Hace unos días apareció en mi buzón –sin mayores explicaciones– una curiosa publicación del Fondo de Cultura Económica: La cultura y las artes en tiempos del cambio. Comprenderán que antes que otra cosa, lo que sentí fue culpa, por no saber que los tiempos a los que aludía el libro habían llegado. Pero en ese instante lo di por hecho, ¿o de qué otro modo se podía explicar la existencia misma de un libro con semejante nombre? Después me sentí mucho peor. Tanta ignorancia. No sólo no sabía que este texto existía (prefiero llamarlo así, ya que le faltan algunas cosas –por ejemplo, un autor– para ser propiamente un libro), ni que, de haber sido menos afortunada, podría haberlo adquirido por 187 pesos en cualquier librería del fce; tampoco que mi regalo formaba parte de la recién estrenada “Colección Editorial del Gobierno del Cambio”; y mucho menos que esa colección hubiera sido creada para “mostrar, en volúmenes individuales, los programas, logros y perspectivas de diversas instituciones del Ejecutivo Federal, cuyo quehacer resulta particularmente sustantivo en la vida de los mexicanos, por lo que debe ser conocido por la ciudadanía”. Amén. Ésa era la razón de que el libro, ¡un libro!, hubiera llegado hasta mi ciudadano buzón. Ya no me acordaba de lo creativos que pueden ser los gobiernos a la hora de autopromocionarse. Pero imaginarán que me tranquilizó darme cuenta de que los “tiempos del cambio” eran en realidad los de siempre. De cualquier modo, el libro estaba ahí, ¿qué más podía hacer sino leerlo? (También pensé en donarlo a la Biblioteca José Vasconcelos, ya que, según me han dicho, no son precisamente libros lo que ahí sobra.)
Me parece muy bien que se informe a los ciudadanos del quehacer de las instituciones del Ejecutivo Federal, sobre todo porque de otra manera nos es difícil enterarnos, tan sustantivo resulta para los mexicanos lo que éstas hacen, o dejan de hacer. Así, por ejemplo, La cultura y las artes en tiempos del cambio me permitió conocer todos “los programas, logros y perspectivas” del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) durante la presente administración. No sólo eso, ahora sé que “Hoy en día, más que nunca antes, la cultura está en manos de todos”. Por favor, no se vea las manos, ahí están las cifras.
Dividido en capítulos que “tratan separadamente cada una de las entidades que coordina o incluye el conaculta”, el libro demuestra hasta qué punto esta institución se hizo cargo de la tarea de “rescatar, estudiar, preservar, difundir y promover el patrimonio cultural, tangible e intangible, de nuestras diversas culturas […]; proyectarlas hacia el exterior y recibir a las culturas del mundo; formar, apoyar y promover a los creadores de arte; [y] contribuir a generar públicos”. ¿Demasiado vago? Le voy a dar un ejemplo más concreto, sólo uno, tomado de la sección de Artes Plásticas del capítulo dedicado al Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura: “De 2001 a 2006, en los quince museos coordinados por el INBA en la Ciudad de México, y en otros espacios del país que lo solicitaron, se presentaron más de mil doscientas exposiciones, de las cuales novecientas fueron de artistas mexicanos y trescientas de extranjeros.”
Me voy a poner seria por un instante para decir que esos números son, de hecho, bastante decentes. El problema, desde luego, no es ése, sino justamente que esta administración piense que la cultura y las artes no son más que un par de entidades cuantificables. Mil doscientas exposiciones suena a récord, pero ¿qué habría pasado, realmente, de haber tenido sólo la mitad (y de todo lo demás también: conciertos, espectáculos, ferias, conferencias, encuentros del Fonca, etc.)? No se me ocurren muchas cosas más allá de que el libro del Conaculta tendría menos páginas. El presupuesto anual de esta institución es de más de cinco mil millones de pesos (muy poco desde cierto punto de vista), es decir, aproximadamente entre veinticinco y treinta mil millones para gastar en el sexenio: algo, naturalmente, debe quedar al final. La cosa es qué, de preferencia en la categoría de lo tangible. ¿Centros de las artes sin maestros calificados ni buenos planes de estudio?, ¿alumnos que se van a salir de esos centros sin posibilidad de conseguir un trabajo?, ¿bibliotecas sin libros?, ¿museos sin colecciones propias? Puros cascarones.
En la introducción del texto en cuestión se puede leer que: “Por encima de tal diversidad, todas estas entidades [las del Conaculta] confluyen en los grandes objetivos culturales del Gobierno de Fox.” El asunto es ése: que por encima de todo estuvo siempre lo grande. No el fondo, no las tareas cotidianas, no los pequeños asuntos, no lo urgente: sino lo que se ve; lo que se puede contar. Eso nos trajeron los vientos del cambio: un gobierno que no se quiso enterar de que el arte y la cultura son algo más que mero patrimonio de la nación; esto es, un simple conjunto de bienes que un gobierno hereda y administra (para engalanar listas que a nadie conmueven); tampoco de que cada una de las artes plantea, para empezar, un problema distinto que requiere, por lo tanto, de una solución pertinente, profunda. Era esa diversidad (sobre todo de carencias) la que no podía pasarse por alto. Pero qué se yo. Quizá mañana aparezca en mi buzón otro libro que me lo explique. ~
(ciudad de México, 1973) es crítica de arte.