Google: tu vida a la vista

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Preferencias sexuales, vicios y virtudes, inclinaciones políticas, pasiones futboleras: como entes marcados por la “hiperpersonalización” de contenidos y servicios, nos exponemos y exhibimos en las redes informáticas. Y lo hacemos de manera tal que llevamos al límite –o a nuevas definiciones–los alcances de nuestra esfera de privacidad. Pregunta casi ingenua: ¿nos detenemos a ponderar cómo y a quiénes proporcionamos la información que se nos pide? Y eso que se habla mucho de las posibles violaciones a la privacidad que se derivan de usar las herramientas a que recurrimos con más frecuencia quienes navegamos en el ciberespacio: publicaciones, programas de televisión, movimientos ciudadanos. Son voces que alertan sobre una tendencia cuyos alcances no terminamos aún de entrever.

Google es uno de los buscadores en internet más utilizados, que ofrece servicios adicionales que han causado controversia en quienes aún no se terminan de acostumbrar a las nuevas reglas del mundo cibernético. De esta compañía se dice mucho, pero lo que más sospechas ha despertado es la posibilidad de que, mediante sus diversos servicios –el correo electrónico gmail, la herramienta de escaneo de las computadoras personales Google Desktop, la posibilidad de ubicar a un individuo mediante la combinación del servicio de mapeo de Google Maps y la telefonía celular, o la tentación de identificar coordenadas exactas de sitios vulnerables o estratégicos mediante la navegación por Google Earth–, esta empresa recabe información sensible, muy privada, sobre individuos, corporaciones y otros actores sociales, sin que sepamos, a ciencia cierta, a dónde van a parar esos datos nuestros y qué destino tendrán.

Primer ejemplo: tiene que ver con el gobierno de Estados Unidos, que solicita a los buscadores (entre ellos Google) que le entreguen resultados aleatorios de procesos de búsqueda llevados a cabo por individuos en un determinado tiempo. El argumento que hay detrás de esta petición es simple: se pretende proteger a menores de edad (y rastrear posibles flujos de pornografía infantil) y, de paso, identificar a “sujetos sospechosos”, algo muy propio de la paranoia posterior al 11 de septiembre. Google se negó en un principio a entregar la información (bajo la excusa de estar protegiendo a los usuarios de sus servicios), pero perdió la batalla y fue obligado a poner a disposición de los burócratas parte de sus cuantiosos datos. El resultado: una densa información de particulares, privada, que quedó expuesta sin su permiso al escrutinio de funcionarios extraños.

Segundo ejemplo: el correo electrónico gmail. Este servicio, que ofrece al usuario una considerable capacidad de almacenamiento, tiene una peculiaridad: permite rastrear el contenido de los correos electrónicos enviados, recibidos y almacenados. La razón de esta capacidad es diversa: desde lo técnico, es un proceso necesario para compactar la información almacenada. Pero, a la vez, le permite a Google identificar patrones recurrentes en contenidos de los mensajes, para establecer vínculos con anunciantes y productos acordes con el perfil del usuario. Ojo: nada de esto sucede sin el consentimiento del usuario. Desde el momento en que uno opta por una dirección de correo electrónico de gmail, sabe a lo que se atiene (la empresa es explícita en cuanto a su política de privacidad) –¿pero cuántos de nosotros leemos la letra chiquita de las ventanas que aparecen cuando estamos a punto de aceptar un nuevo servicio?

El tema de la privacidad, y su relación con los robots de búsqueda y servicios de personalización de la información, apenas comienza a despuntar en la conciencia de los consumidores o usuarios de estos sistemas. Ya se percibe, sin embargo, ruido y movilizaciones. En fechas recientes, grupos ciudadanos conservadores en Estados Unidos han puesto el grito en el cielo por la “degradación de los valores” que se ve en sitios tipo MySpace. Para quien no se haya enterado de la existencia de estos lugares, MySpace se ha convertido en el paraíso de la adolescencia: tiene a más de cincuenta millones de usuarios registrados, muchos de los cuales cuentan entre los doce y los veinticinco años de edad. ¿Qué ofrece MySpace? La posibilidad de poseer tu sitio y conectarte con amigos y amigos de los amigos (“redes sociales” se llama a este fenómeno cibernético, que permite un entramado de conocidos y conocidos de conocidos de conocidos). Lo interesante de esto es que los adolescentes, que carecen –en la actualidad, en Occidente– de prejuicios para publicar sus datos personales, no muestran mayores reparos cuando se trata de subir a la red contenidos íntimos: una adolescente estadounidense, que publicó en su sitio en MySpace fotos de ella y sus amigas desnudas –mismas que aparecieron posteriormente en una red de tráfico de pornografía infantil–, argumentó que lo que ella había subido a la Red era “para consumo privado”; claro, sin contar que su sitio podía, potencialmente, ser visto por miles de millones de personas.

Quienes usamos las modernas tecnologías de comunicación, y los servicios que nos permiten ubicarnos entre las cantidades ingentes de información con que nos topamos a diario, ciertamente estamos cada vez más expuestos a que se sepa “todo” de nosotros: qué buscamos, a quiénes les escribimos, con quiénes nos relacionamos, qué nos escriben, qué nos llega, qué aceptamos, qué rechazamos. Esta exposición se verá incrementada en la medida en que la tecnología móvil penetre más nuestros hábitos mediáticos. ¿Qué nos queda? Tener más conciencia de lo que hacemos, cómo lo hacemos, para qué lo hacemos. Tal vez, a la siguiente oportunidad, leer con más detenimiento la letra chiquita de las pantallas que aparecen frente a nosotros, cuando solicitamos o aceptamos un servicio nuevo: hacer clic sin fijarnos equivale a abrir una puerta más para exponer nuestros hábitos mediáticos a un mundo que está ansioso por beneficiarse de ellos. Y por último: apelar a las buenas prácticas y a la ética corporativa de quienes nos conducen por el mundo de la información. Lo que más le conviene a Google es mantener limpio su nombre: ése es su negocio. Y es lo mejor para nosotros también. ~

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