María Zambrano

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Ahora más que nunca se vuelve necesario rescatar a autores cuyas vías de pensamiento se dedicaron a hallar la luminosidad que con frecuencia elimina el mundo. En momentos de confusión, de pérdida de valores, de depreciación de las artes, de medias verdades y medias mentiras, de palabras que no valen nada, de corrupción y antiética, de imágenes falsas, de sonidos alterados, de ambiciones desmedidas, una obra a contratiempo como la de María Zambrano puede significar una nueva perspectiva y una nueva esperanza. Entre sus páginas y con su peculiar estilo poético-filosófico se entresacan ideas que aún ofrecen puntos de apoyo para el débil deambular del hombre del siglo xx y el más vacilante del XXI. Si su vista se dirige con frecuencia al pasado es para entender los orígenes de un Occidente que ha cometido errores irreparables y que se debate para encontrar nuevas fórmulas de actuación.
     A su lado otros pensadores del mismo momento también elevaron voces de advertencia cuyo eco fue apagado. Todos ellos pertenecieron al ámbito de los exiliados, esos seres denominados “bienaventurados” por María Zambrano y que podían ser poetas, místicos, filósofos, profetas o simples hombres que, desde su unicidad, no temieron señalar peligros y equívocos. Que mantuvieron su fidelidad a sí mismos y que se enfrentaron, tranquilamente, a una sociedad absorbente.
      

Vida
María Zambrano nace el 22 de abril de 1904 en Vélez-Málaga y muere en Madrid el 6 de febrero de 1991. Su vida es un testimonio del siglo XX: conoció guerras, catástrofes, nacimiento y muerte de ideologías, esperanzas truncas y breves momentos de idealismo como lo fuera la Segunda República española. De joven forma parte de la Federación Universitaria Estudiantil y muy temprano empieza a escribir para el periódico El Liberal. Entre sus maestros de filosofía se cuentan José Ortega y Gasset, de quien fue discípula preferida, García Morente, Julián Besteiro y Xavier Zubiri. Asiste a las tertulias de la Revista de Occidente y conoce a Valle-Inclán, Pérez de Ayala, Miguel de Unamuno, Manuel Azaña, Gregorio Marañón, Indalecio Prieto, entre otros.
     Publica su primer libro, Horizonte del liberalismo, en 1930 y al año siguiente imparte clases en la Universidad Central de Madrid. Participa en mítines a favor de la República y le es ofrecida la candidatura al Partido Socialista Obrero Español en las Cortes, pero la rechaza. Su formación como filósofa se define y acude a las fuentes griegas (Pitágoras, Platón, Plotino). Se concentra en lecturas que darán lugar a ensayos sobre Kafka, Proust, Dostoievski. Comienza su amistad con los poetas Luis Cernuda, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Miguel Hernández.
     Su primer viaje a América tiene lugar en 1936, cuando acompaña a su esposo, Alfonso Rodríguez Aldave, nombrado secretario de la embajada de España en Santiago de Chile. La escala en La Habana marcará el inicio de la amistad con Lezama Lima, que durará para siempre. Sin embargo, un año después, ante el avance de la Guerra Civil regresa a España y ocupa el puesto de consejera de propaganda y de la infancia evacuada. Esto no impide que prosiga con sus estudios e investigaciones filosóficas y que publique varios ensayos. A la pérdida de la guerra, luego de una breve estancia en Francia, se traslada a México contratada por la Casa de España, creada por el gobierno cardenista para recibir a los intelectuales republicanos.
     Fruto de la primera reflexión sobre el exilio son los dos libros que publica en México: Pensamiento y poesía en la vida española y Filosofía y poesía. A partir de este momento, su vida llevará el sello vivo del exilio: viajará por Cuba, Puerto Rico y México impartiendo conferencias y cursos; colaborará en los principales periódicos y revistas hispanoamericanos, y publicará nuevos libros como La violencia europea, ante la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, y La confesión como género literario, en donde ofrece originales puntos de vista para una recuperación de la espiritualidad del hombre.
     Terminada la guerra regresa a Europa y se hace cargo de su hermana Araceli, quien ha quedado inestable mentalmente a raíz del fusilamiento de su marido y de haber sido torturada por la Gestapo en París. Posteriormente establece amistad con Octavio Paz y Elena Garro, Juan Soriano, René Char, Albert Camus. Conoce a las personalidades de la época: Picasso, Malraux, Sartre, Simone de Beauvoir y, sobre todo, al pintor Timothy Osborne, que la apoyará hasta el final de su vida.
     En 1949 la vemos de nuevo en México, en La Habana y en otros países. A partir de 1954 vive en Italia y otras amistades la acompañan: Ramón Gaya, Diego de Mesa, Rafael Alberti, Jorge Guillén, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, los poetas hispanomexicanos Tomás Segovia y Enrique de Rivas. De esta época son El hombre y lo divino y Los sueños y el tiempo.
     La década de 1970 es de gran madurez y creación. Empieza a ser difundida en España gracias a José Ángel Valente. Durante su permanencia en La Pièce, Suiza, desarrolla su pensamiento metafísico y se centra en la razón poética.1 Amplía las reflexiones sobre otras artes, música, pintura, poesía. Escribe Claros del bosque y elabora Notas de un método. La década de 1980 es de reconocimientos y premios. Al final de su vida termina Los bienaventurados, revisa Los sueños y el tiempo y publica Delirio y destino.2
     

El exilio en Morelia
El primer enfrentamiento con la dureza del exilio lo experimenta María Zambrano durante su estancia en Morelia. Invitada por Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas a impartir filosofía en la Universidad de San Nicolás de Hidalgo en Michoacán, cuál no sería su sorpresa al saber que la cátedra que le ha sido adjudicada debe versar sobre marxismo, pues el rector está seguro de que ella es una decidida militante del Partido Comunista. La situación tiene que ser aclarada, pero el rector asevera que “en México no existe la libertad de cátedra y que quienes la defienden es con la finalidad de eludir el mandato constitucional”.3 Ella trata de justificarse como orteguiana y de llegar a algún acuerdo. A ello se agrega el número excesivo de horas de clase que debe impartir, la falta de una biblioteca adecuada y el nulo ambiente intelectual a su alrededor.
     Sin embargo, la soledad de Morelia redundará en un mayor ahondamiento dentro de su creatividad y en el origen reflexivo sobre el significado del exilio. Pensamiento y poesía en la vida española y Filosofía y poesía son el resultado de esta época. A finales de 1939 viaja a La Habana para dictar unas conferencias. Allí su salud decae, lo que le impide regresar a tiempo para los cursos en Morelia. Daniel Cosío Villegas le envía un cortante telegrama informándola de que la universidad nicolaíta considera roto su contrato. Ella le contesta a su vez: “Me habla en su cable de ‘contrato’. Me interesa dejar aclarado que no he firmado ninguno, ni en la Universidad, ni, como Ud. sabe, con La Casa de España. Le será fácil comprender que me interese dejar claro esto; no quiero aparecer como cancelando un contrato de cuyas seguridades no he disfrutado”.4
     Esta será su ruptura con el exilio mexicano, salvo algún breve regreso. A partir de entonces, se iniciará su peregrinaje por países de América Latina y de Europa. La pérdida de la patria redundará en la creación de una nueva visión del mundo cimentada en el universo inacabable de la palabra y su desplazamiento.
      

El hombre y lo divino
Obra clave que podría dar lugar al título general de la creación zambraniana, El hombre y lo divino se remonta a los orígenes de la poesía y la filosofía. Se centra en el momento en que se escinden ambas disciplinas y en la condena del pitagorismo por Aristóteles. El triunfo del logos o razón significará para Occidente el nacimiento del pensamiento filosófico y la marginalidad de la poesía.
     Platón, a medio camino entre la poesía y la filosofía, puso su empeño en salvar el alma por el conocimiento y así mantener un hilo conductor con el pitagorismo. Aristóteles ya no se comprometerá con la salvación del alma y el conocimiento en sí se elevará a su plenitud. El abstraccionismo pitagórico y el horror de la imagen se cambiaron por el juicio aristotélico y el principio ordenador de la filosofía, dando nacimiento a un saber desde el hombre.
     El ritmo, el número, la música y la armonía representaban para los pitagóricos su respuesta al origen del universo: “¿Qué es lo más sabio? El número. ¿Qué es lo más bello? La armonía”. Sin embargo, para María Zambrano esa derrota del pitagorismo no será total: “La suerte de la razón del vencido es convertirse en semilla que germina en la tierra del vencedor”.5 Tal podría ser el caso de filosofías tan cristalinas como las de Spinoza y Leibniz. En eso aplica su propia condición de vencida, de exiliada, pero plena de ideas que florecerán a pesar de quienes han triunfado.
     Prueba de que el pitagorismo no ha sido vencido del todo es el conocimiento de la naturaleza. Llega un momento en que el número, base de la teoría pitagórica, se domina. De Galileo a Einstein, con la física de la relatividad, el número recupera el reino perdido y el oculto sentido se revela. Sería la manera en la que el pitagorismo adquiriese de nuevo su claridad.

La nada, la piedad, la envidia
De los territorios que comparten el hombre y lo divino la nada es la última aparición de lo sagrado. La nada es una renuncia y una renuencia del ser: un no ser dotado de actividad, pleno de esperanza y origen de la creación sin tregua. “Al despojarse el hombre de toda relación con Dios, se ha quedado en mero proyecto de ser; a esto se le llama ‘existencia’. En Heidegger y aun más extremadamente, apurando la situación, en Sartre, la nada es la total soledad.”6
     Otra presencia de la nada es la manera de absorber el tiempo, de reducirlo, de nulificarlo, de ser “simple pasar que pesa”. La nada en su negación da origen al arte de la modernidad, a su silencio, a su vacío: la música atonal, la pintura abstracta, la palabra desvelada. De la antigua filosofía que se preguntó qué eran todas las cosas, María Zambrano llega a la respuesta actual: “todas las cosas son nada”, entendida la nada como un algo que se padece o como una doble condición entre el ser y el no ser.
     Del trato con la nada nace la piedad, cuyo conocimiento permite la debida relación con los dioses. Es un camino para entender lo otro, una forma de acción que conduce al saber. El ejemplo clásico es la tragedia griega al exponer el oficio de la piedad. El conjuro, la invocación, la liturgia establecen el lenguaje propio de la piedad. Con ello se alcanza el sentido de la conciencia y la soledad. Es la prenda que se paga por “el sentimiento trágico de la vida” a la manera unamuniana. La piedad es también prenda del exilio, imagen de vida y obra de María Zambrano.
     Pero los espacios de lo sagrado pueden ser también infernales y la envidia entra en esa categoría de mal sagrado, de silencio en su entorno, de indeleble padecer. Es una destrucción que se nutre de sí insaciablemente. Una avidez de lo otro tan poderosa que acarrea la anulación del ser. Es inevitable mencionar aquí la influencia de Miguel de Unamuno y sus obras Abel Sánchez: historia de una pasión y El otro. Como contrapartida de la envidia aparece el amor, ambos en busca del otro aunque en polos opuestos.
      

Las ruinas. El Libro de Job
“Las ruinas son lo más viviente de la historia, pues sólo vive históricamente lo que ha sobrevivido a su destrucción, lo que ha quedado en ruinas”.7 Contemplar las ruinas, pintarlas, describirlas, es objeto de fascinación. Su fuerza y, al mismo tiempo, su apertura a la imaginación identifican al individuo con la historia. Prolongan la relación con el tiempo y un pasado que no escapa, que permanece como constancia de continuidad de la vida.
     Una ruina tiene el carácter sagrado de un templo, el espacio de unión entre vida y muerte. Es un ejemplo de la vanidad vencida, del misterio nunca resuelto, con su propio ritmo y su propio silencio. Es también el entretejimiento con la naturaleza, cuando la vegetación la invade y hasta oculta, signo de la relación entre lo humano y lo divino.
     El Libro de Job es otro de los intereses de Zambrano, aunque su interpretación no se apegue al texto original sino a la versión cristiana. Le parece, ante todo, una representación dramática, por sus constantes diálogos y enfrentamiento de ideas. Lo que más le atrae es la relación con el pájaro que abandona sus crías.
     Se trata de un texto críptico con una oculta espiritualidad cuyo drama se centra en el juego de las voluntades divina, demoniaca y humana. La filósofa confronta el deseo de Job de ver y oír a la divinidad con la ceguera y el silencio del hombre contemporáneo. El símil del pájaro que abandona sus crías es inmediato, también Job ha sido abandonado a todos los males y peligros de este mundo. En esta equivalencia, la risa de la divinidad es la prueba de que el sentido de la creación puede conllevar una ironía que escapa a la comprensión humana. Job, a la manera del pájaro, podría volar y renacer en una nueva creación que cumpliría con la promesa de un mundo perfecto por venir. Job, un simple hombre, pertenece al grupo de los “bienaventurados”.
      

Ideas políticas
María Zambrano dedicó parte de su pensamiento a las ideas políticas. Durante su primera estancia en Chile da a la prensa Los intelectuales en el drama de España. Luego del exilio y su trajinar por varios países, reflexiona y escribe sobre La agonía de Europa en 1945. En 1958 aparece otro libro de análisis político, Persona y democracia, publicado en Puerto Rico y reeditado en 1988 con el subtítulo agregado de La historia sacrificial.
     En estos libros combina el análisis con su conocimiento poético-filosófico de la realidad europea. Más que testimonio de una época se trata del “Testimonio como fragmento de una visión total que ha quedado casi toda inexpresada”.8 Parte de la idea de una Europa que ha perdido la raíz del idealismo, y que ha caído en una pasividad que contrasta con una violencia latente y manifiesta. El pensamiento europeo que había alcanzado la cumbre fracasaba desde su altura al carecer de una conciencia rigurosa de sus bienes. “De la excesiva confianza por la victoria sobre la naturaleza y de la fatuidad del ser humano por su natural bondad, salió el terror, el terror sin paliativos. Y cuando comenzó francamente el desastre, la falta de entereza se hizo patente, mostrando todo el terrible vacío”.9
     Las dos grandes guerras redujeron la conciencia europea y los síntomas de decadencia fueron apareciendo en la política, en la ética, en las artes, en la vida misma. Traiciones, resentimientos, terrores fueron exponiéndose sin remedio. “Las últimas creaciones europeas se caracterizaban todas ellas por ser obras en que se ejecutaba una destrucción, en que se verificaba un perdimiento. La última pintura era la destrucción implacable de la pintura; la literatura se negaba a sí misma, y hasta la filosofía naufragaba en un vitalismo y existencialismo desesperados. Nada íntegro, nada entero”.10 La fragmentación ganaba terreno, porque el todo se había perdido.
     De vivir María Zambrano en el siglo XXI, tal vez hubiera modificado sus palabras, pues aunque la pérdida sigue en pie, existe un deseo de reconstrucción, de reunión, que aún no sabemos si fructificará, pero que por lo menos va en camino, aunque la confusión permanezca. O tal vez el cambio será tan radical que lo perdido ya no podrá recuperarse y entonces sus palabras seguirán siendo válidas.
     El tema de la violencia y del terror se erige en el ámbito europeo y se hace fácil que la delgada capa de civilización se resquebraje y que estallen la intolerancia y la violencia. El cristianismo en su versión europea se manifiesta por la intransigencia, desde las Cruzadas y la Inquisición hasta el fascismo, el nazismo, el franquismo y el actual resurgimiento del antisemitismo. Se echan de menos las palabras de María Zambrano en este momento.
     En cuanto a la pérdida de las formas en las artes, la autora acude a Ortega y Gasset y su lúcido análisis sobre La deshumanización del arte, cada vez más actual. Juzga la pérdida de las formas como una vuelta al hermetismo y a la aparición de los elementos primordiales: “Entrar en contacto con la materia“. El ensayo se cierra con un pensamiento sobre la luz que desaparece y el avance de la “noche oscura de lo humano” que no quiere ver como un acto definitivo, sino como un eclipse que pasará.
     En Persona y democracia, el análisis se centra en el origen del individuo. A partir de la antigüedad griega: “Tenemos, así, que el individuo y la clase social son coetáneos históricamente. Y esto es al par el nacimiento, el origen de la democracia. Modo que corresponde a la polis donde la dimensión humana, solamente humana, se revela”.11 Ocurre, entonces, la revelación política del hombre y el individuo se manifiesta en su totalidad. La historia se divide en la mirada al pasado y en su proyección hacia el futuro. El desarrollo de la persona, su nacimiento, aparece sólo en una sociedad democrática y ese es el vínculo indestructible entre ambos conceptos. Pero la persona y la democracia pueden estar amenazadas por la demagogia como método de adulación y de tergiversación ideológica. Aquí intervienen el poder de la palabra y su abuso.
     La democracia es hoy el “único camino para que prosiga la llamada cultura de Occidente y esta revelación pone al descubierto, hoy más que antes, la estructura sacrificial de la historia humana”.12 Como no se puede hablar ya en términos de un sacrificio tradicional, otra es su manifestación para el nacimiento del nuevo hombre que requiere Occidente. Es por ello que ya no se trata de una crisis, sino de una “orfandad”, como la cataloga Zambrano. Las palabras con las que se cierra el libro proponen la necesidad de arrojar la máscara que cubre al hombre occidental para renunciar a ser personaje dentro de la historia y elegirse como persona que, a su vez, sepa elegir a los demás hombres aceptando, por fin, al otro en toda su realidad.
      

El exilio, compendio de la razón poética
El exilio en su consecuencia benéfica es un afinar como nota musical precisa el estado del hombre a partir de la pérdida del paraíso. Exilio real y metafísico, histórico y desarraigado, marca el quehacer vital. Toda pérdida lleva a una reflexión y a un vacío que ha de ser llenado. Es un proceso de reinstalación del equilibrio de la creación o el nacimiento de un nuevo mundo. Tal vez por eso el exilio se colma con poesía y pensamiento.
     En La tumba de Antígona María Zambrano nos ofrece su propia versión de la antigua leyenda. Desplaza la situación y la envuelve bajo el manto del exilio. Crea una nueva Antígona transfigurada que deslinda las fronteras de la pasión, adopta el delirio y asume la liberación del espíritu. Es la depositaria del estado de exilio, tanto por las características de su vida como por el margen de vía mística que propone al final de su recorrido. La tumba es el lugar intermedio entre la tierra y el cielo, que no es otro que el lugar del exilio, el lugar en tránsito.13
     Los bienaventurados representa el viaje último de María Zambrano: el mapa del quehacer filosófico queda, por fin, trazado. Desde el árbol paradisiaco de la vida que da origen al exilio hasta los diversos paisajes que lo conforman, cimas, desiertos, vegetaciones, claros del bosque son delineados con la precisión del cartógrafo. El peregrinaje queda coronado, a la manera del árbol sefirótico de los cabalistas, al desvelar el sentido oculto de la creación. En este punto, el poder revelatorio es el determinante. El extremo queda planteado cuando la filósofa afirma que “una teoría del conocimiento de la revelación se hace cada día más necesaria”.14
     Otros temas zambranianos son el tiempo en su dimensión circular, el sueño como versión e inversión de la realidad, la confesión como género literario, la aurora y el despertar de la conciencia, el claro del bosque como analogía del templo, la guía en el sentido esclarecedor que estableció Maimónides. Caminos todos ellos que parten y llegan al centro del exilio. ~

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