Discante

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He entrado al laberinto y he salido de él herido de incredulidad. Mojé los oídos en rumorosas fuentes que se dejaban escuchar desde muy lejos y refresqué los ojos en el aura de barnices jamás vistos, errando en poner nombre a lo que no lo tenía. La exactitud de ciertos tonos me ha redescubierto los innatos conjuros de la pigmentación. El trazo de los planos y las formas –ángulos, volutas, líneas rectas de altura ciclópea– depuso en la pupila su aguja de mica deslumbrante. La caída del agua me confió en una esquina rosada el álgebra de su música oculta, su esbelta cabellera de plateados y fugaces logaritmos. He venido sin cámara al país del yo-estuve-aquí, pero ni la palabra sirve de espuela para retener la permanencia del instante. Es el intraducible palimpsesto de lo que se percibe, la ociosidad de la glosa, ese no lenguaje que implica quedarse el testimonio o reservarse el derecho a declarar; la insuficiencia del grabado, la inutilidad del vocabulario que corre en vano hacia el destello del peplo de una ninfa en jardines más bellos que lo imaginado. Crucé el arco de entrada bajo mi propio riesgo y he regresado sumido en el largo silencio de los desahuciados. ~

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