Queda claro que el arte de la polémica está en crisis cuando un intelectual increpa a otro, siete cuartillas de análisis, denuncia y exposición de por medio, y a cambio recibe una y media de blandas precisiones.
En las páginas de The New Republic Adam Kirsch aprovechó que reseñaba dos libros de Slavoj Zizek, filósofo y personaje mediático por empeño, para denunciar la “peligrosidad” de este último. Más poeta y menos mediaperson, Kirsch no lanza acusaciones; al contrario, se enfrenta al lenguaje hiperbólico, a la desmesura ideológica de Zizek; pone en evidencia la simpatía nefanda del esloveno por las ideologías que asolaron al siglo XX: el fascismo, el comunismo y el antisemitismo. Lo encuentra un “comunista revolucionario” que deviene un “tipo particular de fascista”. Kirsch no sólo denuncia al autor, también reprende al público que le ha dado a Zizek la impunidad del “bufón autorizado”, el que no provoca indignación sino sonrisas y complicidades.
Zizek respondió con un texto magro, falto de brío, insospechadamente ajeno a su espíritu. Argumentó que era un caso de lectura tendenciosa, que él no es antisemita y prueba de ello es que tiene muchos amigos judíos que lo respaldan. Declinó debatir, porque, según él, las acusaciones no dan para un debate significativo. Kirsch, en su contrarréplica, reconoce que sí, que hay gente con la que el debate no es “necesario”.
Insisto, es una pena que el desparpajo, el riesgo –cualidades de las que Zizek ha hecho patrimonio–, hayan sido pospuestos a favor de un silencio de raquítica indignación. ~
(ciudad de México, 1980) es ensayista y traductor.