Un amigo me preguntó si estaba yo realmente seguro de que mi admirado Paul Valéry era un hombre inteligente. Me hizo la pregunta en medio de una discusión intelectual muy latina, acalorada. Volví a mi casa y allí retumbaba en mis oídos la extraña pregunta del amigo. Admiro sin reservas, me dije, a Valéry, paradigma de la más fría e incisiva inteligencia, escritor que llevó al límite su "temible disciplina del espíritu". Admiro su figura de hombre de letras, levantado cada día antes de la aurora, tratando de apresar en sus cuadernos las intuiciones de su mente al despertar. De esas anotaciones surgiría, casi como un dibujo mental, Monsieur Teste, ese ser que vive sólo a partir de la actividad de su inteligente cacumen. Valéry es Teste en acción, en la acción de escribir. Teste aseguraba que su mente no estaba hecha para las novelas, ya que las grandes escenas de éstas decía, las cóleras, las pasiones, los momentos trágicos, lejos de exaltarle, le llegaban como destellos miserables, estados rudimentarios donde todas las estupideces andan sueltas, donde el ser se simplifica hasta la tontería y se ahoga en vez de nadar en las circunstancias del agua.
Precisamente este antinovelismo de Valéry es el que había sacado de quicio a mi amigo y el que provocó que la discusión intelectual se volviera acalorada. De ahí a abofetearnos, de ahí a la digresión (que no discusión) había un solo paso, que no dimos para no caer en el nivel de lomo ibérico del programa inculto y falangista de Sánchez Dragó en la televisión. Pero la discusión subió de tono cuando se me ocurrió decir que Valéry compartía con Robert Musil ese antinovelismo y que Musil había llegado incluso a hablar del "asco de relatar".
Qué era eso del asco, mi amigo pidió explicaciones y estaba muy circunspecto. Divagué en torno a Musil, dije que en El hombre sin atributos ignora la procreación, puebla toda la novela de hijos sin hijos, ignora la continuidad y la repetición edípica. Musil lo deja todo atrás, no deja descendencia. Y elimina, por tanto, todo lo narrable de su novela, pues como escribe Claudio Magris "lo narrable presupone la vida y el sentido de la vida, la épica basada en la unidad del mundo y del individuo, en una multiplicidad iluminada y ordenada por un significado y un valor".
Para Musil, la historia se disuelve en un juego de símbolos y variaciones que se reflejan recíprocamente sin remitir a un sentido. Tras las combinaciones de las distintas variantes no hay ya una historia; tras los rayos de sol que tiemblan sobre el agua tras ese infinito no hay nada; todo acaba, como diría Góngora, "en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada".
Tras dar por explicado sucintamente lo del "asco de relatar", intenté explicar también que no estaba yo tomando ninguna posición firme contra lo narrable y que más bien simpatizaba con esta frase de Borges: "Hay algo a propósito del cuento, del relato, que siempre perdurará. No creo que los hombres se cansen nunca de oír y contar historias." Creía que con la frase de Borges calmaría a mi amigo, pero no fue ni mucho menos así, porque entendió que Borges eludía precisamente el futuro de la novela. Lo pensé bien y vi que mi amigo podía llevar la razón, tal vez Borges escupía sobre la novela.
Lo más probable, dije entonces, es que en el futuro nazca un arte inmenso de narrar bajo otras formas. Veremos florecer, dije, formas muy nuevas, tal vez formas inmanentes, es decir, sin dimensión más allá de la razón. Dije esto y añadí con toda la humildad y sinceridad del mundo y mis deseos de aplacar al amigo: Pero yo todavía no llego a imaginar esas formas.
Porque no eres inteligente, contestó con oportunismo, y tampoco lo era Valéry, piénsalo bien y verás cómo no lo era nada, era simplemente un hombre sin atributos que tenía eternidades de tiempo libre para llenar libretas al amanecer.
Volví a mi casa. Pensé que los esfuerzos que hace el hombre para subir los escaños de la inteligencia son dolorosos y desesperados. Y me dije que los daños que resultan de una inteligencia incompleta son tanto más grandes que los que pueden derivarse de una estupidez franca y dócil. El hecho mismo de que vayamos en busca de la inteligencia nos está aportando constantemente pruebas de que ésta en realidad no es natural, es más bien inhumana, no es de este mundo. Vistas así las cosas, y teniendo en cuenta que no narró bajo otras formas, Valéry no era tan inteligente. "La inteligencia dice Alberto Savinio es la gran deseada, pero la estupidez, esa cenicienta, la pobre, la modesta, la despreciada, la vilipendiada estupidez, es aquella a la que en el fondo se vuelve el verdadero, el espontáneo, el duradero amor del hombre." La estupidez es fiel y constante, no sabe de formas nuevas, nos espera en la taberna o en el hogar para compartir con nosotros, en feliz resignación, la desgracia descomunal de no ser inteligente. –