Se acabó una etapa de la izquierda mexicana. El proceso de unir en una sola organización a muy variadas corrientes –que tuvo su momento culminante con la creación del PRD en 1989– ha llegado a su fin. Andrés Manuel López Obrador, dos veces candidato presidencial y expresidente de dicho partido, ha decidido renunciar a él y construir uno nuevo con el que, independientemente de eventuales y necesarias alianzas electorales que pudieran hacer después de las elecciones intermedias de 2015, medirá fuerzas y disputará al perredismo la hegemonía en esa parte del espectro político.
Toda división es una pérdida y más aún cuando esta es encabezada por un político popular que acaba de obtener dieciséis millones de votos. Cierto es que muchos de estos fueron “voto útil” contra el PRI, en un ánimo social de cambio que mandó al tercer lugar a la opción del gobierno; que en su mayoría los electores de izquierda no son patrimonio de ningún líder por importante que sea; que no pocos candidatos a gobernadores, alcaldes, senadores y diputados de la izquierda obtuvieron más sufragios que AMLO en sus respectivos territorios, algo que no ocurrió en ningún caso hace seis años; que a pesar de su moderada campaña, no pudo librar del todo la losa de los negativos que desde el plantón de Reforma generó por su política de intensa confrontación; que hay liderazgos emergentes de peso, proyección nacional y mayor potencial de crecimiento como son Marcelo Ebrard, Juan Ramón de la Fuente o Miguel Mancera, y que sectores y personajes influyentes de la sociedad podrían sentirse atraídos por una izquierda sin la controvertida presencia de López Obrador. Pero, a pesar de todo ello, sería un grave error minimizar el hecho o la influencia del político tabasqueño que, sin duda alguna, sigue siendo notable.
El reto del PRD es mayúsculo, conservar su fuerza electoral y al mismo tiempo hacer viable un gobierno de izquierda para el país después de la escisión. En ese sentido, tiene que dar confianza y convencer a la población que prefirió apoyar otras opciones por su reticencia hacia su excandidato presidencial. La correcta apuesta de volver a unir a las izquierdas en 2018 alrededor de un solo candidato no debe llevar a la indefinición ni al mantenimiento del obradorismo sin AMLO. Que él congregue a los suyos y que el PRD vaya por los que faltan para ganar.
Es fundamental que los ciudadanos puedan distinguir al PRD de Morena por su política, por sus propuestas programáticas, por sus métodos. En ese sentido, el partido del sol azteca tiene la oportunidad de mostrarse como el más convencido promotor de libertades, derechos y democracia, adoptando un perfil con claros rasgos socialdemócratas. Un interlocutor confiable del sector privado, en el entendido de que es posible y deseable conciliar la generación de condiciones favorables para la realización de negocios exitosos con el mejoramiento de la calidad de vida de la inmensa mayoría de la población en el marco de un Estado socialmente responsable.
El compromiso inequívoco con la legalidad y el Estado de derecho, así como con las reglas de la democracia, también debe ser adoptados por el PRD sin ambages y sin licencias para contrariarlos. Resulta preocupante la precarización de la política por parte de un sector de la izquierda que se identifica con AMLO y que el perredismo en su conjunto, con independencia de corrientes y liderazgos, haría bien en dejar de reproducir. Las exultantes muestras de intolerancia que se expresan en ánimos justicieros que, desde una pretendida y autoproclamada superioridad moral, persiguen a todo aquel que se atreve a discrepar de sus consignas convertidas en dogmas de fe no pueden tener cabida en un partido que reivindica la democracia.
El PRD debería plantearse ser ejemplo de inclusión y convivencia entre personas que sostienen distintas opiniones y de trato respetuoso ante voces discordantes de otros partidos y de la sociedad. Los debates se ganan con ideas y capacidad de persuasión, no con presiones, amenazas o actos de fuerza. Las movilización social y la presión ciudadana son legítimas y necesarias, pero es un costoso error convertir a los legisladores en vanguardia de estas para suplantarlas dentro de los recintos, llevando las formas propias de la calle al interior del parlamento. En ese sentido, la izquierda debería recuperar su tradición polemista. Cuando ingresaron a la Cámara de Diputados, en 1979, sus cinco diputados hacían diferencia. Dejemos el “Bronx” al PRI.
Aunque necesarias, las definiciones en el PRD no se darán en automático. Habrá resistencias de quienes se identifican con las posiciones y actitudes de AMLO, pero que, por así convenir a sus intereses, decidieron mantenerse en su interior. Por eso, una mayoría debe estar dispuesta a asumir su responsabilidad de pensar distinto y desafiar dogmas y tabúes para ser una opción de gobierno frente a los que todavía nos miran con desconfianza. Para ello es el Congreso que se avecina. ~
(ciudad de México, 1970) es político y licenciado en Filosofía.