Dentro de la obra de Bernardo Ortiz de Montellano, Sueños (1933) es, sin duda, el punto de inflexión más evidente. En los libros anteriores (Avidez, El trompo de siete colores y Red) no se advierte todavía una expresión propia ni un corpus de obsesiones temáticas como el que, a partir de 1931, acompaña al poeta en su producción literaria, tanto en la poesía como en sus prosas sueltas. Villaurrutia fue el primero en señalar esta notable diferencia, en una carta dirigida a Ortiz de Montellano comentando la aparición de la edición definitiva de sus Sueños. En la carta, Villaurrutia reconoce que se trata del primer título en que el autor logra separarse de una poesía meramente sentimental, ligera y juguetona, y sumergirse en los laberintos de su verdadera voz. En efecto, no sólo en los libros precedentes sino también en los poemas no coleccionados que se incluyeron en la mítica Antología de la poesía mexicana moderna, de Jorge Cuesta, Ortiz de Montellano (1899-1949) frecuenta un estilo un tanto ingenuo, distante aún de los influjos de la vanguardia francesa que después lo conquistarían (más en el plano temático que en la experimentación formal) y demuestra ser adepto aún al canto simplón de la muchacha y a una idea de mexicanidad bastante acartonada: “Iluminados y oscuros/ capulines de tus ojos,/ como el agua de los pozos/ copian luceros ilusos.”
En Sueños, en cambio, hay una preocupación teórica y una narrativa definida sosteniendo al poema. El autor busca en las imágenes oníricas el sentido de su verdadera vida, a la manera de los surrealistas, y alcanza un tono más directo cuando se concentra en la relación de las atmósferas soñadas. Sin embargo, la intuición teórica que subyace al texto tiene sus raíces en el pensamiento mágico de un vulgo idealizado, y las conclusiones a las que llega el poeta son más bien tibias, pobres en relación a los postulados del Breton de Los vasos comunicantes. Lejos de suscribir las ideas psicoanalíticas, Ortiz de Montellano ve en el sueño una potencia profética y lleva el hilo de su análisis tan lejos como se lo permitiría un manual de oniromancia para principiantes. Por eso, los momentos altos del poemario no son aquellos de abstracciones desmedidas y de ferviente invocación de lo inefable, sino los pasajes en los que se atiene a la imagen y, prescindiendo de tecniquerías (Unamuno dixit), intenta plasmarla con claridad. Procede en la estructura de la siguiente manera: presenta un “argumento” del poema para a continuación desarrollarlo en varios fragmentos. Ese argumento, en prosa, puede leerse como un poema autónomo, de mayor vigor evocativo que la pálida secuencia de los versos.
Conviene inventariar sumariamente los temas abordados en el libro, a los que Ortiz de Montellano seguirá rondando durante el resto de su vida. Primero: del sueño nocturno y su carácter premonitorio. En el poema “Primero sueño” el autor refiere, entre otras cosas, un paseo junto a un poeta andaluz anónimo, fusilado repentinamente hacia el final del argumento. El poema fue publicado de manera independiente en 1931, para luego convertirse en la primera sección de la edición de 1933. Años después, Ortiz de Montellano buscaría justificar su vocación profética arguyendo que la nefanda historia de una guerra le había dado la razón al sueño: el poeta andaluz no era otro que García Lorca, asesinado a manos de los nacionales en agosto de 1936. Al margen de la pintoresca anécdota, el sentido literal que Ortiz de Montellano adjudica a sus premoniciones es un rasgo casi tierno de este personaje eternamente secundario que creía ver en la poesía y en el sueño “estados psíquicos afines, imágenes de una realidad esencial”.
Segundo: de los efectos de la anestesia. El argumento del “Segundo sueño” es el momento de mayor inmediatez lírica del libro. Sintiéndose seguro en el ritmo de la prosa, sin la distracción de un imperativo teorizante, Ortiz de Montellano se permite ser más fiel a las dislocaciones del espíritu y subvierte con acierto su dicción engolada: “Una máscara de cloroformo, verde y olorosa a éter, cae sobre mi cuerpo angustiado, horizontal, sobre la mesa de operaciones erizada de signos como un barco empavesado.” Pero el desarrollo del poema desmerece frente a la prosa argumental, incurriendo desde el inicio en la misma retórica gastada de los primeros años. Ortiz de Montellano no estaba listo aún para emprender una verdadera investigación poética del estado anestésico. En Muerte del cielo azul, de 1937, regresaría sobre su propósito con mayor destreza, en el soneto científicamente titulado “En donde se habla del cuerpo sujeto a la anestesia”. La forma clásica le permite concentrarse en el tema y renunciar a las ineficaces coqueterías formales del libro anterior, consiguiendo una expresión mucho más depurada:
Este cuerpo sellado por la inercia
vivo, sin voz, ausente, sin sentido,
que al grito de los hombres despierta
y al sueño arrastra a su secreto sino
Para cerrar, después de la descripción meticulosa, con la flamante conclusión: “este cuerpo sin voz ya no es la vida/ pero tampoco el sueño ni la muerte”. El poeta ha identificado, con el paso de los años y las reiteradas anestesias, la especificidad de ese estado intermedio, y renunciando ya a su segunda profesión –vidente–, se pliega a las exigencias de un tema conciso. Está más cómodo en el soneto y en la prosa que en el verso libre y en el tono exaltado; más consciente en la anestesia que en las desmesuras del canto y la angustia ante la muerte.
Tercero: del erotismo. Quizás el más débil de los poemas de Sueños es el titulado “Sueño de amor”. En las metáforas eróticas del poeta se huele más la fecha –felizmente pasada– de un estilo plúmbeo: “El hálito del alma se entrelaza/ a la lluvia del sexo que diluvia hiriendo rocas musicales;/ duros senos reptiles madurecen.” En un poema posterior, “Elegía”, se puede encontrar un tratamiento, si no más original, al menos más elegante del tema erótico, una vez más bajo la tutela de los metros regulares. Con todo, los poemas eróticos de Ortiz de Montellano siguen siendo sosos y, desde nuestra perspectiva histórica, chillones, incomparables a la madurez de los sonetos de Muerte del cielo azul e incluso al poema profético de Sueños.
Dejando de lado la altura o los tropiezos de su obra, me quedo con el Ortiz de Montellano que asegura haber soñado el asesinato de Lorca; con el editor de revista que buscó, en vano, el aplauso de sus afamados pares; con el poeta que al salir de la anestesia tomó notas al vuelo para aprehender, con mayor o menor fortuna, el escurridizo paisaje de la medianía. ~
(México DF, 1984) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012).