Aparece en The Wall Street Journal el avance de un libro. El periódico cabecea el extracto con la frase: Por qué las madres chinas son superiores. Lo firma Amy Chua, profesora de leyes en Yale y madre china-estadounidense de dos hijas geniales. Las “madres chinas”, una mezcla entre sargento de película militar y gorgona intrigante y amenazadora, están mejor calificadas que sus contrapartes “occidentales” para criar hijos exitosos: ese es el punto del adelanto. Y ese es el punto del libro del que sale el adelanto. El himno de batalla de la madre tigre, se llama. Después de la publicación en The Wall Street Journal, parte de la estrategia publicitaria de la casa editora, el torbellino se desata. El libro es, en palabras de su autora, una memoria sobre la crianza de sus hijas. No es, se detiene en cada entrevista que da a aclararlo, una guía para padres. No hay consejos, solo sus propias experiencias. Pero el torbellino está desatado.
Parte del escándalo lo motivan las prácticas educativas de Chua. Despiadadas, inconcebibles, desproporcionadas, abusivas: han sido relatadas por toda reseña y todo entrevistador. Amenaza con quemar peluches por fallar al tocar una pieza en el piano; deja a otra fuera de la casa en pleno invierno hasta que no acceda a hacer lo que ella dice; rechaza las tarjetas de cumpleaños que le hacen sus hijas por considerarlas insuficientes y un largo y e irrisorio etcétera. “Eso no es crianza, eso es tortura”, dicen los críticos. “Qué hay de los sentimientos de los niños. Qué hay de su felicidad. Qué hay de su autoestima. Dejemos que los niños sean niños.” Otra parte del escándalo está fundada en el hecho de que las hijas no son un fracaso. Las hijas no han caído en las garras de la droga, la depresión, el desorden alimenticio o la autoflagelación. Son jóvenes funcionales, ambas en la escuela, ambas lejos del escándalo. Por lo menos hasta ahora. Pero, justamente ahora que es cuando importa, no hay, para sus detractores, el beneficio del “te lo dije”. En su reducida muestra estadística (las dos hijas), la hipótesis del libro es corroborada (las madres chinas –madres tigre, para mayor facilidad estereotípica– son más susceptibles de criar hijos geniales). Eso es todo. El himno de batalla de la madre tigre no tiene mucho más que ofrecer.
Más que un discurso de Polonio a su hijo Laertes, este es un libro de memorias escrito por una muy ingenua Gertrudis, incapaz de realizar introspecciones, de hacer autoanálisis o de alcanzar conclusiones significativas. A pesar del palmarés académico de Chua, la pasmosa simpleza y ausencia de honduras en su libro es desesperante. Si algo, es la celebración de los logros, el recuento de los trofeos. Lo mismo que uno escucha cuando comparte mesa con padres jóvenes. Lo mismo que uno jura nunca recitar cuando tenga hijos. Eso es todo; tan desabrido como se escucha. Pero el torbellino mediático está ahí. Las reseñas, las entrevistas y los clubes de libro. Sorprende pues que un libro así, banal e inconsecuente, condense y polarice, suscite discusiones y merezca tanto espacio. A propósito de un libro mediocre de memorias, una gran controversia.
La desmesura en la respuesta, me parece, es directamente proporcional a lo amenazante que Oriente parece para los occidentales. Y al decir Oriente estoy siendo tan vago como Chua al hablar de “madres chinas”: un amasijo de clichés, tropos y algunos datos duros sobre los países asiáticos y en especial sobre China. La ira maternal ante el cuestionamiento de nuestra pedagogía occidental es en el fondo desconocimiento y pánico. Es decir, un libro que por incapacidad se concentra en lo más superficial de una experiencia doméstica termina siendo leído en clave geopolítica. Las madres tigre son el equivalente del ejército de paracaidistas comunistas que habrían de llover por la noche y envenenar los pozos de agua potable. Un ejército de madres tigre con los resultados de la más reciente prueba pisa pegados en la espalda: en ciencia, lectura y matemáticas, Shanghái obtiene el primer lugar. Estados Unidos ronda la media tabla –México sotanea. Las madres tigre, pues, son vistas como la pieza elemental de una prosperidad amenazante, de un avance que no comprendemos del todo y de una hegemonía que se tambalea. La batalla, parece decirnos el gran torbellino de lecturas, discusiones y mesas redondas para analizar el libro, la perdemos ante la madre tigre, no ante el gobierno del presidente Hu. El himno de batalla no es, como nos quiso hacer creer la editorial, el himno de una batalla hogareña contra la voluntad de los hijos propios: son las fanfarrias del fantástico enfrentamiento entre Oriente y Occidente. ~
(ciudad de México, 1980) es ensayista y traductor.