosa de ¿Ćguila o sol? (1950), como el octavo de los “Trabajos del poeta” que dice “nunca serĆ” otro dĆa. Estoy muerto. Estoy vivo. No estoy aquĆ. Nunca me he movido de este lecho”. Y desde luego emparienta con el famoso poema de Paz titulado “AquĆ”:
Mis pasos en esta calle
resuenan
en otra calle
donde
oigo mis pasos
pasar en esta calle
donde
Solo es real la niebla. ~
Es un escritor, editorialista y acadĆ©mico, especialista en poesĆa mexicana moderna.