Empezรณ al aรฑo siguiente de nuestra รบltima mudanza, en la primera Navidad que celebramos en la casa treinta y nueve de la calle San Antonio.
Los aรฑos anteriores habรญan atestiguado el peculiar peregrinar de mi familia: cada tantos meses nos mudรกbamos de casa y de colonia.
Entonces no entendรญa,ni yo ni mis hermanos, que estรกbamos huyendo.
Esa primera Navidad sonรณ el telรฉfono a las siete de la noche, papรก alzรณ la bocina, dijo Bueno y se quedรณ luego en silencio, mientras sus ojos le gritaban a mamรก: Nos ha encontrado.
Tras un par de minutos, papรก soltรณ el auricular, avanzรณ cinco, quizรก solo cuatro pasos, cogiรณ a mamรก por la cintura y la arrastrรณ al jardรญn hablรกndole al oรญdo.
A travรฉs de la ventana, mis hermanos –les llevo dos aรฑos y medio a los gemelos– los miraron discutiendo y manoteando. Yo, en cambio, no logrรฉ dejar de ver la alfombra azul marino y la bocina del telรฉfono, cuyo nรบmero aรบn recuerdo: cinco noventa y tres sesenta y cinco veintisรฉis.
No recuerdo, en cambio, quรฉ fue lo que pasรณ esa primera Navidad cuando papรก y mamรก volvieron a la sala.
La segunda y la tercera Navidades que pasamos en la casa de la calle San Antonio, una casa emplazada entre un baldรญo tomado por migrantes oaxaqueรฑos y una vieja estaciรณn de policรญa, se repitieron los sucesos que he contado.
Sonรณ el telรฉfono a las siete. Papรก alzรณ la bocina. Mamรก saliรณ al jardรญn con รฉl asido a su cintura. Mis hermanos se asustaron al mirar que discutรญan y arrastrรฉ yo las pupilas sobre el suelo, evocando al ver la alfombra y la bocina el hundimiento del Titanic.
Como debiรณ pasar el primer aรฑo, tras el momento que emborrona mis recuerdos, tras discutir, papรก y mamรก volvรญan a la sala y en silencio clausuraban las ventanas y las puertas de la casa una tras otra.
Echados todos los candados, unos candados color plata que brillaban como esferas, papรก subรญa a su cuarto y mamรก nos preguntaba: ¿Quiรฉn desea encender el รกrbol?
Tras conectar las cuatro series luminosas y apagar un par de luces que despuรฉs volvรญa a encender arrepentida, mamรก ordenaba: Siรฉntense en la sala, y se marchaba a la cocina, donde en silencio clausuraba otras ventanas y otra puerta.
Obedientes, los gemelos se sentaban en la sala mientras yo iba a la escalera, ansioso de escuchar los pasos de papรก, pero escuchando los sonidos que bajaban de su cuarto: conocรญa bien esos ruidos, esas voces de metales, esos ecos acerados.
Cuando papรก por fin bajaba de su cuarto aparecรญa fingiendo: Aquรญ no ha pasado nada. Pero ni รฉl ni mamรก ni los gemelos ni yo รฉramos los mismos tras mirar el bulto en su cintura que en la tarde al repetirnos: Hoy nopuede sucedernos.
Hoy no puede sucedernos se volviรณ el lema navideรฑo de mi casa, una casa a espaldas de la cual corrรญan un rรญo de aguas negras y unas vรญas abandonadas.
Propiedad de una ornitรณloga alemana, la casa de la calle San Antonio, frente a la cual vivรญan dos niรฑas que no vi mรกs que a travรฉs de sus ventanas, habรญa sido provista de enormes vidrieras que permitรญan ver el jardรญn y buena parte de la barda.
Gracias a estas vidrieras, tras la cuarta Navidad papรก cambiรณ la narraciรณn de sus temores, aunque quizรก serรญa mejor decir: de mis temores.
En lugar de ir al jardรญn, volver de ahรญ con mamรก y subir despuรฉs hacia su cuarto, papรก soltaba la bocina, se encogรญa adentro de su ropa, daba vueltas por la casa, escogรญa al azar una ventana y se volvรญa un muรฑeco inflable.
Lo รบnico que hacรญa papรก a partir de entonces, mientras sus ojos divagaban por la barda y el jardรญn de aquella casa, era narrar las excepciones: Ha caรญdo un ave al suelo,Se ha fundido otra farola,Ha estallado un fuerte ruido, Ha empezado una tormenta.
Convertido en un segundo inflable observaba yo a papรก y, sin atreverme a preguntรกrselo en voz alta, me decรญa: ¿Por quรฉ tienes que cogerlo cuando suena… por quรฉ no dejas que suene sin cogerlo?
Como si รฉl hubiera escuchado las preguntas que en silencio yo me hacรญa un aรฑo antes: ¿Por quรฉ tienes que cogerlo cuando suena… por quรฉ no dejas que suene sin cogerlo?, en la quinta Navidad que celebramos en la casa de la calle San Antonio, papรกdijo: Hoy no quiero contestarle… no voy hoy a contestarle.
Tampoco quiero que seas tรบ la que conteste, aรฑadiรณ papรก observando el cuerpo de mamรก en movimiento y luego dijo, pasados dos segundos: No conteste nadie esa llamada… no alce nadie ese aparato.
No conteste nadie esa llamada… no alce nadie ese aparato: tras decir estas palabras, papรก sumiรณ el espacio en un silencio entrecortado รบnicamente por los tonos del telรฉfono y los ruidos que los dedos de mamรก hacรญan al tronarse.
Cuando el telรฉfono callรณ,mamรก dejรณ en paz sus dedos, un gemelo estornudรณ y volteรฉ yo a ver el cuerpo de papรก que, atravesando el comedor y deteniรฉndose en la enorme vidriera, volviรณ a hablarnos: Tendrรก hoy que presentarse… ya no puedo soportarlo.
Tampoco quiero que se queden ami lado… que tengamos todos que pasarlo, soltรณ papรก una hora mรกs tarde, mientras mamรก seguรญa inventando juegos en la alfombra azul marino con nosotros.
¿Quรฉ quiere decir: tengamos todos que pasarlo?, preguntรณ mamรก parรกndose de un salto: ¿Que los saque de esta casa?, insistiรณ apurando el ritmo de sus piernas: ¿Que los saque de este sitio?, rematรณ en voz muy baja tras llegar a la ventana.
Intercambiando unas palabras que no pude ya escuchar, papรก y mamรก, que de repente repetรญan la escena del jardรญn adentrode la casa, tomaron esta decisiรณn inevitable y a la vez inesperada: cambiar la Navidad de escenario, separar de forma arquitectรณnica los miedos y deseos de mi familia.
Para la sexta Navidad, cuando el telรฉfono sonรณ, papรก cruzรณ el espacio y eligiรณ su vidriera, los demรกs ya habรญamos subido hacia su cuarto, cuya puerta se podรญa cerrar con llave.
La cama de papรก y mamรก fue ese aรฑo mesa navideรฑa, y la palma que ella mal cuidaba el รกrbol luminoso frente al cual mis dos hermanos y yo mismo imaginamos: No ha subido porque quiere sorprendernos… debe estarse disfrazando para traernos los regalos.
Pero papรก, aunque nosotros lo negรกramos diciendo Debe estarse disfrazando para traernos los regalos, aguardaba en su ventana la llegada de ese hombre que a pesar de haberse retrasado ya seis aรฑos podรญa en cualquier momento presentarse.
Serรก este aรฑo el que sรญ venga, repetรญa papรก todos los aรฑos, parado frente a alguna vidriera, al mismo tiempo que en silencio –esto lo supe aรฑos mรกs tarde– recordaba su pasado: ese tiempo del que hablaba รบnicamente cuando ya estaba borracho, ese tiempo en que a otros hombres traicionรณ para รฉl salvarse.
Los hombres que papรก habรญa traicionado no lo perdonaron a pesar del paso de los aรฑos y uno de ellos –comprendรญ tambiรฉn aรฑos mรกs tarde– era elhombre que llamaba a nuestra casa, una casa que ademรกs de ventanales tenรญa techos de doble altura en ambos pisos.
Para poder subir a la planta alta de la casa de la calle San Antonio habรญa que usar una escalera de madera, vieja y con forma de espiral, queabandonรณ tras irse la ornitรณloga alemana y que crujรญa bajo los hombres y mujeres que pisaban sus peldaรฑos color carne.
Al igual que la escalera, el resto de los muebles de la casa que rentamos doce aรฑos parecรญan haber sido robados de una casa de montaรฑa: todos eran de madera, parecรญan todos muy viejos y apestaban todos a humo, agua estancada y hierbas muertas.
Asรญ olรญa, por ejemplo, la pequeรฑa mesa en la que estuvo todos esos aรฑos que vivimos en la casa de la calle San Antonio el telรฉfono marrรณn con cable en rizo que hacรญa estallar nuestros deseos: Por favor que hoy no nos llame.
Por favor que hoy no nos llame, que no venga รฉl a buscarte: la segunda parte del deseo que para entonces yo escribรญa en las cartas que mandaba en globo al Polo Norte habrรญa solo de cumplirse un par de aรฑos.
Los dos aรฑos que el ritual de mi familia quiso ser solo rutina: el telรฉfono sonaba, papรก elegรญa una ventana, subรญamos los demรกs a la otra planta, encendรญamos la palma disfrazada, cenรกbamos encima de la cama y jugรกbamos despuรฉs sobre la alfombra.
Cansados de jugar cambiรกbamos de cuarto, nos metรญamos en las colchas, corrรญa mamรก un palmo la cortina que colgaba a medio metro de mi cama, se sentaba sobre un banco, sacaba la mirada hacia la noche y nos decรญa: Quรฉdense dormidos si aรบn quieren sus regalos.
Acostados en un mismo colchรณn, mis hermanos se dormรญan casi de golpe mientras que yo no conseguรญa cerrar los ojos ni tampoco los oรญdos: Quรฉdate dormido y no aparezcas, repetรญa mamรก sin darse cuenta de que estaba murmurando.
En las horas que sufrรญa antes de dormirme solo podรญa contar un par de cosas: las hebras y partรญculas de polvo que, frรกgiles y lentas, como veleros que no ven llegar el viento, atravesaban la frontera luminosa que caรญa de la ventana y dividรญa en dos mi cuarto.
Y las cosas que creรญa que mamรก estaba observando: cuatro รกrboles frutales, dos bancas de acero, una cisterna mal cerrada, tres pinos enormes, una barda de ladrillos, cuatro techos de hojalata, seis faroles encendidos, dos faroles apagados, un trineo con sus renosy once postes.
Quรฉdate dormido y no aparezcas: en la novena Navidad que celebramos en la casa de la calle San Antonio dieron las siete y cinco y el telรฉfono aรบn no habรญa sonado.
Quizรก no sepa la hora, soltรณ papรกa las siete y cuarto, apoyando la cabeza en el respaldo de su silla y dejando que sus brazos y sus piernas escurrieran como trapos. O tal vez ya no le importa, aรฑadiรณ a las siete y media, tensando nuevamente el cuerpo: Quizรก no quiera llamarme.
Cogiรฉndoselos ojos y la frente, tras media hora de decรญrselo en silencio, papรก soltรณ: Asรญ me llama todo el tiempo, y apretรกndose la cara, como queriendo exprimirse los temores y el pasado, aรฑadiรณ entonces gritando: Asรญ soy solo su amenaza… asรญ soy solo lo que hice.
Asรญ soy solo lo que hice… Hoy no va a venir tampoco… Tampoco hoy pasarรก nada… Nada peor que esto, gruรฑรณ papรก a las ocho y media, repitiendo enloquecido las palabras que lo habรญan ya secuestrado: Asรญ soy solo lo que hice… Hoy no va a venir tampoco… Tampoco hoy pasarรก nada… Nada peor que esto.
Escuchando la retahรญla que papรก no conseguรญa dejar entre sus labios, una retahรญla a la que habรญa en algรบn punto sumado: Hoy no tendrรก que ir nadie al cuarto, yo pensรฉ en silencio: Serรก este aรฑo el que aparezca… vendrรก hoy mismo รฉl a buscarlo.
Quรฉdate dormido y no aparezcas: tan desconfiada como yo, mamรก volviรณ a su plegaria viendo en la ventana de la sala las mudanzas del paisaje: el trineo de otros aรฑos ya no estaba, los techos de hojalata habรญan sido arrancados, la cisterna habรญa sido arreglada.
Hay una luz sobre la barda, gritรณ mamรก a las nueve de la noche y papรก corriรณ a su lado, ocultando las palabras que habรญa estado diciendo y haciendo uso de estas otras: ¿En quรฉ barda… cรณmo que una luzsobre la barda?
Los gemelos se volvieron a mirarlo y girรฉ yo el cuello ochenta grados: mรกs allรก de nuestros padres, a travรฉs de la ventana y de las ramas de los รกrboles frutales que sembrara la ornitรณloga alemana, habรญa dos halos bailando.
Es la estaciรณn de policรญa, aclarรณ papรก calmando los latidos de mi pecho y luego dijo, volteando a ver el rostro de mamรก: Mejor sรญ vayan al cuarto… a lo mejor este aรฑo viene.
Mamรก alzรณ los platos y cubiertos, levantรณ luego el paquete de colores y las hojas que rayaban los gemelos, echรณ a andar a la escalera y brincรณ asustada: sonรณ el timbre de la casa de repente.
Tras un par de minutos de silencio, el viejo timbre que imitaba el himno musical de la Repรบblica Alemana volviรณ a sonar en la cocina y papรก ordenรณ gritando: ¡Yate dije: llรฉvalos arriba… quรฉ hacen todavรญa aquรญ abajo!
Cuando entramos en su cuarto, mamรก cerrรณ la puerta echando llave y corriรณ luego a la ventana, donde jalรณ con las dos manos la cortina.
A travรฉs del vidrio vimos todos a papรก ir hacia la puerta de la calle y tambiรฉn a travรฉs de este lo escuchamos preguntando: ¿Quiรฉn estรก allรก afuera?
Pero las palabras de papรก no hallaron respuesta.
¿Quiรฉn estรก allรก afuera?, preguntรณ papรก otra vez, y otra vez volviรณ a quedarse sin respuesta.
Entonces vimos que papรก desesperaba, daba vueltas, abrรญa y cerraba tres veces la puerta, recorrรญa luego el jardรญn, despuรฉs el largo de la barda y volvรญa al final a casa.
¿Quiรฉn estรก allรก afuera?, repitiรณ papรก una hora mรกs tarde, cuando volviรณ al jardรญn entonces anegado por la lluvia: el timbre de la casa habรญa sonado nuevamente.
¿Hay o no hay alguien afuera?, rogรณ papรก bajo la lluvia un instante antes de callarse y extraviarse bajo el ruido de las gotas que nosotros escuchรกbamos ahogadas por el vidrio.
Cuando la lluvia se volviรณ un aguacero, al ruido de las gotas se sumaron los dos chorros que escupรญan los desagรผes y los truenos que estallaban en el cielo.
Fue imposible entonces entender si lo que oรญamos en la calle y en la entrada de la casa era una voz o varias voces.
Cuando escampรณ se habรญan dormido los gemelos, mamรก seguรญa llorando y yo tenรญa metida la cabeza adentro de mi ropa.
Limpiando con el dorso de una mano el cristal entonces empaรฑado, mamรก sacรณ otra vez los ojos al jardรญn, pero antes de poder ver cualquier cosa se quedรณviendo la noche: siempre que caรญa un aguacero la luz se iba en la colonia Providencia.
¿Por quรฉ no bajas a ver quรฉ ha sucedido?: soltรณ mamรก cerca de mi rostro, tras sacarme la cabeza de la ropa y agarrarme firmemente los dos brazos.
A pesar de que pisaba los peldaรฑos con cuidado crujรญa bajo mi cuerpo la madera y crujรญa tambiรฉn mi cuerpo al pisar cada escalรณn de la escalera que habรญa dejado la ornitรณloga alemana.
Despuรฉs del รบltimo escalรณn pisรฉ la alfombra y olvidรฉ dรณnde me hallaba: la luz no habรญa vuelto y no podรญa ver el espacio ni las cosas que lo llenaban.
Escuchando el ruido de los chorros que caรญan de los desagรผes recordรฉ entonces dรณnde estaba y girรฉ el rostro en redondo.
Guiado por los halos que bailaban aรบn sobre la barda avancรฉ varios pasos cortos y lleguรฉ asรญ a la ventana de la sala, donde a pesar de la penumbra vi cien gotas adheridas sobre el vidrio.
Poco a poco otros sonidos fueron asomรกndose en el ruido de los chorros: silbaba el viento entre las hojas de los รกrboles mรกs altos, un adorno de cristales rebotaba en la ventana, una puerta se azotaba en algรบn sitio y un sollozo se arrastraba sobre el suelo.
Igual que se habรญa ido: de repente, la luz volviรณ a alumbrarlo todo y a travรฉs de la ventana empapada y empaรฑada por la niebla vi la forma de un hombre en el jardรญn de nuestra casa.
Precipitando el ritmo de mis pasos salรญ y echรฉ a correr hacia el lugar donde papรก estaba ovillado.
A medio metro de papรก, mis dos piernas detuvieron su carrera y en mi pecho algo tambiรฉn de pronto se detuvo.
Alzando la cabeza, papรก preguntรณ entonces –o por lo menos esto fue lo que entendรญ que preguntaba–: ¿Lo han oรญdo… tambiรฉn ustedes lo han oรญdo?
Cuando papรก volviรณ a bajar el rostro al suelo, yo volvรญ los ojos a la casa: tras la ventana de su cuarto, dondeel reflejo de los halos todavรญa estaba bailando, observรฉ, como en otra dimensiรณn, las manos de mamรก desempaรฑando nuevamente el vidrio.
En los minutos que siguieron, mientras papรก se hundรญa en un silencio que durarรญa varios aรฑos, mamรก siguiรณ peleando con la niebla que hacรญa ya varias Navidades habรญa entrado en la casa de la calle San Antonio. ~
(ciudad de Mรฉxico, 1978) es escritor y politรณlogo. Ha publicado la colecciรณn de relatos Arrastrar esa sombra (Sexto Piso, 2008) y la novela Morirse de memoria (Sexto Piso, 2010).