En la noche del 7 de noviembre de 1999, al conocerse su triunfo descomunal (270 de los trescientos distritos), el licenciado Francisco Labastida Ochoa benefició al resto del país con el orgullo de su patria chica: "No sólo Los Mochis está de fiesta sino todo México", y elogió y definió un tanto brumosamente a su partido: "El nuevo PRI que nace esta noche se aleja del camino de Salinas y recupera los ideales de Colosio". Esto, a nombre de los diez millones de votos proclamados, que se les conceden sin problema porque lo dicen ellos, y ellos, como sabemos, son hombres honorables. Queda por saber a qué se refiere con "el camino de [Carlos] Salinas", si al neoliberalismo o a la corrupción tan atribuida, y cuáles eran "los ideales de [Luis Donaldo] Colosio", distintos al cúmulo de bien intencionados lugares comunes que el desaparecido candidato ya no logró explicar o explicarse. Y falta por indagar en qué consiste la novedad del PRI.
A propósito del éxito del PRI, se enciende la euforia (mucho más de los exégetas que de los priistas) y se programa el olvido. ¿Es posible hacer tabla rasa de un pasado de setenta años, que incluye corrupción a gran escala, autoritarismo sin contención, represiones que van de los sinarquistas en León a Tlatelolco a Acteal, empobrecimiento sistemático de la mayoría y cancelación salvaje de muchísimos de los avances conquistados? En cuanto a las funciones del presidencialismo, ¿todo se resuelve afirmando como Labastida: "Ya no fue el presidente de la República quien designó al candidato, fueron millones de ciudadanos"? ¿Y qué sucedió antes, por qué Labastida, dos veces secretario de Estado y gobernador, no consideró jamás necesario señalar la monstruosidad del Sistema que hasta el 6 de noviembre de 1999 había depositado en manos y neuronas de una sola persona la designación del próximo presidente?
¿Cómo justifican el PRI y Labastida la acción demoledora que postergó durante setenta años la existencia de ciudadanos? El ya candidato fijó lo irreversible: "Nadie podrá detener lo que la gente ha iniciado". ¿Y quiénes detuvieron a la gente por siete décadas? ¿Por qué de pronto el pueblo mexicano, o como se le diga, adquirió la madurez? ¿Fue por los méritos del candidato, por la madurez inesperada de la nación, por las obligaciones de la globalidad? Y las preguntas más cómodas, porque los priistas las han contestado, y sin rubor, desde que se acuerdan: ¿cómo se da el milagro, la reconversión de la naturaleza de un nuevo PRI, compuesto por entero de priistas históricos? ¿Los votantes rejuvenecen al Aparato? ¿Existe tal cosa como el odre nuevo que vivifica al vino arcaico y el continente que salva al contenido?
La originalidad de la campaña interna del PRI no consistió en lo mínimo en la presentación de programas. En ese sentido, se asistió a una modestísima feria de la promesa, con Labastida en el stand principal: "Propongo crear un millón de empleos al año". ("¿Propongo" o "prometo"?) Los contendientes se insultaron, se agredieron, denunciaron golpes bajos y favoritismos, se llamó a Labastida "candidato oficial" y a Madrazo "pésimo gobernador" y "corrupto", se documentaron acciones como la del inefable gobernador de Chiapas Roberto Albores, que convocó a los legisladores priistas y les recordó su prioridad: el triunfo de Labastida: "Ustedes no tienen que estar cumpliéndole a la gente, son legisladores, no son pendejos, ¿está claro?" (Reforma, 5 de noviembre). Se produjeron también episodios emocionantes a su manera, como el del 3 de noviembre en el auditorio Plutarco Elías Calles del PRI:
En unas cuantas frases, y como fin de fiesta, Manuel Bartlett desnudó el proceso de elección de candidato del PRI a la presidencia. Los priistas lo oyeron en silencio: la contienda no se apegó a las reglas; los gastos fueron escandalosos; la cargada avasalló y sigue ahí; la desviación de recursos se denunció en vano. Luego subió el tono y, para evitar equívocos, con el índice apuntó a la primera fila que ocupaban líderes y precandidatos: "La contienda no ha sido equitativa y eso, ¡todos ustedes lo saben!"… De pronto, en la parte más alta del salón, sin ningún pudor, se hizo evidente que sabían de lo que les estaban hablando, y varias voces reventaron al momento: "¡Diez segundos de libertad!", "¡Diez segundos de libertad para votar!", gritaron.El gasto de campaña fue exorbitante y no aclarado siquiera de modo insuficiente, el apoyo gubernamental refrendó su elocuencia, la publicidad fue avasalladora. Así es. Las instituciones quieren preservar al PRI, la gran fábrica de fortuna y prestigios (las fortunas continúan produciéndose, los prestigios ya no), y es innegable, por si alguien como yo lo dudara, la existencia del voto duro priista, y la fragilidad de las oposiciones. Y si se quita lo aportado el 7 de noviembre por el corporativismo, el clientelismo, la inercia histórica, la avalancha publicitaria y la falta de opciones confiables, aún queda un buen número de mexicanos convencidos de la enorme eficiencia, generosidad y capacidad del nuevo PRI (del viejo ya ni quien se acuerde). –