Estética de la desintegración

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En un instante de iluminación premonitoria, tras cuatro décadas de vida, John Cheever escribió en su diario de 1952: “En la edad madura hay misterio, hay mistificación. Lo que comprendo de este momento es una especie de soledad. Aun la belleza del mundo visible parece derrumbarse, sí, también el amor. Siento que ha habido un aborto, una vuelta equivocada, pero no sé cuándo tuvo lugar y no tengo la esperanza de saberlo.” Esa idea del derrumbe, de la desintegración revelada, es la que anima Destino, décima novela de Tim Parks y la primera traducida al castellano. Narrador de largo aliento, traductor de Calasso, Moravia y Calvino, además de fino cronista y profesor de traducción literaria en la Universidad de Milán, Parks (Manchester, 1954) vive y escribe en Italia desde 1981, de algún modo desprendido de las tendencias que avivaron uno de los momentos más notables de la narrativa británica actual, representado por un puñado de sus congéneres: Martin Amis, Julian Barnes, Kazuo Ishiguro e Ian McEwan, por mencionar a los cuatro más reconocibles.
     El protagonista de Destino, Christopher Burton, antiguo periodista inglés afincado en Italia, regresa a Londres para escribir un libro monumental: un ensayo sobre la naturaleza del carácter nacional y su impacto en el porvenir de los individuos. Mientras su esposa se arregla en la habitación que comparten en el hotel Rembrandt de Knightsbridge, Burton recibe una llamada en la recepción, el anuncio de que su hijo esquizofrénico, Marco, se ha suicidado; presa de la lucidez, entiende que eso significa el final de los treinta años de relación con su mujer. Con esta revelación como punto de partida, Burton entra en un bucle existencial en el que se anudan sus emociones y sus recuerdos, presentes y pasados, y avanza entre remolinos de claridad y confusión hasta el puerto de un destino que parece insondable: la ruina de su vida, encarnada en su fracaso matrimonial, en un viraje de carrera no consumado, en un fraude fiscal y en la disolución del frágil núcleo de su familia. De Londres a Roma y a lo largo de tres días, Burton da un salto al vacío, quizás motivado por un apunte escrito en su diario en el momento preciso de su tránsito de vocación: “Todos caemos a una velocidad de diez metros por segundo.” Al cabo de un desaforado flujo de conciencia, no obstante, Burton será redimido y la certeza inicial se transformará en epifanía: su destino no es la desintegración sino el regreso a la Ítaca de su lecho conyugal.
     Lo que sorprende de la prosa de Parks es su densidad, si bien no hay desperdicio: se trata de un narrador cuya búsqueda es la economía del lenguaje, aunque atiende el curso desbocado de una memoria, la de Burton, en caída libre y primera persona, que amenaza con desmoronarse a la vuelta de cada página. Esto no sucede: el prodigio de Parks se encuentra en un manejo preciso de la repetición, del reencuentro con frases que consiguen frenar el vertiginoso curso de la voz escindida de su protagonista, siempre al filo de la barranca, pero jamás barroco. En este sentido, renuncia al artificio y a los desplantes liricolingüísticos de Amis y Barnes, y se acerca más a las reflexiones sobre la condición humana que en sus mejores novelas hacen McEwan e Ishiguro, aunque el parangón sea una mera referencia: Parks es la isla continental de la narrativa inglesa y el registro de su voz goza la fortuna de lo único. Resulta entonces más certero trazar un símil con otro autor único y mayor, J.M. Coetzee, el indiscutible satélite de la literatura anglosajona, aunque Parks no encarne las habilidades de entomología narrativa ni la prosa depurada con las que el novelista sudafricano atiende el desmoronamiento de sus personajes y su eterna caída en desgracia.
     Ya en su novela anterior, Europa (Londres, Secker & Warburg, 1997), Parks había explorado el terreno que depura en Destino, a través de la coincidencia de un grupo multinacional de profesores de la Universidad de Milán en un viaje a Estrasburgo, cuya finalidad es presentar una queja de discriminación laboral ante el Parlamento Europeo. El recurso es el mismo: la voz en primera persona del protagonista, aunque en este caso se trata de un mediocre profesor de inglés cuya vida es un desastre; y el tono es tragicómico. Destino, por su parte, se antoja una alegoría más “accidental” y refinada de la Europa presente: Burton, insular y racional, está casado con Mara, continental, corrupta y de pasiones exaltadas, latina a fin de cuentas; en un principio incapaces de procrear, adoptan a Paola, hija de una prostituta ucraniana; finalmente, conciben a Marco, cuyo destino será una enfermedad tanto del espíritu como del cuerpo. En suma, Parks construye una familia descompuesta que aparece como la metáfora quintaesencial del motivo ensayístico de Burton, amalgama última de Edipo y Odiseo, y su renuncia al efímero periodismo en pos de la erección de un monolito trascendente, acaso la lápida con la que sellará el destino de su matrimonio malogrado. ~

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David Miklos (San Antonio, Texas, 1970) es escritor y editor. Dirige la revista de historia internacional Istor de la División de Historia del CIDE, en donde se desempeña como profesor asociado y coordinador del Seminario de Historia y Ficción. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2008. Es autor de los libros La piel muerta, La gente extraña, La hermana falsa, La vida en Trieste, Brama, El abrazo de Cthulhu, No tendrás rostro, Dorada, Miramar y La pampa imposible.


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