Lo uno y lo indiviso

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Bajo el inalcanzable jardín de las estrellas,
entre la noche altísima y el manto del subsuelo,
palpita y suena la constelación
de los insectos.

Vibra arriba y acá, en el lomo del mundo,
la gran analogía,
madre universal de las correspondencias.
La tierra es una cama
donde reposa el cosmos.

Estira el brazo y toca el firmamento,
saca de ahí un pescado o una rama de muérdago,
una trompeta, un zapato;
levanta una piedra, adopta un pinacate,
deja que el caracol siga su curso
rumbo a la eternidad.

El cielo se hizo lluvia
y habitó entre nosotros
como una diosa demasiado humana.

En la hora más límpida
vaciada de rumores
se oye latir muy hondo
–campana submarina–
el corazón rodante ya libre de ataduras. ~


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