No fue por dinero, en realidad: paga 6,901 libras esterlinas al año. Tampoco fue necesariamente por el desafío intelectual: quien sea elegido está obligado a dar tres conferencias sobre poesía y poética por año, durante los cinco que dura su periodo. El pleito, como todos los buenos chismes, tiene un atado de suposiciones, ninguna explicación oficial y la sospecha de una confabulación entre amantes.
Me explico. Cuatro involucrados: el Nobel es Derek Walcott, poeta caribeño y prolijo, lectura dilecta del presidente Obama; la profesora es Ruth Padel, especialista en clásicos y poeta de florecimiento tardío (su fama le llegó después de cumplir cuarenta): el amante, en realidad, es un ex amante de la profesora: John Walsh, columnista de un diario británico, la chispa, el radical libre en este enredo; y la silla, la que alberga la cátedra de poesía que desde hace 301 años ofrece Oxford para que se disemine entre los jóvenes el tónico vivificante del verso.
Al Nobel lo hicieron a un lado. Circuló entre los votantes potenciales un dossier que recordaba que durante los ochenta, y luego en los noventas, este fue acusado por dos estudiantes de acoso sexual. El Nobel se mostró decepcionado y se retiró de la contienda; la profesora se dijo sorprendida, entristecida por lo que le habían hecho al Nobel; sin perder el paso, dijo que no retiraría su candidatura, que el show debe continuar. El amante sonreía en la esquina, allá: días antes de que surgiera ese dossier, él publicó en su columna las mismas acusaciones. La profesora ganó.
Como todos los buenos chismes, prefiguran una gran batalla. No importa lo nimio de la anécdota, algo mayor parece estar en juego. Pasado el chisme, sin embargo, queda el extraño gusto del fraude.
(ciudad de México, 1980) es ensayista y traductor.