Estado de congelamiento

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1.

Sobre la nieve, la muerte del explorador es un descubrimiento por hacer. Morir en el desierto o en el mar es perderle el rastro al desaparecido; el calor, la humedad, las fauces vigilantes del tiempo consumen la evidencia. Bajo cero, el muerto nunca acaba de ausentarse. Oculto por sucesivas capas de hielo, el cuerpo espera que algรบn extraviado tropiece con รฉl.

El capitรกn inglรฉs Robert Falcon Scott y dos de sus compaรฑeros โ€“perfectamente preservados, arrebujados en sus bolsas de dormir y con la raciรณn mortal de pastillas de opio intactaโ€“ tuvieron que esperar mรกs de seis meses para ser descubiertos. Los tres expedicionarios, impedidos por el deterioro fรญsico y una tormenta descomunal, cayeron a once millas de un depรณsito de comida y combustible que probablemente los habrรญa salvado.

2.

El explorador, esa especie casi extinta que hizo las veces de Adรกn donde faltaban nombres y certezas, es el anverso del pionero. Este รบltimo estรก siempre llegando; el primero, en cambio, por mรกs lejos que se encuentre, no suelta el hilo que lo ata al punto de partida. Si los pioneros buscan pรกramos remotos donde fundar variantes de una metrรณpoli imaginaria, el explorador se apresura a grabar su impronta e intenta regresar con vida. Digo que se apresura porque la exploraciรณn es una carrera de velocidad con vallas. No puede permitirse morosidades ni devaneos que amenacen la vuelta. Los osados se preparan con el mismo celo que los profesionales de la fracciรณn de segundo; estudian y se equipan para ahuyentar la desgracia, porque al igual que en las pistas, en la geografรญa gana el que llega primero.

Siglos de acometidas contra los puntos negros del mapamundi fueron agotando las opciones; para principios del siglo XX, quedaba aรบn el Polo Sur. Extremo del extremo, la competencia era sรณlo por el derecho de clamar โ€œlleguรฉ antes que nadieโ€. Dos expediciones entraron al Cรญrculo Polar Antรกrtico en 1911, con miras a recibir el aรฑo nuevo en el punto exacto donde levantar la mirada es sondear las profundidades del cosmos. A los cuarenta y tres aรฑos de edad, Robert Scott, junto con cuatro compaรฑeros, salieron a la zaga del grupo comandado por el noruego Roald Amundsen. El 18 de enero de 1912, los cinco ingleses llegaron a lo que calcularon como el extremo austral del planeta. Amundsen los habรญa derrotado por varias semanas. Ese dรญa, Scott, fiel a los empeรฑos del explorador, apunta en su diario: โ€œWell, we have turned our back on the goal of our ambition and must face our 800 miles of solid dragging โ€“and goodbye to most of the daydreams.โ€ [โ€œPues bien, le hemos dado la espalda al objetivo de nuestras ambiciones y tenemos que enfrentar nuestras 800 millas de arrastre incesante โ€“y adiรณs a la mayorรญa de nuestras ilusiones.โ€]

3.

El รบltimo cuaderno del capitรกn es, por insistente, desgarrador: en รฉl, Scott se enfrenta a la muerte por entregas. Cada anotaciรณn supera en pesimismo a la anterior. El 17 de febrero muere el primero, un oficial de apellido Evans. Despuรฉs de un accidente aparentemente inocuo, su salud se resquebrajรณ hasta el delirio y, pasada la medianoche, expirรณ. Dรญas mรกs tarde comienza a escasear el combustible. A mitad de marzo, el lรญder de la expediciรณn no puede engaรฑarse mรกs; a pesar de que no dejarรญan de moverse, su empresa se habรญa convertido en una de pedagogรญa: enseรฑarรญan el modo en el que se hace frente a la muerte en la nieve. Las cartas que redacta van dirigidas a su viuda y a sus deudos; mรกs que un testamento, el diario es el soliloquio del explorador ya fallecido.

โ€œA trechos tirita un sol anรฉmico/ [โ€ฆ] Abajo, entre los hoyos, se arrastra un rebaรฑo de hombresโ€ (Octavio Paz). El rebaรฑo son cuatro sombras que sacan de sus bolsillos las pastillas de opio; antes que perder el decoro y la compostura, para ellos estarรก el estoico gesto del que traga una dosis suficiente de ausencia. El segundo en morir es Oates, apodado Titus. Ambas manos vueltas ganchos inservibles, y una pierna llena de sangre congelada lo convirtieron en un bulto. La maรฑana del 16 de marzo, muy temprano, les dice a sus compaรฑeros, โ€œI am just going outside and may be some time.โ€ [โ€œSalgo aquรญ afuera, a lo mejor me tardo.โ€] De รฉl hallaron, medio aรฑo despuรฉs, sรณlo la bolsa de dormir. 

El gesto de Titus, apellidado Oates, rebasa la gallarda estampa de quien se sacrifica por el bienestar ajeno; seรฑala el camino hacia la soledad del que sabe que lo รบnico que queda por encontrar es una muerte inconclusa. Insisto, la desapariciรณn del explorador no es tal cuando la temporada de nieve es todo el aรฑo. El personaje se esconde, oculta el cuerpo. No se extravรญa, se separa. Y asรญ, al trazar una ruta nueva por el terreno explorado, insufla vida a una profesiรณn que desaparece por falta de espacio.

4.

Innumerables son los que ahora pierden la orientaciรณn y quedan varados entre la extraรฑeza de los espacios ya conocidos. Postales, guรญas turรญsticas, fotografรญa profesional e imรกgenes satelitales inducen los ojos al engaรฑo: salir a la naturaleza es un fenรณmeno de dรฉjร  vu. Los exploradores hicieron su trabajo, las tropas de pioneros el suyo: no hay paisaje sin retrato, ni ecosistema sin inquilinos. Tanta confianza en los atlas de carreteras โ€“โ€œel GPS no mienteโ€โ€“ obliga a los actuales visitantes a buscar en el entorno las etiquetas y las coordenadas en tinta azul de las pรกginas impresas. La tragedia se agazapa en las discrepancias entre la pรกgina y el mundo, en la mala lectura.

Los paisajes nevados son un laberinto sin paredes. Las rรกfagas heladas hacen las veces de recodos ciegos y muros insalvables. Sin hilo de Ariadna ni mendrugos de pan, cada paso es una inscripciรณn en el relato aรบn no decidido: la salvaciรณn narrada en un yo fatigado, o el pesaroso recuento de la tercera persona. Ni exploradores ni pioneros, estos visitantes esperan la salvaciรณn detrรกs de la siguiente loma, al final del arroyo. No cesan de aรฑorar el rescate. No buscan la muerte aplazada porque su desgracia sรญ es un accidente y un extravรญo. El que sobrevive es un aferrado, y como tal se le celebra.

5.

El diario del explorador encierra, como dijera Garcรญa Ponce acerca de la novela, โ€œla voz de lo imposibleโ€. Mรกs allรก del cรญrculo polar, las manos luchan tanto por arrastrar el trineo como por registrar los detalles de un mundo apenas conocido.

Robert Scott sabรญa cuรกntas millas los separaban del depรณsito que les darรญa un respiro. Un par de noches antes de su รบltimo registro, toma la decisiรณn de que uno de los tres se lance en solitario por comida y combustible. En la maรฑana lo sorprende una tormenta que no cesarรก hasta el final del diario; la nieve, de a poco, los cubre y los sepulta. Lo รบnico que queda por hacer es escribir la canciรณn que arrulla al cuerpo helado.

Antes de abandonar por completo el cuaderno, el 29 de marzo de 1912, el capitรกn Scott escribe: โ€œIt seems a pity but I do not think I can write more.โ€ [โ€œEs una pena pero no creo que vaya a escribir mรกs.โ€] ~

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(ciudad de Mรฉxico, 1980) es ensayista y traductor.


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