Cinco muertes en el siglo XX

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Todo indica que tuvo admirable vitalidad: quienes la conocieron mayor de ochenta años —murió en 1989, a los 91— aseguran que era aún chispeante, ágil, hermosa, independiente en sus juicios y elegante en sus modos, pese a todo lo que había pasado.
     Nació en Madrid en 1898. Por tres nombres fue conocida: el de nacimiento, Carolina Codina, el nombre artístico, de soprano, Lina Lluvera, y el de casada, Lina Ivánovna Prokófieva, porque, en efecto, estuvo casada dieciocho años con el luminoso compositor Serguéi Prokófiev.
     Su padre era español y su madre provenía de una prominente familia polaca y hugonota, curiosamente, razón por la cual hablaba con fluidez el polaco y el ruso. Encontró a Prokófiev en uno de los conciertos que dio el maestro, a su llegada a Nueva York en 1918, en el Carnegie Hall. Prokófiev, ya célebre, era delgado, rubio, casi blanco el pelo mientras lo conservó, porque pronto fue calvo, y Lina era de tez aceitunada, muy bonita y seis años menor que el pianista y compositor.
     Se casaron y emprendieron el camino hacia el París prodigioso de los años veinte, donde Diaghilev y Stravinsky andaban asombrando. Prokófiev luchó con brío en París y llegó ahí lejos, aunque quizá no tanto como hubiera querido. Stravinsky declara: “Prokófiev es el más grande compositor ruso de hoy —après moi” (después de mí, claro).
     Pero ¿qué sería?, ¿nostalgia invencible de su tierra?, ¿falta completa de información acerca de lo que ahí estaba ocurriendo? No sabemos, pero en 1935, ya con dos hijos, toma una decisión hasta hoy incomprensible, y al año siguiente regresa con su familia a la pavorosa Rusia de Stalin.
     En Moscú las cosas no fueron bien, pero se sobrevivía. En 1939 Prokófiev conoce a María Cecilia Abrámovna Mendelson, Mira. Ella le ofrece su juventud, 24 años, frente a los 48 de Serguéi; su belleza, un mediano talento literario y, como suele suceder en estos casos, completa devoción al maestro. Y lo que se inició como un amorío va a terminar en drama de tintes trágicos.
     Porque Lina y Serguéi se divorcian y Prokófiev se une a Mira. Lina queda sola, desprotegida, con los dos niños, y es extranjera, cosa peligrosa en la xenofobia estalinista. Y así fue: en 1948 Prokófiev y Mira se casan en enero, y en febrero mismo, no esperaron nada, Lina Lluvera es arrestada por sospechas de espionaje y conducida a la temida cárcel moscovita de Lubyanka. Fue sentenciada a veinte años de trabajos forzados. Pasó seis años en el campo de Abez, cerca de Vorkuta, en el círculo polar ártico, y dos años en un campo de la República Autónoma de Mordovia, antes de ser redimida por las amnistías postestalinistas de 1956.
     “Si te aparece un lobo en el bosque, ¿qué vas a hacer?”, le pregunta el abuelo al niño en Pedro y el lobo. Prokófiev, dicen, no pudo hacer nada (según parece, le dijeron que si seguía intentando liberar a Lina acabaría él también en el Ártico), y de hecho no volvió a ver nunca a Lina. No es difícil suponer que, aunque su responsabilidad en la desgracia fue indirecta, el agobio moral de Prokófiev debió de ser enorme. Kenneth Tynan define el arte, pensando en Schubert, como los momentos felices de un hombre infeliz, y esto, por lo que se ve, se aplica también a Prokófiev.
     El año de 1953 Prokófiev no alcanzó a ver la primavera. El día 5 de marzo en su dasha, se apagó su vida. La noticia fue totalmente opacada por otra muerte que en ese momento tenía lugar: la de José Stalin, nada menos.
     Recuerdo haber tenido en mis manos una extra vespertina cuya cabeza decía simplemente YA (porque la muerte del mandamás se esperaba desde hacía días). Y abajo, por ahí, en interiores, en letras chiquitas se informaba del fallecimiento del famoso músico Serguéi Prokófiev.
     Años más tarde, el 22 de noviembre de 1963, Aldous Huxley agonizaba en California. Laura preparó, según instrucciones precisas del escritor, una inyección intramuscular de 100 mm del psicotrópico LSD, para el momento. Porque Huxley, que era ya algo espiritista, consideraba importante que su alma inmortal entrara a la eternidad con la conciencia expandida por el LSD. Laura Huxley buscó a un médico o una enfermera que inyectara a su marido, pero encontró a todos los encargados muy entretenidos viendo la televisión. Se disgustó por esa irresponsabilidad colectiva y se dispuso a inyectar a Aldous ella misma.
     Pero no: lo que el personal del hospital estaba viendo en la televisión no eran las caricaturas, sino la noticia del asesinato en Dallas de John Fitzgerald Kennedy, que conmovió a toda la nación. Y, otra vez, en letras enormes, la muerte de Kennedy, y en letras chiquitas y perdida en interiores, la noticia del fallecimiento del famoso novelista Aldous Huxley.
     El tiempo, sin embargo, va lentamente corrigiendo estas anomalías en la jerarquización: ¿qué le dejaron al mundo Stalin o Kennedy y qué le dejaron Prokófiev y Huxley? La alegría inacabable del arte frente a la brutalidad confusa de la política. De eso se trata.
     Por último, el 3 de enero de 1989 falleció apaciblemente en Londres Carolina Lluvera Prokófieva. Sobrevivió por 36 años a su esposo, nunca se volvió a casar, y por 21 años a Mira Mendelson, la segunda esposa del maestro. ~

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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