Bucólico en plural por momentos mayestático

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No nos está permitido perder el tiempo. Vamos de un lado a otro y aun de la inactividad procuramos extraer provecho y conclusiones. Cuando no producimos nada concreto nos engañamos con el placebo de la “experiencia”, que se produce a sí misma: máquina hermosa y autosuficiente que habría deleitado a Leonardo. Cuando temblamos por la resaca y vomitamos en la regadera y pasamos la mañana espantando el fantasma de la derrota con abluciones y café y lecturas clásicas decimos que la experiencia es un pájaro negro encerrado en el cuarto. Y entendemos que está bien que así sea, porque es jueves, y es verano, y todos los errores que hemos cometido para llegar hasta aquí son finalmente nuestros –hijos rosados en la primera infancia que juegan futbol en los callejones, en  las plazoletas vacías de la cabeza–. Cuando nos sentamos como exánimes en el filo del ocio y nos sentimos nimbados por el miedo a la muerte como un Cristo Pantocrátor en anfetaminas decimos que el envés plateado de las hojas en el parque de enfrente es un saludo modesto que nos dirigen las cosas invisibles, y lo aceptamos porque es jueves, y es verano, y hace tiempo que no nos permitíamos rompimientos de gloria completamente disociados de las producciones culturales al uso. Y a veces está bien que lo hagamos. Que perdamos el tiempo, quiero decir; que abracemos el pánico como a un padre marchito. Porque es jueves, y es verano, y las horas se acaban más pronto que tarde. ~

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(México DF, 1984) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012).


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