Antiguas imágenes de los mayas

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Como todos los pueblos viejos, los mayas tienen la magia del transformismo. En su larga historia hay momentos de crisis devastadoras continuados por épocas de renacimiento y esplendor, y cada cierto tiempo son descubiertos o redescubiertos por sucesivas miradas asombradas.
Entre los años 300 y 700 ya eran uno de los focos de civilización más avanzados del continente. En el transcurso de esos años se asentaron en las costas del Caribe, en la selva tropical, en las tierras altas de Chiapas y en los valles templados del sur de Mesoamérica. En esos escenarios diversos levantaron ciudades espléndidas, gobernadas por una arquitectura ligera y armoniosa, que se sirvió de la astronomía y las matemáticas para hacer de la urbe terrena una copia exacta del orden que regulaba el cosmos.
     Los mayas de la época clásica (300-900 d.C.) combinaron estos conocimientos con la escultura, la pintura, la escenografía y el paisaje natural para edificar ciudades que eran un compendio del ingenio humano y una prueba de la protección que les brindaban los dioses. Probablemente esa fue la imagen que tuvieron de su ciudad los pobladores de Copán, Tikal o Palenque cuando contemplaban la extensa plaza central poblada de estelas con la efigie de sus gobernantes, los altos templos donde residían los dioses protectores y los monumentos que narraban la historia del reino y declaraban que éste era el centro del cosmos y el lugar donde había comenzado el tiempo.
     Entre los años 650 y 900 esta imagen magnífica fue oscurecida por una visión trágica: el desmoronamiento de los reinos. Una tras otra las bellas ciudades sufrieron un decaimiento inexorable, cayeron arrasadas por la violencia o fueron abandonadas y literalmente tragadas por la selva. Diversas hipótesis han intentado explicar esta debacle que afectó al conjunto de Mesoamérica (Teotihuacán, Monte Albán…) y no sólo el área maya. La tesis más aceptada propone que en estos años hubo un aumento desproporcionado de los grupos nobles, combinado con una demanda de mayores tributos a los campesinos, deforestación, erosión del suelo e irrupción de hambrunas y tumultos. Muchos pueblos, agobiados por el impacto destructivo, no pudieron defenderse y desaparecieron para siempre.
     Sin embargo, la civilización maya no se extinguió. De las ruinas que dejó tras de sí la catástrofe surgió otro proyecto histórico. El desplome de las antiguas organizaciones políticas produjo un rompimiento de las fronteras territoriales, seguido por migraciones incontenibles, guerras intermitentes y cambios violentos. Grupos de cazadores y recolectores del norte, convertidos en bandas de guerreros, invadieron la región de las tierras fértiles de Mesoamérica. Las contiendas políticas entre los dos reinos más poderosos del sur del área maya, Tikal y Kalakmul, desestabilizaron la región y provocaron fuertes movimientos de población. Entre los grupos que abandonaron su lugar de origen se menciona a los itzaes y los tutul xiu, quienes invadieron la península de Yucatán y fundaron nuevas organizaciones políticas. Otros mayas, movidos por la diáspora que se generalizó entonces, llegaron al Altiplano central y se asentaron en Cacaxtla. De este tiempo de crisis surgió un nuevo tejido social y un orden político fundado en otras reglas.
     Para enfrentar los conflictos y restablecer la paz los jefes de los antiguos linajes se asociaron con los señores de la guerra. La organización política, antes centrada en el poder del supremo gobernante, se asentó ahora en una coalición de ciudades. La alianza que se estableció entre Uxmal, Kabah y Labná fue una de las primeras. La más notable la encabezó Chichén Itzá (en un tiempo aliada también con Uxmal), que se convirtió en la capital regional a la que tributaban "todos los señores de esta provincia". Los rasgos que definieron a estos Estados fueron las alianzas políticas entre ciudades y linajes regionales, la preeminencia de los ejércitos, el carácter multiétnico y plurilingüístico de su población y la vocación conquistadora de sus gobernantes.
     Chichén Itzá tuvo su apogeo entre los años 800 y 950 y es un ejemplo del orden político que nació entonces. Su trazo urbano y la arquitectura de sus monumentos son una prolongación de la antigua tradición maya, pero sus mensajes provienen del lenguaje político de los pueblos del centro de México. El templo que ocupa la gran plaza, el llamado Castillo, está dedicado a Kukulcán, la Serpiente Emplumada de origen teotihuacano. El antiguo palacio del soberano, antes concentrado en exaltar las funciones del gobernante supremo, fue sustituido por una estructura imponente, destinada a reunir a los jefes de los linajes (Popol Nah), quienes parecen ejercer las funciones de un consejo colectivo (Mul tepal). En lugar de los textos dedicados a exaltar la figura del soberano, el arte público muestra personajes colectivos, representaciones plásticas accesibles a poblaciones que hablan distintas lenguas y son ajenas a la escritura. La arquitectura, la escultura y la pintura asumen la forma de "arte de masas". Lo mismo ocurre con los espacios ceremoniales, que adquirieron proporciones desmesuradas, como se advierte en el edificio del Juego de Pelota o en la inmensa plaza que rodea el templo de Kukulcán.
     Durante poco más de siglo y medio Chichén Itzá fue la sede del poder y el centro de las redes de comercio, las artes y los festivales religiosos en Yucatán. Pero la coalición de ciudades y linajes que sustentaban el Estado no pudo manejar las disensiones internas y acabó disolviéndose en luchas intestinas. Después de la caída de Chichén Itzá otra capital regional, Mayapán, adoptó el modelo ya probado de alianzas entre varias ciudades y linajes. Pero hacia 1441 las rivalidades entre los linajes cocom y xiu explotaron otra vez y Mayapán fue saqueada. Desde entonces hasta la invasión de los españoles la tierra yucateca se fragmentó en pequeñas provincias dominadas por caciques regionales o locales.
     El desarrollo de Chichén Itzá confirma la tendencia hacia una continua "mexicanización" de la tierra maya. Este proceso se inició en la época clásica bajo la influencia de Teotihuacán, que ahora sabemos era un pueblo de habla náhuatl cuya influencia se extendió a los últimos confines de Mesoamérica. Junto con el náhuatl Teotihuacán introdujo en el área maya las estrategias bélicas que forjaron su poder, el atlatl o lanzadardos, sus propios dioses y cultos (Tláloc, la ceremonia del Fuego Nuevo, la cosmogonía del Quinto Sol…), y la concepción de que Tollán-Teotihuacán fue el modelo universal de la capital política y el prototipo de la vida civilizada. Los pobladores de Chichén Itzá, Uxmal y Mayapán afirmaron que provenían de Tulán Zuyuá (una imagen mitificada de Tollán-Teotihuacán), la legendaria capital donde recibieron los emblemas del poder, sus dioses patrones y los libros que habían atesorado las ciencias, artes y tradiciones de Tollán.
     En los altos de Guatemala ocurrió un proceso semejante. Las invasiones de los grupos conquistadores foráneos fueron seguidas por enfrentamientos feroces con las tribus originarias, la fundación de ciudades y el asentamiento de las tradiciones del México central. Entre los pueblos que se disputaban el poder en esa región sobresalieron los k'iche', que fundaron la ciudad de K'umarkah (Utatlán en naua), y los kakchiqueles, que levantaron su capital en Iximché, en la región central de Guatemala, cerca del lago Atitlán. En estas capitales reprodujeron el templo dedicado a Gukumatz-Quetzalcóatl de origen teotihuacano y las ceremonias y arquitectura del centro de México. En sus libros sagrados (el Popol Vuh y los Anales de losCaqchiqueles) declararon orgullosos que provenían de la legendaria Tulán Zuyuá, la metrópoli donde nació la civilización. Ambos libros narran en gran estilo épico la historia del pueblo k'iche' y del pueblo kakchiquel, desde la creación del cosmos hasta la entrada de los españoles.
     Cuando los españoles llegaron a la tierra maya tres obstáculos se opusieron a su asentamiento. La fragmentación política de la población indígena fue el primero, pues los obligó a emprender diversas campañas en regiones y tiempos diferentes. El segundo fue la ausencia de yacimientos de oro y plata, los incentivos que en otras zonas atrajeron a cientos de aventureros y precipitaron la conquista de los aztecas e incas. Pero el obs-táculo mayor lo encontraron en la resistencia maya a la dominación extranjera. Sólo en 1541 los españoles lograron someter a los k'iche' y kakchiqueles de la región central de Guatemala y hasta 1542 fundaron Mérida, en el norte de Yucatán. Un grupo de los itzáes rechazó el contacto con los europeos y decidió refugiarse en la selva del Petén, donde fundaron un reino que tenía por capital una isla en la laguna azul de Tayasal, donde hoy se levanta el pueblo de Flores, en Guatemala. Este último bastión de la autonomía indígena fue derribado en 1697. Desde entonces los conquistadores se empeñaron en destruir los testimonios más valiosos de la cultura maya, tachándolos de creaciones demoniacas. Al cabo de dos siglos la selva había hecho desaparecer los monumentos más espectaculares de esa cultura y el prejuicio de los blancos había borrado la memoria de la antigua grandeza indígena.
     Estos antecedentes explican el estupor que causó la lectura de los libros de John L. Stephens (Incidents of Travel in Central America e Incidents of Travel in Yucatan), publicados en 1841 y 1843. Es cierto que desde fines del siglo xviii los reyes españoles ilustrados habían apoyado dos expediciones científicas a Palenque, que dieron a conocer los primeros planos e imágenes de esta hermosa ciudad absorbida por la selva. También es verdad que el barón Alejandro de Humboldt fue uno de los primeros en presentar a los ojos europeos una muestra de los tesoros arqueológicos americanos (Vue des Cordillères, et monuments des peuples indigènes de l'Amérique, 1816). Pero ninguna de estas obras tuvo el impacto de los libros de Stephens, un abogado neoyorquino poseído por la pasión de los viajes, la aventura y la imaginación romántica (había recorrido antes Arabia, Rusia, Tierra Santa, el Oriente y Egipto).

Stephens nunca hizo estudios profesionales de arqueología, pero tenía una verdadera curiosidad histórica y antropológica que acendró en sus viajes y maduró en su recorrido por la tierra maya. Su periplo por Copán, Palenque y Yucatán vino a ser el primer registro minucioso de los monumentos arqueológicos mayas. Como advirtió Michael Coe en su libro sobre El desciframiento de los glifos mayas, la sensibilidad histórica de Stephens lo llevó a reconocer lo que entonces nadie aceptaba. Primero: que las ruinas de las ciudades que había registrado en la selva fueron construidas por los ancestros de los mayas que lo acompañaban como cargadores. Segundo: que la escritura jeroglífica de Palenque era la misma que la grabada en los monumentos de Copán. Tercero: que la escritura de los monumentos arqueológicos y de los jeroglíficos pintados en el Códice de Dresde formaban parte de un mismo sistema de escritura. Admirador y lector de Champollion, el célebre descifrador de la escritura egipcia, Stephens predijo que sólo era cuestión de tiempo encontrar la Piedra de Roseta que ayudaría a develar el lenguaje de los monumentos y códices mayas.
     El encanto narrativo de Stephens se unió con la fuerza descriptiva de los grabados del arquitecto inglés Frederick Catherwood. La reunión de esos talentos convirtió los Incidents of Travel en uno de los libros más populares del siglo xix. Nunca antes los monumentos arqueológicos mayas habían sido descritos con la precisión y calidad de los grabados de Catherwood. Edgar Allan Poe, fascinado por esta obra que por primera vez ponía ante los ojos del lector un mundo perdido, dijo que era "el libro de viajes más interesante que se había publicado".
     Alfred Percival Maudslay, un inglés educado en Cambridge, fue quizás el último de los exploradores románticos que se aventuraron en la selva y el primero en hacer un registro científico de los monumentos mayas. En 1881 inició sus viajes americanos con el propósito de elaborar un inventario de la arquitectura, el arte y las inscripciones de las ciudades mayas entonces conocidas. El resultado de esta empresa se publicó en cinco volúmenes con el nombre de Biología Central-Americana (1889-1892), con las memorables fotografías y dibujos de Palenque, Chichén Itzá, Copán, Quirigua y la recién descubierta Yaxchilán.
     En estos años cobró fuerza el interés por descifrar la escritura maya. Esta obsesión comenzó con el abate francés Charles Étienne Brasseur de Bourbourg, quien en 1855 fue nombrado párroco del pueblo de Rabinal en Guatemala. En Rabinal comenzó su legendaria carrera como americanista bendecido por la diosa Fortuna. Los habitantes del pueblo le dieron a conocer fragmentos de un escrito que tituló Rabinal Achi, que es la única obra dramática que se conoce de la antigua Mesoamérica. Más tarde cayó en sus manos el Popol Vuh, la obra singular más importante sobre la mitología y la historia de los pueblos indígenas. En 1862 otro azar lo llevó a descubrir en la biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid una copia de la Relación de las cosas de Yucatán que Diego de Landa, el obispo de Yucatán, había escrito hacia 1566. Como sabemos, la Relación de las cosas de Yucatán vino a ser la Piedra de Roseta que permitió el desciframiento de la escritura maya. En este libro el obispo Landa explicó con claridad cómo se escribía y se hablaba el maya entre los indígenas del siglo xvi. Sin embargo, esta revelación extraordinaria fue terriblemente mal interpretada por el propio Brasseur, y tuvo que transcurrir un siglo para que fuera comprendida.
     Landa había advertido que el maya era una lengua compuesta de signos y sonidos, pero la desastrosa interpretación que hizo Brasseur del "alfabeto" de Landa condenó cualquier explicación fonética al escepticismo. Por otra parte, el lugar de los lingüistas e historiadores fue ocupado casi exclusivamente por los arqueólogos en las décadas siguientes. En 1892 la Universidad de Harvard patrocinó la primera expedición arqueológica en las ruinas de Copán. Más tarde, en 1914, la Institución Carnegie de Washington le confió al antropólogo Sylvanus G. Morley un ambicioso proyecto de investigación del área maya.
     Los proyectos institucionales cambiaron la historia de la arqueología americana, la visión de las "ruinas arqueológicas" y los flujos del turismo. La novedad del proyecto de la Institución Carnegie era un programa intensivo de restauración de los monumentos y zonas arqueológicas para que fueran "un ejemplo permanente del adelanto artístico de los mayas": en lugar de "ruinas", ciudades arqueológicas abiertas al turismo. La Carnegie también se propuso integrar los resultados aislados de cada sitio arqueológico en un conjunto coherente que diera cuenta de los rasgos específicos de la cultura maya. Poco más tarde se unieron a esta empresa las universidades estadounidenses de Pensilvania y Tulane y el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, fundado en 1934. Las excavaciones en el Petén guatemalteco, Yucatán, Copán y Quirigua proporcionaron una información sorprendente sobre los distintos estratos o niveles arqueológicos, la cerámica, la arquitectura, la astronomía, los sistemas calendáricos y el arte y la cultura de los mayas. Estos conocimientos cambiaron la imagen que se tenía de la civilización mesoamericana.
     Dos arqueólogos dominaron el horizonte de los estudios mayas en esta época: Sylvanus G. Morley y Eric J. Thompson, el primero estadounidense y el segundo inglés. Ambos fueron coordinadores de ingentes equipos de investigación y ambos publicaron las obras de mayor influencia en su ámbito. Los antiguos mayas (1946) de Morley, y Grandeza y decadencia de la civilización maya (1963) de Thompson, fueron una suerte de suma del conocimiento alcanzado por la generación de arqueólogos de la primera mitad del siglo xx. Estas obras proyectaron una visión grandiosa e idílica de la cultura maya. Según la versión que propagaron, los mayas del Viejo Imperio habían poblado las tierras comprendidas entre Honduras y el sur de México, concentrándose en núcleos que llamaron Centros Ceremoniales. Como sugiere su nombre, estos centros no eran verdaderas ciudades, sino lugares que sólo se poblaban en las grandes ceremonias. Estaban gobernados por una élite de sacerdotes especializados en el conocimiento astronómico y calendárico, quienes tenían a su cargo las ceremonias, los ritos y la dirección de las obras de arte y arquitectura que le dieron lustre al Periodo Clásico (300-900), tiempo en el que la mayoría de los monumentos fueron fechados con la llamada Cuenta Larga de su calendario. De acuerdo con esta interpretación, los textos grabados en los monumentos eran un registro del transcurrir temporal, una meditación filosófica sobre el movimiento incesante de los ciclos temporales.
     Morley y Thompson le otorgaron a los gobernantes mayas el rango de sabios, filósofos y hombres religiosos, y escribieron que ignoraban los sacrificios humanos y vivían en una arcadia feliz. Los campesinos practicaban una agricultura rudimentaria, pero suficiente para atender las demandas de sus numerosos gobernantes. Otra obsesión de Thompson fue negar el contenido histórico de los textos jeroglíficos y afirmar que eran ideográficos, no fonéticos. Esta visión idealizada de los mayas comenzó a ser quebrantada desde la mitad del siglo.
     La obra individual que más contribuyó a cambiar la antigua imagen de los mayas fue firmada en octubre de 1952 por un lingüista ruso desconocido, Yuri Valentinovich Knorosov, quien en esa fecha iba a cumplir treinta años. Knorosov era investigador del Instituto Etnológico de Leningrado y, como otros estudiosos antes que él, leyó la imprescindible Relación de las cosas de Yucatán de Diego de Landa. Refiriéndose al famoso "alfabeto" de Landa, Knorosov afirmó: "Los signos que proporciona […] Landa, a pesar de un siglo de ataques contra ellos, tienen exactamente el significado fonético que él les atribuyó." Al final de sus desciframientos, Knorosov concluyó: "El sistema de escritura maya es típicamente jeroglífico (es decir, ideográfico y fonético), y en sus principios de escritura no difiere de los otros sistemas jeroglíficos ya conocidos".
     La tesis de Knorosov desató una polémica intensa, acre e ideológica, y atrajo el rechazo de la mayoría de los arqueólogos, capitaneados por Eric Thompson, considerado entonces la autoridad suprema en el conocimiento de los mayas. Sin embargo, en algunas universidades estadounidenses un puñado de jóvenes adoptó la tesis de Knorosov y propuso nuevas vías para probarla. David H. Kelly y Floyd Lounsbury, entre los lingüistas, y poco más tarde Linda Schele y Peter Mathews, entre los epigrafistas, aplicaron los principios fonéticos utilizados por Knorosov a sus propias investigaciones y nuevamente fueron objeto de violentos ataques por quienes rechazaban esa tesis.
     Otra lectura de los textos mayas, esta vez histórica, provocó una revelación: los famosos jeroglíficos que Thompson y los arqueólogos pensaban que se referían exclusivamente a temas astronómicos y calendáricos, eran en realidad textos históricos. Una sucesión de descubrimientos iniciados por Heinrich Berlin y Tatiana Proskuriakoff mostró que esos textos se referían a entes históricos, a reinos y ciudades, y registraban los acontecimientos sobresalientes de sus gobernantes: las fechas de su nacimiento, la designación del heredero al trono, su entronización, sus bodas y sus hazañas y conquistas. Los descubrimientos encabezados por Proskuriakoff en la década de los sesenta sobre el carácter histórico de los textos mayas se aceleraron dramáticamente en los años siguientes. La primera Mesa Redonda de Palenque tuvo lugar en diciembre de 1973 y reunió los talentos de Merle Green Robertson, Michael Coe, David Kelley, Peter Mathews, Linda Schele y Floyd Lounsbury. Este seminario de expertos produjo la primera lista dinástica de los gobernantes de Palenque basada en datos históricos.
     El desciframiento de los textos puso al descubierto una historia maya tensada por la guerra y las luchas por el poder. Los principales monumentos de Palenque, Tikal, Copán, Quirigua o Yaxchilán contenían listas de gobernantes, acompañadas de la narración de sus hazañas y el elogio de sus conquistas. La imagen de la arcadia campesina fue borrada por esta nueva lectura que mostró que la historia de la época clásica tuvo como trasfondo una sucesión interminable de guerras de conquista, rivalidades entre los reinos vecinos y luchas intestinas de los linajes nobles. También se evaporó la imagen de los reyes-filósofos, obsesionados por el transcurrir de los ciclos temporales. La traducción de los textos dinásticos y el estudio de la iconografía del poder indican que los gobernantes mayas recibieron una educación especializada que los capacitaba para estar en contacto con las fuerzas sobrenaturales, dirigir las terrenas y ser los actores principales en las acciones de guerra y conquista. Tal es la nueva imagen del mundo maya que presenta un libro extraordinario: A Forest of Kings. The Untold Story of the Ancient Maya, la obra de Linda Schele y David Freidel que marcó el cambio contemporáneo en la interpretación de la historia política de los mayas.

De este modo, la historia grabada por los mayas en sus monumentos pudo por primera vez ser leída y reinterpretada por seres distintos a sus creadores. Se trata de una historia narrada cronológicamente, según el modelo de los anales. El grandioso mito cosmogónico que Linda Schele descubrió grabado en los templos del llamado Grupo de la Cruz de Palenque es el modelo de los mitos cosmogónicos posteriores de Mesoamérica. Primero narra la fundación y ordenamiento del cosmos por los dioses creadores, luego el nacimiento de los tres hijos de la pareja primordial (que serán los dioses protectores del reino de Palenque), la organización de la tierra y el establecimiento del reino. Finalmente relata, en el estilo de los anales, el nacimiento y la coronación de los reyes de la dinastía palencana. Según este relato los reyes de Palenque descienden directamente de los dioses creadores del cosmos.
     Los nuevos estudios muestran que desde el principio de los reinos mayas sus gobernantes utilizaron el relato histórico para legitimar el poder. Sin embargo, el mito que narraba la creación del cosmos y el principio de los reinos era también un discurso de identidad. Los recientes estudios sobre la memoria indígena muestran que ésta unió el relato de la creación del cosmos con la historia del principio de los reinos y la crónica de las conquistas que consolidaron la integridad del grupo étnico. Es decir, después de exaltar el momento crucial de la fundación del reino, los mitos cosmogónicos concentran sus recursos en narrar la historia del grupo étnico. Su obsesión es contar la historia del propio pueblo y exaltar los valores e identidades que le dieron unidad. El mito maya más completo que ha llegado hasta nosotros, el Popol Vuh, es un relato concentrado en la historia del pueblo k'iche' y un elogio de sus valores. Esta memoria, al coagularse en el códice, se convirtió en la enciclopedia que transmitió esos conocimientos a sus descendientes y en el libro que atesoraba la memoria del grupo étnico.
     Los estudios acerca de los antiguos mayas advierten que estos pueblos no sólo se sirvieron de la escritura o del mito para contar su historia. La arquitectura urbana, los ritos registrados en los calendarios, la pintura mural y la escultura, la música y la danza, eran otras tantas formas de narrar la historia de los pueblos, recordar sus tradiciones y transmitir los conocimientos sin los cuales el grupo étnico no podía subsistir.
     La trayectoria histórica de este pueblo y los hallazgos recientes de los arqueólogos (los murales de la acrópolis de Toniná; las maravillas encerradas en los edificios de Rosalila y Margaritas de Copán; los descubrimientos recientes en Kohulich, Dzibanché, Oxtankah y Balankú en Quintana Roo y Campeche; las novedades aportadas por las exploraciones de Kalakmul; los nuevos textos glíficos y entierros reales encontrados en Palenque, y los datos extraídos del osario descubierto en Chichén Itzá) pueden ser admirados por el público mexicano en la extraordinaria exposición sobre los mayas que fue inaugurada en el mes de agosto. Se trata de una oportunidad excepcional para acercarse a las distintas maneras de contar la historia que imaginaron los mayas, y para actualizar nuestros conocimientos sobre uno de los pueblos más creativos de Mesoamérica.-

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