Entrevista a Michael Ignatieff

La vida de Michael Ignatieff puede considerarse una metáfora del entrecruzamiento de las culturas del mundo. Como lo dice en El álbum ruso (Siglo XXI, 2008), su abuelo paterno, Paul Ignatieff, fue el ministro de Educación en el último gabinete del zar Nicolás II. A su vez, el abuelo de Paul, Nicholas, fue un prominente diplomático ruso, quien, entre otras cosas, negoció la frontera que divide Rusia de China en la región del Pacífico. El arribo de los bolcheviques al poder obligó a la familia aristocrática a emigrar, primero a Francia, y luego a Canadá. El padre de Michael Ignatieff fue un distinguido diplomático canadiense con muchos sellos en el pasaporte. La infancia de Ignatieff tiene capítulos con los nombres de varias ciudades del mundo: un anuncio del pensador trotamundos en que se convertiría. 
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Tras unos años como internado en un colegio de Toronto, decide realizar estudios en las universidades de Toronto, Oxford y Harvard, que lo preparan como historiador.

Aunque al principio trabaja como investigador universitario, sobre todo en la Universidad de Cambridge, desde un principio quiere ver el mun- do desde una butaca más cercana. Transitar de Cambridge a Londres a mediados de la década de los ochenta le dio la oportunidad de desarrollar su natural vocación de periodista. Ahí escribe artículos, participa en debates televisivos y concibe documentales desde donde narra el valiente mundo nuevo que se gesta tras las caídas de las ideologías. Su serie documental Sangre y pertenencia, que después se convierte en libro, es la primera parte de una trilogía que explora la irrupción de los nacionalismos y los particularismos étnicos, el surgimiento de una ética guerrera en el corazón de las tinieblas (El honor del guerrero, Punto de Lectura, 2002) y la difícil adaptación del mundo civilizado –con sus instituciones multilaterales, sus operaciones de la paz y sus misiles teledirigidos– a esta nueva realidad (Guerra virtual, Paidós, 2003). Es durante la participación de Ignatieff en un programa televisivo donde el pensador liberal Isaiah Berlin reconoce un espíritu afín. De este reconocimiento surgirá uno de los portentos de la biografía intelectual: el libro Isaiah Berlin: Una vida (Taurus, 1999), escrito por Ignatieff y resultado de un diálogo entre el decano del liberalismo y el joven intelectual canadiense con aire de James Bond.

Como un viajero a la Chatwin, Ignatieff ha sido testigo ejemplar de la madeja que teje la historia. Su figura esbelta ha cruzado varios checkpoints donde se respira el peligro. Como corresponsal cubrió las guerras de los Balcanes –de Bosnia a Kosovo– así como el polvorín del Medio Oriente. Pero Ignatieff contempla las convulsiones que marcan el presente con la distancia del pensador de alto calibre. Muchos de sus artículos periodísticos son en realidad ensayos filosóficos. Para tener una mejor idea, imaginemos un Montaigne vuelto corresponsal de guerra.

Los ataques terroristas contra las Torres Gemelas y el Pentágono, así como la respuesta militar de Estados Unidos en Afganistán e Iraq, llevaron a Ignatieff a meditar sobre el destino de los imperios. Su libro El nuevo imperio americano (Paidós, 2004) es menos una celebración del imperio estadounidense que una advertencia de lo que puede pasar cuando un poder imperial se extralimita. Como Gibbon en el caso de Inglaterra, Ignatieff nota peligrosos paralelos entre el imperio light norteamericano y la hibris romana tras el arribo de Augusto.

En 2005, Ignatieff, el intelectual cosmopolita par excellence, decide dar una vuelta de tuerca a su destino. Animado por sus colegas del Partido Liberal, quienes ven en él una carismática figura capaz de energizar la causa liberal, decide competir en las elecciones del 2006 y se instala en su país natal.

En un arco de tiempo muy breve logra llegar a la cima y se convierte en el líder del Partido Liberal y en serio contendiente para ser primer ministro. Por un momento parece que la suerte le sonríe. Sus debates en el Parlamento de Ottawa son un espectáculo verbal de retórica política digno de Demóstenes. Sin embargo, la exitosa campaña en su contra que emprende el Partido Conservador, así como ciertos errores cometidos por su propio partido tienen como resultado su derrota contundente en las elecciones de 2011. Ignatieff se retira de la política, no sin haber aprendido algunas lecciones importantes sobre la condición humana. Su libro sobre sus experiencias políticas verá luz en breve.

Mi primer encuentro con él ocurrió en uno de los auditorios de las Naciones Unidas en Nueva York. Tengo muy presente su debate con el embajador de la India ante el Consejo de Seguridad de la onu sobre la necesidad de intervenir en Siria. A pesar de la elocuencia de Ignatieff, la política exterior de la India y sus contradicciones no ayudaron a poner fin al régimen de Assad.

Meses después logré concertar una cita con Ignatieff en un hotel de Manhattan. Nos vimos a las diez de la mañana en el lobby mientras Nueva York era una belleza otoñal. Ignatieff me pide salir del hotel en busca de un diner para desayunar. “Es increíble Nueva York, ¿no lo crees?”, me dice mientras su mirada se eleva hacia los rascacielos que nos rodean como si fuera la de un turista: “Disfruto mucho el tiempo libre ahora que he dejado la política.” Ya en el diner, Ignatieff desayuna un par de huevos fritos con home fries, yo lo acompaño con un café. El lugar es bullicioso e Ignatieff parece divertido ante el ir y venir de gente y platillos americanos. Platicamos sobre el Encuentro Vuelta donde él participó en el ya lejano 1990. “Recuerdo el debate entre Octavio Paz y Vargas Llosa sobre el sistema político mexicano”; sobre la responsabilidad que tiene la “comunidad internacional” de proteger poblaciones en peligro de ser exterminadas: “Debemos convencer a los líderes de las naciones del mundo de que la soberanía no es una licencia para matar.” Aunque luego agrega con el escepticismo liberal de Isaiah Berlin: “pero tampoco seamos ingenuos de pensar que muchos de esos líderes nos harán caso”.

Tras el desayuno, salimos a buscar un café en donde realizar la entrevista. Nuestro vagabundeo nos llevó a las inmediaciones del Central Park. Decidimos internarnos en el lobby de un famoso hotel. Ahí, con la bonhomía de un hombre que ha regresado de todas las experiencias, Ignatieff dialoga conmigo.

Permíteme empezar evocando una anécdota que tal vez pueda ilustrar los dilemas del hombre de ideas que se interna en las aguas turbulentas de la política. Se cuenta que un amigo recibió a Heidegger, después de que este hubiera renunciado al rectorado en la Universidad de Friburgo, con esta pregunta: “¿regresando de Siracusa, señor Heidegger?”

Entiendo tu comentario, aunque debo decirte que yo no fui a Siracusa. Nunca he tenido la tentación de servir a un tirano. Lo que yo hice fue competir por un puesto de representación popular y dirigir un partido político. Yo creo que los intelectuales como yo decidimos ser políticos debido a una variedad de razones. Los intelectuales no son más honestos acerca de lo que los motiva que el resto de la gente. Hay razones existenciales por las que los intelectuales pueden sentir la necesidad de aventurarse en la política. Hay una insatisfacción latente en la vida intelectual que proviene del hecho de que los intelectuales solo escriben sobre el mundo sin cambiarlo. Uno siempre es un espectador pero nunca un actor en la arena política. Hay algo atrayente en aceptar el desafío de comprometerse políticamente y no ser solo un espectador.

Después de tu aventura política ¿aún te defines como un cosmopolita posnacionalista?

Cuando escribí Sangre y pertenencia hace más de treinta años comenté que el cosmopolitismo era el privilegio del selecto grupo que posee un pasaporte. Los intelectuales gravitan naturalmente hacia el cosmopolitismo, pues se sienten en casa en todas partes y en ninguna. Debo confesar que de un tiempo acá me siento cansado del cosmopolitismo. En cierto momento sentí que yo estaba evadiendo el hecho de que soy un canadiense. Si tú me preguntas qué clase de liberal soy te diría que soy fundamentalmente un liberal canadiense. El liberalismo adquiere la coloración de los países en los que se anida. El liberalismo canadiense es una mezcla muy complicada de conservadurismo fiscal, libre mercado y un sentido de compasión social que no se puede reducir al modelo estadounidense o europeo. A esto debe- mos agregar el interés por la unidad nacional que distingue al genio canadiense. El liberalismo en Canadá siempre ha tenido que reflexionar sobre cómo mantener nuestro experimento multinacional y bilingüe funcionando.

Visto a la distancia ¿consideras que tu aventura política fracasó?

Si medimos el éxito con la pregunta, ¿se convirtió usted en primer ministro?, obviamente mi carrera política fue un fracaso. Pero si medimos éxito de una manera diferente y tenemos en cuenta si yo defendí los valores en los que creo y si llevé a cabo una buena pelea, entonces la respuesta es que efectivamente tuve éxito. Agregaría además que valió la pena. Me gustaría que más intelectuales se atrevieran a incursionar en la política pues es una experiencia que cambia la vida. Uno pone más atención a la experiencia local y nacional. Pero sobre todo uno valora el sentido de la responsabilidad. En el siglo xx, los intelectuales orgánicos eran responsables ante el Partido Comunista, mientras los intelectuales liberales se sentían responsables por defender al campo anticomunista. En el periodo posterior a la Guerra Fría varios intelectuales públicos de la derecha y de la izquierda sintieron que deberían responsabilizarse por las víctimas en Bosnia, Kosovo, Timor Oriental, Ruanda o Darfur. Pero todas estas manifestaciones de la responsabilidad palidecen ante el grado de responsabilidad que se asume cuando uno busca elegirse para un puesto de representación popular.

Un problema de los intelectuales es que muchas veces no se sienten responsables ante nada.

La cuestión de la responsabilidad es también la cuestión de la autoridad. ¿De dónde viene la autoridad de los intelectuales? Se esperaría que provenga de la honestidad intelectual, del respeto por la verdad y de la voluntad de seguirla adonde quiera que ella nos lleve. Para el político, por otro lado, la autoridad proviene de la gente y es responsable ante ellos. La autoridad de los intelectuales proviene de decirle al mundo algo nuevo e importante. Se trata de una autoridad que proviene de un conocimiento y entendimiento profundo de la realidad. Desafortunadamente ahora demasiados intelectuales piensan que tienen autoridad porque son celebridades. Pero ser célebre es solo ser famoso. Las celebridades no tienen autoridad. Mientras los grandes intelectuales tienen la humildad socrática de saber que no saben nada, los malos intelectuales se rinden ante el deseo de la fama y la codicia que caracterizan a aquellos cuya autoridad no proviene de algo verdadero y real. En la política, lo que te hace humilde es saber que tu autoridad no proviene de ti. Ella proviene de la gente y no de lo que los locutores televisivos y los otros custodios de las celebridades opinen sobre ti.

¿Sentiste la carga de la responsabilidad en el momento en que eras un político o solo hasta ahora que puedes meditar sobre ella?

Ahora me siento libre porque puedo hablar con mi propia voz. Cuando era un líder político hablaba en nombre de miles de personas. Por otro lado, esa responsabilidad –la de hablar en nombre de otros– convierte toda comunicación en un acto estratégico. La tarea de comunicar deja de ser la posibilidad de emanciparse uno mis- mo de la confusión de nuestra mente y de ayudar a otros a ver con más claridad al mundo. En política el objetivo es cómo convencer a alguien de apoyarte o al menos impedir que te ataquen. Todo lo que se dice es dirigido a obtener el poder. Esto significa que uno debe cuidar lo que dice.

El diálogo entre tú y yo en este momento se basa en la buena fe: tú y yo estamos haciendo el mayor esfuerzo para entendernos. Sabemos que a veces no decimos exactamente lo que intentamos decir y nos permitimos la caridad fundamental de corregir lo que decimos. En política la situación es diferente. Se trata de un mundo de lunáticos de la literalidad en donde solo lo que se dice cuenta. Es un mundo fundado en la mala fe. Si tú eres un político, tus oponentes no están para aceptar lo que dices en buena fe. Ellos existen para escucharte con absoluta mala fe. Ese es su trabajo. Uno tiene que entender que no se la debe tomar personal. Yo tuve muchos oponentes políticos a quienes apreciaba personalmente pero que sabía que deseaban mi fracaso. Y mi trabajo como político era hacer lo mismo. Nadie debería entrar en la política sin entender antes que se trata de un juego con reglas muy precisas diferentes a las de la vida normal.

Maquiavelo podría haber acertado cuando sugirió que la política requiere obedecer a una moral diferente a la ordinaria.

El lenguaje político tiene sus propias reglas pero no creo que sea completamente inmoral. Hay límites. El combate verbal ocurre frente a una audiencia que presiona para que los políticos sean honestos. Los votantes, los ciudadanos, no están involucrados en el juego político. Ellos tratan de descubrir si algo es verdadero o falso. Son los árbitros del juego político. ¡Pobres árbitros! Son constantemente manipulados y maltratados, pero cuando la elección llega, ellos piensan bien su voto. En mi caso, aunque los árbitros se decidieron en mi contra, salí de la experiencia con mucha confianza en el buen juicio de los votantes.

¿A pesar de todos los problemas que enfrentaste?

Sí, a pesar de todo. No soy un cínico acerca de la democracia. De hecho, ahora creo más en ella que antes.

Visto desde afuera pareciera que disfrutas de la parte de la política que consiste en acercarte a la gente y convencerla de la justeza de tus ideas. Hay otra parte de la política, que en Estados Unidos es simbolizada por el estratega político republicano, Karl Rove, que consiste en pensar estrategias para ganar una elección sin importar el costo. Una forma de hacer política que alguien como Barack Obama parece disfrutar.

Disfruté mucho hablar con la gente y presentarles mis ideas. Ese arte de la política es maravilloso. Pero hay otro que nunca pude dominar, ese que tú bien conectas con Karl Rove. Hubo momentos en que yo mismo me critiqué por no entender a los votantes como debería haberlo hecho. En política uno tiene que saber cuáles sectores del pueblo te apoyan, qué es lo que quieren, a quién puede uno convencer y a quién no. Obama entendió la importancia de este tipo de información. Durante mis años como político yo nunca tuve esa información.

Ahora que tienes la experiencia política, déjame preguntarte: ¿qué piensas de Obama como político?

Obama es un gran político quien ha logrado que su historia personal sea a la vez una historia americana. Eso es lo que todos los líderes deberían hacer. Pero la historia de Obama es a la vez la historia más improbable de todas. Su éxito político ha sido un triunfo de la narración.

¿Qué podemos esperar del segundo periodo de Obama?

Isaiah Berlin tiene un ensayo llamado “Sobre el juicio político”. En él, se pregunta cuál es el conocimiento práctico característico del gran estadista. Una virtud importante es la de conocer cuánto poder se tiene en situaciones particulares y qué es posible en cierto contexto. Los políticos trabajan en un horizonte temporal. Tener juicio político es tener sentido de la oportunidad, de saber si hay que actuar o no. Los políticos no están interesados en las ideas per se, sino en si ha llegado el momento de aplicarlas. Ahora que me preguntas acerca del segundo periodo del gobierno de Obama, me parece que él debe entender el grado de poder que tiene, qué ideas son las correctas y qué historia tiene que contar sobre el poder estadounidense en el mundo.

Obama parece estar lidiando con un país que se está adaptando a una relativa decadencia económica y geoestratégica.

Estados Unidos seguramente será el poder geopolítico y económico dominante en el mundo en los próximos cincuenta años. Sería insensato que el mundo apostara contra Estados Unidos. La victoria de Obama muestra la capacidad del pueblo norteamericano de renovación política y económica. Así que no hay que descartarlo. Habiendo dicho eso, yo creo que Estados Unidos tiene gran- des dificultades para entender su papel en el mundo. La historia que quiere contar Obama sobre el papel de Estados Unidos es todavía un proyecto inconcluso.

Escribiste recientemente un artículo acerca del significado de la guerra civil en Siria. En él dices que estamos siendo testigos de un nuevo arreglo internacional que favorece a las nuevas cleptocracias como China y Rusia en contra de las democracias liberales. ¿Cómo crees que esta nueva situación modificará el futuro cercano?

Estamos viviendo el fin de una narrativa triunfalista de la victoria de las democracias liberales. Aunque más del 60% de la población mundial vive en regímenes democráticos, un poco más del 30% se mantiene viviendo en regímenes autoritarios. Rusia es una cleptocracia capitalista de Estado fundada en la explotación del petróleo, mientras que China es un experimento de régimen de partido único con capitalismo autoritario. En Asia ese modelo de capitalismo autoritario ha sido aplicado en otros países de la región. Esto no significa que estemos en una nueva Guerra Fría. Ni Rusia ni China tienen un proyecto ideológico. Ellos solo están navegando en el orden liberal y capitalista creado por Estados Unidos después de 1945 y la interrogante es saber si participarán en su consolidación o buscarán destruirlo.

Pero, a pesar de su falta de ideología, Rusia y China podrían desarrollar una corriente de opinión que se convierta en un sustituto de las ideologías.

El mundo está fracturado y es importante que liberales como yo no vayamos por el mundo creyendo que este se orientará por el rumbo que queremos.

En los años novena no faltaban Casandras anunciando el fin del liberalismo…

Isaiah Berlin siempre decía que la his- toria no tiene libreto. Este es un punto muy importante. La música de la historia puede ser hermosa, pero las letras del libreto no son liberales. El liberalismo en sí mismo enfrenta profundos desafíos. Nuestros regímenes democráticos en Occidente son en realidad oligarquías. Las democracias no pueden ser exitosas si el crecimiento económico no genera seguridad para las mayorías. Nuestras economías no están generando los resultados que le permitan a la gente sentirse segura y confiada. Como dije, el mundo está fracturado en regímenes autoritarios de capitalismo de Estado y oligarquías capitalistas generadoras de desigualdad.

Te leo como alguien que busca reconciliar fuerzas y valores opuestos: liberalismo y democracia, libertad e igualdad, soberanía y globalización.

Estoy convencido de que estos problemas pueden resolverse. El desafío de las sociedades liberales es conectar democracia y soberanía económica sin tener que sacrificar el libre mercado, pues esto nos llevaría de regreso al proteccionismo. Como liberales estamos comprometidos con el libre comercio y los mercados abiertos, no solo por razones económicas sino porque queremos que las sociedades se acerquen unas a otras. ¿Cómo se puede garantizar el empleo industrial para la gente en un mundo donde países como China están atrayendo mano de obra? El problema tiene que ver con la soberanía. Los ciudadanos necesitan creer que su sistema de gobierno los protegerá. Las democracias no son exitosas si la gente piensa que los políticos han perdido el rumbo. Los pueblos necesitan sentir que ellos tienen el control de lo que sucede en su propia casa. Uno de los signos alentadores es el hecho de que los norteamericanos rechazaron al proyecto del Partido Republicano porque pensaban que necesitaban una garantía de que el sistema político no les fallaría. Le creyeron a Obama cuando les dijo que su gobierno no dejaría que el país fracasara en la economía global.

¿Crees que los europeos están enfrentando los mismos desafíos? Parecería que ellos han tenido más dificultades para enfrentar los retos políticos y económicos que demanda la hora.

Lo primero que hay decir es que los europeos han realizado un mejor trabajo que Estados Unidos en generar movilidad intergeneracional. Los países escandinavos y Alemania –aunque Canadá también– han sido más exitosos en darle a sus ciudadanos algo muy aproximado al sueño americano de lo que ha logrado el propio gobierno estadounidense. Los europeos han conseguido eso porque sus sociedades tienen mejores bie-nes públicos. La cuestión es si estos bienes públicos son fiscalmente sostenibles. El modelo económico europeo se encuentra en medio de una crisis de sostenibilidad por el lado del ingreso y del crecimiento.

Ahora que has abandonado, al menos de momento, la política, ¿has considerado regresar a escribir novelas?

Comparo la experiencia de escribir novelas a la sensación de estar junto a la ventana de un tercer piso por la que te avientas pensando que caerás de manos. Es un gran riesgo, es increíblemente difícil, y es profundamente divertido.

Carlos Fuentes solía decir que las novelas cuentan historias que los historiadores no pueden contar o tienden a olvidar.

Fuentes tenía razón. Uno escribe ficción cuando ya no puede decir las cosas de otra manera. Se escriben novelas solo si se debe, pues es muy difícil. Yo tengo una gran admiración y respeto por quienes pueden escribirlas. ~

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(ciudad de México, 1967) es ensayista, periodista e historiador de las ideas políticas.


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