Paul Preston (Liverpool, 1946) es uno de los grandes conocedores del siglo XX español, y en especial de la Guerra Civil y sus consecuencias. Entre sus obras se encuentran La destrucción de la democracia española, Las tres Españas del 36, Palomas de guerra, La Guerra Civil española, Idealistas bajo las balas o El holocausto español. Es autor de tres grandes biografías: Franco. Caudillo de España, Juan Carlos: el rey de un pueblo y El zorro rojo, sobre Santiago Carrillo. Una edición actualizada de la primera de ellas se publica en Debate este mes, cuando se cumplen cuarenta años de la muerte del dictador.
¿Qué se ha descubierto nuevo y cómo ha cambiado su valoración de Franco desde que publicó la biografía?
No ha cambiado mi visión de Franco como persona, militar y dictador. Pero hay aspectos que no tocaba en el libro. Sabía que el franquismo era un régimen corrupto, basado en el pillaje, y contaba algunas de las cosas que sabía de la corrupción: la empleaba para manipular a sus colaboradores, a militares que utilizaban a soldados como mano de obra. Pero decía poco en cuanto a la corrupción del propio Franco porque mi idea era que consideraba que todo era suyo y no tenía necesidad de robar. Utilizaba el patrimonio nacional como algo propio. Había cosas que salen en el libro, como la rapacidad de su esposa, las colecciones, las casas, el modo en que consiguió el Pazo de Meirás. Ahora acaba de salir La otra cara del caudillo (Crítica), un libro sensacional de Ángel Viñas. Me envió el manuscrito y vi que me había quedado corto. Resumo en la nueva edición las líneas básicas del trabajo de Viñas y de otros investigadores, como Javier Otero.
Santos Juliá ha definido el franquismo de los primeros años como “un fascismo bajo palio en uniforme militar”. ¿Qué le parece?
Es genial la frase. Lo que pasa es que nos mete en un debate complicado sobre lo que es el fascismo. Para hablar del fascismo hay que hablar solo del régimen de Mussolini. Fue Mussolini quien lo inventó y las definiciones tienen que remontarse a él. Claro, luego se dice: el régimen de Hitler es un fascismo. Pero el nazismo y el fascismo son muy distintos. Si se acepta que el fascismo es lo que pasó en Italia, hacemos un tipo de comparación entre el franquismo y el fascismo italiano. Si, como muchos libros, incluimos el nazismo, hacemos otro tipo de comparación. Dije alguna vez que Franco no era fascista, era algo mucho peor. Con eso decía que era peor que Mussolini. No era peor que Hitler, aunque tampoco tuvo sus oportunidades. El porcentaje de españoles que mató Franco es superior al porcentaje de alemanes que mató Hitler. La guerra mundial y la conquista alemana de mayor parte del continente europeo representan un contexto diferente, y las víctimas del Holocausto no son en su mayoría alemanas. Es muy acertado lo de “bajo palio” y “en uniforme militar”. Pero ¿entonces es fascismo? Mussolini no gozaba de tanto apoyo de la Iglesia católica. Igual es ignorancia mía, pero creo que Mussolini no entraba en iglesias bajo palio. Y los militares no eran tan importantes en su régimen como en el de Franco. Creo que el franquismo es único. Gente como Stanley G. Payne y Juan José Linz dan definiciones como “régimen militar autoritario”. Eso lo limpia de alguna manera, porque significa: “no tan malo como el fascismo”. Si dices que es fascista parece que es malo, aunque no tanto como el nazismo. Si dices que era militar autoritario, no lo conviertes en bueno, pero hay quien piensa que algunos países necesitan mano dura. Aun así, era diferente, incluso si lo comparamos con otros regímenes militares autoritarios, como el de Pinochet. Su régimen mató a unos 3,500 chilenos: es terrible. El franquismo mató a doscientos mil, aunque es difícil dar una cifra exacta. El expediente de Franco justifica lo que digo: no era fascista, era algo peor.
¿Cuáles son las razones de la pervivencia del franquismo?
Tiene mucho que ver con la Guerra Fría, con la idea de que Franco era el centinela de Occidente. Se remontaba a la importancia geoestratégica de España, un gran portaaviones con acceso al Mediterráneo y al Atlántico y protegido tras los Pirineos como último bastión en caso de invasión soviética. Eso era importante para los estrategas occidentales y especialmente para los estadounidenses. Luego estaba el apoyo de la Iglesia católica y por tanto del mundo católico. Y, cuando Franco está más o menos jubilado, a partir de los años sesenta, hay un cambio en el régimen, un cambio sociológico y económico inmenso. Pero los cuarenta años de lavado de cerebro sobreviven después de su muerte. Cuando llega la democracia –que por razones obvias es una democracia muy limitada–, no puede hacer un contralavado. Había libertad de expresión, por lo que los propagandistas del franquismo continuaban publicando sus libros y artículos y hablando a favor de Franco en las tertulias. Uno de los grandes problemas, que ha contribuido a la sensación de un franquismo eterno, es que, como el dictador murió en la cama y su régimen no fue desmantelado por una invasión exterior como ocurrió en Italia o Japón o Alemania, muchos elementos del régimen seguían en pie.
¿Cómo valora la transición?
Fue la mejor posible en el contexto en el que se tuvo que hacer. Cuando estaba muriendo Franco, las posibilidades de un baño de sangre eran muy altas. La transición fue una negociación, una transacción, un compromiso entre los elementos más progresistas del franquismo y los elementos más moderados de la izquierda, con lo cual los extremistas franquistas y la extrema izquierda quedaban fuera. Se alcanzó un compromiso y hubo muchas cosas que no cambiaron. Se produjo lo que se ha llamado el pacto del olvido. En los primeros años de la transición, hasta el intento de golpe de Estado de 1981, había unas fuerzas armadas entrenadas en la idea de que su función no era defender España de hipotéticos enemigos exteriores sino de confirmados enemigos interiores: los liberales, los demócratas, los socialistas, los comunistas. Y, además de las fuerzas armadas, la guardia civil, la policía armada… La gente tenía miedo. Había, se dice, doscientos mil falangistas con licencia de armas. Todos ellos estaban en contra del cambio. Lo que se logró era más de lo que se podía haber esperado en las circunstancias, en parte porque la gran mayoría de la población aceptaba que no se podría esperar demasiado. La izquierda admitía que no era el momento para buscar justicia o un reconocimiento de lo que había pasado. Las grandes esperanzas eran democracia y una garantía de que no hubiera otra guerra civil. Ese era el premio y para hacerlo había que aceptar ciertos sacrificios. Hay quienes ahora critican que la transición fuera insuficientemente revolucionaria: eso es una chuminada. No reconocen la fuerza del franquismo en esa época.
¿Cuáles han sido los errores más importantes?
La Ley de Memoria Histórica se debía haber hecho mucho antes. En los primeros años había mucho miedo. El gran tema que pocos preveían era la corrupción. El franquismo había sido un régimen corrupto, y quienes lo habían vivido y habían sacado provecho seguían con la misma mentalidad. Pero algunos sectores de la izquierda tenían una mentalidad de: “ya nos toca a nosotros”. No prever el problema de la corrupción ha sido uno de los grandes errores. Mi próximo libro es una historia de España a lo largo del siglo XX, con un énfasis en la corrupción y la incompetencia de la clase política, cuyas consecuencias sufría el pueblo raso. Se titulará Un pueblo traicionado. Empieza con la corrupción electoral a finales del siglo XIX hasta la fiesta actual. ~
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).