¿El termidor de la reforma?

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Francisco Labastida fue el único orador en el 71 aniversario del PRI. No hubo en su discurso ninguna propuesta central o reformadora. Nada que se pareciera al discurso de Salinas de Gortari el 4 de marzo de 1992, cuando sintetizó su idea del liberalismo social. Ni tuvo, tampoco, la emotividad y el compromiso que Colosio asumió el 6 de marzo de 1994, cuando postuló su tesis de la reforma del poder. Labastida se limitó a repetir una y otra vez su lema de campaña, "Que el poder sirva a la gente", pero no esbozó ningún proyecto de reforma o de gobierno. Sus compromisos fueron muy puntuales (crear un millón de empleos al año, multiplicar por tres el número de viviendas que se construyen cada año) o muy generales: que el salario aumente, que haya más empleos para detener la migración, que la educación pública extienda su cobertura y aumente su calidad. No dijo nada, sin embargo, del necesario fortalecimiento del federalismo y del municipio.
     Entre esas generalidades, llama la atención su idea de que la fortaleza económica de México descanse ante todo en nuestro mercado interno y en la prosperidad de las familias. Esa tesis es una crítica implícita al modelo de desarrollo que se impuso en el país desde De la Madrid. La entrada de México al GATT en 1986 y la firma del TLC en 1993 cancelaron el modelo de sustitución de importaciones y lo enterraron definitivamente. A partir de entonces, la economía se volcó al exterior y el mercado interno quedó supeditado al externo. Ese proceso no fue resultado de una simple elección, sino consecuencia de una serie de fuerzas y tendencias que ahora conocemos y describimos con el término de globalización. Habiendo pertenecido al gabinete de De la Madrid, Labastida conoce perfectamente bien las razones y las causas que transformaron una economía cerrada y protegida en una de las economías más abiertas del mundo. Debe saber también que los procesos de internacionalización de la producción, la movilidad de los capitales, amén de la fusión de los bancos mexicanos con bancos extranjeros, vuelve simple y llanamente imposible un regreso al pasado. Sin embargo, la idea de hacer del mercado interno el motor central del desarrollo no es otra cosa que una forma de nostalgia por el modelo anterior.
     La campaña de Labastida recuerda el eslogan que el gobierno de De la Madrid utilizó en las elecciones de 1985: "PRI: 55 años de paz social". El equilibrio y la moderación con que aborda u omite los temas más importantes permiten suponer que su objetivo central no es impulsar o continuar los cambios que el país demanda, sino consolidarlos y estabilizarlos. Es posible que ese pragmatismo sea parte de la personalidad del candidato. A diferencia de Carlos Salinas y de Ernesto Zedillo, Labastida no estudió su posgrado en los Estados Unidos, sino en Santiago de Chile, en la CEPAL, que era la Meca de los economistas que defendían el proteccionismo. Ciertamente, no fue casual que en el gabinete de Miguel de la Madrid ocupara la Secretaría de Energía, Minas e Industria Paraestatal (SEMIP). Además, Labastida alcanzó la candidatura del PRI a la Presidencia de la República de manera accidental y puede considerarse como un candidato de compromiso entre las diferentes corrientes del priísmo. Porque si el presidente Zedillo no hubiera perdido el control del proceso de selección, con los famosos candados que dejaron fuera de la contienda a los tecnócratas (Gurría y Ortiz), Labastida no hubiera tenido mayor oportunidad. Y qué decir de su llegada a la Secretaría de Gobernación, que dependió de los fracasos de Moctezuma y Chuayffet en esa dependencia.
     Labastida lleva hasta ahora la ventaja en las encuestas. Su fuerza se funda en las generaciones mayores de treinta y cuarenta años, entre las que aventaja a Fox, en los sectores con menores índices de educación y en el voto de los campesinos. El candidato del PAN, por el contrario, registra mayores simpatías entre los menores de treinta y veinte años y entre los estratos con mayor educación. Paulatinamente, la campaña de Fox se ha ido identificando con el cambio. El candidato del PRI, por su parte, envía un mensaje implícito: más vale viejo por conocido que bueno por conocer. Y lo más notable, en ese sentido, es que ni en su equipo de campaña ni en su oferta se percibe la preocupación por conquistar al electorado joven y educado que está a favor del cambio. La estrategia parece ser más bien la de anclarse e identificarse con los sectores de la población que tienen una visión conservadora.
     Hay que reconocer, sin embargo, que ante temas espinosos como el conflicto de la UNAM y la situación de Chiapas el candidato del PRI ha asumido posiciones más serias y consecuentes. En el caso de la Universidad se pronunció por la aplicación estricta de la ley y en el del EZLN ha señalado en varias ocasiones que el conflicto es eminentemente político y que no tendrá arreglo en lo inmediato. Esta claridad en el lenguaje contrasta con el postulado hueco, que los candidatos de la oposición han repetido reiteradamente, de que esos conflictos sólo pueden solucionarse mediante el diálogo.
     A estas alturas, el principal problema de la campaña de Francisco Labastida es la falta de una oferta atractiva e interesante de gobierno. No hay un solo campo en el que la haya formulado. Porque la idea de enseñar inglés y computación en las escuelas primarias o la nostalgia por el desarrollo económico centrado en el mercado interno están muy lejos de constituir un proyecto de gobierno que aborde y resuelva los principales problemas de este país. –

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