Urge alfabetizar a los jefes

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¿Saben los concejales leer? ¿Pueden los presidentes de Autonomía distinguir entre una escultura y un mamarracho? Es algo que, como la honradez, dan por supuesto los programas electorales que inundan en España buzones, telediarios y periódicos, pero que a la vista de la Historia o de la Actualidad no queda claro.
     ¿Estaba alfabetizado el ínclito mandamás que aprobó aquellas farolas de la Puerta del Sol del Madrid socialista, pronto felizmente descritas por la gente como los supositorios? Con el tiempo, que todo lo pone en su sitio, me reafirmo en que no, no lo estaba. ¿Y a santo de qué cacique llevárselas a los pobres vecinos de Bayona, en Galicia, que indefensos tienen que soportarlas ahora en su paseo marítimo? Igual que los de Valencia, con las insólitas farolas de la Playa de la Malvarrosa, o los de La Coruña, con los increíbles artefactos con que el legendario alcalde Francisco Vázquez (esperanza socialista) se ha intentado cargar la bellísima plaza de María Pita.
      ¿Puede alguien seguir el alucinado viaje mental del alcalde Álvarez del Manzano al aprobar una Violetera que parecía un Lladró gigante en una de las mejores esquinas de Madrid? (Al pie del Círculo de Bellas Artes, nada menos.) ¿Y cuando impunemente ha sembrado para siempre la ciudad de fuentes que parecen el ideal de un pastelero vienés hasta el punto de que en su cercanía se cree oír El Danubio azul?
     Pero la facilidad de meterse con el inenarrable Álvarez del Manzano —piénsese que fue él quien llenó la ciudad de chirimbolos en una fechoría, histórica, que no se alcanza a explicar sólo por el mal gusto— puede ocultar otras medidas sutilmente depredadoras. Como las del candidato popular a la alcaldía, José María Ruiz Gallardón, que en calidad de presidente de Madrid decidió adornar las nuevas líneas de metro con pantallas de televisión estupefaciente, a falta sólo de poder espiar para conquistar la categoría de orwellianas. O que, quizá para confirmar su reputación de melómano (y de lector de Orwell), parece pensar, como un Perón cualquiera, que la mejor manera de acercar la música clásica a la gente es instalar pantallas gigantes en la Puerta del Sol, con una acústica inolvidable, mientras él, altos cargos como él y unos cuantos millonarios copan las representaciones del Teatro Real. Y ello después de que la remodelación de miles de millones de pesetas de impuestos (cuatro veces lo presupuestado) convirtiera su escenario e instalaciones en los más grandes del mundo junto con los de la ópera de Sidney, y con la decoración, además, de un modesto casino de Las Vegas.
     Vieja retórica revolucionaria, podría pensarse, pero es que cierta realidad española parece desde hace décadas el guión de un panfleto. Otra prueba la ha aportado el desastre de la Costa de la Muerte, en Galicia, que en la nostalgia de sus vientos, espuma y gaviotas ha recordado lo que se ha perpetrado durante décadas en el Mediterráneo… sin que hasta la fecha ningún juez haya procesado a nadie, ni en un tribunal de ecología ni en uno de estética. (En Francia, para hablar del destrozo humano de un paraíso se utiliza el término balearización.)
     No, no está clara sino más bien turbia la educación de nuestros concejales. Cómo explicar, si no, que en Salamanca se haya permitido el abandono de los históricos edificios de su universidad legendaria para ser remplazados por un campus homenaje al ángulo recto, réplica de todos los campus universitarios que en el mundo entero se venden en los supermercados. Aunque de nuevo no bastan las implacables leyes del mal gusto para explicar fenómenos semejantes.
     En un país en donde el debate parece reducirse a Gran Hermano, Operación Triunfo y Tómbola (no es broma: sería una bomba publicar la lista de quienes afirman que mienten los que afirman no verlos), ¿es realista pedir que, ahora que hay dinero (de los impuestos) para lujos, los candidatos a elegir en qué se gasta hayan leído algo más que los resúmenes de prensa que hablan de ellos? ¿Que hayan viajado en otras ocasiones que las finales de fútbol, y se hayan fijado? ¿Que no vean tres horas y media de televisión al día (promedio español) y puedan sospechar que la publicidad no es el arte de nuestro tiempo y el cine no debe ser una excusa para emitirla? ¿Que sepan distinguir entre Goya, el cronista de la España negra abuela de ésta, una señorita que sale en el porno rosa y unos premios azul cielo de cursilería que copian los Oscar?
     La Historia oficial se concentra en las grandes alianzas entre el poder y el arte, como en Florencia, pero suele omitir las otras, más numerosas, como cuando se produce el peligrosísimo flechazo entre un alto cargo analfabeto, con elevado presupuesto y complejo de inferioridad —flechazo imposible si se quita lo de analfabeto—, y un artista con el ombligo elefantiásico y una rentable ambición mediática. Tiemblo cuando pienso que la administración de Álvarez del Manzano ha decidido, tras el cubo de Moneo sobre el Museo del Prado (y pese a sus antecedentes con el Kursaal en San Sebastián), confiar la reforma de la decoración del centro de Madrid a Álvaro Siza, glorioso arquitecto a quien le escuché una vez: “La gente tiene que comprender que la arquitectura es un arte… y aguantarse”. ~

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Pedro Sorela es periodista.


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