Hace poco, dos secretarios de Estado, los de gobernación y educación pública, aceptaron participar en el seminario “La reforma del Estado: un diálogo universitario” organizado por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Tan encomiable como que acepten, es que la UNAM invite a funcionarios federales a participar de sus actividades académicas; tanto como deplorable que haya, en la misma UNAM, quien los expulse.
Mientras dictaba su conferencia, el secretario de educación recibió una sanlazariana de cartulinazos de parte de un colectivo llamado “Redes Universitarias” que profesa la fe pejelagarta en la UNAM y otras universidades públicas. Los carteles abreviaban el credo básico de esa fe: por el mero hecho de serlo, las universidades públicas y “gratuitas” son la salvación de la patria; todos los jóvenes –también por el mero hecho de serlo– merecen sitio en ellas. (Esta fe, desde luego, contiene entre sus dogmas la convicción de que el presidente recorta el presupuesto a la UNAM porque su modelo económico neoliberal aborrece la enseñanza pues le interesa mantener en la ignorancia a la población para contar con mano de obra barata.)
Por lo pronto, es de celebrarse que los activistas hayan optado por mostrar sus cartulinas sin impedir al secretario el uso de la palabra, algo que hasta hace poco habría parecido impensable aun en el marco de un acto académico en los que privan la tolerancia y el derecho a discrepar. Un avance en la simbología de los modales, si se quiere, pero que no deja de incluir cierta conciencia de la responsabilidad que deriva del auténtico espíritu universitario.
En cambio, al llegar al Instituto, el secretario de gobernación fue increpado por un grupo. Un señor que se declaró estudiante de posgrado le impidió el paso y le soltó un ameno borbotón que incluyó la frase: “En la UNAM usted no es bienvenido.” Al fin de la algarada, el secretario retomó el paso hacia su cita. “¿Por qué me das la espalda?”, protestó ofendido este estudiante convencido de ser la raza, el espíritu y el habla de 350 mil personas y de 100 años de historia.
Como se sabe, este tipo de megalomanía capricante –la que permite a un individuo metamorfosearse a voluntad en Universidad Nacional–, dejó de ser chistosa en la huelga de 2000, cuando un puñado de similares lo hizo durante 10 meses. Que ese impulso perdure 10 años después, recuerda la susceptibilidad que sufre la UNAM a ser expropiada (en espíritu, y a veces en cuerpo) por voluntaristas que se ostentan como administradores de su pureza.
El estudiante de posgrado carece del pundonor que mostró el mismo día, en otra confrontación entre gobernados y gobernantes, la señora Luz María Dávila. La señora Dávila, madre de dos víctimas de la masacre de jóvenes juarenses, encaró al presidente Calderón –que cometió y reconoció el error de tratar de “pandilleros” a esos muchachos– y le espetó: “yo no le puedo decir bienvenido porque, para mí, no lo es”. La señora enfatizó su individualidad con el empleo reiterado de la primera persona, de su primera persona, la que precisamente deriva su fortaleza de su carácter subjetivo, la que presume que existen los otros y que pueden pensar de manera distinta…
Qué lección para quienes el pronombre “yo” incluye multitudes.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.