Castillo Peraza

Castillo Peraza fue clave en el cambio de paradigma del PAN y uno de sus pocos intelectuales. Al perfil del político yucateco le sigue la reseña de un libro indispensable para entender la evolución del PAN.
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Cuando Carlos Castillo Peraza asumió la presidencia nacional del PAN en marzo de 1993 era un político en plena madurez; no obstante, en lo profundo de su pensamiento, no dejaba de debatir consigo mismo el sentido de las decisiones que daban paso al panismo moderno.

Estaba fresco el cuestionamiento de los integrantes del Foro Doctrinario, quienes interpretaron como abandono de los principios la decisión de hacer política; seguía en marcha el proceso de transición democrática en México y las dudas en el interior del PAN sobre mantener o no la colaboración limitada con el presidente Salinas de Gortari; se consolidaba también la institucionalización de Acción Nacional tras la aceptación del financiamiento público con el que gradualmente se profesionalizaba su estructura.

Como respuesta a dicho entorno, Castillo Peraza lanzó su candidatura proponiendo a su partido conjugar la precisión del perfil ideológico y el desarrollo de una política integral. Un llamado a equiparar pensamiento y acción, inteligencia y pragmatismo, ideas y eficacia. Reflejo de las angustias que lo atormentaban.

Es ampliamente reconocido el prestigio de Carlos Castillo Peraza como intelectual, como hombre de ideas y argumentos. Se ha destacado menos su actuación política, sus luchas cotidianas, la lógica de sus actos y decisiones, la rutina de primero pensar y posteriormente actuar en consecuencia; su insistencia dentro del PAN por descender de la infalibilidad de la doctrina a la falibilidad de las decisiones humanas ante los retos de la acción política y el ejercicio de gobierno.

La mayoría de los análisis sobre el cambio político de México se han centrado en cuestiones como la erosión del presidencialismo, el derrumbe de la hegemonía y la división del grupo en el poder, y la pérdida de capacidades para satisfacer las exigencias de las clientelas electorales, entre otras.

Pero hubo aspectos adicionales que marcaron la pauta de la transición democrática. En el bando al que los ciudadanos llegaron a hacer política sin mayor vocación que su coraje cívico, sin más ideología que su rectitud de intención, sin otra experiencia que la gestión privada, Castillo Peraza intentó ofrecerles un proceso de asimilación para hacerlos conscientes de las responsabilidades específicas de la acción política y dotarlos de las herramientas básicas para ejercerla.

Sin ceder en la precisión ideológica, introdujo en el debate interno del PAN una serie de reflexiones sobre la acción política y la gestión pública aparentemente lejanas al mensaje doctrinario tradicional del panismo, pero de urgente actualidad para un partido cuyas responsabilidades de gobierno crecían rápidamente.

Entre otras, destacan las incontables ocasiones donde manifestó que en política no siempre se puede decidir entre el bien o el mal, pues a veces era necesario optar por el mal menor; o que participar en negociaciones y consensos no borra las diferencias ideológicas y programáticas de los actores políticos; o advertir la posible erosión de los partidos ante el surgimiento de la sociedad civil; o sostener que la democracia no era solamente la higiene de la aritmética electoral, sino también un modo de vivir en el respeto, en el diálogo, en la política, a partir de un método para tomar decisiones.

Castillo Peraza veía en la coyuntura de la transición democrática la oportunidad de construir también una política de mayor calidad en México. Una transición que sepultara no solo el autoritarismo, sino también la improvisación y el sentido patrimonial del poder, trayendo consigo la responsabilidad y la eficiencia. Y creía también que ese proceso de cambio podía ir más allá de la política y abarcar esferas de su afecto como el periodismo y la cultura.

Ha sido, tal vez, el único dirigente nacional de un partido político en México que se dio tiempo para participar regularmente en revistas de cultura. Escribió 106 colaboraciones en la revista Nexos, de las cuales 36 aparecieron durante los tres años de su presidencia; publicó también en cinco ocasiones en la revista Vuelta, entre ellas, la célebre conversación con Octavio Paz donde le inquirió sobre el catolicismo y la identidad histórica.[1]

Aunque a veces decía que no leía periódicos, sus textos dan cuenta de que tuvo siempre en la mira a sus colegas de gremio, pero indudablemente disfrutaba mucho más la lectura de los reportajes y opiniones de revistas europeas, sobre todo francesas, como L’Express, Le Point, Le Nouvel Observateur o Panorama.

Para hacer realidad su proyecto partidario, Castillo Peraza creó los instrumentos que lo hicieran realidad: la Fundación Rafael Preciado Hernández, como unidad de seguimiento, análisis y prospectiva de la realidad nacional, y la Secretaría de Acción Gubernamental, como equipo de asesoría a los nuevos gobernantes municipales y estatales panistas encargado de integrar un modelo de gestión que diera paso a gobiernos autónomos, subsidiarios y eficaces. Un área para la reflexión y otra para la acción. Siguió adelante redimensionado al PAN e iniciando los trabajos que culminarían en la segunda proyección de los Principios de Doctrina aprobada hasta el año 2002. La política integral no era oferta de campaña sino empeño de todos los días.

Para dar sentido a su proyecto de innovación del partido, volvía frecuentemente a los textos de panistas como Gómez Morin, González Luna, Preciado Hernández, González Morfín y, sobre todo, a los de Christlieb Ibarrola, el político; tomaba inspiración de las encíclicas papales y de pensadores humanistas como Mounier o Maritain, y pasaba luego a la ávida lectura de Ricoeur, Lévinas, Guardini, Malouf y de tantos otros. Con ello en mente, elaboraba los discursos y conferencias que recuperan sus propuestas e intenciones desde una perspectiva mucho más intelectual que política, los cuales se publicaban en la revista doctrinal e ideológica Palabra, fundada por él años atrás.

Cuando llegó a la presidencia nacional del PAN, su partido gobernaba tres estados; al irse, ya eran cuatro. Inició con 96 municipios y terminó con 208, avanzando del 11.07% al 30.28% de la población nacional gobernada, luego de los triunfos reconocidos en Guadalajara, Monterrey, Puebla y ocho capitales estatales más; en tres años, la representación panista creció de un senador a 25, de 88 a 119 diputados federales y de 137 a 235 diputados locales. Los números son contundentes: en esos años el PAN se consolidó como un actor político competitivo en el marco de la transición democrática de México.

Como político de ideas y de cálculo pragmático, Castillo Peraza tomó un par de decisiones que subrayaron su singular manera de concebir al poder: una, la determinación de no reelegirse como presidente de Acción Nacional en 1996; la otra fue su retiro de la política, su alejamiento formal del PAN, en 1998.[2] En ambas ocasiones, se colocó a sí mismo por encima del poder, desconcertando hasta a sus colaboradores más allegados.

Entre dichas resoluciones aconteció la histórica elección de jefe de Gobierno del Distrito Federal en 1997. Aún antes de aceptar la precandidatura, Castillo Peraza se preparó con gran esmero ante esa posibilidad. Puso en orden y a sus órdenes la estructura del partido en la capital; estudió a fondo las cuestiones metropolitanas y preparó un ambicioso plan de gobierno respaldado en académicos, intelectuales y en el equipo de la Fundación Rafael Preciado Hernández; trajo de Yucatán a sus brigadistas de confianza, con quienes años atrás luchó por la gubernatura y por la alcaldía de Mérida. Las expectativas eran muy altas, las encuestas anticipaban el triunfo, pero, súbitamente, todo se desmoronó.

La campaña no funcionó. Los pasos cuidadosamente planeados en la reflexión se estrellaron contra la realidad política de la ciudad de México; el mensaje ciudadano, de honestidad y de transparencia, fue opacado por el contraste y el señalamiento a los que Cuauhtémoc Cárdenas resultó inmune y con los que la prensa se cobró un lustro de malas relaciones del panista con los reporteros. La derrota dejó una herida de la cual el PAN capitalino no se ha recuperado aún.

Tanto los éxitos como los fracasos definen las trayectorias políticas. De la vida política e intelectual de Carlos Castillo Peraza recuperamos el imperativo de contar con hombres públicos capaces de conjuntar ideas, capacidades y ética; la noción de políticos que toman decisiones electoralmente riesgosas pero orientadas a generar bienes públicos o para alcanzar fines de orden superior; la de formar funcionarios expertos que dirigen o gobiernan con responsabilidad y eficacia.

Sin estos ingredientes, el político común puede caer en vicios como el activismo o el pragmatismo, las trayectorias sin realizaciones, las gestiones sin trascendencia o el poder visto como un cargo a detentar y no como un medio para servir. Esas eran las angustias de Castillo Peraza: que conquistar el poder de súbito no significara extraviar su finalidad, que los imperativos de la gestión no hicieran a un lado la reflexión y que no llegara la alternancia sin dar paso a la transformación de México. En los tiempos que corren seguramente no contemplaría impasible lo que nos sucede. ~

 

[La reseña de Ramón Cota Meza sobre La mancha azul. Del PAN al neoPAN y al PRIoPAN, de Jorge Eugenio Ortiz Gallegos.]

 


[1] Carlos Castillo Peraza, “Alguien me deletrea: conversación con Octavio Paz”, en Proyección mundial, 5 de mayo de 1988; reproducido en Vuelta, núm. 162, México, mayo de 1990, pp. 50-52; en Octavio Paz, Pequeña crónica de grandes días, México, FCE, 1990, pp. 153-160, y en El porvenir posible, México, FCE, 2006, pp. 661-666. Carlos Castillo Peraza, “Alguien me deletrea: conversación con Octavio Paz”, en Proyección mundial, 5 de mayo de 1988; reproducido en Vuelta, núm. 162, México, mayo de 1990, pp. 50-52; en Octavio Paz, Pequeña crónica de grandes días, México, FCE, 1990, pp. 153-160, y en El porvenir posible, México, FCE, 2006, pp. 661-666.

[2] Cfr. Carlos Castillo Peraza, “Solo respondo ante el dueño de la cara que veo en el espejo”, en Proceso, núm. 1004, 29 de enero de 1996, pp. 21-25, y Gerardo Galarza, “Castillo Peraza deja el partido y se dedicará a la lectura, la reflexión, la escritura, la investigación y la enseñanza”, en Proceso, núm. 1122, 3 de mayo de 1998, pp. 30-32.

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(ciudad de México, 1964) militó en el Partido Acción Nacional de 1982 a 2011. Es autor de 'La fuerza de la voz. Obra de Miguel Estrada Iturbide' (Porrúa, 2011), entre otros títulos.


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