Una ceremonia moderna: Patti Smith en el Anahuacalli

Una reseña de la reciente presentación de Patti Smith en México
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La luna ha permanecido arropada por las nubes gordas de agua. El aire nocturno paulatinamente retira vestiduras; cuando finalmente la última gasa cae, la luna emerge rotunda. La multitud comienza a mirar a la izquierda y grita: la luna, la luna. Contra los muros de piedra volcánica una mujer se agita. Su larga cabellera rojiza se enciende –hoguera votiva en el teocalli, que se yergue nítido, argentino, contra el cielo oscuro, un gigante que en su regazo alberga sacerdotes que con música ofician ceremonia. Concluye “Pissing in a River” y el público continúa febril ante la belleza de la luna. “Look at the moon, Patti” señalan hacia la izquierda. Smith no escucha los gritos –o no los entiende– pero sonríe, como no ha cesado de sonreír en todo el concierto.

Sus movimientos son cadenciosos, los gestos nerviosos y al mismo tiempo sutiles con las manos evolucionando: manos de hilandera, de arpista celta, de maga que pulsa las vibras de la audiencia. Sacude la cabellera, levanta las rodillas, brinca, se dirige de pronto a sus músicos. Hay una variedad de registros en su voz, que van del gruñido a la imprecación; canto expresionista antes que virtuoso, testimonio de su larga experiencia como performer. Viéndola con su delgada figura, su perfil aguileño, de cuervo gótico, como le dijera Salvador Dalí, su sonrisa niña, resulta difícil no ceder al carisma que emana de esta artista cuyos pocos discos y más escuetos libros la entronizan como icono cultural del siglo XX. Time la listó entre las 100 personas vivas más influyentes del 2011 y en 2010 su libro de memorias Just Kids (Éramos unos niños, Lumen, 2011) mereció el Premio Nacional del Libro.

Los últimos años Smith ha privilegiado actuar en auditorios, museos, festivales literarios. Recintos de comunión en los que Smith dicta su mensaje. Si en algún momento fue una profeta de la alienación, con una imaginería derivada del romanticismo anglosajón –William Blake como primer estrella del rock– y del simbolismo francés –Rimbaud como precursor morrisoniano–, ahora deviene en vocera de las víctimas y a favor de la ecología; en la rueda de prensa previa señaló que su preocupación no era el problema económico sino el ambiental y en el concierto exhortó a aceptar la responsabilidad que tenemos para conservar el ambiente. Introduce “Peaceable Kingdom” mencionando a los fotógrafos que aparecieron muertos en Veracruz el Día de la Libertad de Expresión. Yo vengo de Veracruz, como otros proceden de diversas partes de la república, y me conmuevo. “Nos hemos enterado de los periodistas asesinados en Veracruz. Queremos que sepan que repudiamos los hechos y que hoy más que nunca necesitamos a los buenos periodistas con nosotros”.

Smith sabe cómo conmover. Con sus ondulaciones, más litúrgicas que eróticas, impone un ritmo arcaico a la multitud. Es una sacerdotisa pero también la guardiana de un saber milenario y más aún, la protectora de un culto en el que el Arte ocupa un sitio central. Imposible leer o escuchar a Patti Smith sin que remita a hitos culturales. Además de la alusión a los crímenes en Veracruz ha apelado a Roberto Bolaño, a Diego Rivera y Frida Kahlo. A uno le dedica “Beneath the Southern Cross”; a los segundos “Because the night”. Cogiendo una guitarra acústica improvisa una canción y refiere que a principios de los setenta deambulaba por Mexico City en busca de un café. Ahora ha vuelto y pide ser de nuevo invitada. Smith es la memoria del cruce entre el highbrow y el lowbrow; madrina en las bodas de la alta cultura y la mediática, la recipiendaria de una tradición que sigue y seguirá seduciendo adolescentes: la promesa del arte como vida, de la vida como arte; que la emoción, el éxtasis, son una forma de conocimiento superior.

El concierto se desarrolla con crestas de intensidad. “Peaceable Kingdom” que ha provocado la solidaridad y devuelto al público a la cruenta realidad cotidiana aunque expresando el mensaje de la conciliación final, es viático para “People have the power”, canción escrita en 1988, con su esposo Fred, Sonic, y actual himno Occupy. Smith arenga a la multitud indicando que la gente, nosotros tenemos el poder. La respuesta: aullidos, puños en alto, aplausos. El frenesí es político. Smith invoca a la Madre Tierra. La noche, el escenario, la febrilidad refrendan la impresión celebrar una ceremonia de invocación, agraria, cíclica. Sí, estamos aquí, en un cerro artificial, con la luna más grande que nunca, pidiendo clemencia, apelando a la Madre Tierra que nos conceda agua. No muy ajeno a la las peticiones mesoamericanas de lluvia que se efectuaban por el 3 de mayo y que aún continúan en varias comunidades indígenas, ya sincréticas –la ceremonia de la Santa Cruz es un vestigio.

El último tramo del concierto adquiere intensidad. Con “Because the night” las miradas de nuevo se elevan hacia el cielo mientras las caderas ondulan. Al sentarse Tony Shanahan al piano martillando rítmicos acordes y escuchar la voz rasposa de Patti musitar: Jesús murió por los pecados de alguien pero no por los míos, la multitud ruge, serpentea, brinda, giran algunos, se toman la cara.

Patti presenta a Oliver Ray, líder de Saint Maybe, la banda que abrió el concierto. De lejos parece un Ashton Kutcher, un Jesus hipster, pero no, es un hombre maduro, letrista de Smith y acompañante de la banda desde los noventa, poeta él mismo, amigo de Ginsberg y Burroughs, quien se une con su guitarra acústica.

Aprovechando la febrilidad eléctrica de “Gloria”, Patti se escabulle del escenario dejando a sus músicos marcar el ritmo. Regresa imbuida de energía que expresa moviéndose por todo el escenario, brincando, saltando, las rodillas flexionadas, arrojando un buche de agua. Sí, Patti Smith se bebe el mar a bocanadas y hace gárgaras en público. La canción concluye con furor. Gritan, otra, Patti saluda, sonríe, con complicidad. Se apagan las luces.

En el encore interpretará “Wing”. Evoca ahora su amistad con Adam Yauch, MCA, de The Beastie Boys muerto de cáncer el 4 de mayo. La multitud se estremece y corea: “It was beautiful”. Patti Smith conjura el sentimiento melancólico que ha envuelto a la audiencia acometiendo un intro poderoso.

La urgencia, la crudeza del rock primigenio de “Rock N Roll Nigger” nos devuelve a la emergencia de Smith como Primera Dama del Punk. Para recordarnos el paso del tiempo, comanda la furia de ese rock Jackson Smith, requintista vástago de Patti y Fred Smith, vestido juvenilmente con chaleco y peinado pospunky. La vida es cíclica, las generaciones se renueven, las liturgias continúan. Y en completo cierre, la jovencita que leía La fabulosa vida de Diego Rivera de Bertram Wolfe ha ocupado el teocalli moderno para propiciar energía que brindar a México. Es su ofrenda.

(Imagen)

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(Minatitlán, Veracruz, 1965) es poeta, narrador, ensayista, editor, traductor, crítico literario y periodista cultural.


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