El prisionero y la fe

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Hay libros que no valen literariamente, pero sí por el peso de vida que guardan sus páginas. Cinco panes y dos peces, de monseñor Francisco-Xavier Nguyen van Thuan, editado recientemente por el IMDOSOC, pertenece a esa estirpe. Lo que encierran sus 86 páginas no es un cúmulo de buena literatura, sino un testimonio de grandeza espiritual y de vida evangélica.
     Escrito en siete capítulos, referidos a cada uno de los panes y de los peces que el Señor multiplicó para alimentar a la muchedumbre que había ido a escucharlo, Van Thuan, en un tono que, por desgracia, frisa en el sermón y hace que la sustancia de su testimonio espiritual se pierda a veces en digresiones doctrinales, nos introduce en los procesos de Dios en el alma de un hombre que lo tuvo todo y lo perdió para dar testimonio de la profundidad del sentido del Evangelio.
     Francisco-Xavier Nguyen van Thuan, 48 años, obispo de Nhatrang, en el centro de Vietnam, había sido promovido por Pablo VI como arzobispo coadjutor de Saigón; hombre entregado a la acción pastoral, acostumbrado a los grandes públicos, a las conferencias internacionales y a la buena vida eclesial, repentinamente es reducido a un estado de absoluta miseria. Con la llegada, en 1975, de los comunistas al poder, lo hacen sospechoso de imperialismo y es enviado como prisionero a un campo de readaptación donde pasa quince años en los campos de trabajo y en celdas húmedas, calurosas e insalubres.
     Reducido a nada, amputado de aquello que le daba sentido a su existencia: trabajar por las obras de Dios, la acción pastoral, la evangelización de los no cristianos, la construcción de escuelas y hogares para estudiantes; confinado a la más espantosa de las soledades: "me encuentro en la prisión de Phun-Khán, en una celda sin ventana, hace muchísimo calor, me sofoco, siento disminuir mi lucidez poco a poco hasta la inconsciencia, a veces la luz permanece encendida día y noche, a veces siempre está oscuro", despojado incluso de los únicos consuelos que un servidor de Dios puede tener: una Biblia, y un poco de pan y de vino para celebrar la eucaristía, Van Thuan va acercándose a la intimidad más profunda con Cristo. Desde ese confinamiento, desde esa soledad, desde esa miseria, el obispo de Nhatrang testimonia no ya a través de las obras de Dios, sino a través de la experiencia misma de Dios.
     De esa experiencia interna, profunda, inaprensible para los hombres, fincada en la pura y desnuda oración, va surgiendo una magnífica obra de vida cristiana y los pasajes más conmovedores del libro: "[…] en octubre de 1975 hice una señal a un niño de siete años, Quang […] ‘Dile a tu mamá que me compre bloques viejos de calendarios’ […] Quang me trajo los calendarios, y todas las noches […] escribí a mi pueblo mi mensaje desde la cautividad. Cada mañana el niño venía a recoger las hojas para llevarlas a casa y hacer que sus hermanos y hermanas copiaran el mensaje. Así se escribió el libro El camino de la esperanza" (p. 13).
     "Cuando fui arrestado tuve que salir súbitamente, con las manos vacías. Al día siguiente me permitieron escribir y pedir las cosas más necesarias: ropa, pasta dental… Escribí a mi destinatario: ‘Por favor, mándame un poco de vino, como medicina contra el mal de estómago’ […] me mandaron una pequeña botella de vino […] con una etiqueta que decía medicina contra el mal de estómago, y las hostias las ocultaron en una antorcha que se usa para combatir la humedad […], con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano celebré la Misa.
     "[…] En el barco que nos llevó al Norte, celebraba la misa en la noche y daba la comunión a los prisioneros que me rodeaban […]. En el campo de re-educación nos dividieron en grupos de cincuenta personas; dormíamos en camas comunes, cada uno tenía derecho a 50 cm. Nos las arreglábamos para que estuvieran cinco católicos conmigo. A las 21:30 hrs. había que apagar la luz y todos debían dormir. Me encorvaba sobre la cama para celebrar la Misa de memoria, y distribuía la comunión pasando la mano debajo del mosquitero. Fabricamos bolsitas con papel de las cajetillas de cigarros para conservar al Santísimo Sacramento. Jesús eucarístico estuvo siempre en la bolsa de mi camisa" (p. 41).
     Las citas podrían multiplicarse; sin embargo, basten éstas para dar cuenta de la profundidad cristiana a la que llegó este hombre y para saber que Cinco panes y dos peces, a pesar de su sermoneo gratuito y de su desorden en la estructura, es un libro que fascina. No habla de todos los perseguidos por el comunismo vietnamita, sino únicamente de su autor, símbolo de la persecución en todas partes y del amor de Dios bajo el peso de los sufrimientos más atroces.
     Cinco panes y dos peces es una enseñanza para todos aquellos que desde el bienestar de su libertad creen que ser cristiano es fácil, y un vaso de agua fresca para quienes en este mundo, que tanto odió a Cristo, día tras día, durante años son perseguidos, se les humilla y se les escupe en el rostro, porque los asuntos de los genios políticos están arreglados de tal forma que no hay manera de que no se les humille, se les prive de su libertad y se les persiga.
     Frente a la terrible obstinación del crimen político, que se levanta por todas partes, Francisco-Xavier Nguyen van Thuan, como todos los grandes hombres, ha respondido con la obstinación de la única grandeza posible: la fe en el amor de Dios.
     Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés. –

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