El siglo XX musical se caracteriza más por hallazgos formales que por la potencia melódica y armónica, propia del XIX. La música, principalmente la posterior a la Segunda Guerra Mundial, es un intento científico basado en la premisa de es mejor ser nuevo que bello. Boulez, Stockhausen o Milton Babbit dirigieron una creación cerca del laboratorio y lejos del público.
Dentro de este ambiente se desarrolló un compositor con un estilo de creación fresco, espontáneo: Joaquín Rodrigo. Es bien sabido que en el campo de la composición uno puede aprender cada regla de la armonía y sus distintos caminos para infringirla; también aprendemos las leyes del ritmo y cómo lo aplicamos; incluso se enseña orquestación y otras formas de enriquecer la obra. Pero crear una melodía inmortal es algo que lleva el compositor en la sangre, nadie se lo puede enseñar. Rodrigo es un convencido de que la materia prima de la música no son las notas sino la relación entre ellas, es decir, la melodía.
De una manera también muy propia del siglo XX, Rodrigo basó su éxito en la publicidad y en la promoción de sus obras, sobre todo de una: El concierto de Aranjuez, su piedra de toque, ya que su gran éxito lo llevará a ensayar una y otra vez la misma fórmula sin los mismos resultados prácticos. La promoción de esta obra fue universal, ya que el gobierno español decidió tomarla como ejemplo de la riqueza musical de su país.
Curiosamente, de las grandes obras de Albéniz, De Falla o Granados, ninguna tiene a la guitarra como solista, cuando España ha dado a los grandes guitarristas del siglo. El concierto de Aranjuez es una obra grande para guitarra y orquesta. Además de Andrés Segovia y Narciso Yepes, los Romero, principalmente Pepe, se encargaron de tomar este concierto como caballo de batalla y lo difundieron por el mundo.
Gracias a su enorme éxito, Rodrigo repitió la fórmula en sus obras siguientes, que no son para guitarra: el Concierto heroico, para piano y orquesta; el Concierto de estío, para violín y orquesta; el Concierto galante, para violoncello y orquesta, y el Concierto Serenata y los Sones de la Giralda, dos obras logradas y profundamente inspiradas por la tradición musical española del pasado incluso, usa en ellas pasajes de la zarzuela, en las que acude al instrumento quizá más parecido a la guitarra: el arpa. Después, Rodrigo regresa a la guitarra y crea su segunda obra de gran popularidad: la Fantasía para un gentilhombre, a la que siguen el Concierto madrigal, para dos guitarras, y el Concierto andaluz, para cuatro.
Ciertamente la ambición estética de Joaquín Rodrigo no es enorme, pero su música tiene una personalidad indiscutible y un estilo inmediatamente reconocible. Su propia definición del Concierto de Aranjuez como "ceñido como una verónica y alado como una mariposa" implica toda una proclamación de estética creadora. –
Como escritor, maestro, editor, siempre he sido un gran defensa central. Fanático de la memoria, ama el cine, la música y la cocina de Puebla, el último reducto español en manos de los árabes.