En el Lieh Tzu se cuenta que un hombre, que había perdido su hacha, sospechaba que se la había robado el hijo de su vecino. Su modo de andar, su talante y su manera de hablar lo señalaban como el ladrón. Sus acciones, cada uno de sus movimientos y, de hecho, su conducta en general indicaban con claridad que él y no otro había robado el hacha. Con el tiempo, sin embargo, mientras cavaba en su jardín, el dueño se encontró con el implemento perdido. Al día siguiente, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, no halló ningún rastro de culpa en sus movimientos, ni en sus acciones, ni en su conducta en general.
– Julio Trujillo