Homenaje a Agustín Lara (¿1900? – 1976)

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Se enorgullecía de ser jarocho, nacido con la luna de plata, trovador de veras y con alma de pirata.1 Sus hagiógrafos discuten si nació en Veracruz o en la Ciudad de México, en 1897 o en 1900, pues, como sucede con Homero, diversos lugares y fechas se disputan su origen. Él, cómplice de su leyenda, juraba haber nacido en el final del siglo XIX, quizá creyendo que era el comienzo del XX.
     Con un rostro de cuchillo, y además acuchillado, según documentaba en una mejilla su famosa cicatriz, signo prestigioso de dandy cabaretero y pianoplayer de burdel, Agustín Lara seducía los micrófonos mediante un espasmódico silabeo y un tono sepulcral que reproducían los imitadores de los famosos en cabarets y teatros de revista allá por los rumbos insomnes de Santa María la Redonda y San Juan de Letrán.2
     Hallaba fácilmente melodías propias o ajenas y, metiendo su geografía pintoresca y su mundo "bohemio" en canciones de tres minutos, celebró a sirenas de mar y de bar, toreros faraónicos, trópicos siempre soleados, noches enjoyadas de luceros, fraternales farolitos de calles desiertas, orgías bohemias, albas de remordimiento, damas de alabastro suspirante, rumberas de fogosa grupa bisiesta, playas donde María Bonita (la Félix) enjuagaba las estrellitas, etc. Y, pues, según la distinción de Ramón Gómez de la Serna en su clásico ensayo sobre Lo cursi, tanto podía lograr lo cursi bueno como lo cursi malo, recurrió al florilegio de tópicos ("boquita de coral", "tiniebla de mi soledad", "perla de mi serrallo", "blanca flor de tu pureza") o, epígono y divulgador del modernismo, usó una imaginería amanerada ("Blanco diván de tul aguardará/ tu exquisito abandono de mujer"), o el haikú a lo José Juan Tablada ("El hastío es pavorreal/ que se aburre de luz en la tarde") y hasta osó la imagen ultraísta ("En tus ojeras/ se ven las palmeras/ borrachas de sol"). Y el público de la cinematografía, la radio y la televisión mexicanas lo nombró el Músico-Poeta de la Inspiración inagotable y el más autorizado cantor de la mujer.
     Heredero del sentimentalismo finisecular, Lara vio a la mujer como Ser Divino y Señora Tentación, pero, sobre todo, como el tótem central del gineceo: la Ramera del comercio corporal y del alma virgen, el ángel-demonio cuyo menester pecador es tan llorable como gozable.3 Y, gracias al cinemelodrama, Lara complementaría a don Federico Gamboa, el cronista de la Santa non sancta, el Zola del porfiriato que le levantó la falda (hasta entonces bajada hasta el huesito) a la literatura nacional y le plantó un coño, aun si era mercenario y desdichado. A Lara lo estaba buscando desde el fin de siglo la patética putita cuyo corazón puro e ignoto sólo fue reconocido por el ciego Hipólito, es decir un pianista de burdel como el joven Agustín. Las mitologías se aliaban, pues la putita de Gamboa sería una presencia fílmica reiterada, interpretada por diversas divas, ofrecida en película muda o hablada, en blanco y negro o en colores, pero siempre cantada por Lara; de modo que, en consecuencia, el mismo autor de la complainte debería haber actuado al pianista ciego, el Homero de la Santa non sancta.4
     Nerval, en su soneto sublime, contraponía "les soupirs de la Sainte et les cris de la Fée". Lara también cantó de santas y hadas trágicas. Como Orfeo, se atrevió a ir al infierno del cabaret para rescatar a su virtuosa Eurídice, volverse a mirarla y descubrirla convertida en Lilith: Lilith la Oscura, Lilith la Plaga, la primera y repudiada mujer de Adán, la hembra maldita exiliada por Dios a la orilla del mundo, la capitana de súcubos, que desde entonces, con diversos nombres, invade sueños, melodramas y folletines, y es la providencia de autores y cantantes de boleros. –

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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