Ilustraciรณn: Manuel Monroy

Curiosidad

ยฟPor quรฉ? es una de las preguntas mรกs importantes que se ha formulado el hombre. Desde hace siglos, nuestro deseo de saber ha hecho mรกs habitable el mundo, pero sobre todo ha servido para declarar nuestra pertenencia a una misma especie.
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En su lecho de muerte, Gertrude Stein preguntรณ: “¿Cuรกl es la respuesta?” Nadie contestรณ. Entonces sonriรณ y dijo: “En ese caso, ¿cuรกl es la pregunta?” Donald Sutherland, Gertrude Stein. A biography of her work

Tengo curiosidad sobre la curiosidad.

Una de las primeras frases que aprendemos de niรฑos es “¿por quรฉ?”. En parte porque queremos saber algo sobre este misterioso mundo en el que hemos entrado involuntariamente, en parte porque queremos entender cรณmo funcionan las cosas en este mundo, y en parte porque sentimos la necesidad ancestral de relacionarnos con otros habitantes de este mundo, apenas dejamos atrรกs nuestros primeros balbuceos y arrullos empezamos a preguntar “¿por quรฉ?”.1 Y nunca dejamos de hacerlo. Descubrimos muy pronto que la curiosidad pocas veces es recompensada con respuestas significativas y satisfactorias, sino mรกs bien con un deseo cada vez mayor de formular nuevas preguntas, y con el placer de dialogar con otros. Como todos los inquisidores saben, las afirmaciones tienden a aislar; las preguntas unen. La curiosidad es un medio para declarar nuestra pertenencia al gรฉnero humano.

Tal vez toda curiosidad puede resumirse en la famosa pregunta de Michel de Montaigne que sais-je?, “¿quรฉ sรฉ yo?”,2 que aparece en el segundo volumen de sus Ensayos. Refiriรฉndose a los filรณsofos escรฉpticos, Montaigne seรฑalรณ que eran incapaces de expresar sus ideas en ningรบn idioma, ya que, segรบn dice, “necesitarรญan uno nuevo, puesto que nuestro lenguaje se compone de proposiciones afirmativas, las cuales van contra la esencia misma de sus doctrinas”. Luego aรฑade: “Tal estado de espรญritu deberรญa enunciarse interrogativamente de una manera mรกs segura, diciendo ‘¿quรฉ sรฉ?’, que es mi acostumbrada divisa.” La fuente de esa pregunta es, por supuesto, la socrรกtica “conรณcete a ti mismo”,3 pero con Montaigne deja de ser una afirmaciรณn existencialista de la necesidad de saber quiรฉnes somos para convertirse en un estado continuo de cuestionamiento del territorio por el que nuestra mente avanza (o ya ha avanzado) y del terreno inexplorado que tenemos delante. En el campo del pensamiento de Montaigne, las proposiciones afirmativas del lenguaje giran sobre sรญ mismas y se convierten en preguntas.

La amistad que tengo con Montaigne se remonta a mi adolescencia, y para mรญ sus Ensayos han sido desde entonces una especie de autobiografรญa, ya que siempre encuentro en sus comentarios mis propias preocupaciones y experiencias, volcadas en una prosa brillante. Con sus preguntas acerca de temas convencionales (las obligaciones de la amistad, los lรญmites de la educaciรณn, el placer del campo) y su exploraciรณn de otros temas extraordinarios (la naturaleza de los canรญbales, la identidad de los seres monstruosos, el uso de los pulgares), Montaigne traza el mapa de mi propia curiosidad, dรกndole la forma de una constelaciรณn ubicada en รฉpocas diferentes y en muchos lugares. “Los libros –confiesa– me sirvieron mรกs de ejercicio que de instrucciรณn.”4 Ese ha sido, precisamente, mi caso. Reflexionando sobre los hรกbitos de lectura de Montaigne, por ejemplo, se me ocurriรณ que serรญa posible hacer comentarios sobre su que sais-je? siguiendo su propio mรฉtodo de tomar prestadas ideas de su biblioteca (รฉl se comparaba con una abeja que extraรญa polen para elaborar su propia miel)5 y proyectarlas hacia el futuro, hacia mi propia รฉpoca.

Como รฉl mismo habrรญa admitido de buen grado, en el siglo XVI indagar sobre lo que conocemos no era una novedad. Preguntarse sobre el acto de preguntar tenรญa raรญces mucho mรกs antiguas. “¿De dรณnde viene la sabidurรญa”, pregunta Job, desolado. “¿Y cuรกl es el lugar de la inteligencia?”6 Ampliando el rango de esa pregunta, Montaigne observรณ que “el juicio es un instrumento necesario en el examen de toda clase de asuntos; por eso yo lo ejercito en toda ocasiรณn en estos Ensayos. Si se trata de una materia que no entiendo, con mayor razรณn empleo en ella mi discernimiento, sondeando el vado de muy lejos; luego, si lo encuentro demasiado profundo para mi estatura, me detengo en la orilla”.7 Este modesto mรฉtodo es, para mรญ, maravillosamente tranquilizador.

Segรบn la teorรญa de Darwin, la imaginaciรณn humana es un instrumento de supervivencia. Para aprender mejor sobre el mundo y, por lo tanto, para estar mejor preparado ante sus escollos y peligros, el homo sapiens desarrollรณ la capacidad de reconstruir la realidad externa en la mente y concebir situaciones a las que podrรญa enfrentarse antes de que sucedieran.8 Cuando tomamos conciencia de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, podemos construir cartografรญas mentales de esos territorios y explorarlos de infinitas maneras, y luego elegir la mejor y la mรกs eficaz. Montaigne habrรญa estado de acuerdo: imaginamos para existir, y sentimos curiosidad para alimentar nuestro deseo imaginativo.

La imaginaciรณn, como una actividad creativa esencial, se desarrolla con la prรกctica. No a travรฉs de los รฉxitos, que son finales y, por lo tanto, callejones sin salida, sino a travรฉs de los fracasos, de los intentos que terminan siendo fallidos y que requieren nuevos intentos que, si las estrellas nos sonrรญen, llevarรกn a nuevos fracasos. La historia del arte y la literatura, asรญ como la de la filosofรญa y la ciencia, son historias de esa clase de fracasos enriquecedores. “Fracasa. Intรฉntalo nuevamente. Fracasa mejor”,9 fue la conclusiรณn de Beckett.

Pero para “fracasar mejor” debemos ser capaces de reconocer, a travรฉs de la imaginaciรณn, los errores e incongruencias. Debemos poder ver que tal y tal camino no nos lleva en la direcciรณn deseada, o que tal combinaciรณn de palabras, colores o nรบmeros no se aproxima a la visiรณn intuida en nuestra mente. Registramos con orgullo esos momentos en los que nuestros inspirados Arquรญmedes gritan “¡Eureka!” en la baรฑera, pero estamos menos dispuestos a recordar las ocasiones mucho mรกs numerosas en las que, como el pintor Frenhofer en el relato de Balzac, contemplan su obra maestra desconocida y dicen: “¡Nada, nada!… ¡No he creado nada!”10 Esos escasos momentos de triunfo, asรญ como los mรกs frecuentes de derrota, estรกn atravesados por la gran pregunta de la imaginaciรณn: “¿Por quรฉ?”

Los sistemas educativos de la actualidad, en su mayor medida, se niegan a reconocer la segunda parte de nuestra bรบsqueda. Interesadas en poco mรกs que la eficiencia material y la ganancia econรณmica, nuestras instituciones educativas ya no alientan el pensamiento por sรญ mismo y el libre ejercicio de la imaginaciรณn. Las escuelas y los colegios se han convertido en campos de entrenamiento para trabajadores especializados en lugar de foros de cuestionamiento y debate, y las academias y las universidades ya no son viveros para esos curiosos a los que Francis Bacon, en el siglo XVI, llamรณ “mercaderes de la luz”.11 Aprendemos a preguntar “¿cuรกnto costarรก?”, y “¿cuรกnto tardarรก?” en lugar de “¿por quรฉ?”

“¿Por quรฉ?” (en sus distintas variaciones) es una pregunta mucho mรกs importante en su formulaciรณn que en las posibles respuestas. El hecho mismo de pronunciarla abre innumerables posibilidades, puede acabar con los prejuicios, resumir dudas interminables. Es posible que arrastre, en su estela, algunas respuestas tentativas, pero si la pregunta es lo bastante poderosa, ninguna de esas respuestas resultarรก completamente satisfactoria. Como los niรฑos intuyen, “¿por quรฉ?” es una pregunta que, implรญcitamente, ubica nuestro objetivo siempre mรกs allรก del horizonte.12

La representaciรณn visible de nuestra curiosidad –el signo de pregunta que se ubica al final de una interrogaciรณn escrita en la mayorรญa de los lenguajes occidentales (y al principio, en castellano), curvado sobre sรญ mismo en oposiciรณn al orgullo dogmรกtico– llegรณ tardรญamente a nuestra historia. En Europa, la puntuaciรณn convencional no se estableciรณ hasta finales del Renacimiento cuando, en 1566, el nieto del gran impresor veneciano Aldo Manucio publicรณ su manual de puntuaciรณn para tipรณgrafos, el Interpungendi ratio. Entre los signos diseรฑados para concluir un pรกrrafo, el manual incluรญa el punctus interrogativus medieval, definido por Manucio el Joven como una marca que seรฑalaba una pregunta que, por convenciรณn, requerรญa una respuesta. Uno de los primeros ejemplos de esos signos de pregunta aparece en una copia realizada en el siglo ix de un texto de Cicerรณn, hoy conservado en la Bibliothรจque Nationale de Parรญs,13 trazado como una escalera que asciende hacia la parte superior derecha en una serpenteante lรญnea diagonal que nace en la parte inferior izquierda. Preguntar nos eleva.

A travรฉs de nuestras diversas historias, la pregunta “¿por quรฉ?” ha aparecido bajo muchas formas y en contextos muy diferentes. El nรบmero de preguntas posibles puede parecer demasiado grande para considerarlas individualmente en profundidad y demasiado disรญmiles para reunirlas de manera coherente; sin embargo, se han realizado algunos intentos de catalogar algunas de ellas, segรบn distintos criterios. Por ejemplo, en 2010, The Guardian de Londres invitรณ a unos cientรญficos y filรณsofos a que formularan una lista de diez preguntas que “la ciencia debe responder” (ese “debe” es demasiado autoritario). Las preguntas fueron: “¿Quรฉ es la conciencia?”, “¿quรฉ ocurriรณ antes del Big Bang?”, “¿la ciencia y la ingenierรญa nos devolverรกn nuestra individualidad?”, “¿cรณmo debemos lidiar con el crecimiento de la poblaciรณn mundial?”, “¿hay un patrรณn en los nรบmeros primos?”, “¿podemos crear una manera cientรญfica de pensar que se aplique a todos los รกmbitos?”, “¿cรณmo podemos asegurarnos de que la humanidad sobreviva y prospere?”, “¿es posible explicar adecuadamente el significado del espacio infinito?”, “¿podrรฉ grabar en mi cerebro como si fuera un programa de televisiรณn?”, “¿podrรก la humanidad llegar a las estrellas?” No hay una progresiรณn evidente en estas preguntas, ninguna jerarquรญa lรณgica, ninguna prueba clara de que todas pueden ser contestadas. Se presentan como bifurcaciones de nuestro deseo de saber, analizando y hurgando creativamente en los conocimientos adquiridos. Aun asรญ, es posible vislumbrar cierta forma en sus idas y vueltas. Si seguimos un camino necesariamente eclรฉctico a travรฉs de algunas de las preguntas alentadas por nuestra curiosidad, tal vez aparezca una cartografรญa paralela de nuestra imaginaciรณn. Lo que queremos saber y lo que podemos imaginar son el anverso y el reverso de la misma y mรกgica pรกgina.

Una de las experiencias compartidas por la mayorรญa de los lectores es el descubrimiento, tarde o temprano, de un libro que permite como ningรบn otro una exploraciรณn de uno mismo y del mundo, que parece ser inagotable y que, al mismo tiempo, enfoca la mente en los detalles mรกs minรบsculos, de una manera รญntima y singular. Para algunos lectores, ese libro puede ser un clรกsico reconocido, como las obras de Shakespeare o Proust, por ejemplo; para otros, es un texto menos conocido o que concita un reconocimiento menos generalizado, pero que por razones inexplicables o secretas resuena en ese lector con un eco profundo. En mi caso, a lo largo de mi vida, ese libro รบnico ha ido cambiando; durante muchos aรฑos fueron los Ensayos de Montaigne o Alicia en el Paรญs de las Maravillas, las Ficciones de Borges o el Quijote, Las mil y una noches o La montaรฑa mรกgica. Ahora, no lejos de la proverbial “edad avanzada”, ese libro que para mรญ lo abarca todo es la Divina comedia de Dante. ~

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Traducciรณn de Eduardo Hojman.

Adelanto de Curiosidad. Una historia natural,

que Almadรญa pondrรก en circulaciรณn este mes.


1 “Los infantes hablan, en parte, para restablecer las experiencias del ‘estar con’ […] o para restablecer el ‘orden personal’.” Daniel N. Stern, The interpersonal world of the infant: A view from psychoanalysis and developmental psychology, Nueva York, Harper Collins, 1985, p. 171.

2 “Apologรญa de Raimundo Sabunde”, ii, 12. Para las citas en espaรฑol de Montaigne se ha consultado: Michel de Montaigne, Ensayos de Montaigne, seguidos de todas sus cartas conocidas hasta el dรญa; traducidos por primera vez en castellano con la versiรณn de todas las citas griegas y latinas que contiene el texto, notas explicativas del traductor y entresacadas de los principales comentadores, una introducciรณn y un รญndice alfabรฉtico por Constantino Romรกn y Salamero, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Alicante, 2003. (Nota del traductor.)

3 Segรบn Pausanias (siglo ii), los dichos “Conรณcete a ti mismo” y “Nada es demasiado” estaban inscritos en la fachada del templo de Delfos y dedicados a Apolo. Guide to Greece 1. Central Greece, traducciรณn e introducciรณn de Peter Levi, Harmondsworth, Penguin Books, 1979. Libro x, 24, p. 466. Hay seis diรกlogos platรณnicos en los que se analiza el dicho de Delfos, Cรกrmides (1640), Protรกgoras (343b), Fedro (229e), Filebo (48c), Leyes (11, 923a) y Alcibรญades (124a, 129a y 132c) en The collected dialogues of Plato, ediciรณn de Edith Hamilton y Huntigton Cairns, Nueva Jersey, Princeton University Press, 1973.

4 “De la fisonomรญa”, iii, 12.

5 “De la educaciรณn de los hijos a la seรฑora Diana de Foix, condesa de Gurson”, i, 25.

6 Job, 28: 20. El libro de Job no proporciona respuestas, pero presenta una serie de “preguntas verdaderas” que son, segรบn Northrop Frye, “etapas en la formulaciรณn de preguntas mejores; las respuestas nos birlan el derecho de hacerlo”. Northrop Frye, The great code: The Bible and literature, ediciรณn de Alvin A. Lee, vol. 19 en Collected works, Toronto, Bรบfalo y Londres, University of Toronto Press, 2006, p. 217.

7 “De Demรณcrito y Herรกclito”, i, 50.

8 Richard Dawkins, El gen egoรญsta. Las bases biolรณgicas de nuestra conducta, Barcelona, Salvat, 2014.

9 Samuel Beckett, Worstward ho, Londres, John Calder, 1983, p. 46.

10 Honorรฉ de Balzac, La obra maestra desconocida, Palma de Mallorca, Josรฉ J. de Olaรฑeta, 2011.

11 Francis Bacon, La nueva Atlรกntida, Madrid, Akal, 2006.

12 Poner una pregunta en palabras crea una distancia con nuestra propia experiencia y nos permite explorarla verbalmente. “El lenguaje abre un espacio entre la experiencia interpersonal vivida y la representada”, dice Daniel N. Stern en The interpersonal world of the infant.

13 ms lat. 6332, Bibliothรจque Nationale, Parรญs, reproducido en M. B. Parkes, Pause and effect. An introduction to the history of punctuation in the West, Berkeley y Los รngeles, University of California Press, 1993, pp. 32-33.

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