Durante un mitin reciente, el licenciado Andrés Manuel López Obrador (AMLO) –un ciudadano común y corriente, como todos– exigió al gobierno realizar una consulta popular sobre las reformas energética y fiscal, con las que no está de acuerdo.
A diferencia de los otros ciudadanos que pueden o no estar de acuerdo con las reformas, este ciudadano advirtió que, de no obedecerlo, emprendería una serie de acciones para obligar al gobierno a hacer lo que él quiere que se haga.
El gobierno le contestó al ciudadano común y corriente AMLO que su orden no procede porque resulta hay una Constitución que dispone que a quien le corresponde legislar sobre estas cosas es al Congreso de la Unión, que es un poder soberano y la única instancia con el poder para decidir si las iniciativas del ejectuvo proceden o no proceden.
Esto no le gustó al ciudadano común y corriente AMLO, quien en ese momento optó por dejar de ser un ciudadano común y corriente para convertirse (de nuevo) en un ciudadano plenipotenciario. Es decir, en un ciudadano dotado de poderes superiores, si no es que soberanos, que desconoce en los hechos la soberanía del poder legislativo y considera que ese poder estaría mejor en sus manos, que le parecen más soberanas que cualesquiera otras.
Para convencer al legislativo de que su soberanía es más soberana que la suya, el ciudadano AMLO reunió a sus incondicionales para comunicarles que su soberanía decidió ordenarles la desobediencia civil pacífica, pero que quería que votasen cómo ponerla en práctica.
Porque la soberanía de AMLO no le viene de la nada, así nomás porque él dice, sino que deriva de la soberanía de esos incondicionales, que –se infiere– es más soberana que la de los votantes que eligieron al poder legislativo. Y es más soberana porque así lo determinó la soberanía del ciudadano AMLO, que es como el ejecutivo de lo que ordena su legislativo privado.
Bueno, pues fue a ese poder legislativo privado que se le permitió expresar su soberanía votando cómo poner en práctica la desobediencia civil pacífica que, previamente, había decidido su ejecutivo soberano.
La forma de practicar tal desobediencia incluye “cercar” a los congresos federal y estatales, cuya soberanía es una usurpación de la soberanía legítima, que –tal como lo plantea el ciudadano AMLO– radica más en quienes cercan los congresos por fuera que en quienes están ahí adentro (si es que AMLO les permite entrar).
Encuentro particularmente inspirador que el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), que aspira a convertirse en partido político –y, logrado eso, llenar las cámaras de diputados y senadores con sus propios militantes, para regenerarlas–, seleccione como forma de lucha cercar esas cámaras para obligar a los actuales diputados y senadores a entregarle su soberanía a un ciudadano como todos, aunque plenipotenciario.
Por lo pronto, cuando ni siquiera son aún partido, el ciudadano plenipotenciario AMLO y su poder legislativo se ostentan de facto más soberanos que las soberanías constitucionalmente establecidas. Es conjeturable que, de llegar el día en que AMLO ostente el poder ejecutivo legítimo, y sus diputados y senadores estén a cargo del legislativo, serán tan celosos de la soberanía de su líder que nunca habrán de mostrar debilidad ante nadie que pretenda ostentar la soberanía popular.
Incluido el pueblo.
(Publicado previamente en el periódico El Universal)
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.