Esta es una historia ficticia basada en la realidad, tanto que posiblemente los lectores sabrán de alguna parecida y podrán poner a sus personajes nombres concretos y verdaderos, de gentes que conozcan. Es una historia común, y eso es lo más grave, que se dé con frecuencia y no haya manera, en nuestras sociedades supuestamente libres y justas, de impedir que se repita. Es la historia de dos empresarios y una empleada.
Esta última, a la que llamaremos Eva, trabajó durante diez años para el primer empresario, al que apodaremos Pelo Cardado, con gran eficacia y lealtad, llevándole en buena medida el negocio o llevándoselo a buen puerto, sin ningún afán de protagonismo, sin querer hacerle nunca la menor sombra, dejando con modestia y humor que Pelo Cardado presumiera —Pelo no tiene abuela— de las buenas ideas que ella le daba y de los logros a ella debidos. Eva no se engaña, y siempre ha sabido que un empleado, además de sus horas de trabajo, entrega a su jefe sus iniciativas, y que ha de permitirle apropiarse de todas las medallas —que Cardado, dicho sea de paso, se colgaba él solito. A ella le gusta trabajar y su trabajo, como a tantas mujeres de hoy, y sólo aspira a cumplir con él y a vivir tranquila. No quiere "ascender" ni "hacer carrera". Su profesión le importa, y mucho, entre otras razones porque de su ejercicio viven ella y sus tres hijos; pero no conforma la totalidad de su vida, que es más amplia y más compleja. Cumple a la perfección sin "aspiraciones", eso es todo. Sólo espera cobrar su sueldo y contribuir a mejorar la empresa a la que sirve y presta su talento.
Hace unos años, a Pelo Cardado se le cruzaron vaya usted a saber qué ralos cables. Escuchó falsedades acerca de Eva a alguno de esos buenos compañeros que hay en toda oficina y que buscan hacer méritos ante el jefe a base de darle coba y de denunciar a colegas, por ver si los defenestran y ellos ocupan sus puestos. Cardado quiso creer esas calumnias, y además exigió a Eva posturas éticas y morales (habría que decir más bien nada éticas y muy inmorales) que ella no estuvo dispuesta a adoptar. Una cosa es obedecer, incluso en lo que a uno le parece condenable; otra muy distinta, tener además que aplaudirlo. Así que Cardado la despidió un día, sin motivo real alguno, como quedó claro ante Magistratura, cuyo fallo fue Despido Improcedente; y Pelo hubo de pagar a Eva la indemnización máxima que la ley concede, y aun bastante más, por evitarse un juicio.
Como es persona muy…
Como es persona muy competente, Eva no tardó en encontrar otro empleo, aunque en un sector distinto. Y tras dos años de eficaz tarea, y de haberse ganado el aprecio y la admiración de sus nuevos compañeros, le surgió la posibilidad de volver al sector cultural que había abandonado, el que más le interesa. Otro empresario la contrató, y su empresa, a diferencia de la de Cardado, no era independiente, sino parte de un gran grupo, más fuerte, de los que tanto abundan ahora. Este segundo empresario, al que apodaremos Labio Flojo, recibió al poco una llamada de Pelo Cardado, quien, muy prepotente, le reprochó haber contratado a alguien que Él había despedido (injustamente). Estaba claro que Cardado —o habría que cambiarle a Cardatti— mantenía un odio y un resentimiento activos, y se había jurado que Eva no volviera a trabajar en el sector de su influencia. Labio Flojo reaccionó al principio y defendió —faltaría más— su libertad para contratar a quien le pareciera. Pero Cardatti nunca ceja en su saña, y a lo largo de un año le comió el coco —como se dice vulgarmente, pero estos dos personajes son muy vulgares— a Labio Flojo, hombre débil de carácter y de luces también flojas, convertido en títere de don Pelo. Así que Labio, también sin motivo alguno, decidió un día despedir a Eva, quien no había hecho sino mejorar esta segunda empresa, ponerle orden y racionalidad, y sacar castañas del fuego a su jefe y a sus compañeros nuevos: cumplir con creces, más allá de sus atribuciones. Esos compañeros no daban crédito, y alguno valeroso preguntó a Flojo el porqué de tamaños disparate e injusticia. Sin argumentos, don Labio acabó por reconocer el decisivo papel difamatorio de don Capello, al que prestó oídos sin ni siquiera dignarse escuchar la versión de Eva, a quien tenía a su lado a diario. Eva está ahora en la calle, y no es que se sienta, sino que es claro objeto de una persecución. Visto lo visto, se pregunta si podrá volver a trabajar en el sector cultural al que pertenece. También se pregunta si vive en España o más bien en Sicilia. Si esto ocurre entre empresarios culturales, que se presentan siempre como grandes benefactores y personas de moral, qué no sucederá en otros sectores con menos imagen pública, más anónimos. Eva tiene tres hijos, se lo recuerdo. Quizá no haya sido casual que a estos dos empresarios les haya dado yo nombres que en realidad son alias. Pues hay tradición de ello con cierto tipo de jefes y de hombres de negocios, ¿recuerdan? Cara de Niño, Lucky, Cara Cortada… Seguro que entienden de lo que estoy hablando. –
(Madrid, 1951-2022) fue escritor, traductor y editor. Autor, entre otras, de las novelas Mañana en la batalla piensa en mí (1994), Tu rostro mañana (tres volúmenes publicados en 2002, 2004 y 2007) y Tomás Nevinson (2021). Recibió premios como el Rómulo Gallegos en 1995, el José Donoso en 2008 y el Formentor en 2013. Fue miembro de la Real Academia de la Lengua.