Al este de Aztlán: la migración mexicana al este de Estados Unidos

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Si bien se ha prestado mucha atención a los recientes éxitos electorales de los mexicano-estadounidenses, y a los cambios de población en California y otras partes del oeste de Estados Unidos, los inmigrantes mexicanos también están cambiando, de forma silenciosa pero decisiva, la sociedad y la política del levante de Estados Unidos.
Durante la última década, la migración a estados como Nueva York, Carolina del Norte y del Sur, Georgia, Nueva Jersey, e incluso Kentucky, ha aumentado enormemente. La población de origen mexicano en la ciudad de Nueva York aumentó de unos cuarenta mil habitantes en 1980, a cien mil en 1990 y a unos trescientos mil en el 2000, y las cantidades sobrepasan los 750,000 habitantes si se incluyen Nueva York, Connecticut y Nueva Jersey. La población latina de Georgia —63% de la cual es mexicana— aumentó 300% durante la década de 1990 y alcanzó los 435,227 habitantes. Se informa que Carolina del Norte tiene seis de las diez regiones con el crecimiento más rápido de población hispana en toda la nación, incluida la región de la "Tríada", cuya población latina creció nueve veces, de 6,844 en 1990 a 62,210 en el 2000.
     Para Estados Unidos y México resulta imperativo entender las razones e implicaciones de la migración, pues ésta alterará en forma significativa la sociedad y política estadounidenses, de maneras que ni los mexicanos ni los estadounidenses entienden plenamente, y ha ampliado ya el terreno de la vida extraterritorial mexicana en Estados Unidos al grado que necesitará de atención consular y afectará las áreas de envío mexicanas.
     He estudiado esta migración en forma continua durante los últimos quince años, centrándome principalmente en los inmigrantes mexicanos y sus hijos en Nueva York y alrededor de esa urbe, aunque también en los estados de Pensilvania, Kentucky, la parte norte del estado de Nueva York cerca de la frontera con Canadá y otros estados, así como en California, Zacatecas, Puebla, Guerrero, Guanajuato, Michoacán y el Distrito Federal. En este artículo analizo las nuevas migraciones y reflexiono sobre algunos de los problemas que suscitan. Mi principal punto de atención es Nueva York y sus áreas circundantes, aunque recurro a otros ejemplos cuando es necesario.
     La incipiente migración a la costa del este refleja tendencias más amplias en la migración mexicana hacia Estados Unidos y representa una nueva extensión de la misma. En primer lugar, este cambio constituye el regreso hacia un patrón anterior a la época de los braceros, cuando los mexicanos inmigraban sobre todo a la costa oeste, aunque también a ciertos puntos en los estados centrales y la costa este, donde grupos considerables se asentaban en lugares como Bethlehem, Pensilvania, para trabajar en la industria del acero. En segundo lugar, durante la última década, la migración mexicana a Estados Unidos ha pasado de ser una migración temporal a constituir una migración definitiva. Algunos estudios del sociólogo Douglass Massey y el antropólogo Jorge Durand muestran que, durante el periodo de veinticinco años que acaba a principios de la década de 1990, de cada cien trabajadores indocumentados que llegaban a Estados Unidos, 85 regresaban a México. Esta cantidad disminuyó de manera sustancial durante la década de los noventa por varias razones, lo cual llevó a un mayor asentamiento de mediano y largo plazo en Estados Unidos. Una de las razones es que, con el paso de las generaciones de mexicanos, se ha institucionalizado una cultura de la migración —a medida que las condiciones materiales que apoyan dicha cultura también se han ampliado—, y esta cultura se está expandiendo hacia nuevas áreas. Muchos inmigrantes mexicanos, reales o potenciales, ya no creen que la economía mexicana vaya a mejorar y piensan que, aun cuando lo hiciera, esto no les ayudaría, pues la elite mexicana se apropiaría de la nueva riqueza. Estos inmigrantes saben que "la marea alta no salva todos los barcos". El futuro más factible para México es la integración continua con Estados Unidos, un fuerte crecimiento económico en algunas regiones, pero también una importante migración continua de las áreas de envío tradicionales y de nuevas zonas en México. Las "economías de remesa" de los inmigrantes, y las grandes áreas de estancamiento económico, coexistirán con sectores mucho más dinámicos de la economía posterior al TLC. Esta variedad de dinamismo y estancamiento no es en sí extraña; en Estados Unidos, la pobreza persistía en ciertas áreas urbanas y rurales aun durante la época de expansión de Clinton en los noventa.
     La tendencia al asentamiento también se ve fortalecida en forma predecible por los proyectos sociales inclusivo y exclusivo de Estados Unidos. Un buen ejemplo del segundo son los esfuerzos intensificados por controlar la migración indocumentada: el financiamiento para el Servicio de Inmigración y Naturalización (INS por sus siglas en inglés) ha aumentado más de tres veces, y gran parte del dinero se ha destinado a la Patrulla Fronteriza. El presupuesto del INS subió de mil quinientos millones de dólares en 1994 a 4,800 millones en 2001. Estados Unidos construyó un muro de metal en el sector fronterizo de San Diego, y comenzó a apostar agentes de la Patrulla Fronteriza en vehículos separados por unos cuantos cientos de metros en los sectores más activos. Era predecible que complicar el cruce de la frontera aumentaría tanto la estancia de los inmigrantes en Estados Unidos como su propensión a establecerse en el país, incluso en el caso de inmigrantes recientes.
     El mejor ejemplo de proyecto inclusivo son las disposiciones de "amnistía" del Acta de Control y Reforma de la Inmigración de 1986, que legalizaron a más de dos millones de inmigrantes mexicanos en Estados Unidos. Su legalización provocó varios cambios que impulsaron la migración a la costa este. Los inmigrantes recién legalizados se vieron libres de circular por Estados Unidos sin temor a ser capturados por la migra en lugares desconocidos. Poco después de iniciada la legalización, conocí a inmigrantes que llegaban de todo el país a Nueva York, Nueva Jersey y Pensilvania, y me decían que ya no temían viajar y que estaban buscando lugares donde la vida fuera mejor que en Los Ángeles, por ejemplo, donde el mercado de trabajo está muy saturado y la vivienda es muy cara. Los nuevos destinos —ciudades como Providence, en Rhode Island; Dalton, en Georgia; Georgetown, en Delaware, o New Brunswick, en Nueva Jersey— ofrecen más trabajo y vivienda más barata, y sus problemas urbanos son menos graves que en los destinos tradicionales del suroeste. Estos nuevos inmigrantes no llegaban solos, sino que traían consigo a amigos y parientes, documentados o indocumentados. La amnistía también fomentó una importante reunificación familiar entre México y su vecino del norte. Para mediados de los noventa, millones de familiares de inmigrantes, antes indocumentados, habían llegado a Estados Unidos para establecerse, ya fuera con documentos, mientras los esperaban o con la esperanza de obtenerlos. Finalmente, los inmigrantes mexicanos que llegaban a los nuevos destinos eran percibidos como "los mejores trabajadores que he visto", como me comentó un empleador. Este es un viejo patrón de conducta: un grupo de inmigrantes llega por primera vez a cierta área, y no ve el empleo disponible como los estadounidenses del lugar —mala paga por un trabajo duro—, sino como una oportunidad de trabajar tantas horas como sea posible y ganar dinero. Tienen ganas de trabajar y los jefes tienen ganas de darles horas de trabajo. Por ello, en toda la costa este, los mexicanos están adueñándose de los mercados de trabajo locales y ocupando un gran porcentaje de los trabajos peor pagados.
     Esta nueva migración y su asentamiento ofrecen esperanzas y peligros a los nuevos inmigrantes y a sus hijos nacidos o educados en Estados Unidos, sobre todo inmigrantes adolescentes —aquellos que llegaron, durante o tras la reunificación familiar, como adolescentes jóvenes o preadolescentes. Puesto en los términos más simples, si bien Estados Unidos adora a los inmigrantes cuando trabajan más duro que cualquiera, se cansa de ellos cuando quieren el mismo salario y las mismas condiciones de trabajo y vivienda que los estadounidenses de origen, que por lo general son los blancos. Me gusta referirme a esta evaluación positiva de la primera generación como una imagen de "luna de miel" para Estados Unidos —los recién llegados llevan consigo el Sueño Americano. Pero, como en el matrimonio, el trabajo real comienza cuando la luna de miel termina. Además, los hijos de esos inmigrantes deben negociar su propio futuro dentro de las jerarquías raciales y étnicas locales. En la mayoría de los casos, los inmigrantes aprenden lo que algunos estudiosos llaman "la analogía del inmigrante", que equipara la experiencia de los afroamericanos con la de los antepasados, sobre todo blancos, de la actual población estadounidense. La lógica de esta analogía comienza planteando que tanto los afroamericanos como los inmigrantes blancos sufrieron cierta discriminación, y que si los antepasados de los blancos pudieron sortear esos obstáculos, entonces la explicación de la miseria social actual de los afroamericanos debe ser su propio fracaso moral —la falta de una ética inmigrante del trabajo. Esta analogía comete el error de derrumbar las muy diferentes historias de los afroamericanos y los inmigrantes en Estados Unidos, y disculpa a este país de lo que yo llamo su "pecado original" del racismo. De hecho, la discriminación racial en contra de los afroamericanos está plasmada en los documentos fundadores de Estados Unidos, como la Constitución, que permitía la esclavitud, e incluso en la Declaración de Independencia, donde se evita mencionarla. La mayoría de los estadounidenses se niega a aceptar la responsabilidad histórica de nuestro país en esta situación. Los inmigrantes contemporáneos en Estados Unidos, incluidos los mexicanos, deben ocuparse de este sistema racializado de desigualdad. Más adelante trataré tres áreas temáticas que ayudarán a determinar el destino de los inmigrantes mexicanos y sus hijos en el este de Estados Unidos.

La educación y la segunda generación
El reto del futuro educativo de los mexicanos en Nueva York puede resumirse en una estadística. Según ella, 47% de los mexicanos en Nueva York de entre dieciséis y diecinueve años no se ha graduado de la preparatoria, y ni siquiera estaba inscrito en 1990. Esto es más del doble del porcentaje para el siguiente grupo más alto, los puertorriqueños, con 22%. Los afroamericanos tienen 18% y los blancos 7%. Existen varias razones que explican este problema, incluida la insuficiente inversión para crear instituciones que faciliten una adaptación exitosa a Estados Unidos, y las sombrías perspectivas económicas que enfrenta gran parte de la juventud, aun concluyendo la preparatoria. Estas condiciones concretas suelen malentenderse a través de los lentes raciales de la analogía del inmigrante que ofrece Estados Unidos. Los nuevos inmigrantes que llegan a este país no tardan en identificar la división racial, y la primera generación se ubica del lado "correcto", tratando de distinguirse de los afroamericanos. Esto es especialmente cierto para muchos inmigrantes caribeños de piel negra, quienes me han dicho que toman medidas "como exagerar su acento", para asegurarse de que la gente sepa que no son estadounidenses negros. El problema es más difícil para la segunda generación nacida en Estados Unidos o para los inmigrantes adolescentes que deben adaptarse a su nuevo medio social. Es probable que la experiencia de vida de los mexicano-estadounidenses, los nacidos en Estados Unidos, se asemeje en varios aspectos mucho más a la de los afroamericanos que no a la de los blancos o a la de sus propios padres. En áreas urbanas como Nueva York, crecen en las mismas vecindades, van a las mismas escuelas y parques, y compiten por trabajos similares. Existen varias respuestas por parte de los adolescentes de origen mexicano. Una es seguir a sus padres y adoptar la analogía inmigrante, utilizando su identidad étnica para moldearse una identidad y un conjunto de prácticas que, en su mente y a menudo en la práctica, los distinguen de los negros y les traen mejores resultados educativos y laborales. Esta es una respuesta "étnica" con movilidad social ascendente, y que sociólogos como Alejandro Portes, Rubén Rumbaut y Min Zhou llaman "asimilación segmentada". Una segunda respuesta es "volverse nativo" y adoptar una identidad como minoría nativa, "racial", ofendida y oprimida por la sociedad, y cuya mejor postura es la crítica feroz. Ir a la escuela o trabajar abiertamente es confabularse con la propia opresión, pues el sistema está en su contra. Una tercera respuesta ha sido cultivar lo que la socióloga Kathy Neckerman y sus colegas llaman una "cultura de movilidad de la minoría", según la cual la juventud optimista reconoce el racismo, pero también lo negocia estratégicamente y lo derrota.
     En mi investigación con mexicanos en Nueva York, he visto todos estos patrones y uno más. La principal respuesta ha sido seguir considerando a los mexicanos mejores que los negros y, en Nueva York, que los puertorriqueños, que comparten la ubicación más estigmatizada en la jerarquía social. En muchos casos, esta práctica refuerza el éxito en la escuela y el trabajo. En otros casos, la segunda generación se identifica con los negros y los puertorriqueños y considera que el trabajo y la escuela están en su contra, lo cual se relaciona con un esfuerzo y una recompensa reducidos. En un tercer patrón, una pequeña pero muy exitosa minoría de jóvenes mexicanos adopta el papel de negros, muy aplicados o cosmopolitas en la escuela. Algunos se alejan conscientemente de sus compañeros mexicanos, a quienes ven faltar a clases, y traban amistad con los negros y caribeños americanos que tienen movilidad social ascendente, son buenos estudiantes y van a la universidad. De manera similar, a otros se les facilita el éxito al volverse "matados" (gente que se pasa la hora del almuerzo en la biblioteca, y va directo a casa después de la escuela para evitar el peligro y hacer la tarea) o "cosmopolitas" (gente cuya identidad no es nacional, sino más bien panétnica, lo cual enfatiza su afinidad con Nueva York en cuanto ciudad global).
     Un cuarto patrón que he identificado es el de los "mexicanos racializados". Éstos consideran a los mexicanos mejores que otros, en especial que las minorías nativas, y utilizan la analogía del inmigrante, aunque también adoptan posturas opuestas a la escuela y otras instituciones estadounidenses. Es una especie de posición de "orgullo racial con ruina académica". Este patrón prevalece sobre todo entre los inmigrantes adolescentes, cuya experiencia de la migración ha cambiado con las nuevas tendencias migratorias más amplias. En vez de migrar como adultos jóvenes y entrar al mercado laboral como trabajadores inmigrantes a los dieciocho o veinte años, muchos de ellos llegan a Estados Unidos como adolescentes jóvenes y experimentan una readaptación social especialmente dura, que dificulta bastante el éxito académico y se agrava con las dificultades de aprender el inglés. No debemos aceptar estos problemas; más adelante hablaré sobre algunas organizaciones y formas de ayuda concretas.
     La forma en que esta dinámica funcione en lugares particulares variará. Por ejemplo, en grandes ciudades como Nueva York, la segunda generación se beneficiará del acceso a escuelas bilingües y de la tradición de recibir inmigrantes. En áreas más remotas, donde los latinos son una población nueva, existen tanto mayores riesgos como recompensas potenciales. Por ejemplo, en una ciudad o pueblo con poca experiencia de la migración y un régimen racial duro, los mexicanos podrían ser tratados como negros y sus distintas necesidades y demandas simplemente ignoradas.
     Sin embargo, en algunos lugares, como Georgia, las autoridades educativas y civiles locales han tomado medidas innovadoras para facilitar el asentamiento y la integración exitosos de los mexicanos en su estado. Un ejemplo de ello es el Proyecto Georgia, que se encarga de enviar maestros estadounidenses a México para que aprendan español, la historia y las condiciones migratorias de México, y cómo enseñar a los niños mexicanos en Estados Unidos. El proyecto fue financiado mediante el trabajo de autoridades educativas locales en Georgia, con dos profesores de la Universidad de Monterrey, Víctor Zúñiga y Rubén Hernández León (que ahora está en la UCLA) —y que también están por publicar un libro sobre los nuevos destinos de la migración mexicana, con la Fundación Russell Sage (www.rsf.org)—, y representa una especie de trastocamiento de las relaciones entre el primer y el tercer mundo (los maestros estadounidenses van a México para aprender y luego regresan a su país para enseñar a estudiantes mexicanos). Este pretende ser un modelo para otros proyectos, y está ayudando a otros estados y localidades a plantear programas similares.
      
     

El trabajo
También en el trabajo operan dinámicas contradictorias. En el caso de la ciudad de Nueva York, la suerte de los mexicanos ha empeorado con el paso del tiempo. De tener uno de los mayores ingresos entre los latinos de Nueva York en 1980 (17,495 dólares), pasaron a tener uno de los menores en 1990 (13,537 dólares), una caída nominal del ingreso de más de 22%, lo cual constituye una pérdida real de dólares en el ingreso per cápita de más de 50%. Los mexicanos fueron el único grupo entre los latinos que experimentó tal pérdida en los noventa. Pienso que las cantidades del censo del 2000 serán similares o peores. En parte, este declive es producto del enorme incremento de hombres inmigrantes jóvenes y solteros, cuyos ingresos menores bajaron el promedio. Pero también hubo otros factores, incluida la relativa disminución de la población que ha podido ascender a través de lo que yo llamo "coetnicidad ficticia" —el patrocinio de inmigrantes no mexicanos que, con el tiempo, promuevan su habilidad para ganar dinero. Por ejemplo, los inmigrantes griegos tienen altas tasas de autoempleo en restaurantes, y por tanto contratan la mano de obra mexicana, que es más barata. Sin embargo, con el tiempo muchos de estos mexicanos se han vuelto empleados confiables, cuyos salarios y responsabilidades laborales han aumentado de manera considerable. Muy pocos de quienes dan cuenta del mayor incremento de mexicanos en Nueva York —inmigrantes jóvenes o adolescentes y la segunda generación nacida en Estados Unidos— pueden aprovechar tales arreglos.
     El resultado es que sólo alrededor de 20% de los hombres y 30% de las mujeres de la segunda generación en Nueva York tiene movilidad ascendente en su educación y carrera. Dado el difícil contexto en el que luchan, estas cantidades representan la determinación de esa juventud. Muchos son capaces de adoptar posturas cosmopolitas o panétnicas en el mercado laboral, y de hacer que la etnicidad les funcione como lo que la antropóloga Victoria Malkin denomina atinadamente "el efecto Benetton", en honor a la publicidad multirracial y multicultural de esa compañía. En muchos sectores comerciales de Nueva York, tener agentes de ventas "étnicos" proporciona el aura de "autenticidad" o "moda" que buscan las compañías. La minoría de la juventud con movilidad ascendente es capaz de buscar oportunidades en este tipo de mercados. No obstante, estos porcentajes son mucho muy bajos y, por ende, también constituyen una llamada de atención para quienes trabajan en la educación en Nueva York y otras partes. Es probable que, fuera de Nueva York, se repitan los mismos tipos de dinámicas generacionales, pero quizás en circunstancias menos favorables. Si bien la vida es más cara en la ciudad de Nueva York, y muchos se estancan, su economía tiene numerosos nichos que ofrecen movilidad ascendente a una minoría. El riesgo en los lugares donde trabaja la mayoría de los inmigrantes —por ejemplo en las plantas de procesamiento de pollo— es que no existen opciones más atractivas para la segunda generación, que acaba por estancarse.

La política
Cuál será la suerte de los mexicanos y de los mexicano-estadounidenses de la costa este, en la política local, estatal y federal, es una pregunta abierta. La entrada de los mexicanos a la política electoral formal como un bloque de votación importante parece aún lejana, aunque existen razones para creer que la participación política amplia, formal o informal, se dará con mayor rapidez en algunas zonas de la costa este que en lugares como California. Por ejemplo, en Nueva York y otras ciudades del norte, las instituciones políticas se conformaron mediante la incorporación de nuevos grupos de inmigrantes, y han desarrollado varios mecanismos formales e informales, como las organizaciones no lucrativas, que permiten a nuevos grupos, e incluso a inmigrantes indocumentados, participar en la política. La Organización de Estudiantes Mexicano-estadounidenses, muchos de cuyos fundadores son estudiantes indocumentados, se fundó para luchar contra el cambio en la política de pagos de la Universidad de la ciudad de Nueva York en respuesta a los atentados del 11 de septiembre. En menos de un año, y ayudada por aliados poderosos y un gobernador que buscaba la reelección y deseaba los votos latinos, logró su propósito e hizo que se aprobara una ley estatal que permitía a los indocumentados pagar las cuotas para residentes. Los inmigrantes indocumentados también pueden, por ejemplo, ocupar cargos en consejos escolares locales si tienen hijos en esas escuelas.
     Un problema potencial de esta incorporación política es nuevamente el compromiso con las jerarquías raciales y étnicas locales. En muchas ciudades, incluida Nueva York, la mayoría de los políticos estadounidenses y el público no ven una gran diferencia entre los "hispanos" y piensan que todo está bien mientras los hispanos estén representados. Sin embargo, según el legado histórico de la migración a la costa este, son los puertorriqueños, ciudadanos estadounidenses, quienes por lo general constituyen la mayoría y ya ocupan el espacio político "hispano" en el sistema político local. Por ende, las iglesias locales o los clubes políticos piensan que ya han resuelto las necesidades hispanas porque existe un liderazgo puertorriqueño que habla español, sin entender que, por ejemplo, los problemas de los puertorriqueños, en cuanto ciudadanos estadounidenses, suelen ser diferentes de los de otros inmigrantes como los mexicanos, colombianos o ecuatorianos.
     Las jerarquías étnicas y raciales también serán importantes para determinar la forma en que los mexicanos de la costa este se identifiquen colectivamente en la organización política. ¿Resaltarán la nacionalidad y las diferencias mexicanas, poniendo énfasis en una "identidad étnica"?, ¿adoptarán una identidad más racial y una causa común con otras "personas de color"?, ¿o pondrán énfasis en alguna otra identidad, como la religiosa? En Nueva York, el primer camino ha sido la opción de hombres de negocios y otros que entablan relaciones con los partidos políticos dominantes, como la Casa Puebla, mientras que el último ha sido la opción de otros grupos, como la Asociación Tepeyac. Ésta combina una identidad nacionalista con iconos y símbolos religiosos, movilizando efectivamente la religión cívica de México, la devoción a la Virgen María, Reina de México, con un énfasis en la opresión racial en contra de otras personas de color y un enfoque en la discriminación en contra de los inmigrantes en particular. Será interesante ver cómo se podrá enfocar este sentimiento religioso hacia los problemas de los inmigrantes, al tiempo que se combina con una lucha en contra de la opresión racializada de los afroamericanos y otras minorías descontentas. Si aumentan las tensiones étnicas en las vecindades, y si la analogía del inmigrante se vuelve una lente dominante para ver a las minorías nativas, la tensión entre las diversas dimensiones de la visión Tepeyac podría salirse de control.
     Como en el caso de la educación, existen más oportunidades y riesgos para quienes viven en localidades urbanas o rurales pequeñas. Por una parte, la falta de instituciones desarrolladas para incorporar nuevos grupos de inmigrantes complicará su asentamiento. Este problema podría acentuarse en lugares que tenían muy poca población no blanca antes de la llegada de los mexicanos, o donde las únicas minorías eran afroamericanas, quienes podrían ver a los recién llegados como competencia o como aliados políticos. Por otra parte, la menor población de dichos pueblos facilita numéricamente que los mexicanos adquieran cierta importancia. Bajo las condiciones adecuadas, los mexicanos podrían desempeñar un papel político significativo en menos de una generación.
     ¿Qué debe hacerse?
     El cuadro que he presentado es complejo, y existen razones para alentar un gran optimismo, pero también para tener grandes preocupaciones. ¿Qué debe hacerse? Un paso fundamental sería el surgimiento de un liderazgo regional mexicano. En la ciudad de Nueva York, la comunidad mexicana está muy bien organizada —cada hijo de vecino tiene su propio comité o grupo comunitario, y trabajan extremadamente duro en circunstancias muy difíciles. El problema es que no existe una organización regional que pueda coordinar estos esfuerzos (que pueda coordinar todas las organizaciones mexicanas en un barrio de la ciudad, en toda la ciudad o incluso en toda la región de Nueva York). Si esto sucediera, la organización representaría no sólo a unos cuantos o varios miles de mexicanos en una vecindad particular, sino a los cientos de miles que viven en el área de Nueva York. El Consulado Mexicano ha trabajado hasta donde ha podido, pero su misión diplomática le impide intervenir en la "política" de Estados Unidos, que abarca muchos de los problemas anteriores.
     Una segunda área fundamental es la educación. Ésta debe ser prioritaria pues, por un lado, el liderazgo político también surgirá de la segunda generación nacida o educada en Estados Unidos, y un grado universitario la fortalecerá, y, por el otro, la educación superior sentará las bases socioeconómicas y educativas esenciales para el mayor progreso de la comunidad. A continuación destacaré algunos de los varios grupos educativos y comunitarios que trabajan en esta área.
      
     MexEd: La Fundación Educativa Mexicana de Nueva York, MexEd, obtuvo su status de institución no lucrativa este año, tras varios años de organización. Su misión consiste en fomentar la realización personal educativa y el fortalecimiento comunitario entre los mexicanos y mexicano-estadounidenses en Nueva York y alrededor de Nueva York. Trabaja para fomentar o apoyar expectativas de éxito educativo y laboral, al tiempo que ayuda a crear redes de apoyo para lograrlo. MexEd trabaja con los padres, las preparatorias y las universidades donde asisten los estudiantes mexicanos, y ofrece becas. Todos los becarios de MexEd deben realizar trabajo comunitario con otros estudiantes. Una innovación consiste en que MexEd enviará a estudiantes mexicanoestadounidenses de Nueva York a prepararse en universidades mexicanas, promoviendo una experiencia diferente de lo que es ser mexicanos para ellos, con la oportunidad de obtener una educación de primer nivel a un buen precio para la fundación. También serán enviados para hacer servicio comunitario en las áreas de envío de inmigrantes, o en el gobierno, en México. MexEd fue cofundado por este servidor y la Dra. Sandra Lara, que ahora trabaja en la Corporación RAND.

El Proyecto Georgia ya se describió arriba.

La Casa México y la Organización de Estudiantes Mexicano-estadounidenses: Fundadas por Gerry Domínguez, inmigrante zacatecano que organizó a los mexicanos indocumentados que trabajaban en miles de bodegas coreanas en la ciudad de Nueva York, estas organizaciones se han desempeñado de manera efectiva a favor de varias causas. La labor más impresionante que han realizado es su exitoso cabildeo para promulgar una ley en el Estado de Nueva York que permite a los inmigrantes indocumentados, que asistieron a preparatorias locales, asistir también a los colegios de la Universidad de la ciudad de Nueva York pagando las cuotas para residentes (alrededor de 1,600 dólares por semestre) en lugar de las cuotas para extranjeros (alrededor de 3,400 dólares por semestre).

Casa Puebla: Organización no lucrativa iniciada por Jaime Lucero, que trabaja de cerca con el gobierno del Estado de Puebla apoyando diversas organizaciones, incluida MexEd, y reuniendo o donando fondos para propósitos educativos. También trabajó muy duro con el Consulado Mexicano y Univisión, coordinando el apoyo para los mexicanos afectados por los atentados del 11 de septiembre.

Asociación Tepeyac: Fue descrita más arriba. Fue fundada en 1997 por el hermano Joel Magallan. Tepeyac trabajó muy duro con la Cruz Roja y otras instituciones apoyando a los mexicanos afectados por los atentados del 11 de septiembre. ~
     — Traducción de Adriana Santoveña

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