Diarios de junio

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Junio 1

Hoy ni una cita, ni un compromiso. Trataré de mantenerme alejado del teléfono, de los correos, de los amigos, y trabajar en el proyecto para los jardines de la ex hacienda Tzalancab. Sobre la mesa, bitácora de viaje con croquis y anotaciones de la primera visita al sitio, decenas de fotografías, papel, lápices de colores, compendio de árboles, la enciclopedia de plantas tropicales, paquete de Delicados sin filtro, ginebra Bombay y música celestial de Arvo Pärt.

Limitar la extensa paleta vegetal, marcar, definir, crear lugares significativos dentro de la selva.

En algún lugar leí que “garden” viene de gard –guardar, limitar, proteger…

El jardín es una abstracción de la naturaleza, una recreación artificial que ayuda a apreciar lo natural. Crear otro orden con los mismos elementos, con las mismas reglas, sin otro propósito que halagar a los sentidos.

Imaginar y transformar los espacios exteriores de la hacienda, darles un nuevo sentido. Aprovechar las largas albarradas que delimitaban corrales de ganado y sembradíos para transformarlos en jardines selváticos con temas y ambientes diferentes.

Luis Barragán decía: pensar los jardines como casas y las casas como jardines.

Diferentes estancias: la plaza de ceibas, el huerto, el jardín de las musas, la colección de palmas, el jardín de rocas, plumerias y papayas; el campo de henequén, el orquidiario, la colección de cactáceas, la de aloes y suculentas; fuentes, estanques y albercas conectados por canales.

Me propone Juan Palomar tomar una de las lecciones de la arquitectura ceremonial maya: mirar por encima de la copa de los árboles para divisar el horizonte sobre el extenso mar que es la selva. Pensar un alto mirador, esculpir un gran cenote en el suelo calcáreo, en esta esponja de roca permeada por el agua; mantener algunas estructuras como ruinas, la arquitectura reclamada por la selva. Sí, jardines como estancias.

Además, habrá que emprender la reforestación de toda el área, devolverle a esta selva cansada, explotada, deforestada sus grandes árboles, sus ceibas, sus parotas, sus cedrelas, sus zapotes…

Un proyecto de reforestación para la selva yucateca.

 

Junio 5

María ha organizado con sus compañeros de la preparatoria una reforestación urbana. ¿Dónde? En el llamado Bosque de Aragón. Un parque sorprendente al oriente de la ciudad que iguala a Chapultepec en superficie, establecido hace tan solo cincuenta años sobre suelos salitrosos del vaso de Texcoco. Operado con muy pocos recursos (ya sabemos adónde va el dinero público), el parque florece como un milagro.

Con el apoyo de Rosalía Tostado, directora del parque, diez esforzados jardineros dirigidos por don Abelardo Martínez y su hijo Fidel, 49 estudiantes y una destartalada pipa de agua plantaron más de trescientos fresnos, ombúes, pirules, palmas y acacias de buen tamaño. Asistí emocionado como espectador.

Confiados en las lluvias que pronto llegarán y en la destartalada pipa, casi tan vieja como el parque, estos árboles crecerán en Aragón y en la memoria de cada uno de los muchachos que ayudaron a plantarlos.

No tengo duda de que las reforestaciones urbanas pueden mejorar nuestras ciudades, escondiendo la fealdad de sus arquitecturas y refrescando un poco nuestra estancia en esta vida.

 

Junio 8

Visita de obra a r27.

Es emocionante ver cómo se transforma Paseo de la Reforma.

Más de diez nuevas torres vienen a sumarse al concierto de edificios altos que ahora conforman la emblemática y arbolada avenida que trazó Maximiliano en el siglo XIX con gran visión. Este fenómeno de construcción colectiva es resultado de una acertada política urbana de densificar las zonas céntricas de la ciudad. Aunque de arquitecturas diversas, la forma, el carácter y el funcionamiento de las ciudades es producto de aciertos o errores en la planeación urbana.

La torre que construye ICA en el número 27 es, en parte, resultado de estas políticas, que, aunque han sido discrecionales y cambiantes, han mantenido una idea urbanística: densificar y conformar la gran avenida. En este caso, se construyen 25 niveles de departamentos y cinco sótanos de estacionamiento que requieren una excavación profunda en suelo suave y arcilloso, un verdadero reto constructivo. (Nuestra ciudad trata de suplir equivocadamente el deficiente sistema de transporte público con enormes estacionamientos privados. Otras ciudades en el mundo, como Manhattan, apostaron por mejor transporte público y prohibieron la construcción de nuevos estacionamientos. Las ciudades son organismos vivos que tienen que pensar y modificar sus políticas urbanas constantemente.) La torre avanza a su ritmo, es llevada de manera impecable por el ingeniero Piero Arienzo. La estrategia de construcción es crucial para que no se convierta en una torre de Babel. Las etapas, el movimiento de materiales, albañiles, técnicos: todo está previsto, calculado, con notables medidas de seguridad. Una obra en serio.

Cuando pienso en toda esta organización, especialmente en los verdaderos héroes, los albañiles, me ubico mejor en la obra: soy tan solo el arquitecto: visitante fugaz que inició el proceso, imaginando, para después sorprenderse de lo trabajoso que resulta llevar a cabo lo que en los dibujos (cien o doscientas veces más pequeños) parecía fácil. Así son las ideas, semillas que a veces caen en tierra fértil y prosperan.

Sin recubrimientos ni ornamentos, la torre se levanta como una estructura lógica y sencilla. Lo que vemos, el esqueleto, es la forma final que define los espacios; es la expresión del edificio, sin maquillaje.

 

Junio 11

Hoy juega México vs. Sudáfrica. ¡Perfecto! Solución definitiva al tráfico; que todo mundo se quede en su casa viendo la televisión.

Recuerdo una idea que Arturo Rosenblueth propuso hace treinta años para resolver el problema de tráfico: la ciudad de 24 horas. ¿Por qué todos tienen que entrar a trabajar a la misma hora? ¿Qué tal horarios escalonados, siempre que se pueda? Más actividades nocturnas: no solo bares, también librerías, galerías, museos, cines, oficinas, estudios de artistas, técnicos, profesionistas…

Es necesario ser más eficientes, aprovechar mejor los recursos.

Recuerdo también la genial idea (no sé de quién) que de un día a otro aumentó considerablemente la circulación en el Viaducto tan solo pintando una línea adicional ¡para convertir dos carriles en tres!

Mejorar el transporte público, unir zonas inconexas, revisar el sentido de algunas calles, impartir educación vial, reglamentar las paradas de los autobuses y promover el uso seguro de la bicicleta son medidas más económicas y eficaces que la monstruosa construcción de segundos pisos. Pensar la ciudad como un organismo vivo, cambiante, debe ser un ejercicio constante.

 

Junio 14

Recorrido urbano en bicicleta.

La bicicleta es el verdadero transporte del futuro: ágil, económico, ecológico. Pero ¡qué peligro en una ciudad de energúmenos que piensan que la bicicleta es un juguete para que los niños jueguen en el patio de su casa! Entonces, siempre que se pueda, ir por las rotas y maltrechas banquetas, siempre y cuando existan; cuando no, entre camiones y microbuses.

¿Cruzar por Chapultepec? Buena idea pero imposible: ¡hoy es lunes y está cerrado! Sí, cerrado; así lo dispuso la “autoridad” del bosque. ¿Circular alrededor? Tampoco: la banqueta fue tomada por el estado mayor presidencial desde hace apenas ¡veinte años! Bueno, pues a jugarse el pellejo.

La bicicleta me proporciona un sentimiento de libertad, y eso tiene su precio.

 

Junio 16

Visita a la biblioteca pública Vasconcelos.

Regreso periódicamente a la biblioteca. Ahora, bajo la dirección de Federico Hernández y su grupo de jóvenes y entusiastas bibliotecarios, la nave va viento en popa. Tengo el propósito de que se terminen las obras de los jardines y del invernadero de plantas tropicales que rodean a la biblioteca; ambas quedaron inconclusas. Aunque la lluvia es un gran aliado, para hacer de este jardín un lugar extraordinario se requieren trece verdaderos jardineros que lo cuiden y un pequeño presupuesto para herramientas, fertilizantes, tierra, piedras, y algunas plantas más.

Por ahora, a Conaculta no le interesa el jardín (en México los jardines todavía no son considerados como parte del patrimonio artístico cultural) y conseguir dinero privado parece remoto. La biblioteca hasta ahora ha recibido solo dos donativos importantes: uno de Bill Gates (todas las computadoras) y otro de la empresa española Iberdrola (todo el mobiliario). Ningún donativo de mexicanos; me temo que esa práctica no es muy común en nuestro país. Existe un patronato que hasta ahora no ha conseguido ni un solo libro. Nada de esto me extraña cuando recuerdo que hace algunos años un grupo de pseudointelectuales y otros falsos políticos se manifestó en contra de la construcción de la biblioteca. Argumentaban que por qué una gran biblioteca y no muchas pequeñas. Su posición me parecía correcta; sin embargo, era mejor construir una que ninguna. Hace ya ocho años de la lamentable discusión en torno al proyecto de la biblioteca; desde entonces, salvo un par de excepciones, no se han construido bibliotecas en el país, ni grandes ni pequeñas. La política actual es la de construir grandes cárceles, segundos pisos para automóviles y circos efímeros con fuegos artificiales.

Qué curioso: de esto casi nadie se queja.

 

Junio 17

Expedición urbana a Interlomas. Desgraciada desde el nombre, Interlomas se conecta al resto de la ciudad por un par de arterias colapsadas por el tráfico. Esta extraña y remota urbanización al poniente de la ciudad de México alberga a miles de personas que viven, comercian y trabajan de manera diferente al ciudadano común. Un mundo en sí mismo, con sus propios problemas y sus propias fantasías. Se accede siempre desde lo alto pues el desarrollo ocupa la cota más baja de una cañada, donde confluyen dos arroyos que ahora, desde luego, están entubados y contaminados. Antes de descender a la urbanización, se logran ver enormes anuncios que despuntan sobre las construcciones; el más alto de todos, que nos da la bienvenida, es el internacional icono de McDonald’s; muchos otros lo secundan.

Conformada por múltiples conjuntos amurallados, de casas, de torres de departamentos, de centros comerciales o de agencias de autos de todas las marcas, Interlomas se articula por extensas planchas de estacionamientos y vialidades, muchas de ellas sin banquetas peatonales. Un desastre urbano, producto de la insensata y voraz especulación inmobiliaria; informe, deforme, sin centro, sin parques ni plazas, donde el único espacio público es el arroyo para autos, casi siempre paralizados por el intenso tráfico.

Orientarse en esta parte de la ciudad es difícil, la arquitectura es estrambótica y anodina, las calles y avenidas no tienen nombre; sin embargo, existen postes que sostienen racimos de letreros con nombres de comercios y flechas en todas direcciones. La cantidad de letreros es abrumadora, y se suman a otros de mayor dimensión en las fachadas de los edificios, más otros gigantes, “espectaculares”, por encima de todo. Este conjunto desquiciante describe, más que a una sociedad múltiple y diversa, el egoísmo y la ceguera colectivos.

Lo único que vincula este amasijo urbano son las insuficientes calles llenas de baches y topes, muchas cerradas a la libre circulación (son privadas), bordeadas por líneas amarillas en absolutamente todas sus guarniciones. Aquí y allá, intentos aislados de vegetación mutilada, arte topiario, algunas glorietas con esculturas impensables, una de ellas, la más intrigante, es la de un enorme gato de bronce de cinco o seis metros de largo; al menos el gato sirve para orientarme de regreso.

¿Quién vivirá en Interlomas?

 

Junio 19

Mientras escribo estas líneas, veo a través de mi ventana panorámica (2.3 m de alto por 19 m de largo) una tormenta extraordinaria, la primera del verano. Cuando llueve así pienso que el mundo está salvado, aunque la ciudad se inunde. El cielo y la tierra se unen para iniciar de nuevo el ciclo de la vida. Una sinfonía de verdes, que van desde las más luminosas fosforescencias hasta los profundos verdes-negros, se enciende poco antes de que caiga la noche que lo envuelve todo.

La silueta de los enormes fresnos y ahuehuetes se recorta contra el resplandeciente cielo urbano. Un águila regresa a su alto nido.

¿Llegará mi musa esta noche?

 

Junio 21

Visita al cárcamo de Diego Rivera.

La obra de restauración del cárcamo de Diego Rivera avanza a paso lento. Tratándose de una obra de gobierno, el dinero se encuentra en un limbo administrativo que demora la ejecución de los trabajos.

Ubicado en la segunda sección del bosque de Chapultepec, el cárcamo formaba parte del sistema de agua potable que sigue abasteciendo a gran parte de la ciudad. Bombeada a gran distancia desde el río Lerma (por absurdo que parezca), el agua llegaba directo hasta aquí para después distribuirse en cuatro gigantescas cisternas que, además de cumplir con su estricta función de almacenar el agua, eran verdaderas piezas de land art. El agua no pasa más por el cárcamo, pues, pese a las previsiones del artista (el mural fue pensado para estar bajo el agua), se deterioraba sin remedio.

Ahora el agua es desviada por un lado del pequeño edificio para llegar a las cisternas. Rivera, en su faceta de arquitecto y muralista, concibió esta pieza de infraestructura hidráulica como un pequeño templo de ecléctico estilo, difícil de definir; es un poco la síntesis del neoclásico moderno utilizado en la Italia de Mussolini, con estilizada ornamentación tolteca. Se llega al templete rodeando una fuente-escultura dedicada al dios Tláloc. Se accede, a través de un pórtico, al espacio donde, bajo una bóveda, se encuentra el cárcamo de aproximadamente 6 m x 6 m x 3 m de profundidad, pintado en su totalidad con el mural subacuático titulado El agua, origen de la vida.

Después de más de diez años de estar cerrada y olvidada, esta pieza de arte total le será devuelta al público como una sala que formará parte del proyecto dirigido por Eduardo Vázquez Martín para el nuevo Museo de Historia Natural.

La intervención, además de la restauración misma, incluye una pieza sonora dentro del edificio, concebida por el artista Ariel Guzik, que recreará la presencia del agua.

Frente al cárcamo y la fuente de Tláloc, se lleva a cabo la transformación de una extensa plancha de estacionamiento en un suave anfiteatro conformado por un talud de pasto de 5 m de altura, que tiene como escenario la fuente y el templete.

Desde arriba, una nueva perspectiva permitirá apreciar la fuente desde un ángulo que ayudará a disfrutar mejor la pieza de Rivera.

 

23 junio

Hoy renuncié finalmente a tramitar la construcción de dos pequeñas casas pensadas en ladrillo y madera. Aunque parecía sencillo obtener las licencias, teniendo todos los documentos oficiales en orden, la perspectiva cambió al momento de pararse una vez más frente a una ventanilla.

Obtener los permisos para construir, no un gran edificio sino solo un par de casas, requiere más tiempo y esfuerzo que la construcción misma. Cambian los jefes de gobierno, los delegados, los secretarios de Desarrollo Urbano, pero la corrupción sigue en aumento. Al parecer no hay remedio.

Habrá que contratar un gestor: “dicen hablar el mismo idioma que nuestras autoridades”.

 

Junio 28

Despegamos desde la ciudad de México rumbo a Mérida. De inmediato sobrevolamos una enorme extensión de tierra yerma; el lago de Texcoco desecado. ¿Cuándo volveremos a ver el reflejo de los volcanes sobre el gran espejo de agua? ¿Cuándo cambiaremos la basura y pobreza de la periferia urbana por la riqueza colectiva y la armonía con el entorno natural? El avión se aleja y ese viejo sueño queda atrás, latente, en espera de una sociedad más justa, más optimista, más emprendedora.

Una tormenta tropical nos desvía al aeropuerto de Cancún por unas horas, para finalmente regresar a Mérida. Recorremos el Paseo Montejo con sus grandes casonas señoriales de otra época.

La ciudad parece estar dormida bajo el calor y la lluvia incesantes. De ahí, manejamos 70 km hasta la pequeña pero monumental ciudad de Izamal. Dentro de la traza urbana, tres enormes pirámides conviven con el gran convento de austeridad franciscana del siglo XVI. Escalinatas rampantes conducen al gran atrio elevado que da acceso al convento y la catedral, seguramente construidos sobre otra pirámide.

La pirámide mayor mide más de 150 metros por lado y tiene las esquinas redondeadas. Cubierta parcialmente por la vegetación, con algunos árboles monumentales en su parte más alta, parece pertenecer más a la geografía que a la historia.

Otro complejo prehispánico, quizá lo que fue un palacio, sorprende por el enorme tamaño, poco común, de sus piedras, tanto en la escalinata como en los restos de pilastras y cornisas.

La lluvia constante y el canto alborotado de los zanates cubren todo Izamal. Jardines selváticos entre albarradas, pequeñas casas mayas y anodinas construcciones más recientes se dispersan por la periferia del pueblo hasta el límite con la extensa selva baja.

Una recta interminable nos conduce hasta la pequeña hacienda de Tzalancab.

 

Junio 29

Los trabajos de restauración y adecuación del pequeño casco prosiguen. Hay nobleza y austeridad en estas construcciones, estancias íntimas y a la vez señoriales. Alturas generosas, pórtico al sur, tejaván al norte, ventilación cruzada en todos los espacios, penumbra y frescor: una lección de arquitectura.

Junto con Ingrid y Pedro, expertos en palmas y excelentes paisajistas, iniciamos los trabajos del jardín. Cal, hilos, estacas y piedras para el trazo de taludes y nuevas albarradas; movimiento de tierra: el trascabo, la retroexcavadora y doce incansables jardineros inician los trabajos en campo. Dudas, siempre dudas: ¿Valdrá la pena mover toda esta tierra? ¿Todas esas piedras? A diferencia de la arquitectura, en la construcción de jardines los planos y dibujos son solo una guía, nunca la solución definitiva. Las decisiones finales se toman ahí, valorando el paisaje, las piedras y sus formas, la vegetación existente, no la imaginada; árboles y palmas ejemplares, totalmente inesperados, que, como invitados estelares, cambian el desenlace de la fiesta. Improvisaciones sobre un tema con múltiples variantes.

Terminados los trabajos del día, comida y tequilas para regresar después, en la tranquilidad de la tarde, a imaginar de nuevo, a tratar de ver lo que no está, a poner en claro las ideas y a oír el canto de las aves. ~

 

-Alberto Kalach

 

 

 

 

1º de junio

Hoy tiene que ser diferente.

Hay pájaros en la reja, lo cual ya es propicio. Las alas suenan a papel seco en el aire de otro día. Pero eso no es diferente.

No sé si los imponderables sean lo mismo que los impalpables. Suena como el principio de algo: una definición o un retruécano.

¿Quién dijo que iba a ser fácil? El truco retórico de las preguntas: uno las hace y parece que uno está pensando, cuando en realidad sirven para salirse del tema, aunque este se circunscriba con el detalle de la pregunta. Las clásicas –qué es dios, qué es el tiempo– ya se atascan en su propia brecha de silencio opaco.

(Preguntarle al señor de la esquina, el de la escoba vieja, preguntarle quién es dios, sería surrealista, y la respuesta también: el pistilo de la flor, tendría que decirme alegóricamente, con su voz más rasposa por el polvo y la escoba soplando y barriendo en un mismo sentido, norte-sur.)

Parece que vienen los famosos vientos del cambio. Y todos nos daremos cuenta al unísono con un gesto de sorpresa. Menos el señor de la escoba, conjeturaría yo. Cuando barre es como si el mundo se hubiera abierto para él. ¿Quién será? Ninguna persona lo ve cuando lo veo yo. Si pudiera lo dibujaría o le inventaría un ideograma, con exclusiones sustanciales (luego las anoto).

 

2 de junio

Quizá desaparezca el señor de la escoba. En su esquina todo cambia. Hoy había un puesto de tamales. El señor de la escoba es un oasis en medio del tiradero.

Leyendo sobre los celos en La anatomía de la melancolía de Robert Burton me topo con menos datos que rumores: “se dice que” los elefantes son los animales más celosos, las pelirrojas de voz aguda son las mujeres más temibles, los calvos son los hombres menos confiables. Burton es como un Heródoto de las emociones, del territorio sentimental; la actitud es semejante: informar, no ahondar ni, sobre todo, interpretar; un periodista de la melancolía, seguramente nada melancólico él mismo. Con los celos se muestra divertido, reportando chismes de barrio para los tiempos venideros: los cisnes también son muy celosos, añade, y cuenta que un cisne cerca de Windsor vio a su pareja nadando con otro pájaro, persiguió al otro pájaro durante kilómetros, lo mató, regresó a su estanque y ya nunca volvió a nadar con su pareja. Un cisne rudo y de convicciones.

 

3 de junio

El registro de lo que no pasa: casi todo no pasa hoy. Efecto del calor, de la luz prolongada por la tarde, de los enormes taladros que cavan túneles y brechas para el Metro. El ruido pospone el tiempo.

Ayer el señor de la escoba quiso explicarme lo que había ocurrido en la esquina. Yo tenía prisa; le dije: “mañana, mañana”.

Empecé a leer una antología del poeta brasileño Paulo Leminski, traducida por Rodolfo Mata. Los poemas tienen la alegría apócrifa de las canciones. Buscando la rima hallan la solución y por lo tanto el poema no es una puesta en duda sino un espacio de palabras eficaces y hermosas con un desenlace que incluye el final de la lectura. Poemas con buenas acciones.

En el ideograma del señor de la escoba no irán los zapatos con las agujetas que no combinan; ni el chaleco ni la cachucha. Las briznas de pasto tendrán las cualidades del aire. Podremos enunciar el ideograma y sentir sus efectos: brisa y limpieza, como una propaganda de lo que nos traerá el futuro.

Mis diálogos parecen monólogos. Ha de ser por la costumbre. Hablar y callar son dos representaciones de la boca. Ya lo dijo un francés.

Mis obsesiones de hoy: la bomba de agua, la hiedra moribunda, las dos tórtolas que se camuflan en la hiedra moribunda, los abusos de mi vecina en el jardín de al lado y, muy al final, el espíritu.

 

4 de junio

Hace unas dos semanas mi amiga MM me prestó Versed de la poeta norteamericana Rae Armantrout –libro ganador del premio Pulitzer más reciente– y esta mañana lo terminé. Los versos cortos se tambalean lúcidamente, se recargan a veces, otras se empujan, pero siempre llegan hasta abajo de la página, como si ese fuera el final de un país. Solo en dos o tres ocasiones dan la vuelta y entonces producen la sensación de animales gráciles, esbeltos, que se quedaron sin aire por atravesar con rapidez una franja: una infracción en el orden de las cosas.

O imagino, leyendo: la angustia de hallar una grieta sorpresiva en el asfalto mientras uno camina y descubrir que adentro se esconden los ojos. El animal es la grieta y la angustia son las palabras que uno elige para engatusarlo. Saldrá por la cola, no por la cara.

Vengo de ver el agua. Flota encima de sí misma. El efecto es extraño, una superficie arriba de otra. Merodea el desastre en la más diminuta manifestación naturalista. Miro la red de la araña que lleva viviendo meses en ese rincón: hay motas de polvo entretejidas con los hilos por inadvertencia, como pedazos pequeños de una ciudad entre los alambres de los restos de otra. Me asusta al igual que me asusta la textura del trapo húmedo que cuelga afuera y que tiene hoyos muy pequeños donde se atoran trozos de hojas y ramas.

Me dijo el señor de la escoba que ayer tuvo que barrer el cadáver de un gato y que era un gato pinto y que alguien lo había ahorcado con un pedazo de cuerda.

–¿Dónde puso el cadáver?– le pregunté.

–Lo aventé al bote –y me sonrió como si hubiera resuelto un problema de consagración.

La luz blanca no es un consuelo sino un filo cortante. El odio ha de poseer esa palidez.

 

6 de junio

In memoriam: Bolívar Echeverría.

 

7 de junio

No sé cómo se quitan los hechos para seguir simulando que la cabeza tiene su propia vida. Escribiendo por encima quizás (sin los suspensivos del caso, la palabra omisa, como si se hubiera cancelado a propósito la conclusión).

¿Con qué divinidad pequeña ironizo?

Aún no me topo con el señor de la escoba. Suele llegar tarde los lunes. Ha de haber pilas de basura en el trayecto y él las atiende aunque no le toque.

Mis obsesiones de hoy: la lluvia que sigue pospuesta, el verde agudo de los árboles a punto de convertirse en gris, las voces gritonas del “yo no fui”, el conteo de los muertos y quién los carga.

 

8 de junio

Ayer nos visitó D. a media tarde, con su bulto de recortes y crónicas viejas y recados que ha ido recogiendo en sus vagabundeos. Nos contó una historia complicada, acerca de una conspiración local, unos cuantos licenciados en banda contra otros. No quiso mostrarnos las pruebas. Son muy confusas, nos dijo. Extrañamente los conflictos cercanos siempre parecen menos ciertos. Yo imaginé las corbatas al vuelo, el remolino de los trajes en la calle. Se fue D. clamando que ya le queda poco tiempo a todo esto. D. milita en la escuela del misterio. Su campaña más reciente es que se forme un ejército internacional que nos proteja a todos.

Llegó hasta el mediodía el señor de la escoba, sin cachucha y con tres bolsas de plástico llenas de hojas secas, como un mensajero de la aridez.

Me detuve en la banca de un parque para refugiarme del calor enfermizo bajo la sombra de un árbol enorme. Una mariposa amarilla y negra revoloteaba entre los arbustos. Recordé la foto que había visto en una revista el fin de semana: Vladimir Nabokov, vestido con bermudas, acompañado de su mujer, los dos con sus redes, caminando por una vereda en un bosque de Ithaca, Nueva York, a punto de cazar mariposas. Nabokov ve hacia la maleza, su mujer hacia el suelo; las redes están tensas y dispuestas.

(A Nabokov no le habría interesado la mariposa que observé en el parque. Era urbana y corriente, la mariposa arquetípica. Los azotadores que la anteceden suelen caer de los árboles y acaban aplastados en el pavimento, con los colores prístinos que tienen las alas embarrados como una pintura revuelta.)

Las mariposas son un pretexto, quizá siempre lo sean. El artículo trata de otra cosa: de las traducciones de Nabokov y de su defensa de la literalidad. Era enemigo de las adaptaciones: “¿Adaptar a qué? ¿A las necesidades de un público imbécil? ¿A las exigencias del buen gusto? ¿Al nivel de la propia genialidad?” Su traducción del Oneguin de Pushkin provocó antipatía por su apego estricto al original y su falta de adornos. Edmund Wilson le reclamó la desnudez de su versión. Nabokov respondió que cualquier alejamiento del original, cualquier improvisación, son una superchería, una mentira, y atacó ferozmente a Robert Lowell por sus versiones ciegas y muy libres de Mandelstam (es decir, a partir de traducciones literales, pues Lowell no entendía el ruso). Según Nabokov las imágenes en la poesía son sagradas y un traductor no tiene derecho a manipularlas en aras de una versión adecuada, bonita, rimada en el otro idioma.

Yo estaría del lado de Nabokov, tal vez sin el aplomo de su razón. ¿Quién quiere tenerla a ese grado? Y sin la mística de las visiones poéticas.

 

9 de junio

Un herrero está soldando un portón en la calle aledaña. Hay un poema detrás, pero no lo voy a rastrear. Sé que empezaría con una figura abstracta, sin color, que luego sería una glosa de otros poemas y usaría palabras duras para impresionar el uso de las suaves y pondría objetos contundentes, pesados, para despejar su propio lirismo. Mejor que se pierda y gane el herrero, termine su portón.

“Un encono de hormigas” hallé esta mañana debajo de una maceta que moví para restablecer la simetría en el patio. Han de ser mis hormigas, como las de López Velarde en sus manos. Las aplasté con la maceta. Siempre hay más de las necesarias.

Con un poema por delante el día no habría transcurrido igual. En vez de piedras me habría topado con guijarros y habría avistado aves arriba porque ahí transigen con la transparencia menos calculada por los tópicos del cielo que a veces se cubre y llueve y me quita la obsesión con las anomalías.

El señor de la escoba me dio la espalda hoy. A veces finge no verme. Es temperamental. Un buen jardinero en el fondo, no un hombre de basura. Un artesano. Mañana seguramente me contará algo. Viene de lejos, de muchas estaciones de Metro, y ve cosas.

Si hoy hubiera una revolución no habría tiempo de terminarla.

 

10 de junio

“El agua no es un espejo”, escribe Lyn Hejinian en My life. Lo cual significa que sí es otra cosa además de agua que no es un espejo. La lista de lo que sí y de lo que no.

Voy a postergar mi salida hoy hasta donde sea posible. No quiero ver todo lo que se va a repetir. Tendré que dejar hasta mañana mis pesquisas con el señor de la escoba.

 

11 de junio

Descubrieron a un león en un barrio de la ciudad; su dueño le había construido una jaula junto a su taller mecánico.

El león se llama Cascabel y su melena luce rala en la foto; alguien lo acaricia a través de los barrotes. Los vecinos lo reportaron porque ya no soportaban que los despertara con sus rugidos todas las mañanas. “Extrañamos al gallo”, dijeron.

El episodio amerita una entrada en los anales de la melancolía de Burton; en la sección de las causas públicas.

Le preguntaré al señor de la escoba si sabe algo.

Otras causas públicas de melancolía:

ir en un minitaxi por un eje detrás de una pesera alrededor de las 6:30 de la tarde;

los lotes baldíos sobrecargados de basura, bolsas de plástico atoradas como hojas sueltas en las ramas;

la inauguración con banderazo de una presa de agua o una escuela o una planta de irrigación;

la palabra “pesera” o “micro”;

la palabra “desazolvar”;

la palabra “ensayística”;

el zureo de las palomas a la hora de la comida;

los pregoneros cerca del crepúsculo;

los talleres mecánicos y las refaccionarias;

las bahías en Insurgentes;

las marisquerías cerca de Parque Lira;

el tramo de avenida Universidad entre Parroquia y Félix Cuevas;

la palabra “valet parking”;

el perro amarillo y cojo que deambula por el parque.

Según Burton las que él llama causas “instrumentales” de la melancolía son muy diversas: “las estrellas, los firmamentos, los elementos, etc., y todas las criaturas que ha hecho Dios”. Y añade que hay dos tipos de melancolía: de disposición y de costumbre; la primera es pasajera, la segunda permanente. Sin embargo, “ningún hombre, ningún estoico, ninguno tan sabio, ninguno tan alegre, ninguno tan paciente, ninguno tan generoso” puede afirmar que no ha sido víctima de este sentimiento. “La melancolía, en consecuencia, es el carácter de la mortalidad.”

 

14 de junio

El señor de la escoba llegó temprano hoy. Me dijo que hubo inundaciones en su colonia; tuvieron que sacar el agua de lluvia a cubetazos de las casas y la gente vadeaba por las calles, riéndose seguramente, imagino, pues la gente se ríe cuando hay desastres. Supongo que eso exactamente significa poner buena cara, recurso del que yo carezco.

¿Cómo será el amor no posesivo?

Empieza a sonar Nox, el libro más reciente de Anne Carson. Lo leí hace unas cuantas semanas. Es, para empezar, un objeto hermoso: una caja entre gris y amarilla y adentro el poema en un solo pliego. La experiencia de lidiar con el pliego es parte esencial de la lectura. Yo opté por convertirlo en un libro convencional y por irlo abriendo como si las páginas estuvieran cosidas a un lomo. El libro o, más bien, acordeón se me desdoblaba a cada rato pero no cedí. El asunto se inicia con el poema CI que Catulo escribió con motivo de la muerte de su hermano. En la página del lado izquierdo, Carson glosa cada palabra del latín, a modo de diccionario, y en la página del lado derecho, intercala textos y recortes de cartas, fotos y dibujos. Al final presenta su propia traducción del texto de Catulo: el poema más extraordinario de todo el libro. Sospecho que Carson decidió no competir.

Nox representa también una suerte de epitafio. El hermano de Carson huyó de Canadá por un problema de drogas, desapareció durante muchos años y acabó muriendo en Copenhague. Nox es el homenaje a esa vida incomprensible y a esa muerte lejana, y el libro menos escrito, más producido, de Carson. Una reseña declara que es el mejor. Yo me opondría; con pura densidad diría que es el sueño de un libro, la pesadilla del texto que glosa cada una de sus palabras y luego las retrata con fragmentos. Hay tal sensación de huecos acumulados que la lectura de un poema completo, el de Catulo, cuando concluye el libro, se percibe como una recompensa, un refugio, un lugar con paredes y techo. El reto ha de ser precisamente ese: el texto a la intemperie, aunque muy bien apuntalado, como siempre sucede con Carson, por la literatura más canónica. En libros así yo siempre añoro la ilación de las palabras, pues la parte plástica, por lo general inexperta, resalta aún más su ausencia.

Me pongo carsoniana, pero en plena ignorancia. Va mi paráfrasis del poema de Catulo:

 

Luego de atravesar naciones y mares

vengo, hermano, a este pobre entierro

para donarte la última ofrenda de la muerte

y hablarle vanamente a tu muda ceniza,

pues la fortuna quiso arrebatarte y despojarme

injustamente de ti, mi pobre hermano.

Hoy la triste ofrenda que por costumbre antigua

de los padres se da en los entierros,

te la doy a ti con llanto fraterno y te digo:

salve y adiós, hermano mío.

 

15 de junio

Ayer me habló D. para contarme de la última conspiración. Varios candidatos se hicieron de un pueblo y maniataron a sus líderes más conspicuos. Su propósito, dice D., es controlarlo todo y luego invadir las regiones contiguas. Está convencido de que pronto estaremos en su poder y nos dirán qué pensar. A D. se le revelan conspiraciones cada dos o tres días. Le pregunté por los licenciados y me dijo que la gresca seguía, pero que ya no había observadores y los licenciados se peleaban a solas, sin testigos.

Hoy habrá una marcha exigiendo abasto de agua. Me dio la noticia el señor de la escoba.

En las tardes, casi noches, leo el Quijote. Según Nabokov, la ficción de Cervantes es muy deficiente. Pero yo no pienso en eso porque si me detengo a preguntarme qué es lo que leo se interrumpe la suspensión de mi incredulidad y comienzo a buscar pistas. Yo diría que nunca se llenó de más ficción un libro y que el exceso lo ahoga, pero tendría que justificar mi sensación, pues no es otra cosa, y usar palabras como farsa para explicar mi propia ineptitud ante lo clásico.

 

18 de junio

Gatos en mi cabeza y una afuera, la Ocarina de todos los días acurrucada en algún rincón con sus patas de felpa y su nariz de escarcha que me roza el tobillo: un toque de gracia.

Gatos: por ejemplo, Beppo, el de Borges, que al morir no maulló sino exclamó “¡Ay!”, o el de Louis-Ferdinand Céline, Bébert, cuya biografía oficial –la tiene– se mezcla con la historia de Francia.

Céline adoptó a Bébert a finales de 1942, en Montmartre, en plena Ocupación. Cuando tuvo que huir de Francia en 1944 se llevó a Bébert en una canasta, junto con su tetera y su mujer, Lucette: un tren a Baden-Baden, luego el castillo de Sigmaringen, bombardeos, Copenhague, prisión, juicio y, finalmente, Meudon, en Francia, donde un día, ya muy viejo, murió Bébert, como hacen los gatos, en un lugar preciso.

Un gato colabó como su dueño, inspirado como su dueño, genial como su dueño. Las dos paradojas de la admiración: Céline y Pound. Difícil acomodar la porción ideal con la porción real.

De manera muy subjetiva, vinculo la frase con la que concluye el Viaje al fin de la noche de Céline con el Canto CXVII (inconcluso) de Pound; como si fueran las palabras del mundo en su último día, y no de alguien:

“El llamado era para todas las barcas del río, todas, y para la ciudad entera y para el cielo y el campo y nosotros, para todo lo que iba ahí, el Sena también, todo, y que ya no se diga más.”

 

Canto CXVII

 

He intentado escribir el Paraíso.

No te muevas

deja que hable el viento

eso es el paraíso.

Que los Dioses perdonen lo que

he hecho.

Aquellos que amo intenten perdonar

lo que he hecho.

 

Al señor de la escoba no le gustan los gatos o, más exactamente, no le importan; ha visto demasiados cadáveres, me dice, y ya ni se los imagina vivos.

Hoy debo pensar en la gente, con disciplina.

 

19 de junio

Hablando de gatos geniales, murió Carlos Monsiváis, el mejor maestro de ceremonias que ha tenido esta región de la realidad y una de mis miradas por encima del hombro. ¿Qué habría dicho de su propio homenaje luctuoso en Bellas Artes? La política de la muerte no es silenciosa.

 

22 de junio

Ayer llegaron los numerosos fantasmas y prosiguieron las honras fúnebres. Es oscuro este inicio de verano. ¿En qué momento del año suspendió su alma San Juan de la Cruz? Su noche oscura tuvo que prescindir del sol que descoloca cualquier máscara. Curiosamente el vacío interior, “la casa sosegada”, se llenó velozmente de música; si no, cómo recalcar su inefabilidad.

Ayer vi multitudes y luego una silueta impecable al filo de la medianoche, un mayordomo de los sueños: “pase usted, pase” y acto seguido el repertorio habitual. No se esfuerza mi inconsciente.

En la batalla por el mejor epigrama en torno a Monsiváis, ¿quién ganará? Ya no está él para superarnos a todos.

Habría que encontrar el modo de defender una causa de sus defensores más férreos, de no confundir la histeria de cierta militancia con la absoluta legitimidad de un movimiento. Me imagino que no tiene gran validez el reparo estético, salvo en el instante mismo del espectáculo, cuando un grito fractura el procedimiento. La modulación justa, irónica de la protesta es una de las grandes lecciones de Monsiváis. Y tenía que ver con la maestría de un estilo elevado al rango de oráculo. Como si un mensaje perdiera su validez por no tener que desentrañarlo antes.

 

23 de junio

Ya investigué: San Juan de la Cruz escribió los versos y la propedéutica de la Noche oscura en pleno verano, a los seis meses de su encarcelamiento. Le pidió papel y tinta a su joven carcelero y “aprovechando el momento en que la luz del mediodía entra por la saetera de tres dedos, compuso liras y romances… la mayor parte del Cántico espiritual… y probablemente las canciones de la Noche oscura”. Así que la vía negativa está sembrada de contradicciones. E incluso el alma con su rayo de luz es una alegoría surgida del más puro realismo. De lo cual en definitiva no se deduce nada, por suerte.

Hasta el señor de la escoba se ha enterado de la muerte de Monsiváis. Me comenta que no entiende por qué clama la gente que “es del pueblo”. Ni siquiera intento formular una explicación. Hay ciertas palabras que no he aprendido a utilizar con soltura, casi todas de naturaleza sociológica. Se me escapa la abstracción de los hechos y la moral pública o algo semejante.

Estoy a punto de terminar el enorme volumen de la correspondencia entre Robert Lowell y Elizabeth Bishop. El libro ha sido la atmósfera de fondo de los últimos dos meses. Lo voy a extrañar.

 

28 de junio

Comida con tres amigos jóvenes y brillantes el sábado. Deduzco que el problema es haber leído demasiado y ya no ser joven; el bulto de la tradición y el añoso tic de asumirlo como actitud. Nada que hacer. Mi espontaneidad es calculada. Me guiño a mí misma para animarme.

Hubo reclamos. Un diario tendría que incluir observaciones picantes sobre la vida literaria, no solo meditaciones oblicuas y señores con escobas. Pero ya es muy tarde para personalizar. Y si comienzo a burlarme significa que me considero a salvo, y últimamente no es así.

No sé para qué sirvan los estados de ánimo. Siempre caen encima sin provocación y sin referencia. El peor es el del tedio. Suele surgir a la misma hora, alrededor de las 6 de la tarde, y solo se esfuma con el segundo cigarro y la esperanza próxima del tercero.

En definitiva: aquí no habrá aventura.

El señor de la escoba anduvo muy ajetreado hoy, como sucede todos los lunes. La basura cuenta historias, me dice. Trae una cachucha amarilla, casi hostil.

 

29 de junio

Qué extraño olvidar a cada rato que la vida cotidiana es la vida.

Vino D. ayer y nos contó de las matanzas más recientes. Según él ya en la calle se presiente un advenimiento. D. asegura que será trascendente, semejante a la llegada de un Mesías. Le echamos en cara su populismo teológico. D. guarda silencio. Está imbuido de gravedad. Nos considera perdidos, cínicos y acomodaticios. Dice que el pesimismo es reaccionario; él usa palabras así. Tiene la teoría de que un grupo de gente especializada fabrica a diario las noticias. Por eso uno debe andar afuera pescando la verdad o al menos el chisme.

Al rato saldré a ese afuera. Mi vaticinio es sombrío, pero inmaduro, pues no sé leer entre líneas.

 

30 de junio

Un pájaro gordo me está reclamando algo desde la reja; se acerca muy osado a mi puerta, hace ruidos que no son gorjeos. Pertenece a los “primavera chivillos”, según mi manual muy básico de pájaros. Sin duda no son canoros.

Hace un rato vi más solo que nunca al señor de la escoba. Imagino su vida en la periferia. ¿De qué hablaremos hoy? ~

– Tedi López Mills

 

 

 

1º de junio, aeropuerto de Madrid: Vamos camino a Santiago de Compostela, al encuentro de escritores iberoamericanos del PEN. Estamos frente a un capuchino y la computadora. El doctor Wallace (mi marido) está bajando el primer demo de la película que terminamos de filmar hace unos días (Las paredes hablan), mientras lee The New York Times. Yo, impaciencia. No he visto nada del material. Durante la filmación, la obsesiva repetición de instantes y el descuartizamiento de las escenas me provocaban frustración frente a la pantalla. Dos casas completas con sus patios, la cocina, el dormitorio, el hall (que yo imaginé pequeño y oscuro y se construyó blanco, iluminado, inmenso), el Callejón del Fuego, las fachadas de la iglesia y las dos casas: para mi percepción amateur, a la pantalla solo entraba el detalle, desde diferentes puntos de vista. Pasaban horas y, si el director ya había conseguido lo que estaba persiguiendo, se mudaba al siguiente fragmento. El contraste de los espacios, la diferencia de las luces, las proporciones de los objetos: el lente capturaba trozos. Era laborioso, como pintar al óleo un lienzo realista, pero no intervenía un juego de pinceles, sino decenas de personas, actores, rieles, cámaras, escenografías, luces, equipo técnico, sonidistas…

La frustración pronto se me volvió un placer.

Cuando acabó la filmación, el síndrome de la abstinencia me pegó durísimo. Buscando alivio, me aventé a pique en mi (posible) siguiente novela. Creo tener un personaje: Juan Nepomuceno Cortina, alias el Robin Hood pelirrojo de la frontera norte. Ni tenía un solo cabello colorado, ni tampoco un pelo de Robin Hood, pero me atrae y creo que puedo hacerle un mundo y/o entrar a su ambiente vaqueril. Se me antoja el escenario, los contrastes entre ciudad y tierra de nadie, entre el chaparral semidesértico y la costa semitropical, y los personajes. Leí de una sentada, tomando notas, tres biografías, y textos sobre las Guerras de Cortina. Veo fotos. Conjeturo, lleno huecos, rearmo.

La mayor parte de las tierras de los Cortina quedaron del lado norteamericano cuando la pérdida de Texas. Después vino el despojo contra los “greasers” –muchas manecitas neoyorquinas–, y Juan Nepomuceno se tornó en robavacas, ahí empieza su historia.

Ya en el avión a Santiago: sigo con las galeras. No me atrevo a volver a ver los dos minutos de película que apenas atisbé con ansiedad.

 

Miércoles 2, Santiago: Ayer llegamos a la bella Santiago.

La cena iba a ser tarde, intenté dormir una siesta. El hotel está al lado de Catedral, las campanas repican (del mal viajero: querer hacer algo a lo que no invita el arribo) (viajar es un arte imposible de dominar) (o imposible para mí: sobre todo el fastidioso regreso) (viajo para no llegar nunca) (eso no es viajar: es vivir en el limbo) (soy siempre la extranjera, donde quiera que esté).

En la cena, el poeta Luis González Tosar, nuestro anfitrión; Sergio Ramírez y Tulita, él me recuerda que, al morir, Darío llevaba en la mano el crucifijo que le regaló en París Nervo –cierto, me lo mostró en el museo del poeta, en León, cuando nos llevó a visitarlo. Cuando vivían juntos, los dos poetas bebían y rezaban a coro, si Amado no estaba enseñando a leer y a escribir a Francisca Sánchez.

 

Jueves 3, Santiago: Ayer, mesas de lecturas y discusiones entre escritores, varios que no conocía en persona, Luisa Castro, Bieito Iglesias, Manuel Rivas (de Galicia), el joven venezolano Sánchez Rugeles.

Regresando a mi síndrome de abstinencia: me di un clavado en Juan Cortina para reponerme de la pérdida, pero solo me dio tiempo de remojarme los dedos de los pies: llegaron las galeras de la novela Las paredes hablan, se me cruzó la fecha de la Cátedra Nacional Amado Nervo –y no iba a llegar con las manos vacías. Las galeras van a tener que esperar.

Están en internet los XXIX volúmenes de las obras completas (incompletas) de Nervo, recopiladas por Alfonso Reyes. De sus narraciones, solo conocía la escandalosa novela El bachiller y algunos cuentos. Mencia, El sexto sentido, la excepcional El donador de almas, pero también su neoyorquina El diamante de la inquietud, son joyas. Nervo está atrás de Borges, de Cortázar, de Bioy Casares.

 

Viernes 4, Parador de Santo Estevo: Llegamos al Monasterio de Santo Estevo, al Parador donde nos alojan.

Brindis. Comida, en la antigua caballeriza. Jaqueca formidable que me tumba. (El vino, el cambio de horario, y me comí toda, toda la comida –porciones formidables y deliciosas de mariscos y de pato–: estaban mejor que la jaqueca.) Ya no me reincorporo al resto de la jornada. Salen a Ourense, a la lectura de Luis Sepúlveda. Me quedo en cama. Cuando las aspirinas ganan algo de la partida, regreso a las galeras, a la última parte del 2010 en la novela. (La trama de la película es prácticamente la misma que la de la novela, pero el ambiente es otro: como el creador de la fábula, Zavala sopló infundiendo de su persona al que llenó de vida. La película será del mismo barro, pero es de otro planeta. O por lo menos, de otro color. De otra música: escribí la novela oyendo canciones de Liliana Felipe para el 2010, y de la época colonial –la cantata de Caracas con sus negrillas y jácaras– para el 1810, y de los posrevolucionarios para 1910: Zavala filmaba las escenas escuchando la música que le encargó a Leoncio Lara [Los enemigos del silencio] –y una con Eugenia León, otra con Horacio Franco.)

 

Sábado 5, Santo Estevo: Los escritores salen en excursión vitivinícola, incluyendo al abstemio de mi marido. Me quedo en el hotel a corregir galeras, aconsejada por la jaqueca del día anterior (que no venzo del todo) y porque tengo que terminar.

Allá en México, el editor está en esto: revisando cuadros (como yo las frases), no pondera aún si la narración corre. Nos concretamos a que los cuadros estén limpios, que la frase no se corte la cabeza ni tenga demasiada corona.

Muy diferente el amor a las palabras que el amor a la imagen. Mi amor por la pintura y por las imágenes es verbal. El amor a las palabras es como el que se tiene por los hijos, por la abuela, por la madre. El amor a la imagen es como el deseo erótico, más epidérmico, exige una reacción más inmediata, posiblemente más efímera, más ligada al tiempo.

Al caer la tarde regresa el grupo, salimos a una caminata. Rosalía de Castro: “o vento entre as follas ruminxo pasaba”. Entramos a la iglesia que está al costado del convento, apenas se ve el frontispicio del XII en las tinieblas. Llegan Lauren Mendinueta y Rómulo Bustos Aguirre, él saca una monedita de cincuenta centavos para activar la luz de los altares. Nosotros quedamos en oscuridad, chachareando, yendo de un lado al otro, conjeturando quién es quién en los altares, qué es qué, inciertos, inseguros, inceremoniales, hablando en voz alta, riendo frente al perro sin rabo de San Roque con una cabeza de cera colgando de su mano, como el santo de los sicarios. Los altares, iluminados, hieráticos, ciertos, intocados, majestuosos, inmóviles como el móvil, iluminado primer corto de la película. Nosotros, como las galeras: voces sin imagen.

 

Domingo 6, Santiago: Regresamos a la ciudad de Rosalía: “Cementerio de vivos, murmuraba/ yo al cruzar por las plazas silenciosas/ que otros días de gloria no recuerdan./ ¿Es verdad que hubo aquí nombres famosos,/ guerreros indomables, grandes almas?” No va mal estar leyendo el Byron de Lampedusa en Santiago: “tras haber vivido entre mahometanos, católicos y ortodoxos, siendo yo mismo protestante, me he dado cuenta de que todas las religiones son igualmente verdaderas o igualmente falsas”.

Hay una “feria medieval”, los naturales disfrazados ad hoc. Los grupos de peregrinos, las botas con tierra y lodo, en largas filas de espera para obtener la Compostelana (certificado de indulgencia plenaria), o para entrar a Catedral caminando sobre la tumba de Santiago. Donde no hay disfraces, la movida es más medieval.

Comida, con el presidente del PEN internacional, John Ralston Saul, y con Eugene Schoulgin. México es el país más peligroso para los de nuestro oficio. El arroz con bogavantes, la conversación brinca de tema en tema, el mundo es ancho, hay tanto de donde escarbar, preocupaciones y festejos; los gallegos se lucen con la comida.

 

Lunes 7, Santiago: Camino a Madrid, en el aeropuerto y el avión, regreso a las galeras, en papel, sin impreso no puedo corregir.

De Carlín, uno de los guaruras de la historia, quiero contar más: por un golpe del destino, no es él, sino el hermano gemelo, el que cruza la frontera, trabaja en cocinas, tiene mano para la sazón, se vuelve chef, abre un lugarcito, comida de primera, sin pretensiones –excepto el nombre, “L’Phonda”. Carlín, mientras, sigue su ruta de violencia. Uno guisa, el otro secuestra, tortura; uno recibe raving reviews, el otro extorsiona cuando no mocha dedos… Carlín tiene la cara del actor: es Silverio Palacios. No, no usaré la escena. Antes de filmar corté la “vida” de uno de sus colegas, no cabía. Pero esta no la usaré por algo peor: me incomoda lo que dice, me fastidia el elogio al sueño americano.

Regreso a las galeras. Una frase me brinca. Le faltan cuatro palabras al inicio. Sin ellas, cae en el vacío con las que le siguen. Disfruto este trabajo humilde, la artesanía del escritor, su taller. Hay en esto un placer que los años han vuelto dulce. La imaginación se me ha tornado en algo cada vez más cruel –y sí, más excitante.

En Madrid entramos al hotel al mismo tiempo que Psiche Hughes, que viene de Londres para vernos. Alegría. La última vez que la vi en esta ciudad Psiche esculpía frutas enormes, las vi meses después –con ternura, como partes anatómicas de un titán que ella amara. Me cuenta que ahora moldea reinterpretaciones de piezas que vio en la exposición Moctezuma del British Museum. No me puedo imaginar qué hace, ¿cómo colar por su dulce tamiz esculturas aztecas imperiales?

 

Martes 8, Madrid: Voy a la editorial Siruela. Pendientes: fotografía de la portada, envío de galeras a Fernando (que debí entregar, no las terminé), consultas a Ofelia Grande.

Visita al Museo del Prado –un ritual. Lecciones de modernidad para el XX en la ermita mozárabe de San Baudelio del XII –la cacería de liebre, un elefante, un oso, un soldado.

Una visitante lleva la cara (propia) como un medallón, con cirugía plástica ha querido borrar la edad al cien por ciento. Su cara y su cuerpo no tienen relación. Estamos frente al San Gregorio de Juan de Nalda: el cuerpo no tiene forma alguna, pero su cara está pintada al detalle, tan románico, y la susodicha visitante ni en cuenta, pasa de largo…

Llueve y nos empapamos al salir del Prado. Es mi culpa: el doctor Wallace sugería paraguas para protegernos por si acaso (para mí el porsiacaso no existe).

Veo en el bar del hotel a Silvia Meucci.

Me obsesiono con el jovencito de 14 años asesinado en la frontera, repaso videos en YouTube. Me llevan a mi Juan Cortina. Anoto, garrapateo más bien frases, páginas, un (posible) pasaje de la (posible) novela que nada tiene que ver con la escena de YouTube.

Me entero en la red de la sorpresiva muerte de Bolívar Echeverría. Quiero abrazar a Raquel. Espanto. ¿Cómo? No puede ser.

 

Miércoles 9, Madrid: Psiche es mi mamá adoptiva, mi hija adoptiva también. En esta visita no estamos haciendo nada juntas –ni traducción, ni un libro con Philip, su marido, que es pintor: solo platicamos. En la peli de Robin Hood, vi los acantilados de las Seven Sisters, en el extremo sur de la Gran Bretaña. Ahí estuve con Psiche y con Philip, cuando trabajábamos en un libro juntos, poema bilingüe, ilustraciones… Se va Psiche, de vuelta a Londres.

Galería José de la Mano. Ofelia Grande me dice que tienen una desconocida Sofonisba Anguissola, y corro a verla, con el doctor Wallace de corbata. La Sofonisba es otra versión (inferior) del retrato de la galería Spencer, similar al pequeño del Capodimonte, en estado impecable. La veo fría, no tengo nada que decir –excepto que me asusta mi deslealtad: hubiera dado mi reino por verlo cuando yo estaba ensofonisbada; le habría leído tanto. Ahora solo pude verle defectos. Fuerzo un regreso a mi afecto por la pintora: tal vez lo pintó en alguno de sus periodos de melancolía, cuando no quería hacer nada. Si es el caso, en el trazo de la cara y el vestido de la criada expresa su cólera contenida. Valen las frases de Rosalía: “con una bilis como la mía”, “estoy observando que hablo en un tono feroz”, pero citarla no es traer a cuenta a Sofonisba, ni reciprocidad de mi parte, sino la comprobación científica de que ando en otra parte. Pero si acaso tuviera yo algo de razón, la (supuesta) cólera de la artista no sería, como en el caso de Byron, un elemento propicio, generador: “El hecho es que la cólera fue lo que incitó a Byron a encontrar su verdadera vena, que es la violencia rebelde compaginada con la afrenta elegante”, dice Lampedusa.

En la galería hay una exposición interesante de pinturas que Franco comisionó durante la Guerra Civil para reproducir con La cruzada de España. Provoca entre el doctor Wallace y yo un cambio de roles: mi corbata pasa volando más rápido que yo, llevándome de su ídem: acota que la visión de los “vencedores” –aunque vencidos en el área artística internacional– es la misma que la del otro bando, y más de uno de los dibujos exhibidos hubieran podido pasar por carteles de la república. Pero –le digo– hay escenas de la toma de la iglesia vuelta burdel, Stalin en el centro del altar, que no dejan duda del bando, o “Cultura marxista”, la destrucción de una biblioteca. Responde el doctor Wallace –con razón–: es la misma estética del socialismo para intentar criticar lo que es su sentido celebrar. La ignorancia del tirano (en Santo Estevo, vimos en lo alto del cielo un halcón: parecía desconocer y dominar, como el mal tirano).

 

Jueves 10, Coyoacán: Despegamos de Madrid con retraso de hora y media, que absurdamente demuele mi energía. Mi plan había sido terminar en el vuelo la lectura de las galeras, pero perdí el músculo para tomarla y echármela toda encima, tomar el lápiz. Es verdad que estoy buscando el error pequeño, pero también que no puedo verlo si no la cargo toda al hombro. Leí una novela de Rosalía. Saqué la libreta de notas, empecé a buscar de qué hacer mi siguiente columna del periódico.

Llegamos a la Terminal 1. La espina de una obsesión me despierta a medianoche: ¿pues a cuál llega María en la novela, si viene de Madrid? (A la película llega de Nueva York. Otra de las diferencias, pero tenía que ser si Andy Fierberg –el productor– es su psicoanalista: una broma interna: Andy ha sido más que el analista de todos nosotros, el ojo en la olla en ebullición del proceso, cada uno de los jugadores peso completo, relaciones intrincadísimas, y encima las familiares –que, como siempre, tienen su lado apocalíptico.)

 

Viernes 11, Coyoacán: No hay corriente eléctrica en el barrio entero. Empieza el mundial de fut. Oigo “¡México, México”, bocinazos, gritos.

Terminé el artículo para Los suicidas, que espero funcione. Desperté con ansia de velocidad: quisiera tener que ver ahora en la primera edición de la película, ahora mismo, quisiera estar ahí. No me queda sino comerme mis ganas con pan, o sin pan.

Oigo en YouTube al violista asesinado: Omar Hernández-Hidalgo. Ayer fue el día más sangriento: murieron 85, diecinueve de estos ejecutados por los carteles. La muerte está de fiesta. Es hora de que Juan Nepomuceno despierte en su ataúd blanco. Aunque tenga mil otras cosas: ya empecé, ya lo oigo, ya transcribo, después vendrá escribir. No es el momento apropiado para mí, pero no puedo esperar.

Domingo 13, Coyoacán: Ayer pasé el día con las galeras, y muchas horas pescando cómo hacer la columna. Garrapateo líneas para Juan Nepomuceno. El día fue estrecho, incómodo, atestado, insuficiente.

Escribiría aquí sobre cosas íntimas, y que ayer regresé a cocinar –otro de mis placeres–, que vinieron a comer Barbarita Jacobs y Vicente Rojo, pero sería el tipo de diario que dejé hace más de una década cambiándolo por libretas de trabajo, y no un diario como el que (creo) me han pedido. Antes llenaba páginas con “mis cosas” (reflexiones, miradas a personas y obras o cosas, y detalles de la vida cotidiana); ahora, en mis libretas, anoto lo que voy cazando, lo que leo, veo, siento, intuyo, imagino que pueda servirme para escribir. De mi ronco pecho, cambié a la pluma; de mi cuerpo y mis emociones, a intentar tocar las ajenas. ¿Esto es volverse un adulto, pensar obsesivo en los otros y en “el trabajo”? –y entrecomillo trabajo porque escribir no es solo mi mayor placer, sino porque no hay nada sin escribir, todo tiene sentido por esto, es el centro, el relleno y la superficie: es absurdo llamarlo “trabajo”. Escribo que escribo, en mis libretas –mejor dicho: garrapateo que escribo–, pero ya no en primera persona: “Esto se escribiría tal vez por alguien que sería así y asá”, y el libro de pesca y caza son mis libretas, cada vez en peor presentación (aunque aquí, para este diario de junio, he vuelto a mi letra, en pluma fuente, como si estuviera escribiendo una novela o poema) (y ayer, confieso, después de la sobremesa me senté frente a otra libreta, no esta del diario de junio, y con un lapicero me puse a garrapatear, apuntes, señales). (Tal vez las libretas que han reemplazado al diario en toda forma que solía llevar, o que intento llevar aquí, son como el proceso de filmación, la pedacería, el detalle que tal vez me sirva para esta escena, este pasaje, este ensayo.)

 

Lunes 14, Coyoacán: Ayer al teléfono con Anna Roth. Necesitamos una reunión urgente, hay demasiados pendientes. Me iba a ir mañana temprano a Nueva York, pero retraso el viaje para el miércoles.

Trabajé en las galeras, algo y mucho pegar contra la pared buscando cómo hacer a Rosalía de Castro para la columna del periódico, persiguiendo el chispazo, la excepción, el parpadeo; el trauma de la emigración, en los que se van y en los que se quedan. No doy en el clavo, qué torpeza. La grandeza de sus poemas, la pequeñez de su prosa (y sus atisbos narrativos geniales), el corset que la hija del cura y la esposa “buena” tuvo que portar durante los cuarenta y pico años de su vida, el dinero escaso… No he encontrado cómo, en cuatro mil golpes, hacerle algún tipo de homenaje o retrato, en fábula, en cuento, en narración.

He pensado que la voz de la narradora de la película, Casa Espíritu, tiene que ser reescrita de pe a pa. En las últimas versiones del guión, alcanzó la mayor brevedad. Pero ahora tiene que expandirse.

Hoy no tengo tiempo para galeras, me temo, y debo relegar a mi Juan Nepomuceno (y si algo se hace demasiado presente, iré a la libreta a garrapatear: pero que me quede claro que no puedo mudarme a Juan Cortina de cuerpo completo, es materialmente imposible, el 21 tienen que estar las páginas limpias en Siruela, y…).

(Pero antes de echar fuera a Cortina, quiero decir que su voz desde el blanco ataúd me llevó anoche, no entiendo bien por qué camino, a descender por las escaleras de la narcoviolencia, con el ánimo recorrí las que en los últimos cuatro meses hemos ido descendiendo hacia el inframundo de la guerra. Las cabezas y los cuerpos decapitados que dejaban como señal vengativa, quedan arriba, escalones abajo está la horda de 15 mil jóvenes en Monterrey, saliendo a las calles a paralizar la ciudad para que se implante el Imperio de la Violencia, más abajo las adolescentes que en su pueblo, camino de una fiesta, maquilladas y vestidas para la ocasión, caen acribilladas por una cortina fortuita de dos bandos de sicarios. Alguna traería peluca porque no le dio tiempo de peinarse.) (Antes de echarlo fuera, quiero robarle algo de su pavura para la voz de Casa Espíritu: ella padece el vecinazgo de Lavadodedinero, pared con pared asesinan, secuestran, trafican, penetran los círculos de poder, financian a su gallo para la silla grande.)

 

Martes 15, Coyoacán: Terminé la última parte de las galeras. Me falta releerla de un hilo.

Del final de la novela: me gusta, y mucho, y algunos nosés (la velocidad, escenas muy cortas, pin pon de Casa Santo a Casa Espíritu, y en estas de un lugar al otro, cocina, habitación, salas, hall, patios, los lugares y personas que ya conocemos, callejón de Atrás, Callejón del Fuego, y un nuevo ingrediente con el operativo policiaco: el tranvía turístico –en párrafos algo más largos porque no los conocíamos–; no sé si añadir un elemento así al final quite, arrebate la tensión conseguida y si el humor –negro– coopere y robe tensión, pero desde las primeras páginas, me digo, entramos al final, ya lo sabemos todo, excepto la intromisión del tranvía. Yo digo que se quede como está. Yo digo que se quite el tranvía. Digo que se quede. Que se quite.
Me debato. Voy a releer desde el principio y decido al acabar. Me habría encantado ver en la película al tranvía cargado de turistas en Callejón del Fuego; como es “falso”, no habría necesitado rieles o tirantes, pero de todas maneras habría sido un gasto extra innecesario, y un elemento que abarrocaría afeando la imagen. De todos modos, en teoría, me habría encantado. Es una escena cinematográfica para novela, no para película).

 

Miércoles 16, Coyoacán: Despierto a las 4:30, a leer la versión final de la columna del periódico y la envío –contra toda lógica: ¿cómo me amarro las manos para no pecar en horas irracionales? Me regresé a dormir, no con la conciencia tranquila, que hubiera sido verdaderamente el colmo.

Diligencias con Juan Aura, trámites. Comemos.

En la noche, en casa: el politburó de la peli, Anna Roth, Zavala, Juan Aura, María Aura. Esteban de Llaca no, está filmando ya. ¡Nos hace falta Andy! Discusiones, opiniones, percepciones, que si la voz de Casa Espíritu, que si qué, que si los volcanes quedarán como están “naturales” o usamos los que filmamos con copete de nieve en enero. Yo voto por los pelones, los desnudos. La escena como la hizo natura (según el ojo de De Llaca) es tan perfecta que cualquier alteración parece pecado.

Y ahora sí, regreso a las galeras.

No he empacado. Pocas ganas de irme, aunque en viajar y en rascar…

 

Viernes 18, Brooklyn: Ayer, la entrevista con Ric Burns –para el documental que acompañará a la exposición Nueva York, de la que es “chief Historian” el doctor Wallace, y que nació en la mesa del comedor de casa, en alguna de aquellas cenas que recuerdo preciosas con José Prieto y Naief Yehya cuando inventamos el Café Nueva York virtual –duró dos horas. Llevaba notas: pero nos fuimos por otros lados, el trabajo de prepararla no valió gran cosa. Ric es brillante, por eso la calidad de sus documentales. De casa, se fueron a grabar a Sunset Park, a buscar el festejo futbolero mexicano: le ganamos a Francia.

Salí corriendo hacia el Graduate Center. En el Subway, las galeras. Llegué justo a tiempo a la calle 34. “¡Cuánta gente!”, sensación de pueblerina que viene de las provincias… La ciudad de México tiene más de 20 millones de habitantes, es tres veces más grande que Nueva York –y sin duda más interesante y vibrante–, pero no es vertical sino horizontal.

La velocidad a que circula la masa neoyorquina… Vi dos bancas en la banqueta, entre la Sexta y la Quinta, con gente varada a pesar de la alta marea, en medio de la fuerte corriente: en los dos casos, eran de los nuestros, o de los míos, lector. ¿Peruanos, guatemaltecos, bolivianos, oaxaqueños, poblanos? Más mujeres que hombres, los cabellos largos de ellas, los copetitos engrasados de ellos… todos los demás corrían, corrían… incluyéndome… pasé la primera banca a toda velocidad… en la segunda, disminuí el paso… En ese momento los tres ocupantes, con toda la parsimonia, se levantaron, uno primero, ellas después, no simultáneo ni al mismo ritmo, como envueltos en otro tiempo, capeados en una eternidad de elegancias. Frené del todo. Los oí reír. Hablaban español con arcaísmos, rural, precioso. No resistí la tentación y me senté en su banca. Ellos tienen lo que busca capturar Ric. Ahí estaba la respuesta a una de sus preguntas: “¿qué traen los latinos recién importados a esta ciudad?”: elegancia, lengua, risa, compostura, la apreciación de que un segundo en sí es un placer: será que la vida no vale nada, pero en cambio mucho un instante. De ahí los buenos cocineros, por ejemplo.

Disfruté cuatro segundos eternos. Me levanté como un resorte. Fui al Graduate Center de CUNY, a terminar de negociar la Cátedra México (proyecto precioso de Consuelo Sáizar).

De vuelta a casa, las galeras –desde el metro. Ya de noche, no resistí la tentación y me fui de pinta un ratito al cine, a BAM, a la muy neoyorquina Please Give, de Nicole Holofcener.

Sábado 19, Brooklyn: Ayer: las galeras, en casa y en el Subway, asuntos de City College, y a la NYHS (organizadora de la exposición “Nueva York”) a grabar unos poemas que acompañarán el “nicho” Rubén Darío. Basta leer sus poemas relacionados con Nueva York para admirar el virtuosismo de su oído. Es formidable. “La gran cosmópolis” es un fox-trot; “Salutación del águila”, un himno marcial; “A Roosevelt” no tiene melodía sino un sonar utilitario (anglosajón), e imita la aspereza sonora del reclamo verbal, “eficaz”. “Walt Whitman” es un vals. Darío es todo oídos.

Los leí y comenté muy breve. Cuando salí, me esperaban ya Alicia Rodríguez (amiga desde los ocho años) y María Cortina, que de niña era Luzma, la conozco tal vez desde nuestros respectivos bautismos, es prima. La tengo bien rastreada desde mis nueve, estaba en la primera comunión de mi hermana María José, que murió a los 15 hace 36. Caminamos cruzando el Central Park; la plática, las amigas, el vino, la casa sobrecargada, el techo de la sala pintado azul cielo con nubes claras, el rato en el jardín, el estanque con los peces japoneses: todo fue un día muy Rubén Darío.

 

Domingo 20, Brooklyn: Murió Monsiváis. Recibo la noticia en East Houston, me la da al portátil María Cortina, a escasos diez minutos del deceso. Me acuerdo de él en Berlín, en casa aquí, con el maestro Aura en la calle de Tiépolo mil veces, con Jacobo Sefamí en Irvine, la noche en que murió Paz. Pasé la nueva a Jean Franco, como un ave de mal agüero. Bolívar y Monsiváis están otra vez juntos, como en un largo domingo. Descansen en paz.

Por la muerte, noche turbulenta. Se fueron sin ángeles ni santos, no eran católicos: para eso sirven los seres alados, para adornar, para vestir la parafernalia del vacío, del final.

Me decidí ayer por la última de Amenábar, Ágora, contra toda lógica. La crítica la ha hecho picadillo, y arrastré a Jean conmigo. El delirio, que puede ser generoso e iluminante, y que tanto bienvengo, no ayuda sino al ridículo: cuando los (salvajes) católicos (intolerantes y muy mal vestidos) entran a saco en la Biblioteca de Alejandría, la cámara se pone de cabeza: un caballo queda suspendido del techo. No suena mal, pero toda la peli no tiene ni pies ni patas ni cabeza…

Vuelo a México: sufro con las galeras. Diez minutos después, soy feliz con las galeras. Ansiedad. Dicha. Ansiedad. Dicha.

 

Lunes 21, Coyoacán: Ágora, la peli, lo tiene todo: talento, dinero, pasión, historia, personaje protagónico, temas, diseñadores, escenarios magníficos. Les faltó una cosa: trabajo intelectual. La (inmensa) imagen en la pantalla no se sostiene sin un ápice de cerebro. Puede haber caminado por rutas imbéciles, pero el kilometraje tiene que recorrerse. Es el antiintelectualismo español puesto en Hollywood. Ni son idiotas ni se quisieron pasar de listos: les faltaron horas de escritorio, de pensamiento.

Añado lo que ya me sé: soy pésima para llegar. Mal día. Desajustes. Distracción. Cerros de Úbeda.

 

Miércoles 23, Coyoacán: Ayer: escribí dos páginas sobre Monsiváis, pensé otras, elogios, ponderaciones, reclamos; tomé decisiones de la corrección de la novela, terminé de pasarlas, y las envié a las 2:45 de la mañana; trabajé un rato con Juan en la oficina, quedan mil pendientes de la película, la edición va un pelín retrasada.

 

Jueves 24, Coyoacán: Aunque ya envié las galeras, volví a leer la parte de 1910 completa. Me había quedado con la preocupación de que eran pocas las correcciones en papel, algo tenía que haber estado mal en la lectora (yo). Es sin duda lo mejor de la novela. Tiene largos trechos soberbios, la tensión no cae nunca, hay respiros.

 

Viernes 25, Coyoacán: Paso en la computadora este diario de junio.

 

Domingo 27, Coyoacán: Busco la columna para el jueves. Vacío a la computadora el diario y lo voy cortando.

 

Lunes 28, Coyoacán: Empezamos a levantar un siguiente proyecto cinematográfico. No hay comentario alguno de las galeras. Zavala empezó hoy a poner su mano en el primer corte de la película. Anoto líneas para Juan Nepomuceno Cortina –y tacho las anteriores.

Asesinan al candidato del PRI en Tamaulipas –tierra de Juan Nepomuceno. Se me desmorona el borrador de la columna, se reacomoda en Bagdad, en Tamaulipas.

 

Miércoles 30, Coyoacán: Se acaba este diario de junio. He pasado buena parte de los últimos cuatro días vaciándolo aquí y cortándolo. Siempre, a diario, escribo en mis libretas, ahora que me propuse volver a un diario (no garrapatario) pequé por exceso: la cuenta de caracteres es cuatro veces más de lo que piden para Letras Libres, y no transcribí todo. Cortar, editar: en eso estoy. Quité la relación de los sueños o insomnios, amigos y familia (alguna excepción), descripción del ánimo, las fantasías: queda mera bitácora de trabajo; ¿regresar siquiera una imaginada o algo que roerle?; los sueños no, por su extensión.

El placer de llevar un diario, el “infantil” e inmediato de escribirlo, no se parece al de dar forma responsable a un texto. El diario es un cómplice; alivio, grito, desahogo; espejo sin coquetería; la almohada donde se consulta fuera de las batallas; confesionario y sofá para chisme. Escribir no es desahogarse sino hacer, crear un cuerpo independiente.

Me llama Andrés Ramírez de Random House: ya está la edición de bolsillo de La virgen y el violín. Alegría. El libro no existió en México, llegó excesivamente caro.

De Juan Cortina, entro más a la novela, un paso.

Anoche tembló. ~

-Carmen Boullosa

 

 

 

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