Au pays parfumรฉ que le soleil caresse,
J’ai connu, sous un dais d’arbres tout empourprรฉs
Et de palmiers d’oรน pleut sur les yeux la paresse,
Une dame crรฉole aux charmes ignorรฉs.
En San Pedro, nos encontramos con una banda en el jardรญn que tocaba bien y bonito.
–Es la banda de doรฑa Anna –dijo Andreas–. Doรฑa Anna vino a visitar al patrรณn.
–¿La banda la dirige una mujer?
–No, seรฑora. Doรฑa Anna es una mujer que vive del otro lado del lago. Una mujer muy, muy rica, que tiene mรบsica sonando todo el dรญa. Es una banda de Ajijic, la mejor banda de Jalisco. Ahora es la banda de doรฑa Anna. Los mariachis llegan a su casa cada maรฑana. Incluso en dรญas de fiesta.
–¿Y la siguen a todas partes?
–Sรญ. Adonde va doรฑa Anna, van los mariachis.
–¿Me conseguiste algรบn puro? –preguntรณ Anthony.
–No.
–¿Lograste ver tu pueblo indio?
–No.
–Si no tenemos cuidado, vamos a terminar viรฉndolo bastante –dije yo.
–Tรบ no mostraste mucho carรกcter –dijo E.
–No –dije yo.
–Otavio ha estado cacareando como una gallina vieja –dijo Anthony–. Que por quรฉ no le dijiste que ibas a Jocotepec. Parece que hay un personaje, el seรฑor Middleton o Middleman o algo asรญ, a quien debes visitar y ver en el jardรญn.
–Ya vimos el jardรญn.
–¿Ah, ya? Muy bien. Pobre Otavio, estaba tan molesto, dijo que el seรฑor Middleman o Middleton iba a ofenderse.
–Y maรฑana lo vas a ver tรบ tambiรฉn, querido. Vamos a ir a comer ahรญ maรฑana.
–¿Andar corriendo de aquรญ para allรก a mediodรญa? No es para mรญ.
–Anthony, un tipo sin carรกcter –dijo E.
–Y lo que es mรกs, vas a vivir en Jocotepec, en una cabaรฑa con patio trasero, criada y un รบnico sirviente al que tienes que vigilar, y el agua para baรฑarte te la van a llevar en burro. No, no en burro, en niรฑo. Por lo menos eso es lo que estรกs pagando.
–Estรกs bromeando –dijo Anthony.
–No es una amenaza sin fundamento –dije.
–Es una nube tan grande como la mano del seรฑor Middleton –dijo E.
–Ese no es su asunto –dijo Anthony.
–Soy estadounidense –dijo E. en tono incierto, como si ella estuviese practicando para un examen–. Soy estadounidense. Nadie me va a mangonear.
Abajo, la banda seguรญa interpretando a todo volumen “Las maรฑanitas”.
–Anthony, ¿quรฉ es ese escรกndalo?
–No sรฉ. Llegaron en muchas barcas con una viuda hace casi una hora. Es una belleza. Y esperen a ver sus perlas. Son grises. Nunca habรญa visto perlas grises. La cena se atrasรณ una hora y va a haber lechรณn.
En ese momento apareciรณ don Otavio para decir algo.
–Espero que doรฑa Anna les agrade. Es una gran amiga. Ha tenido una vida triste la pobre mujer. Uno debe ser cariรฑoso con ella. Estuvo casada ร l’espagnole, siempre encerrada. Su esposo no la dejaba ir a ningรบn lado. No es algo comรบn. รl muriรณ hace dos aรฑos y ahora que terminรณ el duelo hace lo que quiere. Estรก tratando de divertirse un poco, es natural. Por eso tiene a los mariachis al lado el dรญa entero. Necesita alegrรญa despuรฉs de todos esos aรฑos tristes, y ademรกs es una persona muy musical. A la gente en Guadalajara no le gusta. Es verdad que doรฑa Anna es una mujer original. Fue una gran belleza. Ahora, claro, envejeciรณ.
–Y ahora cuรฉntenoslo todo acerca del autรณcrata en el jardรญn. ¿Siempre ha vivido en Jocotepec?
–El seรฑor Middleton vino aquรญ a retirarse. Fue ingeniero. Creo que pasรณ toda su vida en รfrica. รl construyรณ todo el jardรญn. Es un jardรญn maravilloso, ¿no es asรญ?
–Es un jardรญn maravilloso.
–รl planta todo en primavera, la temporada seca y cรกlida en la que todo muere. El seรฑor Middleton dice que eso es mรกs bien producto de la pereza. Amablemente me deja llevarme algunos de sus cortes, pero Jesรบs dice que son cosas que no crecen aquรญ. Al seรฑor Middleton no le gusta eso. Dice que las flores de Jesรบs son demasiado grandes.
–¿A usted le agrada el seรฑor Middleton, don Otavio?
–El seรฑor Middleton es un caballero inglรฉs muy distinguido. Y muy inteligente.
–Nos invitรณ a comer con รฉl maรฑana.
–Verรฉ que la barca estรฉ lista. Al seรฑor Middleton no le gusta esperar.
–Hablรณ de la una y cuarto, pero no creo que lo haya dicho en serio. ¿A quรฉ hora comen?
–A la una y cuarto. Y la cena al cuarto para las ocho. El seรฑor Middleton se rige con su propio horario.
–Debe ser difรญcil hacerlo aquรญ.
–Es inconveniente. El carnicero no mata antes del mediodรญa, y el pescado llega hasta las tres. Los sirvientes no estรกn contentos con eso.
–¿Y quรฉ pasa cuando lo invitan a comer a otro lado?
–Al seรฑor Middleton no le gusta comer en casa de otras personas, y la seรฑora Middleton no sale. Le tiene miedo a los indios la pobre mujer. Vive una vida triste. Si arreglaran el camino por lo menos podrรญa salir a dar un paseo. No puedo dejar sola a doรฑa Anna, ¿con su permiso?
Cuando bajamos, nos encontramos con que la cena estaba servida en la terraza del salรณn principal donde estaban los mariachis, sentados en la balaustrada. Las trompetas atronaban. Las clases altas mexicanas, como las de la Rusia zarista, no tienen una habitaciรณn designada especialmente para comer. La mesa y los accesorios son llevados de un lugar a otro y la comida se sirve oรน le cลur vous en dise segรบn la temporada, el menรบ, la compaรฑรญa y el humor: hoy comeremos en el salรณn del este, Buttermere, porque la madreselva florea junto a la ventana. Es una disposiciรณn cรณmoda y, siempre que uno tenga suficiente espacio y gente a su servicio, le da mucha amplitud a la comida y la bebida –omelette, jamรณn y melรณn en la sombra del mediodรญa; fresas en el jardรญn; cocido de res en la cocina; madrileรฑa y salmรณn en la terraza nocturna, lomo de cordero y nueces en el comedor; chambarete bajo las estrellas, oporto en el salรณn norte, burdeos en la biblioteca y copas magnum heladas junto a la chimenea…
Encontramos a doรฑa Anna, una mujer prรณxima a los cincuenta aรฑos, emperifollada. Llevaba puesta una piyama de crepรฉ de China con un corte que usaban en el sur, hace algunas dรฉcadas, las primeras mujeres en llevar pantalones. A su lado se sentaba un joven malhumorado; apuesto tambiรฉn, pero tosco y tan poco civil como lo permitรญan las costumbres de su clase y su paรญs. Doรฑa Anna nos recibiรณ con el tipo de entusiasmo que produce el primer vaso de vodka derecho, y que mรกs tarde, si se mantiene asรญ, palidece, se estanca y se vuelve opresivo. Su voz era encantadora, su espaรฑol tan veloz como las palabras mรกgicas de un hechizo. Fluรญan las anรฉcdotas y los comentarios, como, ay, tambiรฉn fluรญa el dulce Sauternes, siempre una debilidad en la mesa de don Otavio. El lago, la gente en el lago. La bruja mayor de Sahuayo y su dominio gradual sobre la casa de doรฑa Anna. Doรฑa Anna desenmascarรณ a la bruja. Los asesinatos del domingo en San Juan Cosalรก, los nuevos fondos para reparar el camino, la temporada de toros del pasado invierno –ninguno de los nuevos matadores les llegan a los talones a los grandes. ¿Se acuerdan de Lalanda? ¿Se acuerdan de Carnicerito? Los viejos tiempos–. La luna de miel de doรฑa Anna en Granada, nunca vio algo asรญ. La Corte de Madrid, muy aburrida. La reina, pobre mujer… La mamรก de Otavio, cรณmo te consintiรณ, ¡niรฑo! Los bailes en Mรฉxico, seguro, pero antes de casarme… Doรฑa Anna no cuidaba sus palabras. Era ingeniosa de forma resuelta, al mismo tiempo bien intencionada y con un toque de brutalidad mundana. Comรญa con buen apetito.
Domingo y Andreas y el Juan de don Otavio correteaban alrededor de la mesa, silbando de emociรณn y tensiรณn. Les desconcertaba la sucesiรณn tan larga de platos. Cuando quitaron el lechรณn, llegaron corriendo con el pescado. “¡Niรฑos!”, dijo don Otavio, ansioso: “Por caridad.” Doรฑa Anna les sonriรณ y se sirviรณ un pedazo. Tenรญa modales muy cuidados y sin el toque de refinamiento provinciano de don Otavio. La historia de su vida recluida apenas parecรญa creรญble; de los dos, ella parecรญa ser la mujer de mundo y don Otavio el recluso provinciano. El joven se sentaba a su lado como un bulto, bostezando y haciรฉndole muecas al plato.
–Tuvo un dรญa muy cansado, el pobre –dijo doรฑa Anna–, saliรณ con la lancha desde el desayuno.
La banda habรญa estado cantรกndonos en los oรญdos desde la sopa. La mรบsica folclรณrica mexicana tiene que soportarse para creerse. Parece querer ser al mismo tiempo viril y melancรณlica, y consigue sonar militar y anhelante. Los tambores tiemblan, los metales resuenan, las cuerdas vibran y el ritmo es mecรกnico y avasallador, y siempre se toca muy fuerte.
–Doรฑa Anna, ¿por quรฉ tiene a los mariachis tocando todo el dรญa? –preguntรณ E.
–Llegan por lo regular a mi casa a las nueve. Claro que no empiezan hasta que despierto.
Para la sรฉptima vez que tocaron una canciรณn llamada, creo, “Siempre Jalisco”, los mรบsicos, de oรญdos mรกs sensibles que los nuestros, parecรญan estar cansรกndose.
–Sรบbanle, niรฑos –dijo doรฑa Anna.
Le hicieron caso. Despuรฉs de un rato volviรณ a bajar el volumen de manera apenas perceptible. Doรฑa Anna saltรณ de su silla, le arrebatรณ la trompeta a un indio y le dio una cachetada.
–Si no puedes tocar, vete a tu casa a sembrar –le dijo, y regresรณ a su asiento. La mรบsica y la conversaciรณn continuรณ.
En ese momento llamaron a los sirvientes y estos realizaron algunos bailes. Los mรกs celebrados fueron los que consistรญan en tirar un sombrero al piso y bailar alrededor de รฉl con mucho cuidado. Los hombres se veรญan muy elegantes y serios al hacerlo; las mujeres permanecรญan a un lado mirando. Luego la banda tocรณ piezas que se asemejaban mรกs o menos a la naturaleza del tango y del vals, y bailamos todos. Anthony con doรฑa Anna. El joven que la acompaรฑaba se quedรณ sentado y los observaba con resentimiento.
–Anthony deberรญa cuidarse si no quiere terminar con un cuchillo en la espalda –le dije a don Otavio.
–Oh, no, no. No tiene nada de quรฉ temer de don Fernando, pobre muchacho. Naturalmente que no le gusta verla bailar. Los jรณvenes son tan estrictos. No aprueba que salga tanto. Claro que doรฑa Anna insiste en que รฉl la acompaรฑe.
–Pudo haber elegido a un chaperรณn mรกs amable.
–Sus hermanos estรกn muertos. Doรฑa Anna es una mujer poco convencional; a Fernando le molesta que use pantalones.
–No deberรญa importarle.
–Uno puede entenderlo. Don Fernando ha sido un buen hijo.
–Doรฑa Anna es su madre –dije cuidadosamente.
–Claro. Bueno, sรญ, don Fernando pudo haber sido un sobrino.
En el siguiente vals le dije a Anthony:
–Estuve caminando sobre hielo muy delgado.
–Pensรฉ que lo estabas. E. tambiรฉn.
–Tenemos mentes tan convencionales. El mal se cuela en ellas.
–Yo ya aprendรญ.
–Estoy empezando a valorar el entrenamiento que recibiste en Guadalajara.
A medianoche doรฑa Anna se despidiรณ. Luego se alejรณ, en cortรจge, hacia el muelle. Primero iban dos indios con linternas, luego seis hombres cargando los remos, luego doรฑa Anna del brazo de su hijo con don Otavio a su lado, y luego mรกs jรณvenes con linternas; detrรกs de ellos un grupo de empleados con batas y cojines, y al final la banda que tocaba a todo volumen. Bajaron por el camino rodeado por limoneros, hacia el jardรญn, y hacia la noche. Poco a poco desaparecieron: las luces y la mรบsica y el blanco del crepรฉ de China de doรฑa Anna. Toda la tarde estuvimos riendo, con ellos y por nuestra cuenta, y ahora el ambiente estaba triste.
–Ahรญ va –dijo E.–, la รบltima reliquia del feudalismo mexicano. ~
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Traducciรณn del inglรฉs de Pablo Duarte.
(Berlรญn, 1911-Londres, 2006) fue periodista y novelista. En espaรฑol se han publicado Arenas movedizas (La Otra Orilla, 2009) y Fragmentos de vida (Quinteto, 2010).