Septiembre 2, 1666. En esta noche fatal, cerca de las diez, comenzรณ el deplorable incendio cerca de Fish Street, en Londres.
Septiembre 3, 1666. Hubo rezos pรบblicos en casa. El incendio continuaba, despuรฉs de la cena tomรฉ un coche con mi esposa e hijo y nos dirigimos a la ribera en Southwark, desde donde contemplamos ese espectรกculo desastroso: la ciudad entera en llamas atroces cerca de la orilla del agua; todas las casas, desde el Puente, a lo largo de Thames Street y hacia Cheapside, y luego hacia Three Cranes, han sido consumidas; y regresamos, perplejos en extremo por lo que pasarรญa con las demรกs.
El incendio continuรณ toda la noche (si es que puedo llamarla noche porque estaba tan iluminada como un dรญa, de un modo terrible, a diez millas a la redonda) dado que conspirรณ con un feroz viento del este durante esta seca temporada. La conflagraciรณn fue tan universal y las personas estaban tan sorprendidas que, desde un inicio, no sรฉ por quรฉ abatimiento o quรฉ destino, apenas si se revolvรญan para sofocarlo. Por ello no se escuchaba nada ni se veรญa nada mรกs que llantos y lamentaciones y correrรญas como de criaturas distraรญdas que no hacรญan intentos por salvar sus bienes. Tan rara consternaciรณn se posรณ sobre ellos que quemaba a todo lo largo y ancho iglesias, salas pรบblicas, el Royal Exchange, los hospitales, los monumentos y los ornamentos; saltaba de modo prodigioso de una casa a otra, de calle a calle, a grandes distancias unas de otras. Porque el calor, debido a un clima cรกlido y propicio, habรญa incluso encendido el aire y preparรณ los materiales para crear el fuego que devorรณ de manera increรญble casas, muebles y todo. Aquรญ vimos al Tรกmesis cubierto de bienes flotando, lleno de barcazas y botes colmados de lo que algunos habรญan tenido el tiempo y el valor de salvar, y en el otro lado del rรญo, los carros y demรกs que se adentraban en los campos, llenos por millas de vehรญculos de todo tipo y de tiendas levantadas para albergar tanto a la gente como a los bienes que pudieron salvar.
¡Que Dios permita que mis ojos, que ahora miran diez mil casas todas en llamas, jamรกs contemplen algo similar! El ruido, las rajaduras y los tronidos de las flamas impetuosas, los gritos de las mujeres y los niรฑos, las prisas de la gente; el derrumbe de las torres, las casas y las iglesias era como una tormenta espantosa.
Las nubes, hechas de humo, eran lรบgubres y despuรฉs de hacer un cรกlculo se extendรญan por casi cincuenta millas. Asรญ dejรฉ la ciudad en llamas esta tarde, semejante a Sodoma o al รltimo dรญa. Me obligรณ a pensar en aquel pasaje –non enim hic habemus stabilem civitatem–; las ruinas semejantes a la imagen de Troya. Londres fue, pero ¡ahora no existรญa mรกs! Asรญ, volvรญ.
Septiembre 4, 1666. El fuego continรบa y ahora ha llegado tan lejos como el Templo Interior. Las piedras de la catedral de San Pablo volaban como granadas, el plomo derretido fluรญa por las calles como en un riachuelo y el pavimento brillaba coloreado de un rojo feroz, de tal forma que ni caballo ni hombre podรญa transitar por ellas. Y las demoliciones habรญan frenado todos los pasajes asรญ que no podรญa llevar ayuda. El viento del este aรบn mรกs impetuoso seguรญa empujando las llamas hacia delante. Nada salvo el poder del Todopoderoso las podรญa detener; la ayuda del hombre era en vano.
Septiembre 5, 1666. Ha cruzado hacia Whitehall. Pero, ¡oh, la confusiรณn que hubo en la corte! Fue del agrado de su majestad ordenarme, de entre los demรกs, a observar la extinciรณn en la zona de Fetter Lane, y preservar, de ser posible, aquella parte de Holborn. Entre tanto, el resto de los caballeros ocuparon sus distintos puestos, algunos en una zona y otros en otra, y empezaron a considerar que nada pondrรญa fin al incendio mรกs que estallar casas como para abrir una brecha mรกs ancha de lo que se habรญa hecho por el mรฉtodo tradicional de tirarlas con mรกquinas. Esto lo habรญan propuesto unos corpulentos marineros tan al principio del incendio que se habrรญa salvado casi toda la ciudad, pero algunos tenaces y avaros hombres y concejales no lo permitieron porque sus casas habrรญan sido las primeras.
Los embarcaderos de carbรณn y madera y los almacenes de aceite, colofonia y demรกs, causaron innumerables problemas, asรญ que la invectiva que yo habรญa dedicado a su majestad y publicado poco antes, en la que advertรญa de la dificultad que serรญa alojar esos almacenes dentro de la ciudad, fue vista como profรฉtica.
En esa calamitosa condiciรณn volvรญ con el corazรณn contrahecho a casa, agradecido y bendecido por la especial piedad de Dios hacia mรญ y los mรญos, quienes en medio de toda esta ruina, como Lot en mi pequeรฑo Zoar, estรกbamos sanos y salvos.
Septiembre 7, 1666. Partรญ esta maรฑana a pie desde Whitehall hasta el Puente de Londres, a travรฉs de la que habรญa sido Fleet Street, Ludgate Hill por la catedral de San Pablo, Cheapside, el Exchange, Bishopsgate, Aldersgate y hacia los Moorfields, todo con gran dificultad, trepando por encima de escombros todavรญa humeantes. La tierra bajo mis pies estaba tan caliente que incluso quemรณ las suelas de mis zapatos.
A mi regreso, me preocupรณ aquella bendita iglesia, la catedral de San Pablo –ahora una triste ruina; su bello pรณrtico hecho pedazos, los fragmentos de las piedras mรกs grandes tiradas por ahรญ–. Nada quedaba entero salvo la inscripciรณn en el arquitrabe que informaba quiรฉn la habรญa construido; ¡a esta no le faltaba ni una letra! Era sorprendente ver cรณmo esas inmensas piedras habรญan sido calcinadas por las llamas, de tal manera que todos los ornamentos, las columnas, los frisos, capiteles y las proyecciones de cantera de Portland estallaron hacia todos lados, incluso hacia el techo, donde una plancha de plomo que cubrรญa un gran espacio estaba totalmente derretida.
Las personas, que ahora caminan entre las ruinas, parecen seres en un desierto lรบgubre, o mejor, en una gran ciudad destruida por un enemigo cruel. A esto se le sumaba el hedor que surgรญa de los cuerpos de las pobres criaturas, de sus camas y de otros bienes combustibles.
No me fue posible pasar por ninguna de las calles mรกs angostas, y me mantuve en las mรกs anchas. La tierra y el aire, el humo y el fiero vapor seguรญan tan intensos que mi cabello casi se quema y mis pies estaban intolerablemente lastimados. Las callejuelas estaban tan llenas de escombros que nadie podรญa saber dรณnde estaba salvo por las ruinas de alguna iglesia y algรบn edificio pรบblico que tuviera alguna torre o promontorio aรบn en pie.
En medio de toda esta calamidad y confusiรณn apareciรณ, no sรฉ cรณmo, un rumor que advertรญa que los franceses y los holandeses, con quienes estรกbamos enfrentados, no solo habรญan desembarcado sino que estaban entrando a la ciudad. En dรญas pasados, es verdad, habรญa grandes sospechas sobre una posible alianza entre esas dos naciones, y ahora se sospechaba que ellos habรญan prendido fuego a la ciudad. Este reporte causรณ tanto terror que de pronto se creรณ tal alboroto y tumulto que la gente dejรณ sus bienes y se armaron como pudieron y se abalanzaron contra los miembros de aquellas naciones que por casualidad se toparon en el camino sin que mediara razรณn ni sensatez.
Septiembre 10, 1666. Salรญ de nuevo a las ruinas, porque esta ya no es mรกs una ciudad. ~
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Traducciรณn de Pablo Duarte de fragmentos del diario de John Evelyn
Naciรณ en Wotton, Surrey, en 1620, muriรณ en Londres en 1706. Fue escritor, jardinero y diarista, contemporรกneo del mรกs conocido Samuel Pepys.